PRÓLOGO
Los suaves pasos de la joven resonaban como un eco entre los árboles, sonaba un ligero crujido cada vez que las secas hojas, producto del cercano fin de verano, sucumbían en las suelas de sus zapatos, como una especie de quejido seco. Ella caminaba como la mayor parte del mundo en ese siglo: cuello encorvado, hombros caídos y con la mirada perdida en el destello de la pantalla de su teléfono portátil.
Sus pasos llamaban la atención de hombres que se susurraban obscenidades unos a otros con picaras sonrisas en sus rostros, sin embargo, la muchacha no podía oírlos, estaba embebida en su pequeño espejo mágico. El aire azotaba lentamente su nuca, lo cual provocaba un proceso de nunca acabar: alejar sus suaves rizos castaños de su cara solo para que el viento los colocara de nuevo en el mismo lugar.
La joven era de baja estatura, ojos verdes, complexión no demasiado delgada, rizos castaño claro que acababan casi al final de su cuello (que no era ni corto ni delgado) y rodillas perfectas, pero con marcados golpes producto de su torpeza.
Ella, sin fijarse mucho en su camino estaba concentrada en los pasos que debería seguir una vez que llegara a su destino, sin darse cuenta de que había llamado la atención de alguien más que solo hombres obscenos. Alguien que no admiraba ni su belleza, ni la miraba con simpatía, sino, como cuando alguien que se topan con un valioso objeto perdido, cuyos ojos no pueden esperar por observar fijamente.
Finalmente llego a su destino, se sonrío a si misma y guardo su móvil en el bolsillo derecho de su pequeña bolsa de mano. Al rozar sus piernas sus pantalones hacían un curioso sonido, la clase de sonido que te indica que alguien viene. Probablemente ese fue el primer momento, de ese grupo de instantes donde se puede evitar una tragedia. Si tan solo sus ojos que revoloteaban a todos lados como mariposas hubieran puesto atención por un solo momento, se hubieran dado cuenta de que alguien la seguía, tal vez se hubiera sentido incomoda y hubiera decidido cancelar su cita, y a la mañana siguiente hubiese ido al cine con sus amigas, justo como ella había planeado. Pero no. Por desgracia, él hubiera no existe, ni es aplicable para esta historia.
Camino lentamente por aquel bosque artificial al cual los humanos suelen llamar parque, sus pies enfundados en botas de bajo talle avanzaban por el pequeño empedrado, si tan solo el parque no fuese tan bonito. Ella hubiese puesto atención. Caminó rápidamente hasta el lugar de su anhelada reunión. Rápidamente analizó el lugar con sus ojos, eran una serie de bancas puestas para que las personas pudieran pasar un agradable día de campo, pero en esta ocasión estaba casi vacío. A los pocos segundos lo vio, la mano saludadora de su sonriente amigo: Asa. Sonriente, la chica se sentó a un lado del chico de "los ojos que enamoran" según su mejor amiga, pero a quien ella prefería llamar "amigo". Lo único que la mayor parte de las personas tenían claro es que, ambos hacían un gran contraste, uno casi cómico, por ejemplo, Asa era un chico de aproximadamente 16 años como ella, pero, bastante más alto que ella, Asa de un metro ochenta y Maddie, de un metro cincuenta y cinco, el de ojos extremadamente azules y fríos, ella de ojos verdes y cálidos, ella de cabello castaño claro, casi rubio y ondulado y el por otro lado cabello un tanto lacio y bastante negro.
La razón para encontrarse era el hecho de que ambos tenían bastante tarea y Maddie como buena amiga se ofreció como su tutora. Así que, para ser más exactos, el plan era pasar una tarde agradable entre algebra, gramática y francés y dejar para el final una maravillosa sorpresa y luego quizá se marcharía para ver otro buen episodio de alguna serie en la que estaba atrasada con su hermano.
Es una lástima que nada de esto pasara.
Ambos se saludaron de manera amigable, para ser más exactos, con el saludo vulcano que utilizaba el capitán Spock en Star Trek.
