Capítulo 18

Zalika tenía la esperanza de que, al despertar, las cosas sucedieran con calma. Con lo agitada que había sido su noche, esperaba por lo menos poder ir a dar un paseo para despejar su mente, desayunar algo ligero y luego regresar a preparar sus maletas para partir. Sin embargo, las cosas rara vez salían como ella lo deseaba, por lo cual, no se sorprendió cuando apenas salir el sol, aporrearon la puerta de la cabaña y le ordenaron salir de ahí. En cuanto abrió la puerta, se encontró con 3 sujetos que no le dedicaron ni un saludo y que no le ayudaron a recoger sus cosas. Simplemente, y en silencio, la guiaron a un vehículo lujoso, el cual montó, y se la llevaron de ahí a toda prisa.

Durante el camino ninguno se molestó en hacerle conversación, por el contrario, se limitaron a ignorarla. Por lo cual, decidió dormir un poco más. Después de todo, para llegar al palacio, les tomaría gran parte del día. Así que tomó la única chaqueta que pudo llevarse de la cabaña y la hizo una bola lo bastante abultada para que le sirviera de cojín, luego se recargó en ella y cerró los ojos.

No le tomó mucho caer en el mundo de la inconsciencia. No obstante, lo que ella deseaba que fuera un apacible sueño que no recordara al despertar, se convirtió en algo más. En lugar de flotar o tener un cuerpo menudo, como usualmente tenía en sus sueños-recuerdo en los que ella era Ma'at, esta vez se hallaba en el cuerpo de una mujer más bien robusta. El color de piel no era el dorado al que estaba acostumbrada, era más bien un poco más oscuro. Y no era tan alta, su estatura en realidad rondaba en lo normal y decente.

Confundida, caminó por un sendero rodeado de neblina densa, sintiéndose por completo ajena a ese cuerpo. Miró hacia todos lados, buscando algo o alguien, una salida cuando menos, pero todo estaba desierto. Dio otro paso y el piso bajo ella se volvió como un espejo que absorbió su pie. Intentó retroceder y equilibrarse, solo consiguiendo lo contrario. Cayó de espaldas, siendo rodeada de un líquido extrañó que comenzó a ahogarla. Sacudió los brazos, las piernas y la cabeza. Casi cayendo en la inconsciencia, percibió un remolino que la succionó.

Al abrir los ojos, descubrió que estaba en un lugar extraño. Era como el templo a donde la había llevado Horus, pero este, a diferencia del otro, no tenía la pequeña pirámide en el centro sino un escalón no muy alto rodeado por cuatro columnas. En el suelo estaba extendido una alfombra de tono rojo con estampado en tono beige, sobre este había a su vez un plato de cobre con incienso encendido. Zalika caminó hacia ese lugar y de forma automática se hincó, balbuceando algunas palabras en un idioma desconocido para ella. Una pequeña nube de tono azul se formó y entre esta surgió un ente que ya había visto con anterioridad.

«¿Horus?» Pensó, observando con incredulidad.

—Amada mía —saludó el dios, inclinando la cabeza.

Zalika sintió su rostro deformarse en una mueca de amargura. De forma inconsciente formó con su mano un puño apretado y lanzó un bufido al aire. Acto seguido se inclinó un poco hacia adelante. No entendía lo que ocurría, su cuerpo le era totalmente ajeno.

—Amada mía, qué descaro el tuyo —murmuró con tono molesto—. Lo hiciste a propósito, ¿verdad?

—¿El qué? —respondió, mirándola con curiosidad.

Irritada, Zalika se inclinó otro poco y soltó aire entre los dientes, moviendo la imagen de humo.

—¡El preñarme! —gruñó, sin embargo, se cuidó de mantener la voz baja—. Maldita sea, sabías que era virgen y como sacerdotisa debía mantenerme así toda mi vida. ¡Yo no deseaba esto! —señaló su vientre que comenzaba a tener una ligera curva, producto de su estado—. ¿Sabes lo peligroso que es esto? Lo perderé todo, y si el faraón lo considera, podría hasta terminar... muerta —susurró.

