Capítulo 13
Algunos meses después...
Un par de muchachos descansaban tirados en la arena luego de la agitada tarde que habían pasado. El sudor cubría por completo sus cuerpos, pero no les molestaba, en cambio los hacía pensar en cada una de las cosas que habían estado haciendo. Con un suspiro, Zalika se enderezó, estirándose y haciendo tronar las articulaciones. Formó una sonrisa perezosa, para luego quejarse al sentir sus labios arder.
—Ay, Jibani, me duelen horrible los labios —se quejó, acomodándose la camiseta.
El muchacho se limitó a observarla con una sonrisa ladeada. Cerró los ojos, relajando cada uno de los músculos, sin embargo seguía manteniendo el gesto contento en el rostro.
—No es mi culpa. Tú te niegas a avanzar si no soy algo agresivo contigo.
—¡Eso no es cierto! —chilló con una voz ligeramente aguda.
Se levantó a toda prisa, indignada. Presionó el centro de la palma de su mano, ocasionando que el traje se rearmara en su cuerpo, cubriéndola de la mirada hambrienta de Jibani. Hizo un intento por aplacar su cabello, pero este estaba tan revuelto que atinó a solo soltarlo. Se agachó por su mochila, encontrándose con la mano del muchacho que impedía la acción. Bufó, irritada, maldiciendo entre dientes lo irritante que era él.
—¿Quieres soltar mi mochila?
—De ninguna forma —dijo con simpleza, dedicándole un guiño que la molestó aún más—. Mejor siéntate aquí conmigo, el atardecer es muy bonito.
—Déjate de juegos, Jibani, debo irme.
—Ven acá. —Tiró de ella, sentándola sobre su regazo—. Pasé una tarde maravillosa, déjame disfrutar de mi novia un momento más...
—Casi siempre estamos juntos.
—Eso no es cierto y lo sabes —le murmuró en el oído, mordiendo su lóbulo—. Nuestras salidas siempre incluyen un par de amigos para que nadie sospeche de lo nuestro. Y las pocas veces que estamos solos debe de ser todo tan apresurado.
—Pues claro, si la mayor parte del tiempo quieres estar haciendo... —se interrumpió, tornándose de un tono rosado cada vez más intenso—. Bueno... ¡eso!
—Sexo, Zalika. Me sorprende que todavía te cueste decirlo.
—Es complicado.
Jibani la miró de forma intensa, obligándola a agachar un poco la cabeza. Él la abrazó y depositó un tierno beso en la coronilla de su cabeza.
—Ay, amor mío. Si ya no quieres que tengamos tanto... —Se detuvo ante la mirada de ella—. Está bien. Si no quieres tantos momentos intensos, solo debes decírmelo. Podemos recorrer el complejo, intentar robar algo de la cafetería o de la oficina de un directivo. Tú solo debes decírmelo.
Ella asintió, limitándose a disfrutar del refugio que le ofrecían sus brazos. Contemplaron el sol descender entre las colinas, en silencio, contando los segundos que les quedaban juntos. Cuando solo quedó una franja de tonos naranjas y rosados, Zalika se levantó y ofreció una mano al chico. Recogieron sus cosas y luego se tomaron de la mano para regresar a la zona de edificios que hacían de dormitorios para los alumnos. Tomaron la ruta más larga, gozando de cada segundo. Al final, cada quien tomó su camino.
Al entrar a la cabaña, Zalika se topó con un aroma delicioso que hizo gruñir a su estomago. Se acercó despacio, sin hacer mucho ruido, a la mesa donde descansaba un plato bien lleno de comida. Paseó la mirada sobre cada alimento. Pescado, ganso, cebolla dulce, huevos de pato, ternera y... Pan con miel. Sin dudarlo un segundo tomó una hogaza, que aún estaba tibia, a la cual le dio un gran mordisco que manchó sus mejillas con la delicia dorada. Gimió cuando el dulce invadió sus papilas gustativas.
—Me alegra que al menos algo de eso te guste —dijo una voz a sus espaldas.
Debido a la sorpresa, arrojó el pan y casi se atraganta con el bocado que aún masticaba. Tragó a toda prisa, intentando aparentar una imagen serena. Lamió la comisura de sus labios, saboreando la miel. El teniente sonrió de forma muy leve, luego se encaminó a la mesa, observando el plato con comida que aún rebosaba. Le dirigió una mirada curiosa, después señaló.
—¿No comes más?
—Pensé que era suyo, señor —murmuró, con la mirada en el piso.
