Capítulo 1. Un amigo intentando ser cupido.
Siempre era bueno tener de esos amigos que te apoyaban en todo tiempo, cada vez que les necesitabas ahí estaban para apoyarte e inventar cualquier excusa patética para salvarte de alguna situación.
De esos que trataban de no dejar que las caras largas de los demás les afecten y te afecten en tu estado de humor. De esos que siempre encontraban la forma de hacerte reír, de alegrarte el día.
Yo puedo decir que tengo la fortuna de contar con un amigo así.
Pero pues bueno, no todos los amigos así vienen perfectamente. Tantas cualidades a su favor, significan que por lo menos una no lo sea tanto.
Y la de Bruno, mi amigo, era que a veces podía llegar a ser un pesado respecto a algunos temas. Y su ahora tema favorito era el de que Ian supuestamente gustaba de mí.
De verdad que se ponía muy insistente con el tema a pesar de que debía aparentar para que el chico no se diera cuenta de que Bruno ya me había dicho su secretito de confesión.
Por qué si, era algo que le habían confiado a Bruno, pero le era difícil debido a que era amigo tanto mío como de Ian. Entonces, ¿de qué lado estar? Pues él lo decidió y fue que era bueno estar de ambas partes. Lo que significa: apoyo a la inexistente relación. En más de una ocasión logró molestarme más de la cuenta, y eso que apenas habían pasado tres días desde que yo me enteré. Y Bruno lo que ocupa de justificante era que pasó mucho tiempo con esa información que tenía que recuperar el tiempo perdido que pudo haber aprovechado para molestarme con ello. Y era un exagerado, puesto a que solo había un día de diferencia en el tiempo en que a él le confiaron eso y el tiempo en el que yo me enteré de aquello.
Así es, tan poco tiempo pudo guardar lo que Ian había confiado en él.
Y con respecto a ese asunto, decidí ponerme indiferente en cuanto a eso se tratase. Si bien, aquello me había tomado por sorpresa, pues ¿Ian Holland gustando de mí? Difícil de creer. Por ello mi desición. No quería crearme alusiones a algo que probablemente podría ser solo algo pasajero.
Más sin embargo, aún con mi decisión ya tomada, me era difícil que no se especulase nada pues como había dicho, Bruno se ponía insistente en el tema.
Solo era cuestión de tiempo para que Ian comenzará a atar cabos y llegué a la conclusión que ya estaba enterada de lo que él sentía.
—Oye, Natalie... Natalie... Nata... ¡Natalie, te estoy hablando!
Con cierto trabajo, volví mi atención a la chica frente a mí. Interrogandole con la mirada para saber a qué se debía su interrupción a mis cavilaciones.
—Necesito que centres toda tu atención a lo que estamos haciendo —pidió mientras escudriñaba mi rostro—. Últimamente has estado muy distraída, ¿Debo preocuparme?
Tras considerarlo por una fracción de segundos, negué con la cabeza.
—Nada de que preocuparse —afirmé por si negar no hubiese sido suficiente.
—¿Segura? Sabes que puedes contarme lo que sea, Nata —recibí por parte de ella.
Me removí en mi asiento.
—Tranquila, nada de que preocuparse.
Enseguida, alternó su mirada en los libros que teníamos sobre la mesa en la que estábamos trabajando y, en mí. Haciéndolo pasar como si tuviera una batalla mental sobre cuál escoger.
El trabajo de Sociales o a su amiga que últimamente a estado sospechosamente distraída.
Y claro, ella optó por lo segundo; haciendo aún lado los libros que tenía cerca para hacer incapie en qué ahora su atención recaería solo en mi ser.
Tras cortos segundos en los que repiqueteó los dedos en la madera de la mesa, rompió el silencio que nos había abordado hace pocos minutos.
—¿Qué tal va lo de Ian?
Solté un aire de mala gana.
—Bruno sigue de pesado, si es lo que quieres saber.
—No, no quiero saber posturas ajenas —insinuó una sonrisa—, lo que me interesa es saber la tuya.
—Ya sabes lo que opino, me haré de indiferencia cuando de aquel tema se trate. ¿Qué esperabas? ¿Qué me ilusione? No, no planeo hacer eso. Bastantes malos ratos ya he pasado como para pensar nuevamente en algo así.
Se mostró reacia en cuanto a mi postura, intentando persuadirme sobre considerar un poquito más que Ian sintiese algo por mi.
—Oh, Lana, es muy pronto para afirmar que el chico siquiera me haya cogido cariño.
Con eso, se mostró algo indignada e incrédula.
—Le simpatizas, por eso le gustas.
Chasqueé la lengua.
—Lo has dicho, le simpatizo no que me tenga cariño —rebatí, dejando que mi opinión fluyera sin cuidado alguno—. Además... no se necesita simpatizar para gustar a alguien, a veces ese sentimiento o aquella sensación es, muy a nuestro pesar, en contra de nuestra voluntad.
