Capítulo 12

Jibani se mostraba orgulloso, vistiendo atuendo simple, que consistía en una falda de tela blanca atada a la cintura, que llegaba poco abajo de sus rodillas, y un cinturon de cuero trenzado encima, un par de pulseras doradas en cada brazo -que hacían resaltar los músculos de sus brazos- y unas sandalias altas tipo gladiador en color dorado. Sobre su cabeza llevaba una corona dorada de espigas de trigo, que resaltaban en su cabello castaño. Zalika no pudo reprimir un suspiro de emoción al verlo de aquella manera. Sí, conocía chicos muy apuestos, pero la simpatía natural de Jibani hacía resaltar sus bellos rasgos. De pronto, su frente se arrugó de disgusto. ¡Era su amigo! Sin duda algo extraño le pasaba ese día.

Cuando Jibani la miró a ella, se tomó más tiempo del necesario para satisfacer la simple e inocente curiosidad. Sus ojos recorrieron con mucho interés cada parte del cuerpo de ella, musculoso y esbelto, que iba ataviado de forma bastante provocativa. De alguna forma, su piel blanca le añadía más atractivo a la vestimenta. Lo exótico de su cabello claro y los ojos de azul pálido enmarcados por un maquillaje oscuro, la hacían parecer irreal. ¿Cuándo aquella chiquilla escuálida y miedosa se había convertido en una joven llena de vitalidad y de belleza? Sin duda, los años le habían hecho bien a la muchacha. Estaba dispuesto a lanzar algunos halagos a la chica, cuando un destello brillante le obligó a cubrirse los ojos.

De pronto, el piso comenzó a temblar. El público dio gritos cada vez más fuertes, excitados por el evento principal del día. La piedra café oscura sobre la que se hallaban, inició un lento ascenso, revelando el nuevo escenario. Eran decenas de escalones de piedra amarillenta, de enormes proporciones que se amontonaban para formar un hueco en medio. Visto desde los asientos de más arriba del estadio, se podía vislumbrar la forma de una pirámide invertida. Y es que nada más magnífico podía usarse para la final de tan esperada festividad.

—¡Afortunados los ojos que pueden apreciar este espectáculo! —dijo el faraón, cuya imagen holográfica se proyectó a unos pocos pasos de donde ellos estaban.

El público gritó de nuevo, de una forma tan estruendosa que el piso tembló, agitando a los competidores que se miraron confusos.

—Señorita Zalika, joven Jibani, es un honor para mi presentar este último enfrentamiento de la Batalla de los cabos. Como sabrán, las reglas van cambiando de acuerdo a cada fase y esta no es la excepción. Todo será diferente, de modo que solo el mejor podrá hacerse con la victoria. Para empezar, la vestimenta que usan. Debido a que en campo de batalla no se puede luchar ni con vestimentas o armamentos especiales, gracias a los acuerdos de Kalian, quiénes regulan la actividad bélica, ustedes tendrán que enfrentarse siguiendo ese principio —dijo con sequedad. Su rostro mostró un gesto arrogante y luego sus manos se movieron en el aire como restando importancia al asunto.

»Las armas serán las mismas y estarán en la parte superior de la arena, que son señaladas por unas flechas en el piso sobre el que están ustedes de pie.

Zalika y Jibani miraron hacia abajo, percatándose de que cada quien tiene una flecha al lado suyo y que señalaban distintas direcciones. Al mirar hacia arriba, vieron una luz azul neón indicar la posición de la pared que guarda las armas a usar por ellos.

»Sin embargo, el ganador ya no se definirá por aquel que desactive los nanobots de los trajes del contrario, sino que ahora vencerá quien logre noquear a su contricante de forma limpia, como se haría al luchar contra un enemigo en campo de batalla. Pero, para no hacer tan largo todo esto, tendrán un límite de veinte minutos, los cuales serán mediados por sus pulseras, las que les colocaron antes de entrar aquí, y que podrán consultar tanto como quieran para saber su tiempo.

»Una última cosa. Con cada minuto y medio que pasen, se caerán tres escalones de forma aleatoria. Es decir, que si caen por el hueco que este deja, estarán descalificados automáticamente. También cada dos minutos, el piso sobre el que están irá subiendo. Al concluir los veinte minutos, llegará a topar con esa frontera que los separa del público. Si golpean la pared electromagnética, están fuera. ¿Alguna duda? ¿No? ¡Perfecto! Siendo así, declaro que inicia la final del torneo. ¡Que gane el más digno de portar el título!

