Capítulo 7

El lugar era sumamente oscuro, tanto que ni siquiera podía ver lo que había frente suyo, mucho menos su propia nariz. Solo se guiaban por los ruidos, alertas ante cualquier cosa pero lo único que se escuchaba, era el sonido del agua al golpear la proa de su barcaza. 

—¿Padre? —preguntó en un susurro.

—¿Qué sucede, Maat?  —respondió una voz detrás de ella.

—¿Por qué no podemos encender ninguna luz?

—Porque no queremos alertar a las criaturas que moran en estas aguas de nuestra presencia.

«¿Pero el agua al golpear a la barcaza no revela nuestra ubicación?» pensó, mordaz.

Decidió ignorar la lógica extraña de su padre y se concentró en el frente. En cualquier momento algo los atacaría, lo sabía, pero esta vez algo le decía que esto iba a ser diferente. Alguno de ellos terminaría muy mal.

El clima se le tornó frío de repente, por lo que llevó sus manos a frotar los brazos helados.

—Tranquila, Maat —susurró una voz masculina.

La calidez del aliento contra su oreja en contraste con su propia temperatura corporal, le hizo estremecerse. Resultó extraña aunque placentera la sensación. Al instante, como si hubieran leído sus pensamientos, unas manos callosas se posaron en sus hombros, moviéndose con total libertad por la piel expuesta, que era en teoría mucha ya que su vestuario no cubría más allá de lo estrictamente necesario.

—Algo va a ocurrir —murmuró, nerviosa.

—Siempre ocurre algo.

—Pero esta vez será peor, ahora...

Su voz se vio interrumpida por una repentina explosión. Diminutos proyectiles estallaron en el aire golpeando todo a su paso. Maat voló hacia atrás, golpeando contra el palo mayor, enviando oleadas de dolor a lo largo de su columna vertebral. Jadeando, se puso de pie lo más rápido posible, e ignorando por completo las reglas de su padre lanzó una esfera de energía por encima de sus cabezas. Esta brilló con intensidad, revelando la identidad de su agresor.

—Apofis —gruñó, molesta.

Apofis era, según lo que su padre le había dicho, su mayor enemigo. Tenía como misión atacarlos e intentar vencerlos para así gobernar sobre sus tierras. Lo peor era que esa serpiente rastrera —en el sentido literal, ya que era una serpiente gigante malhumorada— era el único ser capaz de provocar la muerte de Maat sin afectar la continuidad del universo. Claro que el orden y la justicia se verían alterados, sin embargo todo seguiría su curso.

Al instante Seth, con sus magníficos dos metros y diez de estatura se colocó delante suyo, ocultándola de su enemigo.

—Mantente a salvo Maat, eres la única que puede mantener todo en orden.

No muy contenta, la joven se mantuvo al margen, observando la guerra que se celebró en la pequeña barcaza de su padre. Fue como un parpadeo, efímero y confuso. En un instante se hallaba aburrida y al siguiente gritaba aterrada. Por primera vez vio al gran Ra caer ante su enemigo. Su cabeza golpeó con fuerza la superficie de las duras tablas cubiertas con oro y Maat sintió el dolor del impacto como suyo, se le cortó la respiración al sentir un puño estrellarse contra la boca de su estómago. 

—¡Papá! —gritó en trance.

Ra giró lo suficiente la cabeza para observar a su hija retorcerse del dolor. Sabía que cualquier cosa lo bastante grave que él sintiera, ella lo experimentaría por tres veces. Así que antes de ver sufrir más a su pequeña, estiró la mano y con un último pensamiento la envolvió en una nube densa y oscura. Ella desapareció de pronto, en un torbellino de sensaciones asfixiantes.

******

Maatkarat, Egyptes. 4 años después...

—¡Nefertike! —gritó el teniente Atyen.

Zalika despertó sobresaltada, sintiendo un extraño ardor recorrer el interior de su cuerpo. Era como si sus venas estuvieran calientes, quemándola por dentro con la intensidad de la llama de una hoguera. Abrió la boca sorprendida, luchando por tranquilizarse. Las imágenes de su sueño aún amenazaban con volverse realidad en cualquier momento. El teniente, confuso por la actitud de la chica, se acercó a toda prisa hasta su cama, ignorando el hecho de que la chica se ponía furiosa cada vez que entraba a su habitación.