Eso fue muy ridículo para ella.
—¿Gustar de alguien sin querer hacerlo? Por favor, eso es ridículo y... tonto.
Le enarqué una ceja.
—¿Acaso insinuas que soy tonta?
Demostró las manos y comenzó a agitarlas para demostrar el que estaba negando aquello.
—No dije eso —hizo una pausa—, pero en cuanto a estos temas te pones muy cabezota.
—No hago eso.
—Si lo haces.
Y nos enfrascamos en la típica pelea del «si» o «no», en la que, como era de esperarse, ninguna de las dos resultó vencedora.
Decidimos, para ya no perder más tiempo, dejar la charla para otra ocasión. Aún no terminábamos el trabajo del profesor Martínez, y por más que sea un ser comprensivo, sabíamos que todo tiene un límite. Y nosotras ya lo habíamos llevado un poquito lejos. Así que era mejor espabilar.
Y aunque ésto estaba a mi favor, sabía que solo era cuestión de tiempo para que el tema de Ian saliera más adelante. Un tema el cuál evitaba a toda costa.
Pero cuando evitas algo siempre, por razones divinas, terminará frente a ti sin que siquiera te des cuenta.
Como había dicho, solo era cuestión de tiempo.
Y el mío parecía estar ya muy cerca.
🎈
Mi amigo del cual había estado hablando desde un principio, era un ser bastante lleno de sorpresas. Y muy a mi pesar, sin enorgullecerme un poco, me queda decir que no todas esas sorpresas eran buenas o agradables.
Y la que estábamos presenciando en este momento Lana y yo, era una de esas.
Bruno Campbell Andrade, un ente bastante simpático que hace bromas pesadas pero aún así no puedes odiarle ni una pizca, el chico que podría llegar a ser un mujeriego algunas veces pero no mala persona; había roto un poco aquella perspectiva. Pues si bien, sea como él sea, para nada llegabas a pensar que era un tonto. Por qué no lo era.
Aunque... en estos momentos, aquello nos haga cuestionarnos.
Mi queridísimo amigo se hizo novio, sin ánimos para siquiera decirlo, de Marlene Sullivan.
Lana y yo, han de imaginarse que no fue buena noticia para nosotras, nos quedamos patidifusas con aquello.
¿Él? ¿Novio de Marlene? Sin duda estaba drogado o alcoholizado cuando aceptó tremendo disparate. Bruno, sin más, había caído en las garras de esa arpía.
—¡¿Estás loco?! ¡¿Novios, tú y ella?! —la incredulidad y confusión desbordaba de Lana—. Vaya, Bruno, si que me has sorprendido, menudo idiota.
Bruno abrió los ojos como platos.
—¡Lanita! ¡Por fin has ofendido!
Y si, el muy asqueroso se alegro que le hayan insultando. No era común que Lana insultara, y que ahorita lo haya hecho, fue tan de sorpresa.
El par de iris marrones de mi amigo se dirigieron hasta mi ser.
—Solo faltas tú, Natita —levantó las cejas—. Espero que tu insulto me llegue pronto.
Lo dijo tan en calma, como si fuera tan normal y de buen juicio el recibir insultos.
Mi respuesta fue una rodada de ojos.
—No estoy de humor, Bruno —rebatí con irritación—. De verdad que es la cosa más estúpida que has hecho, y eso que bastantes ya hiciste.
—¿Qué tiene de malo? —se indignó.
—Y todavía lo preguntas —masculló nuestra amiga.
—Solo me hice novio de Marlene, nada más —intentó abrazar a Lana por los hombros, pero ésta se opuso, a lo que él volvió a su posición inicial—. Hablan de ello como si fuera el mayor de los pecados.
¿Acaso no lo era? La chica era un ser despreciable.
—¡Lo es!
—Ya, Lana, mantén la calma —pedí antes de que se pusiera de los nervios.
—Agh, es que no puedo —se masajeó las sienes mientras buscaba asiento en el sofá individual blanco que se encontraba en el salón.
Nos encontrábamos en la casa de nuestro amigo, quién había solicitado ayuda para su presentación de un proyecto que le habían dado chance de entregarlo el día de mañana debido a su impuntualidad. Aquel era importante para la nota de él, tanto que tuvo que recurrír a nuestra ayuda. Más sin embargo, la tarde le dedicamos poco al trabajo, puesto que el chico nada más sentarnos a empezar nuestra labor, rompió la parsimonia del momento al hacer mención de su nuevo noviazgo.
—Si, lo que hizo Bruno es reprochable, insensato, una aberración —el carraspeo de mi amigo hizo que detuviera mi listado—, pero fue desición suya. Hay de él lo que le suceda.
Con eso, tras una larga lucha de miradas entre Bruno y Lana, dimos por terminada la conversación, pues como fue también en el caso de mi amiga y yo, el tiempo no jugaba tanto a nuestro favor.
