31. El traidor.

"Todo salió a pedir de boca. Fue tan sencillo que aún me pregunto cómo dio resultado.
Black Blade había tomado el arma que yo le entregué y pasando su brazo alrededor de mi cuello, me apuntó con ella.
—Abra la puerta —me dijo con una voz fría e impersonal y yo me pregunté si interpretaba su papel, tal y como habíamos convenido o era esa su verdadera naturaleza.
Una vez fuera de mi camarote, salimos al castillo de proa donde todos nos vieron. El revuelo fue generalizado. Vi como varios de mis hombres nos apuntaban con sus mosquetes. Las mechas humeantes y los rostros serios.
—Bajad las armas o acabo con él —dijo el capitán Abbot con verdadera sangre fría, escudándose tras de mí —. Aparejad uno de esos botes.
Ninguno de mis hombres se movió, por lo que tuve que intervenir.
—Haced lo que os dice.
El capitán Morroviejo observaba la escena con mirada crítica. Estaba seguro de que sospechaba lo que ocurría, pero decidió apoyarme.
—Rápido, arriad ese bote y bajad las armas, por amor de Dios. Vuestro comandante está en peligro.
Los hombres se pusieron en acción obedeciendo las indicaciones de su capitán.
En unos minutos uno de los botes flotaba sobre las aguas turquesas.
—No intentéis nada o vuestro comandante morirá —dijo Black Blade —. Dejadme marchar y no tratéis de seguirme. Os aseguro que vuestro jefe no correrá ningún peligro. Cuando me encuentre a salvo le liberaré.
Montamos en el bote que se mecía plácidamente sobre las aguas y tomé los remos, mientras Black Blade seguía apuntándome con el arma. Poco a poco fuimos alejándonos de la nao que fue empequeñeciendo en la lejanía.
—Parece que dio resultado —dijo Abbot, mientras guardaba el arma en su fajín.
—Sí —dije. Aunque no las tenía todas conmigo —. Creo que sospecharon de mí. No puedo volver con ellos.
—Eso me pareció a mí también. Hubo un momento en que creí que abrirían fuego. ¿Qué pensáis hacer ahora?
—No lo sé —dije.
—Venid conmigo. Yo puedo ayudaros.
Acepté la sugerencia y así fue como me convertí en un prófugo de la justicia. Días más tarde escuché que las autoridades me buscaban por traidor a mi patria y confabulación con el enemigo. Mi regreso a España era prácticamente imposible ahora que mi cuello peligraba.
Nunca había llegado a pensar muy en serio en lo que suponía que me reconocieran como aquel que había ayudado a escapar de su cita con la horca a un vil pirata. Margarita seguiría esperando mi regreso, pero eso no sucedería, no durante algún tiempo. Tampoco había pensado en mi futuro suegro, el coronel don Álvaro Fonseca, en lo que podría llegar a pensar de mí y en el brillante futuro que se suponía me esperaba y que ahora se esfumaba como la niebla a mediodía.
James Abbot me ayudó en todo lo que pudo, agradecido por haberle ayudado a escapar de una muerte segura. Él fue quien me enseñó a convertirme en un pirata, quien me condujo hasta está isla, Tortuga y quien puso a mí disposición todos sus numerosos contactos. Aquí hice buenos amigos entre los camaradas que, como yo, huían de la justicia de España. Fue unos años más tarde cuando escuché una noticia que me hizo echarme a reír. Hablaban sobre mí muerte en un enfrentamiento contra la armada española.
Era mi oportunidad. Regresé a España, con el nombre que ahora conocéis Dick Barrels. Una nueva identidad para un hombre nuevo. Pero en España me esperaban dos trágicas noticias que rompieron mi corazón. Una fue la muerte de Margarita y la otra, la de que ella había tenido un hijo. Así supe que mi presunta muerte había llegado a oídos de ella a través de un viejo amigo mío, Jerónimo Robles. También supe de su matrimonio con él y del hijo que habían tenido juntos, tú, Diego. Conocí la historia de tu padre, quien en Cartagena de Indias había tenido tratos con los piratas, en especial con uno de ellos; uno cuyo nombre no os será desconocido: Edward Teach, también llamado Barbanegra. Asistí a su trágico final cuando, tras apresarle, fue ejecutado en la horca y en memoria de aquel que fue mi amigo y de mi único y gran amor, Margarita, decidí hacerme cargo de su hijo."
Diego miró al Viejo Dick como si aun faltase algo por contar.
—Imagino que te estarás preguntando por qué te cuento está historia. ¿No es así? Todavía queda algo que no te he contado, Diego. Algo relacionado contigo y el motivo de haberte mentido durante todos estos años.
—¿En qué me mentiste? —Preguntó el joven.
—Te mentí en quién eres en realidad. Te lo explicaré: A mi regreso a España y después de enterarme de la muerte de tu madre y de mi amigo Jerónimo, me entregaron una carta escrita por Margarita y cuyo destinatario era yo. En esa carta me contaba ciertas cosas que leí con lágrimas en los ojos. En ella me hacía participe de su embarazo meses después de que nosotros partiéramos al nuevo mundo y del nacimiento de su hijo a quien bautizó como Diego. Más tarde, al enterarse de mi muerte y consolada por la única persona que nos conocía a ambos: Jerónimo. Surgió, primero la amistad y luego el cariño al que siguió el matrimonio de ambos. Cuando Margarita se casó con Jerónimo, tú Diego, tenías seis años. Él no era tu padre...
—¿Estás tratando de decirme...? —Diego no acabó la frase.
—Trato de decirte que tu verdadero padre soy yo...
Diego cerró los ojos un instante para poder asimilar la noticia.
—No sé por qué, pero creo que ya lo sabía.
—Te he criado como a un hijo sabiendo que yo era tu verdadero padre, pero sin poder contarte la verdad.
—¿Por qué no lo hiciste?
—Nunca hubiera podido probarlo, porque, entre otras cosas, yo estaba muerto, ¿recuerdas? Aquel joven que marchó a Tierra Firme y que se volvió pirata había muerto y yo no podía resucitarlo. ¿No lo comprendes?
Diego asintió.
—Ahora entiendo muchas de las cosas que me dijiste siendo un muchacho. De tu interés por mis estudios, por mi aprendizaje, por mi vida en general, tal y como hubiera hecho un padre con su propio hijo. ¿Por qué me lo cuentas ahora?
—Temo no vivir lo suficiente para verte rehacer tu vida en compañía de esta joven.
—Lo harás, Viejo Dick.
—Manuel. Mi verdadero nombre es Manuel López de Arinaga. Vosotros debéis saberlo.
Diego abrazó a su padre como tantas veces había hecho, pero esta vez lo hizo sintiéndose de verdad un hijo.

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