#21: La guerra de las pinturas

Si bien estuve un tiempo conmocionada por lo ocurrido con Byron y su arte expuesto en la galería, Nico parecía haber estado aún más conmocionado y afectado por todo lo ocurrido aquella intensa noche. Constantemente me hacía preguntas sobre mi estado de ánimo y me brindaba diversas atenciones que, si bien por una parte me emocionaban dado a mis fuertes sentimientos desarrollados hacia él, me llegaban a agobiar.

   Bayer y Taylor también me hablaban con cuidado, aunque disimulando notablemente mejor que lo hacían. Para cuando ambos se marcharon al cabo de dos semanas, yo ya estaba recompuesta totalmente y nuestros dos amigos se habían dados por enterados de ello, mas Nico seguía sin convencerse de que estuviera perfectamente.

   Su ininterrumpida preocupación por mí al fin tuvo una pausa que me permitió respirar. Byron había acudido a nuestra morada con noticias para Nico un día. Yo había sido la que le había abierto la puerta, al estar un piso más cerca, pero Nico no se hizo de esperar y, antes de que pudiéramos intercambiar un par de palabras, él tomó mi posición en la puerta para impedirle firmemente el paso a su amigo.

   Byron le comentó que debería de relajarse, que, después de todo, él no había sido el primero en atacar los sentimientos del otro. Y él tenía razón, yo ya lo tenía claro, a pesar de que para Nico no fuera así. Si plasmas a alguien como un ángel celestial, no es por nada.

   Tras unos momentos de tensión, al fin llegó la distensión. El aclamado artista le informó a Nico de un importante certamen que tendría lugar aquel fin de semana, en su primera fase. Esta era una competencia un tanto peculiar, puesto que se desarrollaría en distintas etapas que ni siquiera habían sido informadas a los concursantes; lo único que sabían todos era que debían de presentar una obra de libre estilo en la primera convocatoria.

   Nico no fue capaz de ocultar su ilusión debido a que sus ojos rebosantes de ideas y emoción lo delataban de inmediato. Estaba convencida de que por su mente pasaron un millar de ideas en tan solo una milésima de segundo, resultado de una explosión de una llamarada de iniciativa.

   Así era Nico y nadie lo cambiaría; reaccionando ante cualquier mínimo estimulo que se le presentara, teniendo como resultado un gran estallido de ideas y proyectos, emociones y pensamientos. Cuando se le da un estímulo a Nico, él entra en trance y no hay fuerza en el mundo aún conocida que logre sacarlo de su estado de ensimismamiento. Eso debía de ser lo que más me gustaba de Nico porque eso era Nico.

   Byron le dejó una ficha de inscripción y, sin más palabras y tras una mirada hacia mí, se marchó por donde llegó. Nico no se quedó ni un minuto ahí de pie dudando, ni siquiera medio minuto, no; Nico se volteó hacia mí con la ilusión en sus ojos en el momento exacto en el cual la puerta se terminó de cerrar.

   Sabía muy bien lo que aquella mirada significaba así que, sin ponerle ningún obstáculo a su arte, me hice a un lado en la escalera y le indiqué con una seña que era libre de subir a su escondite. Le dije adelante y él no optó por desobedecer aquella instrucción porque era lo que más ansiaba e ese momento. Parecía un niño en Navidad por aquel entonces, fecha cada vez más y más cercana.

   Nico era feliz con cada oportunidad que se le presentaba, ya que siempre que se le cruzaba una oportunidad tenía un pretexto perfecto para tener su mente activa y poder viajar a las nubes, para poder encerrarse en su mundo, ahí donde más a gusto se encontraba en todo el mundo. Su mente era su mundo, nuestra ciudad su casa, París su refugio y Polonia su único e inolvidable hogar.

   Polonia, su tierra natal, era un mar de emociones contradictorias entre sí que podían convivir en perfecta armonía para así poder evocar los más hermosos y crudos recuerdos que seguían persiguiendo a Nico hasta el presente. Polonia también era fuente de una profunda nostalgia en Nico, siendo capaz de arrancarle lágrimas y sonrisas ante cualquier mínima mención hacia aquella bella tierra que lo vio nacer y crecer influido por el arte.

   Por eso mismo y otras razones, dejó entrar en su vida con tanta facilidad a Jerzym, aquel chico polaco con el que se encontró en el certamen de arte al que lo invitó mi ya afamado ex novio.