Los siguientes segundos son algo que Zalika nunca podrá olvidar. Vio el rostro de su amigo ensombrecerse por el espíritu de la competitividad. Supo a partir de entonces que eso sería una lucha en la que se dejaría todo en la arena y no habría lugar para sentimentalismos. Así que se obligó a tomar su corazón y encerrarlo en un cofre reforzado, de modo que cuando llegara el momento, no tuviera remordimientos ni nada que la alejara de la victoria. Era todo o nada, y a decir verdad, preferiría ser recordada como campeona que como la última perdedora.

Ella se colocó mirando en la dirección que marcaba su flecha, dándole la espalda a Jibani. Visualizó el punto donde se hallaban las armas, calculando la distancia en metros. Por inercia, presionó el centro de la palma de su mano, pero en lugar de sentir el ligero movimiento de los nanobots al activarse, se quedó con el pinchazo de la verguenza al caer en cuenta de que no vestía su traje de batalla. Todo dependería de ella misma, de sus habilidades y su destreza. Así que cuando sonó la señal que iniciaba todo, su corazón se desbocó. Inhaló hondo. Iba a dar un paso cuando de repente se encontró de cara contra el piso. Giró un poco para ver a Jibani tomar la delantera, subiendo con rapidez los enormes escalones. 

«¡Malnacido tramposo!» gruñó en su interior.

Se levantó a toda velocidad, y sin molestarse en revisar su atuendo, subió. Pese a que no contaba con el traje, tenía la suficiente fuerza en sus piernas y brazos para poder tomar impulso y escalar sin tanta dificultad. Aunque no sin hacer un esfuerzo. Comprendió pronto que gastar todas sus energías no le acarrearía nada bueno después. Por lo tanto, aminoró la marcha, tomando como prioridad mantener el aire en sus pulmones para no cansarse y poder tener ventaja al momento de la lucha cuerpo a cuerpo. Sonó un timbre gracioso, de tono agudo, que precedió al temblor del piso. La piedra café que estaba en el centro comenzó un lento ascenso hasta terminar un escalón y medio más arriba.

Zalika dio un salto para poder llegar a uno de los escalones sobre ella, que era de los más altos -puesto que ninguno era del mismo tamaño- y casi se va de boca dentro de este. Recordó entonces la advertencia acerca de que cada tanto desaparecía uno, por lo que, después de recobrar el equilibrio y bajar, se movió un par de pasos a su costado para evitar una caida. Se escuchó una trompeta, que anunció que Jibani ya había alcanzado la cima, por el reojo vio en la pantalla a su derecha que a él le costaba mantener la respiración. Se felicitó por haber acertado en ese punto. 

No tardó mucho en llegar ella hasta su propia pared de armas. Había una gran vriedad de ellas, era verdad, pero todas eran de contacto, ninguna de fuego. Su mano bailó sobre ellas, sintiendo las texturas de las hojas, el poco filo que les habían dejado y los materiales con que habían realizado los mangos de las dagas, hasta que se topó con un enorme bastón de color dorado, con la figura de un ojo azul, del mismo que había visto en el templo de niña, con una pluma un poco más oscura en la parte superior, y un diseño que seguía, de una forma bastante extraña, con el de su propio vestuario, que se asimilaba al plumaje de alguna ave exótica. Era como si fuera el complemento de su traje. Seducida por esta idea, lo tomó.

«Veamos qué tanto se puede hacer con un báculo» pensó. 

El arma brilló en sus manos, a la vez que un sol diminuto se formaba encima de la zona donde tocaba su palma el metal. Asombrada, sonrió. Poco le duró la sonrisa. Giró veloz y se lanzó en una pirueta para evitar el golpe que dio Jibani con su espada. Esta provocó una fisura en la piedra al golpearla, quedándose clavada. El muchacho maldijo entre dientes y tiró de ella tan fuerte como pudo, sin embargo estaba estancada. Zalika aprovechó esto, asestándole un golpe en la pantorrilla a su contrincante, haciéndole aullar de dolor. Ella parpadeó sorprendida, hasta donde entendía, eso no debía lastimar a nadie.