-Buenas tardes querida amiga- dijo Asa haciendo una ligera reverencia ante la ojiverde. Maddie no se quedó atrás e hizo una reverencia fingiendo sostener una falda gigante, (de esas que no se utilizan desde el siglo XVI) entre sus finos dedos. Asa señalo un pequeño espacio en el lado derecho de la banca en la que hace unos segundos estaba sentado con una sencilla pero extraña sonrisa viniendo de él, a pesar del ambiente cálido que las pocas familias que estaban sentadas a su alrededor brindaban Maddie sentía una especie de nudo en el vientre, algo estaba mal y ella no podía negarse, en el fondo de su mente había un pequeño estímulo heredado de sus ancestros que se negaba a ser ignorado, cada vez que intentaba de apartarlo le gritaba con la fuerza de los cuatro vientos que ella debía regresar, irse por donde vino o, tal vez invitar a su amigo a casa para que no tuviera que regresar solo e hicieran el trabajo, su mente iba y venía entre quedarse o regresar a casa. La voz, gritaba, la razón negaba, el orgullo ordenaba, la presión aumentaba y Maddie estaba cada vez más mareada.
-Entonces, ¿empezamos con gramática o francés? - La mirada azul intenso de su amigo interrumpió sus pensamientos. -Gramática, en eso no soy tan mala- Sin pensarlo ella ya se había sentado. Y el cruel destino escrito para ambos fue confirmado.
Ambos tardaron alrededor de media hora con las tareas de gramática, algebra fue mucho más complicado, "Baldor es un hijo de puta" solía decir Lizzy, solo ahora confirmaba que, dé hecho tenía razón. Asa y ella venían siendo amigos desde hacía mucho tiempo, probablemente lo que más los unía y le daba fuerza a su amistad era su compartido amor por la lectura, el hablar de sus pasiones compartidas y no calladas provocaba en ellos un lazo irrompible que los volvía tan cercanos como el pan y la mantequilla, indirectamente esa era la misma razón por la cual estaban en dicha reunión en primer lugar, Maddie conservaba en su mochila un ligero paquete que contenía un cariñoso regalo para su amigo ojiazul, solo era cuestión de esperar a que ambos terminaran con sus lecciones asignadas. Pobre tonta. Algebra se llevó por lo menos una hora y media de su tiempo, al principio de su reunión había aproximadamente cuatro familias que disfrutaban de una agradable reunión en el parque, para cuando acabaron con su lección de algebra una de ellas se había ido y otra estaba empacando. Después de la materia problemática continuaron con francés y las cosas se pusieron mucho más interesantes, dicho lenguaje era tedioso, más no complicado ni tampoco aburrido, Maddie era prácticamente experta en conjugar los verbos y adivinar sus usos. Otra lección, otra familia se va. Por último, tomaron una rápida lección de geometría, Asa no traía sus útiles para dicha materia, así que la muchacha, (no sin antes darle un buen regaño) le tuvo que prestar los suyos, para cuando habían acabado de descifrar todos los acertijos que el profesor humildemente les había proporcionado, la última familia que quedaba se estaba retirando dejando un rastro de basura con ellos.
-Dios, después de tanto- dijo Asa guardando sus libros en la mochila. -Baldor realmente solo atrae problemas- Respondió imitando su gesto, su amigo se levantó, le dio la mano como lo haría un caballero a una antigua dama para ayudarla a levantarse, aunque probablemente no era necesario, estaba disponiéndose a irse pero algo en su azul mirada decía que estaba decidido a quedarse, su mirada la perseguía a cada movimiento que hacía, como si estuviera preocupado por ella, la muchacha, lo tranquilizo dedicándole una tímida sonrisa que podría calmar a cualquier fiera – sabes, muero de hambre ¿Por qué no me ayudas a conseguir algo de comer? – el muchacho ladeó su cabeza un poco confundido.-¿me crees tú sirviente acaso? -Dijo el de manera un poco sarcástica, ella torció sus ojos con una sonrisa -Debemos comer algo después de ejercitar tanto el cerebro ¿no crees? - dijo la ojiverde sacando un par de billetes de su bolsa. -Vamos, don judío- dijo con una radiante sonrisa, Asa frunció el ceño ligeramente molesto por la broma de su amiga -Mi nombre no es para hacer bromas doña Madianna, además es tarde- el ojiazul observo el cielo interrumpiendo su propia frase, - y lloverá en cualquier momento.- la muchacha hizo un mohín y le paso los billetes por la cara.- Solo son unas papas.- Asa se le quedó viendo por unos instantes, un poco confundido, -por favor- suplico la chica, el muchacho simplemente se encogió de hombros y caminó hacia un pequeño puesto cercano a ellos.