—Entonces, si pensaste que era mío, ¿por qué tomaste la hogaza de pan con miel?
Un intenso rubor se expandió por la piel del rostro de ella. Antjiet observó con maligna satisfacción la reacción de su alumna. Tomó otra pieza de pan, a la que le dio una gran mordida, saboreando la fruta que había en su centro.
—No te preocupes. De cualquier forma, traje para que me acompañaras.
Zalika parpadeó tantas veces que el teniente se sorprendió de la velocidad con que lo hizo, sin embargo no dijo nada y continuó con lo suyo. Ella le miró después, estupefacta.
—¿Piensa compartir su cena conmigo?
—Sí. Resulta que me enteré que no acudiste a comer con tus demás compañeros a la cafetería. —Zalika se sonrojó al recordar la razón—. Entonces como yo no había consumido nada, pensé que no tendrías problema en acompañarme. Así que sírvete, hay de todo para que satisfagas tu apetito.
Decir que estaba agradecida era poco. La satisfacción era tal que le dedicó una sonrisa al teniente, seguida de un abrazo rápido y un escueto "gracias". Para no incomodar al hombre, decidió ir a buscar un par de platos, dándole así tiempo para calmarse. Tomó entonces un poco de todo, sintiendo sus entrañas contraerse ante el maravilloso festín que iban a engullir. Sin embargo, justo cuando tenía un trozo de ternera al frente, el fuerte olor le provocó unas gigantescas nauseas acompañadas de un terrible dolor estomacal. Dejó con brusquedad el plato en la mesa, cubriendo con su otra mano su boca. Vio al teniente morder su ración de carne, captando el momento preciso en que un poco de jugo escurría por el borde de sus labios.
La sensación de malestar se intensificó, haciendo de su estómago un nudo. De repente, todo perdió su sabor, tornándose asqueroso y desagradable. Retrocedió, buscando la mayor distancia posible entre ella y el festín, pero el olor era tan fuerte que una contracción más la obligó a correr a toda prisa al baño, donde sin perder un segundo metió la cabeza a la excusado. Todo fluyó con tal fuerza que la dejó espantada, rodeándose el cuerpo con los brazos en un intento por transmitir algo de calma. Le tomó unos cuantos minutos tranquilizarse. Al conseguirlo, se levantó y se acercó a un espejo para contemplar su reflejo. Estaba mucho más pálida de lo normal, una gran hazaña tomando en cuenta que ella poseía el tono de piel más blanco en todo Egyptes. Se humedeció el rostro con agua fría, restregándose después con un toalla y murmuró palabras de aliento.
Al salir halló al teniente serio, mirando en dirección al baño del que acababa de salir. No le dijo nada, solo elevó una ceja a modo de pregunta silenciosa. Zalika negó con la cabeza, poniendo un gesto tranquilo.
—No se preocupe. Seguro que fue porque he estado comiendo demasiadas golosinas y dátiles. Tal vez me sobrecargué y ahora al tener de cerca alimentos normales, mi estómago decidió darme una lección —comentó con tono pesaroso.
Desanimada y aún con cierto dolor, se encaminó a su habitación, dejando al teniente sumido en un extraño silencio. Al llegar solo se dejó caer en el colchón, saboreando la comodidad que la recibía.
—Gracias, señor faraón por tan maravillosa cama —susurró al aire, cerrando los ojos.
El sueño vino pronto, reclamándola para viajar por ese mundo tan fantástico. Mientras tanto, el teniente cenaba sin muchas ganas, con la mirada perdida y los músculos tensos.
*****
Zalika se encerró en un cubículo, arrojándose al piso frente a la taza del baño. Dejó que su estómago vaciara su contenido, llenando sus ojos de lágrimas y a sus pulmones tomar unas pocas bocanadas de aire entre sacudidas. Era el octavo día que tenía la misma reacción violenta hacia el olor de la carne, es específico de ternera, y un poco por los huevos. Había llegado a acostumbrarse a la sensación extraña que traía la ingesta de ciertos alimentos, por lo cual estaba siempre preparada para correr, pero si lo pensaba con detenimiento, era demasiado molesto. Sufría por no poder degustar aquello de lo que tanto disfrutaba, limitándose al pan y pescado, del cual no era una gran fan. Ante su teniente, se había obligado a conservar la calma aunque por dentro se sintiera tan miserable, no quería alterar al hombre, no cuando parecía pendiente de cada pequeño movimiento que hacía.