—Olvidé decirles una cosa —dijo el faraón, cuya imagen reapareció en el centro de la arena—. Los golpes no hieren a nadie, pero sentirán el dolor que este provoca, de modo que se pueda producir el noqueo. Es decir, no tendrán hematomas aunque sí unos ligeros efectos secundarios por meternos con procesos psicológicos. 

Y tan pronto como la imagen apareció, se fue. Zalika seguía mirando al centro de la arena cuando un fuerte golpe la lanzó volando varios escalones abajo. Sus pulmones quedaron sin aire al impactar contra la dura roca, dejándola inmóvil un par de segundos. El ardor en su pecho le impidió quejarse. Le tomó unos segundos reponerse, y se levantó más por obligación que por tener las ganas de hacerlo, ya que no quería conceder la derrota tan rápido. Notó entonces sus manos vacías, el báculo había desaparecido. Al girar, observó a Jibani descender algunos escalones con una leve cojera, producto del golpe que ella le había propiciado. Sin dudarlo ni un solo segundo, se lanzó a la carrera, dando unos cuantos saltos un tanto riesgosos, para igualar a su contrincante.

—¡Ajá! —gritó Jibani, festejando.

Mas la felicidad no duró mucho. Zalika se arrojó sobre él, aprovechando la gravedad para taclearlo. El muchacho cayó de espaldas, con ella encima suyo. Un puñetazo le hizo girar el rostro y otro le abrió el labio. Estaba desorientado por completo, solo sintiendo el peso del cálido cuerpo encima suyo. Fastidiado por el asalto, usó su peso para girar y dejar a la chica debajo suyo, quejándose  de su inesperado movimiento. Cuando observó la blanca piel un tanto sonrosada por el sol, sintió un fuerte deseo de hundir su nariz en su cuello y darle unos cuántos lametones a la piel marmórea. Sin poderlo evitar, cedió a sus instintos, acariciándola. Detectó la tensión apoderarse de ella, así que para aliviar un poco el ambiente, soltó una risita sobre su cuello y la liberó. 

Zalika aprovechó esto y rodó po el piso, hasta que quedó tan cerca del báculo que tomó con tanta fuerza que sus nudillos se quedaron blancos. Trató de ignorar el cosquilleo en su estomago y vientre al sentir el aliento cálido del muchacho, que junto con aquel arrebatador beso que le dieron momentos antes, tenía sus hormonas al límite.

«Maldita adolescencia» se quejó en su mente.

Por supuesto, estaba segura que nada de eso debía pasarle si durmiera lo suficiente y estuviera en mayor contacto con chicos. ¡Solo la distraía! Sacudió la cabeza en un intento por aclarar sus ideas y pensó en una forma de poder vencer rápido a su oponente. Miró sobre su cabeza, notando que la barreara electromagnética estaba a unos cuantos metros de ellos, puesto que el suelo ya había subido casi la mitad. Como último recurso, usaría la altura de él en su contra. Vio entonces que Jibani hacía el esfuerzo por escalar de nuevo hacia la pared de armas. Enfurruñada, presionó el sol de su báculo, lo que hizo que se dividiera en dos partes. Sorprendida, contempló la posibilidad de arrojar una parte e impedir con ello que el otro siguiera subiendo.

Sin detenerse a pensar mucho los "pros" o los "contras" de la situación, giró la parte de abajo, dejando la hoja que tenía escondida al descubierto, y usando toda su fuerza, la lanzó hacia su contrincante. Esta golpeó el centro de la espalda, justo en la columna, haciendo que el muchacho perdiera el equilibrio y cayera rodando el par de escalones que ya había conseguido conquistar. Zalika festejó su victoria, solo hacía falta que sonara la trompeta, anunciándola como campeona. Se acercó despacio, tanteando el terreno. Cuando estuvo lo bastante confiada de haberlo noqueado, se arrodilló ante él y bajó la cabeza, haciendo que su cabello cubriera su rostro, ocultando sus gestos del público que esperaba en tensión el resultado. 

Una sonrisa se iba formando en su rostro cuando de la nada la mano de Jibani entró en contacto con su cuello. Una descarga eléctrica la dejó paralizada por completo, cosa que él aprovechó para arrojarse sobre ella. Impotente, esperó que alguien detuviera el torneo y descalificara al muchacho pero eso nunca pasó. En cambio, su oponente levantó un puño. Con la enorme fuerza que él poseía, un solo golpe bastaría para dejarla fuera. Sintió el dolor y la desilusión apoderarse de ella. Eso era todo. Vencida por un tramposo que se beneficiaría de tretas. Al final no ganaría el mejor, sino aquel que no seguía las reglas. Bien, perdería con honor.