—¿Qué ocurre?

—Yo, eh... yo... es que... ¡todo quema! 

—¿Quema? ¿Dónde?

—¡Todo! Por dentro, ¡arde! —Gimió.

Temeroso ante un posible ataque de histeria, retrocedió nervioso, manteniendo las manos en alto. Era mucho más fácil lidiar con un ejército enemigo que con una fémina que se hallaba sobre el abismo entre la adolescencia y la niñez.

—¿No tendrás fiebre? He escuchado que en ocasiones es interna. Tal vez un baño de agua helada te ayude —sugirió, retrocediendo con lentos pasos hacia la puerta.

Zalika, que hasta el momento no había reparado en su tono de voz, decidió darle tregua al teniente. En las últimas semanas, había estado presentando unos cambios de humor impresionantes que mantenían al teniente alejado lo más posible de ella. Entrenaban a la misma hora de siempre pero al terminar este desaparecía y solo lo veía al día siguiente para continuar. 

Conteniendo un suspiro, se levantó con pesar de la cama. Lo cierto es que se sentía agotada. El vientre le dolía y había amenaza de jaqueca. Pero ese día era importante: su primera misión. Aunque no haría mucho, solo una visita a un pueblo cercano —cuyo nombre había olvidado debido a la emoción— para colocar costales a la orilla del río, de modo que no se vieran afectados por la marea alta que haría subir el agua en todas partes. De igual forma, iban a repartir granos y pan por el reciente miembro que habían enviado al cuerpo de protección personal del faraón. Desde luego, la familia real se encargaría del resto mas su ayuda facilitaría el proceso.

De pronto, sintió algo cálido correr por sus piernas. Abrió los ojos tanto como pudo, aterrorizada. ¿Qué era eso? 

«¿Me hice encima?» pensó, a punto de estallar en lágrimas.

Al desviar su vista, observó unas gotas de sangre oscura y muy caliente deslizarse por sus piernas, contrastando con su piel pálida. Conmocionada, miró al teniente cuyo rostro había perdido por completo el color.

—¡Estoy sangrando! Me... me... ¡Me voy a morir! —gritó, sintiendo su garganta arder.

—Yo, eh, iré por la enfermera —murmuró tan bajo que solo él se escuchó.

*****

Con un suspiro, Zalika tomó la cesta de pan que le ofrecieron en el camión y caminó sintiéndose inútil por no poder ayudar más. Sus mejillas se volvieron coloradas al recordar el episodio de esa mañana. 

La enfermera entró con una enorme mochila a la espalda, agitada. Detrás suyo iba su asistente, un hombre que arrastraba un carrito con un aparato extraño. Ambos iban jadeando, luciendo algo desconcertados al verla llorando con tanto sentimiento por su "inminente muerte". Cuando la mujer entendió la situación, despachó a los hombres y se acercó con el rostro risueño hasta ella.

—Calma —dijo con voz suave.

Durante la siguiente hora se dedicó a explicarle el funcionamiento del cuerpo femenino, la etapa por la que estaba pasando y las posibles soluciones. La más práctica le pareció un body (1) negro que se le ajustó a la perfección al cuerpo y que no resultaba incómodo para sus actividades. Este se lavaba con agua hirviendo a diario y podía resistir por varios años. Sin duda, le servía para ese "problema" pero no solucionaba los terribles cólicos que le atacaron el vientre desde que se dio un baño con agua caliente. Le habían dado un té de raro sabor que no hizo diferencia alguna. 

Lo peor vino después, cuando tuvo que explicarle al teniente la situación. Ambos terminaron incómodos y bastante sonrojados, aunque hicieron las paces. Él prometió darle su espacio cada vez que le llegara el periodo, y ella juró mantener bajo control sus emociones o al menos no volverse histérica, por el bien de ambos. No obstante, el oficial le prohibió ir a su primer misión alegando que no podría ser de mucha ayuda en su estado. Luego de varios minutos de intensa discusión, cedió cuando vio las lagrimas de impotencia de ella.