Se limpió los labios con la manga de su traje y oprimió el botón sobre el excusado para que se llevara todo. Se recargó en la puerta, tratando de normalizar su respiración. Por su mente pasó la idea de ir con la enfermera, pero la desechó con rapidez. Esa mujer era malísima para diagnosticar y la medicaba por todo. Siempre traía consigo a su enorme asistente y la maquina reanimadora que desprendía un horroroso sonido. No, ella podía empeorar su problema en lugar de solucionarlo. La opción de ir al hospital quedaba por completo descartada, pues eso quedaría en su documento, lo cual no le convenía si quería tener un historial limpio.
Decidió que lo mejor era hablarlo con su teniente, tal vez el hombre tuviera algún tipo de conocimientos acerca de la medicina. Con aquel plan en mente, salió del cubículo para lavarse las manos. Tendría que solucionar eso cuanto antes si no quería enfermar por otra cosa, como por desnutrición o anemia debido a los constantes vómitos. Asustada, corrió tanto como sus piernas le permitieron en dirección a la cabaña.
Una chica esperó con paciencia durante varios segundos antes de salir de su escondite. Contempló el cubículo por el que había acabado de salir la muchacha y luego sopesó sus posibilidades. Optó por sacar un pequeño dispositivo y accionarlo. Lo lanzó al enorme espejo que reflejaba casi todo el baño, el cual se cubrió de otra imagen. Un hombre, imponente pero de semblante cansado, apareció ante ella. Hizo una reverencia, luego le dedicó una sonrisa y al final se enderezó. Lo contempló. Como siempre, su rostro estaba carente de emociones. Su mirada era fría, aunque lo bastante fuerte para incomodar. Ella estaba acostumbrada a su manera de ser, por lo que no se asustó cuando se levantó de su asiento para acercarse a la cámara.
—¿Qué sucede? —preguntó con tono duro, dejando ver un poco del desagrado que le provocaba aquella muchacha.
—Creo que tengo información importante para usted.
—¿Y cómo sabes que puede ser importante para mí? ¿Acaso consideras conocerme lo suficiente para afirmarlo?
La chica evitó mostrar el dolor que le causaban sus palabras, no quería que aprovechara su vulnerabilidad. En cambio, lo miró de forma directa y relamió sus labios.
—Se trata de Nefertike, Zalika.
El hombre perdió por un instante el aspecto imperturbable, siendo reemplazado por la sorpresa. No obstante, solo duró una fracción de segundo pues pronto volvió a ser el mismo. Sus ojos se dulcificaron un poco, después con un leve movimiento le indicó que continuara.
—Bien, dime todo lo que sepas de esa muchacha.
*****
Eran cerca de las seis de la mañana y Zalika ya se sentía agotada. La mala alimentación, el poco sueño, el mal humor que cargaba a lo largo del día tenían a su cordura pendiendo de un hilo muy delgado. Estaba harta, en especial de no poder mantener el ritmo de su vida, como en el entrenamiento. Lo normal era que terminaran a las seis treinta, hora en que el teniente partía para arreglarse e ir a donde los demás tutores, pero en esta ocasión, unos minutos antes de lo acordado, ya se encontraba tirando la toalla.
Decir que estaba triste era poco, la vida se le escurría de las manos como la arena, y todo por culpa de su ridícula timidez. Por varios días había intentado hablar con el teniente, sin embargo en cada ocasión había huido con el rabo entre las piernas. Se sentía terrible. Por otro lado, había preferido aislarse. Había argumentado a sus amigos de tener un malestar estomacal y terribles pesadillas, ellos por supuesto le habían creído, pero Jibani no.
Con un suspiro, se levantó de la fría arena y se encaminó hacia la cabaña. Bebió un trago del té que su amiga Hatier le había recomendado, que aunque sabía algo amargo le refrescaba al instante. Ya llevaba unos cuantos minutos sola, divagando en su mente, por lo que no se percató de la partida de su tutor. Cuando entró a la sala, se encontró con una sola luz de una lampara encendida. Confundida, avanzó para apagarla mas una voz seria le cortó la acción.
—¿Qué es lo que te sucede, Zalika?
Aunque su tono había intentado aparentar seriedad, notó un ligero matiz de preocupación. Una punzada de alivio recorrió su cuerpo, el teniente no pensaba regañarla sino escucharla y ayudarla. Bajó la mirada para poder concentrarse.
—La verdad es que no lo sé.
—¿No has pensado en ir a la enfermería?