En cuanto se marchó la chica abrió su mochila y comenzó a buscar, por unos minutos casi le da un ataque al no encontrar el pequeño detalle que guardaba tan celosamente en su mochila. Finalmente lo hallo hasta abajo, por suerte, el papel no se había estropeado, sostuvo el ligero paquete en sus manos por unos instantes para luego guardarlo en su mochila. Miró a su alrededor para asegurarse de que no había llegado su amigo a arruinar su sorpresa, pero no, la ojiverde decidió relajarse y estirarse un poco, reviso el paisaje del parque y miró al cielo, al llegar estaba despejado y soleado, pero ahora solo anunciaba que una tormenta se aproximaba, "con suerte estaremos lejos para cuando llegue" pensó.
Decidió distraerse a si misma viendo los árboles que la rodeaban, para entretenerse intentó de clasificar cada uno, entre ellos había robles, cipreses, pinos, secuoyas y....
Entre los arboles algo se movió, la muchacha ladeo su cabeza para intentar de verlo mejor, guardo silencio, incluso contuvo la respiración. Nada. Presto aún más atención a los árboles que la rodeaban, el mundo pareció guardar silencio con ella, un crujido, entre las coníferas que se alzaban a su alrededor, una cabeza se asomó tímidamente desde un par de abetos y se escondió al instante, Maddie prestaba toda su atención a ese par de árboles, podía jurar que había alguien detrás de estos. Se acercó al borde de la banca y escucho, puso toda su atención en dichos árboles, un crujido se escuchó detrás de ellos. -Regresé- Maddie dio un brinco de espanto solo para encontrarse con la cara amable de su amigo sonriéndole. La ojiverde dejó escapar un suspiro-Me asustaste Asa- en su alivio le regala una genuina sonrisa, Asa viene cargando un par de bolsas de patatas fritas con él, de esas papas que sabes al instante que te arrepentirás de comer cuando vayas a desechar todo en el baño, sin embargo ambos están muy hambrientos y comienzan a comerlas, la ojiverde no puede evitar mirar hacia la foresta, "de seguro solo era una ardilla" la vos de su subconsciente aparece nuevamente, pero en esta ocasión viene acompañado de un sudor frío y un escalofrío que recorre su espalda. "Una ardilla gigante". - ¿te encuentras bien? – pregunta humildemente su amigo, ella lo mira y asiente no muy convencida, Maddie vuelve a errar por segunda vez y decide mentir -Es solo que tú sabes, Stephen King insiste en no dejar de atormentarme- ambos sueltan una pequeña risa nerviosa, por un segundo ella puede darse cuenta de que el también nota que algo anda terriblemente mal, él podía ver que la ilusión de la seguridad era tan fina como un delgado hilo pendiendo entre la vida y la muerte. Ambos terminaron su comida, el ojiazul decide culminar con un espléndido eructo y su compañera no se queda atrás, ambos sueltan una carcajada genuina y suspiran. " es el momento" pensó Maddie, tomó su mochila para buscar dentro de ella -Asa, hay una cosa que debo mostrarte- su compañero se le acerca. - ¿Qué clase de cosa?.- el intenta observar dentro de la mochila de su compañera pero ella lo aleja de una manera un poco brusca,- ¿nadie te ha dicho que no se puede ver el bolso de una dama- el frunció el ceño, -no,- intento de ver de nuevo, - pero me han dicho que se puede saber mucho de una "dama" por el contenido del mismo-, hizo énfasis haciendo comillas con sus manos, su amiga torció sus ojos y siguió buscando, asegurándose de que su compañero no viera dentro de la misma, mientras mete su mano en esta una pluma cae, ella da un gruñido. – No veas dentro. - y se agacha por ella. Al recuperarla y levantar la mirada, sus ojos se topan con los árboles que se encontraba observando anteriormente, ella tenía razón.
No estaban del todo solos.
Una anciana de unos setenta años, sencilla y encorvada los mira desde los árboles, el horror se pinta en la cara de la muchacha al darse cuenta de que la ha descubierto, ella le sonríe, para luego desaparecer entre las coníferas. "Te lo dije" susurra su mente.