—Amada mía, todo, desde tu concepción, nacimiento, familia y profesión, fue planeado —confesó Horus, mirándola con tal intensidad que a ella un escalofrío le recorrió el cuerpo—. Tú tienes un propósito más allá del título que ostentas, pues en tu vientre no cargas un bastardo de un dios o un simple niño que postergue tu linaje. —Una halo de luz iluminó el lugar en el que reposaba el fruto de su unión. Zalika miró con interés esa parte, cada vez más sorprendida por las palabras de él—. Dime, querida, ¿escuchaste alguna vez hablar de la profecía del Avestruz?

Zalika sí había oído de esa profecía. Desde que supiera de ella, no había dejado de escucharla y de repetírsela mentalmente. Es decir, ella era parte esencial en el proceso. Pero por algún motivo, su cabeza se movió de un lado a otro en un signo de negativa. Al instante, un libro de pasta de piel y con bordes en tono oro apareció ante ella. Horus se inclinó y con sus diminutas manos tocó la superficie rugosa de este.

—En la vida, todos tenemos un propósito. El de nosotros los dioses, es el de darles la vida, enseñarles a vivirla y guiarlos durante esta. Nosotros los protegemos. Pero de vez en cuando, necesitamos de seres mortales para cumplir con misiones que nosotros no podemos y es por eso que algunos elegimos tener hijos. Al ser mitad mortales, pueden hacer uso de su astucia e inteligencia para llevar acabo hazañas impensables y al ser mitad dios logran sobrevivir a todas ellas.

»Kytzia, el destino de este hijo mío va más allá de lo que puedas llegar a imaginar y es por eso que te elegí de entre todos los mortales para darle vida. Su alma es de lo más poderoso y frágil que existe en este universo y es precisamente lo que se requiere para salvar Egyptes. En ti, llevas la llave de la libertad de mi pueblo, y hay seres que saben su valor, por lo cual, correrán mucho peligro desde este preciso momento.

»Eres una mujer fuerte y de mente abierta que sé que entenderá por qué hago esto. Por favor, protégelo por lo que más quieras. No permitas que caiga en las manos equivocadas porque de él depende incluso mi existencia. Confío en ti.

Acto seguido desapareció, dejando una estela de humo que se esparció por el lugar. Zalika sintió la sangre aglomerarse en sus mejillas: Horus era su padre. Pero, eso no tenía ningún sentido. Los sacerdotes, los trillizos, le habían dicho que la hija de Ra era la salvadora, que ella era esta hija. Entonces, ¿existía la posibilidad de que ella no fuera este supuesto avestruz?

Un ruido a su espalda la puso en alerta. Ella se inclino hacia adelante, básicamente recostando su pecho contra la alfombra y con sus manos bajo su estómago, manteniendo el libro oculto entre sus ropajes. Con movimientos discretos, lo guardó en el cinturón de su abdomen, cubriéndolo con las mangas largas de su túnica. Fue entonces que se escucharon pasos, a lo que ella empezó a murmurar rezos, para disimular su sorpresa.

—Niklobas, que alegría encontrarte aquí —saludó un hombre, que se arrodilló a un lado de ella.

Zalika interrumpió el rezo, enderezándose un poco pero manteniendo las manos al frente, ocultando el libro. El hombre le lanzó una sonrisa tensa.

—¿Te encuentras mejor? —preguntó, sorpendiéndola nuevamente.

Su rostro, sin embargo, era una máscara estoica. Fingió una sonrisa y lo miró directamente a los ojos con firmeza.

—¿A qué te refieres?

—Bueno, supe que habías estado padeciendo del estómago. Escuché algo sobre ti teniendo vomito, náuseas y mareos, y también que has estado comiendo muy poco debido a este malestar. Dime, ¿habrá sido algo de la comida o tendrás irritadas las tripas?