«Al menos de algo me sirve ser tan llorona» pensó, suspirando con pesadez. 

Lo único malo, es que solo iba a poder ayudar con las entregas. Formaría parte de los inadaptados que tenían como misión ir a dejar pan a la puerta de cada casa en la pequeña aldea. No era la tarea más destacada pero al menos no se quedaría con la somnolienta enfermera o su asistente raro.

Tragándose su orgullo, golpeó la puerta frente suyo. La última cesta que debía entregar era de la casita del fondo que, según todos los repartidores, lucía sombría. Era como cualquier otra casa, solo que esta tenía colgados en el exterior varios artefactos extraños. No obstante ningún vecino se quejaba de ello así que ella tampoco lo haría. La puerta la abrió un hombre joven cuya piel era la más oscura que ella hubiera visto. Dio un paso al frente, con la intensión de entregar su paquete pero un intenso aroma a madera con perfumes raros le llamó la atención. Inhaló tan hondo como le permitieron sus pulmones, provocándose un leve mareo. El  joven hombre la tomó del brazo y la jaló al interior.

El aroma a hierbas extrañas la recibió. Su mente se vio nublada por la intensidad de los aromas. Sus miembros perdieron fuerza por lo que terminó cayendo de rodillas. Era como si su cuerpo no fuera suyo, se sentía tan patosa -como cuando vivía en Katka-, tan liviana. Era extraño. Sintió recorrer el calor por su cuerpo, como cada vez que se hallaba en peligro, pero ninguna luz salió expedida de su cuerpo. Cuando levantó la vista, se encontró con una escena que, si hubiera visto con lucidez, habría encontrado macabra, y que sin embargo halló extravagante. Unos trillizos de cabellos de color fuego, que se situaban a lo alto de un altar hecho con piedra caliza y mármol negro y rosa. Todos vestían túnicas doradas con pedrería brillante.

Los tres hombres de cabello largo y alborotado se le acercaron de inmediato. La contemplaron con satisfacción en el rostro y cierto temor. Uno de ellos le tomó el cabello, pero lo soltó de inmediato siseando de dolor. El resto mantuvo la distancia luego se arrodillaron e hicieron una reverencia un tanto torpe.

—¡Ha llegado! —vociferó uno, enderezándose.

 —¡La profecía era cierta! —gritó otro elevando las manos con dirección al cielo.

—¡El orden será restablecido! —continuó el último, riendo con alegría.

Zalika fue levantada por el sujeto que le abrió la puerta. Pese a sentirse torpe y con la mente envuelta por un montón de humo, consiguió mantenerse de pie. Observó con recelo al trío de hombres que ahora cantaban en un lenguaje extraño. Lo extraordinario fue que logró comprender gran parte de lo que decían.

—¡El avestruz está entre nosotros!

—¿Qué están diciendo? —preguntó.

Con torpeza evidente, retrocedió hasta golpear la puerta. Los tres hombres callaron de repente y la miraron como si se tratara de un tesoro muy precioso.

—Eres la chica de la profecía —dijo el hombre del centro.

Los demás asintieron, pero no agregaron nada. Zalika pensó en salir de ahí, sin embargo su curiosidad le pudo más que el sentido común. Aunque tenía que mostrarse indiferente para sacarles información o no cooperarían y eso sería una perdida de tiempo.

—¿Profecía? Ustedes están drogados. Mejor me voy.

—¡No! —gritaron los tres.

Zalika los observó con una ceja levantada y la boca torcida en gesto de altanería. Eso volvía loco al teniente, lo irritaba de modo que en ocasiones ella podía salirse con la suya. No perdía nada con intentarlo con ese trio de extraños, seguro y algo le decían.

—¿No sabe usted de la profecía?

—No, no sé nada de ninguna profecía.

—Esto que le vamos a decir no debe salir de aquí —murmuró el del centro, observando con ansiedad por todos lados.

—No diré nada, solo cuéntenme de esa profecía ya.

—Está bien. Esto es algo que se ha trasmitido de generación en generación, pero ya son pocos los que recuerdan —dijo el de la orilla derecha. 