—¿A la enfermería? ¡Ni loca! La enfermera ha perdido por completo la cordura. Ir solo me pondría en riesgo porque le encanta medicar por todo. No vaya a ser que empeore —dijo con tono cansino, sentándose en un sillón—. Además, esperaba que usted supiera de que se tratara.
—¿Yo?
Ella asintió con la cabeza. De pronto sus mejillas se tornaron de un rojo intenso, por lo que con la mirada gacha continuó hablando.
—Es usted la única persona en todo Maatkarat a la que le tengo absoluta confianza.
De haber estado más atenta, habría vislumbrado el sonrojo que causó al teniente, sin embargo al no ser así, dedujo que su silencio se debía a que estaba molesto o incómodo. Con un suspiro se levantó dispuesta a irse a su habitación a descansar un poco, pero la mano de Antjiet la detuvo, haciéndola sentarse al lado de él.
—Agradezco la confianza que depositas en mí —murmuró conmovido—. Así que espero retribuirla escuchándote. No soy un experto en materia de medicina pero algo sé de ello. Entonces dime, ¿cuáles son tus malestares?
Zalika inhaló tan hondo como sus pulmones le permitieron, buscando en su mente cada mínimo síntoma.
—Pues verá... el primero fue las náuseas, lo descubrí el día que me invitó a sentarme con usted. También estuvo el vómito tan desesperado que vino después de eso. Luego algo de cansancio, somnolencia, mal humor y ayer descubrí que se me hinchan los pies. Mm, ¿qué más? —preguntó tocándose la barbilla con un dedo. Intentó recordar algo más, sin embargo la falta de sueño y la mala alimentación la tenían en su límite—. Creo que ya. Lo que sí, las náuseas y el vómito son algo constante, por lo que no puedo mantener la comida en mi estómago. ¿Tengo un virus estomacal?
Cuando miró al teniente, descubrió que este tenía la mirada perdida y la mandíbula demasiado tensa. Esperó con paciencia a que el hombre hablara pero parecía en otro mundo. Los minutos pasaron, hasta que la irritación tomó lugar y lo empujó de forma leve.
—¿Qué ocurre?
—Dime, Zalika. Jibani y tú son pareja, ¿verdad?
—Sí —contestó dubitativa y nerviosa.
—A pesar de que está prohibido —dijo para sí mismo—. Y de casualidad, ¿ustedes han intimado?
Zalika se tornó roja por completo. Sus labios temblaron al responder.
—Sí, ba... bastante seguido.
—Y como aquí no hay ningún método que impida la concepción...
Zalika no dijo nada. Su mente estaba demasiado aturdida para generar alguna idea coherente. Contempló en silencio el piso.
—...¡Zalika! —llamó el teniente, sacudiendo su brazo—. Dame tu brazo.
En automático, ella le tendió a miembro con los músculos tensos. Reaccionó solo cuando sintió un piquete en la muñeca, en una de las venas. Observó al teniente sostener en alto un pequeño aparato, que pitaba de forma muy leve y parpadeaba con una luz azul. Estuvo así un par de segundos hasta que el foquito se volvió de tono amarillo, entonces el hombre soltó una maldición que erizó el vello de la piel de Zalika.
—¿Oficial?
—¿Sabes dónde está Jibani?
—Eh, supongo que durmiendo en su habitación.
—A medio día quiero que ambos estén en la oficina del teniente Mskoi.
—Pero, ¿por qué?
—Zalika, esto es demasiado grave. Moveré un par de contactos y cobraré unos cuantos favores pero necesito que ambos sean conscientes y estén dispuestos a obedecerme —dijo con tono serio y la miró con fijeza—. Estás embarazada y la única forma de que ambos estén a salvo es casándose de inmediato.
Zalika sintió el piso moverse. La luz se opacó de manera gradual mientras el aire se escapaba de sus pulmones. Embarazada. El miedo la embargó, cubriendo cada miembro con un líquido frío y su pecho de un ardor intenso. Casarse. Era demasiado joven para hacerlo. La imagen de un anillo destelló en su mente, aquel que la volvía la prometida del príncipe. En poco más de un año se convertiría en la esposa de un hombre al que desconocía, entonces si le daban la opción de elegir sin duda decidiría por aquel que al menos la quería.
Respiró hondo una y otra vez, dejando ir con cada exhalación un poco del estrés que le generaba la situación. Observó al teniente, que la contemplaba con compasión en los ojos. Mordió su labio inferior, preparándose para proceder.