Cerró sus ojos, esperando terminar con todo. Sin embargo, sintió en su mano algo frío, que pronto reconoció como una daga. Su brazo se movió como si tuviera vida propia, y la clavó en la espalda de Jibani, justo a la altura del pulmón. Él le guiñó un ojo, dejándose caer a un lado con un gesto de dolor. El público rompió en aplausos mientras se escuchaba a la voz de la dama computarizada decir:

—Y la ganadora de este torneo es Nefertike, Zalika.

*****

En un salón enorme y bien decorado, Zalika fue coronada como campeona. El mismo faraón hizo los honores, felicitándola con tanto orgullo como haría un padre hacia su hija. Ella sonrió satisfecha y agradeció a todos cuanto pudo ver. Después fue guiada al centro de la habitación, donde se vio rodeada por todos los oficiales que hacían de tutores en el complejo. Supo que era momento de elegir a su nuevo mentor.

—Como sabes, uno de los premios consistía en poder elegir un nuevo tutor. Aquí se hallan todos y cada uno de los que enseñan en EFOSEE en Maatkarat. Es momento de que tomes tu decisión.

Zalika respiró profundo y asintió. Era hora de corregir todo. Miró más allá de los hombres enfilados delante suyo. El teniente Atyen estaba parado detrás de ellos, lanzándole una mirada cargada de todo tipo de emociones. Con un nudo en la garganta, ella dio un paso al frente.

—De acuerdo al acuerdo de la Batalla de los cabos, el campeón puede elegir entre cualquiera que sea o halla sido tutor en Maatkarat, sin importar si ejerce o no. Es mi decisión que el teniente Antjiet Sethiron Atyen sea mi mentor de nuevo. Claro, que es solo si él desea serlo. De no ser así, prometo renunciar a mi entrenamiento en EFOSEE —pronunció con voz neutra.

Por dentro temblaba ante la posibilidad de ser rechazada. Sabía que no se merecía un honor tan grande, no luego de haberlo defraudado, y con todo el dolor del mundo renunciaría a la milicia sin importar el deshonor que esto acarrearía a su familia. Todo el mundo se mantuvo en silencio, poniéndola más nerviosa de lo que ya estaba. Esperó y esperó pero el teniente no dijo nada en su favor ni en su contra. Tomando esto como una negativa, Zalika retiró de su cabeza la tiara, colocándola sobre la mano del asistente del faraón que estaba muy cerca suyo. Con una sonrisa triste, inclinó la cabeza en una despedida hacia los ahí presentes. 

Dio un par de pasos, sintiendo un gran peso posarse en sus hombros. Pero mantuvo la cabeza en alto y siguió su marcha. Una promesa debía cumplirse, sin importar ningún motivo ni las consecuencias. Que se supiera que era una chica de palabra. Su mano ya tocaba el picaporte cuando la voz potente del teniente se escuchó.

—Yo, Antjiet Sethiron Atyen, acepto el honor de tomarte por estudiante... de nuevo —añadió con voz divertida.

Solo eso bastó para quitarle toda la tensión. Zalika sonrió de forma tan deslumbrante que todo el mundo estalló en aplausos. Se sonrojó sin poderlo evitar y con una risita nerviosa se acercó al teniente. En lugar de hacer una reverencia o darle un apretón de manos, como indicaba el código, ella los tomó a todos con la guardia baja al darle un fuerte abrazo al teniente.

—Muchas gracias por esta nueva oportunidad —murmuró en el cuello de su oficial.

Sabiendo lo atrevida que lucía, soltó al teniente y dio un paso atras. Con la cabeza gacha se encaminó a la salida, sintiéndose feliz de nuevo.

Una vez afuera, el viento fresco de mayo le recibió. Cerró sus ojos, elevó el rostro al cielo y agradeció en silencio por su buena suerte. Una ráfaga levantó un poco de tierra, obligándole a girar la cara para evitar que esta se meteriera en su boca. Con los párpados entonrnados, miró hacia el frente  y halló una enorme figura que se perdía entre la oscuridad que propiciaba uno de los gigantescos edificios de salones de clases.