Los tres regresaron a su altar, cantaron algo y luego arrojaron diversas sustancias a un montón de carbón al rojo vivo. Este siseó, formando nubes densas de vapor que cubrieron por completo la habitación. No se veía nada. De repente todo giró, giró y giró como un remolino. Zalika sintió sus piernas temblar mas no cayó, en cambio se elevó como si flotara. 

En un instante estaba viendo una representación con dibujos.

«Jeroglificos» susurró una voz en su mente.

Sí, era el lenguaje de los antiguos ancestros, antes de que las culturas hicieran una mezcla y formaran nuevas formas de expresarse. Los dibujos representaron a una mujer de perfil que llevaba en brazos un bulto. Al lado se formó la frase «el nacimiento del avestruz». La escena seguía, una mujer vestida con una túnica blanca y con plumas doradas de decoración, encima suyo un sol con alas se hallaba bañándole con su luz. Después una serpiente apareció de la nada, se libró una batalla magnífica e hipnotizante. La serpiente terminó  siendo vencida y la mujer extendió sus alas. Un destello cubrió el lugar, acabando con todo.

Zalika quiso gritar que regresaran. Había sido increíble y obviamente quería más. Las nubes de humo desaparecieron en ese momento, todo se tornó tan oscuro como en su sueño. Cuando la luz regresó, la escena cambió. Ella era de nuevo esa mujer llamada Maat, era alta, era morena pero esta vez luchaba con toda su furia contra una serpiente gigante. Una voz se coló en su pensamiento: «solo arrancándote el corazón y escuchando a la razón podrás vencer». Todo se oscureció de nuevo. 

Las siluetas de los trillizos se aparecieron de la nada, brillando. Sus rostros estaban ocultos bajo unas capuchas del tono de sus ropajes. Ellos rodearon a Zalika, formando una barrera con sus enormes cuerpos. Era de nuevo una niña indefensa a merced de unos completos extraños. No obstante sabía que ellos no le harían nada. Algo le decía que estaban para servirle no para dañarle.

—Se dijo por los dioses que el orden sería restaurado —dijo el del centro, que se vio iluminado por un destello rojo.

—El avestruz renacería pero en este reino, como una mortal más —continuó el de la derecha, un brillo azul le rodeaba.

—La hija del Sol era una promesa, la salvadora de todo su pueblo —siguió el tercero, destellando de amarillo.

—Cuando llegara el tiempo el avestruz sería iluminado por su padre, el gran Ra, creador de todo —comentó el de rojo.

—En lo alto del cielo la luna morada brillaría como una señal. Ambos, uniéndose en la batalla, se disputarían por la corona de Egyptes. 

—La serpiente sería vencida, el orden y la justicia volverían a nuestras tierras —gritó el de amarillo, elevando las manos al cielo.

—¡Un legitimo heredero para el trono usurpado! ¡El universo en equilibrio, la sangre es el precio! —rugieron al mismo tiempo.

Las nubes densas de vapor rodearon a Zalika. De nuevo, no veía nada. La habitación volvió con lentitud a la normalidad mientras la niebla desaparecía. Los tres hombres estaban en trance, los ojos blancos, las manos en posiciones extrañas y las bocas abiertas. Cuando regresaron en sí la observaron con fijeza.

—Recuerda, Maat, la sangre promete la liberación —comentó el del centro, desvaneciéndose. 

Los otros dos hombres cayeron igual, uno encima de otro aplastando al primero. Zalika decidió que tenía que salir de ahí cuanto antes. Con las piernas temblando, las venas ardiendo y el corazón desbocado, abrió la puerta y huyó de ahí, optando por tomar esa pequeña incapacidad por su periodo. Tenía mucho que pensar.


******

Body: Es un traje de diversos materiales que suele ser entallado del cuerpo. Algunos se usan como fajas, en el caso de Zalika cumplen la función de toallas femeninas o tampones. Les dejo una foto para que lo identifiquen con mayor rapidez.

Por cierto, comenzaré con la edición de la historia. A lo largo de la próxima semana habrán algunos cambios así que puede que altere algunos capítulos, la numeración y añada nuevos elementos. Lamento la demora en actualizar pero noviembre vino con muchos cambios muy extraños para mí. 

Tengan bonito día o noche.


Xoxo, B.

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