Algo en su tono puso en alerta a Zalika. El hombre lucía excitado, como si estuviera conteniendo muchas emociones, y sus gestos eran sobre actuados. Eso era extraño. Él era de sus pocos hombres de confianza, uno de sus más grandes amigos de la infancia. ¿Entonces por qué algo le decía con desesperación que se alejara cuanto antes de él? Decidió seguirle la corriente, esperando desviar su atención y poder marcharse de ahí.

—Pues verás, durante el festival de Ra-Horajti abusé de la comida especiada y de esa fruta extraña que trajeron de las tierras de los Ocelot. La que provocaba un ardor en la lengua —dijo agitando sus manos, intentando recordar el nombre aunque no consiguió hacerlo—. Tanto me agradó su sabor que seguí comiendo esa fruta durante tanto tiempo que terminé irritándome el estómago. Ahora cada cosa que como me provoca ardor.

—¿Has visto a un médico?

—Sí, pero debido a lo poco que conocen de esta fruta, no saben qué puede contrarrestar el efecto. Aunque, ya va desapareciendo el malestar —sonrió.

Acto seguido, se puso de pie y retrocedió, haciendo una reverencia. Caminó en dirección a la puerta, deteniéndose ante la pregunta de él.

—Oye, pero si se supone que sí estás comiendo poco y devolviéndolo casi todo, ¿cómo es posible que luzcas un poco más, mm, rellena, más como... inflada?

Zalika sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Inhaló hondo, mirando al hombre con una sonrisa tensa en su rostro. Rio para aligerar el ambiente y tocó su estómago.

—No eres el primero que me lo dice —murmuró con una sonrisa—. Al parecer, esta fruta, creo que se llama Chiel*, inflama a los que abusan de él. No estoy subiendo de peso, si lo notas, mis mejillas están pálidas y no rojas, lo que quiere decir que solo estoy inflada no gorda.

Dicho esto, se retiró de una vez por todas del lugar con una idea en mente: tenía que salir de ahí cuanto antes.

*****

Zalika fue despertada de golpe cuando alguien la sacudió con fuerza. Su instinto de supervivencia se activó y de inmediato se lanzó al ataque. Adormilada como estaba, se arrojó en dirección de su atacante, tumbándolo en el proceso en el piso. Acto seguido, tomó su brazo y lo dobló lo más que pudo, consiguiendo que el hombre girara para quedar panza abajo en la arena. Se subió en su espalda a la altura de la cintura y tiró más fuerte del brazo, haciéndolo retorcerse por el dolor. Con su otra mano empujó la cabeza de él a la arena, impidiendo que sus gritos pudieran escucharse.

De repente, escuchó la voz de un hombre que le ordenaba que lo soltara. Varios hombres más la rodearon, sacando armas y otro par de diferente vestimenta sacaron lanzas. Zalika le dio un golpe en la nuca al sujeto sometido, consiguiendo que este perdiera el conocimiento. Acto seguido, se puso de pie y elevó ambos brazos para colocarse en guardia, con sus puños fuertemente apretados . Una de sus manos la giró, la subió lentamente para captar con parte de su palma la luz del sol y abriendo el puño, disparó con sus dedos los rayos al rostro de sus enemigos, consiguiendo deslumbrarlos. Varios tropezaron y cayeron al suelo, otros tantos solo se frotaron los ojos entre quejidos. Ella por su parte observó con rapidez su entorno, encontrándose con una fortaleza de altas paredes de piedra amarilla.

Aunque era casi imposible que ella trepara hasta arriba, encontró a un costado una enorme puerta de madera que por la parte de arriba tenía una abertura para dejar pasar el aire. Esta era más fácil de alcanzar, por lo que aprovechó así la distracción para correr hacia el único lugar por el cual era posible que escapara. Preparó así su saltó y consiguió llegar hasta la abertura, quedando colgada del borde. Haciendo uso de su fuerza, se acomodó de modo que dejó medio cuerpo colgando de un lado y medio del otro. Inhaló hondo, dispuesta a terminar con todo cuando una voz hizo que de detuviera en seco.