Una terrible picazón comienza a generarse en su nuca, miró a su acompañante, quien por la expresión de su cara probablemente había visto lo mismo, ambos hicieron contacto, le dirigió una mirada aterrorizada que probablemente decía lo mismo que la suya: "vámonos, ya" había sido suficiente, escucharía a la voz de su cabeza y se iría, sí, eso haría, con el mayor cuidado de no hacer ruido ambos comenzaron a guardar las envolturas y la basura para tirarlas en la casa de Maddie, sí, después de ver lo que vio no dejaría a Asa solo a merced de lo que fuera que esa anciana tenía planeado hacer observándolos.
"Solo era una anciana, solo una anciana, solo una anciana, una pobre y decrépita anciana, una anciana, solo eso una pobre anciana" se intentó decir, miró de nuevo hacia los árboles, solo para estar segura, no hay nada, pero aun así no pudo haber sido solo su imaginación, le dirigió a Asa una mirada humilde, intentando mantener la calma –larguémonos de aquí -Maddie asiente con una tímida sonrisa. -Si quieres puedes enviarle un mensaje a tu madre y nos podemos quedar a ver algo en el viejo Netflix. - dijo para liberar la tensión, él muchacho sacó su teléfono y se puso manos a la obra. La picazón se convirtió en un dolor que avanzaba lentamente por su nuca, ganando paso hasta la mitad de su cabeza. Asa se detiene, sostiene su cabeza y suelta un gruñido. - ¿te encuentras bien Asa? - Asa no responde y se limita a observarla, sus ojos están rojos y se nota que definitivamente algo no anda bien -Mi cabeza- Discretamente ambos dirigen su atención al puesto antes cerrado. Un hombre calvo los mira desde dentro por una ventanilla, con una sonrisa. Una gigantesca sonrisa y una anciana a su lado. En una milésima de segundo, su mente lo entiende. "Que ricas papas" - ¿Maddie? – Ella no es capaz de responderle, solo hay una opción: Correr.
Le toma la mano a su amigo quien comienza a correr con ella entre los arboles de coníferas, su mente no puede pensar, simplemente no puede contra el pánico, intenta de pedir ayuda a gritos, su compañero hace lo mismo, pero es inútil, ¿Quién en su sano juicio saldría al parque tan solo para mojarse en la lluvia?. Ambos corren intentando encontrar una salida, saben que los siguen, pero no tienen prisa, tan solo caminan detrás de ellos, con una sonrisa, como si envenenar a un par de niños fuera pan comido. Solo giran en círculos, Maddie puede jurar que su cabeza estallará en cualquier momento, no puede escapar, en su desesperación no se da cuenta de un pequeño obstáculo en su camino, un pedazo de madera para ser exactos, sus zapatos chocan con él, cae de cabeza, su dolor ni siquiera le permite meter las manos y su cabeza impacta con el suelo. Todo sonido que podía oír fue reemplazado con un pitido, al caer también jalo a Asa consigo, él está de rodillas, pero el dolor de su cabeza es más fuerte y cae sin remedio. Su mente se niega a rendirse, lucha por levantarse, pero su cuerpo se ha vuelto una prisión, no puede mover ni sentir sus piernas y sus brazos no le responden, Maddie cayó en el pasto lleno de piedras y hojas secas, una gota de lluvia cae en su nariz.
La anciana y el hombre calvo aparecen, ni siquiera se les nota cansados, sus rostros revelan una alegría infinita pues un para más de presas han caído en su anzuelo. Ella levanta la vista. Un chubasco cae sobre su cuerpo y el del ojiazul. El hombre se hinca a un lado suyo en medio de la tormenta acompañado de la mujer, consigo lleva una bolsa: una bolsa para cadáveres. La mujer comienza a envolver sus piernas en la bolsa. Intenta gritar... no puede. Es incapaz de moverse o de resistirse mientras la mujer envuelve su delgado torso. Una lagrima corre por su mejilla y se une con la hierba.
-Dulces sueños hija mía- Dice el hombre calvo. La luz se acaba, ha sido envuelta por completo.
"Te lo dije". Dice su subconsciente.
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