Yo tenía un permiso de cuatro horas, Lana de tres horas con treinta minutos, y nuestro amigo no ayudaba tanto al poner distracción en el ambiente.
Durante una fracción del tiempo que estuvimos en la parsimonia del momento, pillamos a nuestro amigo distraído en su móvil, parecía mantener una conversación tan animada con quién sea que estuviera escribiéndose, mientras nosotras perdíamos tiempo en explicarle algo cuando él solo estaba en su móvil.
Eso indignó a Lana tanto como a mí.
—Bruno, como no dejes ese móvil juro que te lo quitaré y lo lanzaré por la ventana —advirtió Lana.
Bastó aquello para que el antes mencionado dejase de ver el aparato electrónico y centrará su atención en la labor.
Más sin embargo, no paso inadvertido por parte mía que había adquirido un brillo malicioso en la mirada.
Decidí no prestar tanta importancia a eso y mejor centrarme en el desorden que teníamos supuestamente un trabajo digno de un alumno A.
🎈
El sonido del timbre nos advirtió la precensia de alguien al otro lado de la puerta, haciendo que con eso, mi amiga y yo miremos interrogativas al chico frente a nosotras.
—¿Esperas a alguien? —pregunté.
Lo cuál fue en vano, pues el ente frente a nosotras parecía haber desconectado de nosotras y centrarse en el tema de la llegada de alguien más.
—¡Al fin! —dijo para nada más levantarse de un sarpazo y casi que correr hacia la puerta.
Mire a la pelinegra a mi lado preguntadole con aquella acción, a lo que ella se limito a encogerse de hombros, y como respuesta mía, copié su acción. No sabíamos a qué genia ese cambio repentino de humor.
La verdad era que Bruno era difícil de descifrar algunas veces.
Dispuesta a volver a hacer que la pluma que tenía en mano volviera a su labor sobre el cuaderno donde había algunas anotaciones, volví mi vista a dichos objetos y concentre toda mi atención a lo que antes estaba haciendo.
Déjenme deciros que fue en vano.
Una voz que era difícil no reconocer se escuchó en la entrada de la puerta. Saludaba a Bruno. El sitio estaba en supuesta parsimonia que ayudaba a qué fuera fácil reconocer las voces.
Y yo esa voz la conocía perfectamente.
Y Lana también.
—¿Qué? —pronunció en medio de la estupefacción, mirándome con los ojos abiertos de par en par.
Madre mía.
Levanté deprisa mi trasero del cómodo sofá donde estaba.
—Voy a matar a Bruno —farfulle en voz extremadamente baja.
«¿Por qué pediste que viniera?» fue la voz del visitante.
Alterne la mirada en cada rincón de la habitación, ¿Dónde es buen lugar para esconderse?
—Lana, ayudame —pedí en un susurro.
La susodicha logró reaccionar y puso esfuerzos en buscar el sitio para esconderme. Ella estaba igual o más nerviosa que yo, cabe aclarar. La entendía, sabía que ella sabía que para mí no iba a ser una sorpresita para nada agradable.
Sobre todo, sería incomoda, ¿quién en sano juicio quiere pasar por situaciones incómodas?
Entramos aún más en pánico al escuchar las pisadas acercándose.
Bruno y Ian acercándose.
Oh, dios, ayudame.
—¡El baño! —ideó Lana.
No esperé más, y salí corriendo directo al cuarto de baño.
Sabía dónde estaba, era fácil, tenía práctica en desplazarme por el lugar. O bueno, eso creía.
En el trayecto, de lo torpe que iba jale conmigo el cable de una lámpara que estaba en el pasillo directo a mi destino. Pero fui lo suficientemente hábil para no dejarle caer. De prisa, seguí con mi huida. Podía escuchar bien como los dos chicos habían llegado ya al salón.
—¿Lana? —preguntó extrañado Ian en el momento en el que yo, sin querer, azotaba un poco la puerta de madera al encerrarme en el cuarto.
Venga ya, más estúpida no se podía o qué.
La garganta la sentía seca, y un sabor amargo me surco la lengua al estar consiente de lo cerca que estuve de protagonizar una escena embarazosa.
Por no decir de la oleada de nervios que me invadió, claro.
—Hola, no sabía que Bruno tendría visitas —pronunció mi amiga e imaginé que lo decía con los dientes apretados en dirección a el imprudente de Bruno.
—Tampoco yo —mencionó el chico del que huía.
Y no fue mucho como para imaginar que ambos miraban al causante de su confusión. Preguntándole sin emitir nada a qué se debía todo esto.
Y pues claro, si él fue capaz de traer al chico aquí a sabiendas de no se qué, también era capaz de no cubrir el que yo estaba en esta casa.
El muy asqueroso se excusó, preguntando: ¿Y Natalie?
En ese momento, me sentí desvanecer.
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