—¿Señorita Nefertike?

Reconoció la voz al instante y sintió toda la sangre subir por su rostro. Parpadeó un par de veces, aclarando su mente y dejando ir la adrenalina que se había disparado por todo su torrente sanguíneo. Se había equivocado de forma colosal. No era un ataque, no la estaban agrediendo. Recordó que estaba en un viaje de camino al palacio del faraón, en Tebasia, en camino a su boda con el heredero de Egyptes. Gimió por lo bajo. Ya estaba dando de qué hablar.

Terminó de subirse quedando recostada sobre la madera gruesa de la puerta. Vio entonces del otro lado al faraón con dos hombres de túnica roja, otros tres de túnica púrpura y una pareja de hombre y mujer vestidos con ropajes finos.

—Querida, ahora mismo hago que te bajen de ahí —dijo el faraón, haciendo una seña con su cabeza a uno de los hombres.

De inmediato estos comenzaron a hablar y estuvieron a punto de caminar cuando Zalika los interrumpió.

—No es necesario, alteza, ahora mismo bajo.

—Pero...

No tuvo tiempo de hablar. Zalika se arrojó hacia el frente y con una voltereta en el aire, consiguió caer de pie y sin ningún rasguño en el suelo. Se enderezó al instante y caminó en dirección del pequeño grupo que la observaba con sorpresa. Hizo una reverencia tensa y observó a los hombres con una sonrisa.

—Mis señores —saludó con voz neutra.

Los hombres de túnica de inmediato hicieron una reverencia, manteniendo en todo momento la mirada abajo. Zalika decidió ignorarlos y observó al joven de ropaje colorido. Era imposible no notarlo. El porte digno de un príncipe, por supuesto mimado, que sabe que tiene al mundo en su palma; la ropa, cuyo valor podía ser suficiente para alimentar a todo un poblado por meses o hasta un año; la piel perfectamente cuidada de su rostro y manos, de quien jamás ha movido un dedo más que para mangonear a la servidumbre. El joven, quizás unos seis años más grande que ella, sostenía en su brazo la mano de una mujer cuyo rostro estaba cubierto en su totalidad por un velo oscuro, el cual le impedía descubrir sus facciones. Sin embargo, una parte de ella, le advertía que tuviera cuidado, esa mujer podría ser un enemigo a tomar en cuenta.

—Alteza —saludó con una reverencia.

Para su sorpresa, el hombre dio media vuelta y se marchó con paso presuroso, dejando estupefacta a Zalika, que giró y observó al faraón cuyo rostro mostraba cierto grado de furia.

—Mi querida señorita Nefertike, le solicito de su paciencia. Omarion suele ser un joven de grandes pasiones y en ocasiones suele olvidar sus modales, pero no es un mal chico. Le aseguro que no volverá a faltarle al respeto de esta forma.

Zalika asintió, volviendo al gesto serio. No obstante, se volvió a sorprender cuando el faraón tomó su mano y la colocó en el hueco de su codo, revelando cierta intimidad ante los consejeros que ahí aguardaban. El hombre le sonrió y con un ligero empujón, la instó a caminar con él.

—Le aseguro, querida, que solo está un poco molesto. Hace unos meses contrajo nupcias con una... Bueno, con lo que él consideró sería una buena candidata a reina, sin embargo, no le di mi bendición y la muchacha pasó a ser solo una esposa más. Él no tardará en entender que la única que puede ser la reina eres tú. Solo ten paciencia, ya me encargaré de que esa fur... Eh, esa mujerzuela no le meta veneno en la cabeza —dijo con una sonrisita, palmeando con su mano libre la piel blanca de ella.

Seguro, todo era cuestión de tiempo. El rostro del hombre en sus sueños se materializó en su mente y sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. Debía de averiguar de quién se trataba. Algo acerca de ese sujeto y la mujer del rostro cubierto le daban mala espina.

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