—A medio día será, oficial.
*****
Nerviosa y pálida, Zalika paseaba fuera de la puerta del edificio que Jibani compartía con varios de sus compañeros y otros alumnos del EFOSEE. Ella tenía prohibido entrar, entonces la única forma de poder contactar con su novio era mandándole una señal por medio de los nanobots del traje, y como a esa hora entrenar con su sargento... Tomó un trago de la botella que acostumbraba a cargar consigo, pues era lo único que calmaba los malestares que la afligían. Ese té era un milagro.
El ruido de la puerta al abrirse atrajo su atención. Observó a un chico salir con una maleta demasiado grande para él, el cual se detuvo sorprendido al verla enfrente suyo. Le hizo una leve reverencia y le dedicó una sonrisa tímida.
—Señorita Nefertike.
—Hola. Eh, disculpa, ¿conoces a Jibani Ramseikz? Él es de este edificio.
—¡Ah, sí! Ramseikz, el chico que no sabe mantener la boca cerrada. Sí, es mi compañero de habitación.
—¡Perfecto! —dijo aliviada, dedicándole una sonrisa al muchacho—. ¿Crees que podrías hablarle para que baje? Necesito charlar con él.
—No, no puedo hacer eso. Verás, salió está mañana acompañado de unos hombres. Me pidió que te dejara algo. —Revisó en su maleta, sacando una agenda maltratada. Se la entregó, sonriéndose a sí mismo—. Iba camino a buscarte pero me ahorraste el esfuerzo.
—Gracias.
—Sí, me voy, tengo clase.
Aturdida, Zalika rebuscó entre las hojas hasta dar con un papel arrugado en tono amarillo que estaba sobre otro de calidad superior. Leyó tan rápido como pudo, sintiendo el vacío crecer en su interior. El aire se estancó como una bola caliente en su pecho. Sin pensarlo mucho, salió a la carrera. Tenía que apresurarse a llegar, tenía que evitar que partiera, tenía...
A lo lejos vio un grupo grande de personas que se reunían en torno a unos camiones. Iban de todas las edades, tamaños y uniformes, siendo los que más destacaban los de uniforme rojo, que eran los alumnos mejor dotados de la academia. Rápido distinguió a quien buscaba, pues su altura y complexión lo hacían destacar del resto.
—¡Jibani! —gritó tan fuerte como pudo.
Varias cabezas giraron, y a pesar de sentir a la vergüenza apoderarse del tono de su rostro, siguió corriendo. Era imperativo que él supiera la verdad. Tenía que conseguir que se quedara con ella, en Maatkarat o exiliados en el desierto, pero juntos. Su apresurada carrera se cortó de súbito al golpear con algo, que la hizo frenarse en seco y la tiró al piso. Aturdida, se levantó con intensión de seguir, no obstante una barrera invisible le impidió hacer nada.
—¡Jibani! —gritó de nuevo.
En ese momento los oficiales ordenaron a los soldados hacer fila. La desesperación se apoderó de Zalika cuando vio a los hombres subir a los camiones. Golpeó con tanta fuerza como pudo, hasta que una descarga eléctrica la puso de rodillas. Con la visión nublada observó a Jibani montar y desaparecer. Los vehículos partieron de inmediato, dejando una estela de polvo detrás suyo. Otra descarga le recorrió el cuerpo, colocando una nube oscura ante sus ojos. Sus miembros perdieron fuerza a la vez que el cansancio se hacía lugar. Bajó los párpados, solo para reposar un rato.
Cuando abrió los ojos, descubrió que estaba en su habitación. Se enderezó rápido, provocando un mareo que la dejó aturdida. Espero un tiempo prudente para poder seguir su camino, dándose cuenta al mirar la única ventana que había que el ocaso estaba cerca. La puerta se abrió en ese momento, revelando una figura menuda. El ruido del metal al golpear la puso en alerta.
—Qué bueno que despiertas —dijo una voz familiar—. Pensaba que ibas a dormir hasta mañana pero es mejor que no. Debes comer algo, ¿sabes? Más con lo alta que estás —regañó en tono juguetón esa misma voz.
La tensión que se había apoderado de su cuerpo se desvaneció. Era Hatier. Aliviada, dio un chasquido provocando que la lámpara del techo se encendiera e iluminara el techo. La luz le permitió ver el traje rojo de su amiga, lo que provocó que volviera el malestar a ella. Un sollozo escapó de sus labios, llamando la atención de la otra chica.