   Al llegar a la competición, todos los artistas se habían posicionado con sus respectivas obras a un lado de ellos en dos largas filas. Yo me encontraba viendo todo apoyada sobre la baranda del pasillo desde donde bajaban las escaleras para descender al evento, con una perfecta vista hacia Byron, Nico y Jerzym; todos uno al lado del otro con el pecho afuera, hinchado de orgullo.

   Los jueces pasaron junto a cada artista y su respectiva obra, examinando esta con sorprendente cuidado, exasperante calma y molestos rostros serios.

   Al acabar la ronda, los jueces descartaron a la mitad de los artistas presentes, pero nuestros tres protagonistas de la escena se mantuvieron en pie, como era de esperarse. Lo que no era de esperar era que la segunda fase del evento comenzara en ese mismo instante; trajeron los suficientes lienzos y pinturas para cada artista y anunciaron la prueba que venía a continuación: una improvisada obra de action painting.

   El anuncio causó un gran desconcierto en la gran mayoría de los competidores presentes. No fue el caso de Nico y Jerzym, en sus ojos había un brillo peculiar de entusiasmo y espontaneidad; justo las características que buscaban los jueces a mi parecer, y estaba muy convencida de ello. Nico solo me miró una vez con una radiante sonrisa, me examinó y comenzó con su arte.

   Byron formaba parte del grupo de los desconcertados y no lo culpaba, tras haber convivido tanto tiempo con él podía afirmar que lo conocía bien y, por ello, sabía bastante bien que ese estilo no se acomodaba a la personalidad de Byron en ningún sentido. Espontáneo, impulsivo, pasional y desordenado contra alguien pensativo, meditativo y ordenado. Él estuvo varios minutos viendo su lienzo en blanco mientras todos los demás se desquitaban sobre sus lienzos como si en una guerra estuviesen.

   Todos estaban sorprendidos en algún grado al ser testigos de cómo la presión podía con el gran Byron Allen-Lancômé, el artista del momento con una gran y prometedora trayectoria. Yo parecía ser la única sin demostrar sorpresa ni incertidumbre, pero sí me mostraba ansiosa y preocupada, pues no quería que la carrera de Byron se acabara tan prematuramente por un pequeño tropiezo.

   Luego de lo ocurrido en la galería tenía más que claro cómo se sentía Byron respecto a mí, a pesar de eso, yo lo seguía apoyando incondicionalmente porque cuando alguien tiene talento de verdad es imposible contradecirlo.

   No podía negar que, a causa de mi preocupación por Byron, descuidé a la figura de Nico en una parte fundamental de su propia historia, centrándome más en el sujeto a su lado, en aquel al que le destrocé el corazón tras un amor que no pareció florecer como debió de hacerlo.

   Cada vez quedaba menos tiempo y, una vez que Nico ya había finalizado su obra con satisfacción, Byron miró hacia mí y no sabría decir cuál fue exactamente el sentimiento que lo motivó al ver mi desconcertante preocupación por él, pero verme fue todo lo que necesitó para descargarse contra su lienzo que había permanecido en blanco. La pintura volaba y salpicaba, era como si Byron hubiera superado a todos los demás y él solo estuviera en la guerra de las pinturas contra sí mismo, con sus sentimientos y los materiales como arma y aquel lienzo como rival.

   Fue tal la intensidad con la que trabajaba que todos los presentes se centraron solo en él. Nico había sido el foco de atención momentos antes, pero podía asegurar que si él aún estuviera ocupado con su pintura, aún así hubiera sido opacado por Byron. Aunque, tal vez me equivocara ya que Jerzym aún no había concluido y, al notar que Byron era el centro de atención, comenzó a elaborar su pintura con movimientos más bruscos y espontáneos para así captar la atención de los demás. Ahí sí que se inició la guerra, una con pinturas como armas y piezas de  arte por acabar como los soldados rivales.

   La ronda concluyó y, mientras que en la anterior Nico se había coronado como triunfador, en esta hubo una dura decisión que tomar al elegir entre Byron y Jerzym.

   Para mí, el ganador indiscutible había sido aquel que me inmortalizó por segunda vez, esta vez de manera más subjetiva. Aquellos colores que mezcló, tomando el riesgo de ocupar el negro como un color predominante y fusionarlo con el fucsia… para mí todo tenía un claro significado y estaba convencida de que para él también ya que, cuando finalmente lo titularon como triunfador de la guerra de las pinturas, miró en mi dirección con una sonrisa algo torcida. De nuevo había sido la musa de dos grandes artistas.

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