Guiándose por el sentido de la aventura, se encaminó a seguir al extraño o espectro que se hallaba ahí. Aunque tuvo la prudencia de pegarse lo más que pudo a la pared, de modo que la oscuridad le brindara un camuflaje. Cuando estuvo lo bastante cerca, distinguió el perfil de alguien a quien ella conocía.

—¿Jibani? —preguntó en voz baja.

El aludido giró un poco la cabeza. Se limitó a inclinar la cabeza y luego regresó a su posición inicial. Zalika arrugó el gesto. Si alguien tenía derecho a estar molesto, era ella. Así que dispuesta a limar asperezas, se colocó a su lado.

—¿Qué haces aquí tan solo?

—Pienso.

—¿Tú piensas? —bromeó, dándole un codazo suave en el costado.

—A veces suelo hacerlo —respondió él con una sonrisa ladeada.

Se hizo el silencio que para Zalika se tornó incómodo. Se acomodó de perfil, mirando a su amigo con rostro serio.

—Jibani, respecto a lo del torneo...

—No.

—Pero, es que yo...

—No, Zalika.

—¡Jibani! —chilló—. Solo escúchame.

—¡Maldición, Zalika! Cállate. —Una de las manos de él se posó sobre los labios de ella, silenciándola—. No te disculpes cuando el imbécil fui yo.

Jibani la miró a los ojos, que imploraban perdón en silencio. Zalika asintió, pues no podía decir ni pio. La cabeza de él bajó hasta colocar la frente contra la de ella, que tembló por el contraste de temperaturas.

—Fui un imbécil, lo admito. Cuando supe que la final sería entre nosotros, sentí algo muy parecido al pánico. Sabía lo buena que eras, aún sin usar el traje porque te he visto entrenar. ¡Tan solo con saber que habías matado una leona salvaje con solo doce años! —añadió, mirándola con admiración. Ella se sonrojó—. La avaricia pudo más conmigo y usé métodos poco honrosos para superarte.

»Y me di cuenta hasta después de darte la descarga con el paralizante. La forma en que me miraste, la decepción y el dolor, fueron suficientes para devolverme la razón y corregí lo que había hecho. Yo quería tanto ser campeón, pero desear algo no te hace merecedor. En cambio, el constante esfuerzo sí.

»Aquí, frente tuyo, te ruego tu perdón. Es más, me postro de rodillas porque es lo que mereces.

Y en efecto, la soltó y se puso a sus pies, con una rodilla tocando la tierra y otra flexionada. Después abrazó las piernas de ella, enterrando el rostro en ellas.
Zalika sintió las lágrimas deslizarse por sus mejillas. Estaba tan conmovida que no pudo evitar llorar. Asintió varias veces con la cabeza y luego con voz entrecortada dijo:

—Sí, Jibani. Te perdono, pero por favor levántate y dame mejor un abrazo.

El chico no lo pensó dos veces e hizo lo que ella le dijo. Se tomó la libertad de acariciar si cabeza, tocando el lacio cabello de ella. Cuando Zalika levantó un poco el rostro, vio el cariño en los ojos de él. Su corazón aceleró la marcha, sonando hasta en sus oídos.

—Zalika, ¿puedo darte tu regalo de cumpleaños?

—Sí.

Las manos asperas del muchacho tomaron su rostro e inclinándolo un poco, bajó sus labios hasta unirlos en un suave roce con los de ella. Los movimientos fueron lentos, delicados. Cuando la lengua se coló dentro de su boca, Zalika juró ver las estrellas. Se aferró a él por sua hombros, dando un suspiro de satisfacción.

Pero él se separó, a lo que ella protestó con un quejido. Abrió los ojos, encontrándose con la mirada divertida de él.

—Dime, Zalika, ¿serías mi novia?

—Solo si me vas a seguir dando tantos besos tan buenos como este —murmuró con la mente nublada.

Jibani soltó una risita, luego rodeó la cintura de ella, pegándola más a él.

—Tendrás todos los que quieras.

Y para demostrar la verdad en sus palabras, la besó de nuevo.

Ambos estaban tan ensimismados que no notaron al hombre parado unos metros al ladode donde estaban. Este se limitó a volver sobre sus pasos, dejando al par en sus asuntos.

*****

Hasta aquí llegamos. Nos leemos la próxima semana ;)

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