—¿Zalika? Oh, ¿qué tienes?
—¿Entonces es real?
—¿Qué?
—Esos soldados vestidos de rojo, ¿iban a una misión?
—Eh, sí. Una batalla en al noroeste de Asterike, por el océano de Titalia. Los Ocelotl (1) atacan de nuevo y el faraón pretende evitar que se internen en Egyptes.
—¿Entonces porqué no mandó al cuerpo militar?
—Porque son enemigos "fáciles" aunque algo feroces, entonces esto servirá de práctica. Pero no te preocupes, solo los mejores fueron —dijo como si nada, entregándole una taza.
Zalika asimiló la información, dándole un trago a la taza cuyo contenido le supo dulzón. De pronto, una idea le atravesó la mente.
—Espera, si solo van los mejores, ¿por qué no fui yo? —cuestionó, torciendo la boca—. ¿No se supone que por ser la campeona de la Batalla de los Cabos ya tendría el pase en automático?
—Eh, sí, pero tu tutor tiene al final la última palabra.
El sonido de una puerta al abrirse las hizo callar a ambas. Muy silencioso se asomó el teniente que se relajó al verlas a ambas, a ella en especial despierta y con el té en su mano. Entró a la habitación, agradeciendo con un asentimiento de cabeza a Hatier, que se levantó dispuesta a marcharse. Con una reverencia, salió del lugar, dejándolos solos.
El teniente esperó hasta escuchar la puerta cerrarse. Miró detenidamente a su alumna, que lucía más cansada y decaída que nunca. No habló, temía solo empeorar las cosas. En cambio, solo se quedó ahí, pendiente de ella y dispuesto a escucharla. Cosa que al parecer surtió efecto, pues dijo:
—¿Sabía usted de la misión a Asterike?
—¿Asterike? Ah, creo que es la de Alejandrión —comentó para sí—. Sí, me propusieron ir pero era contra los Ocelotl, son unos guerreros muy odiosos aunque sencillos de tratar... ¿Cómo te enteraste de ellos?
—Hatier.
—¡Ah! Bueno, no consideré necesario que fueras. Con las fuerzas básicas pueden tener la victoria.
—Pero Jibani se fue. Por órdenes del faraón. —Gimió, sintiendo unas terribles náuseas y dolor en el vientre—. Entonces, ¿por qué no me envió a mí? —jadeó, sintiendo punzadas fuertes.
Una gota de sudor frío recorrió su columna vertebral. De repente, todo se sentía tan extraño. Su vientre ardía, muchísimo más de lo que consideraba común durante su regla, se sentía muy húmeda, incómoda por completo con su cuerpo. Otra punzada fuerte la hizo doblarse hacia adelante, rodeando su abdomen con sus brazos. ¿Qué era lo que le estaba pasando?
El teniente retrocedió un poco al verla palidecer, su piel blanca se veía gris, cenicienta. Lo peor vino cuando ella intentó levantarse y terminó cayendo al piso. Cuando Antjiet se acercó para ayudarla a enderezarse, contempló una gran mancha carmesí entre las sábanas de seda blanca.
—Zalika...
—¿U... U... Una embarazada puede tener la regla? —preguntó ella, con los ojos acuosos y los labios temblando.
—No se supone que la tenga.
—¿Entonces porqué sangro? —susurró con la voz rota.
—Yo, eh, no lo sé —dijo con tono suave.
Antjiet se agachó hasta estar a su altura y le tomó de una mano. Ella se levantó con las piernas temblando, aferrándose a él. En silencio, se dejó cargar por su tutor, que en todo momento se mantuvo impasible. Solo se limitó a caminar con ella, en dirección a su propia habitación en donde la recostó con suma delicadeza. Le llevó ropa limpia y partió hacia la enfermería, rezando que todo fuera un malentendido y no lo que él pensaba.
*****
Ah, creo que me estoy excediendo con el drama 😂 pero pues me parece que es necesario que Zalika tenga momentos amargos o no madurará nunca su carácter.
Para los que crean que es todo,pues no. A partir de acá se vendrá con todo. Los capítulos serán más largos para su deleite, empezarán a conocer a mejor a algunos personajes y me amarán u odiarán.
Por cierto, lamento la tardanza pero mi vida ha tenido varios altibajos y hay que adaptarse a los cambios, por muy feos y alegres que sean. Sin embargo, no duden de que el solecito avanzará.
Por cierto, ¿han visto la nueva portada? Es una chulada hecha por samt210300. ¡Muchas gracias!
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