Parte II: Encuentro


Grace Grisham disfrutaba del primer baile de la temporada en las salas de reuniones londinenses. Había sido presentada en sociedad el año anterior, con diecisiete años. Por desgracia, no pudo disfrutar mucho del comienzo de su vida social, pues su padre falleció un par de semanas más tarde. Un año después, la esposa aún vestía alepín negro, pero el luto de la hija había terminado. Grace no estaba hecha para las lágrimas y consiguió reponerse y devolver algo de alegría a su madre. Si la belleza, la disposición alegre o la buena familia bastaban para hacer de la señorita Grisham una excelente candidata a esposa, la perspectiva de recibir seis mil libras al año la hacía irresistible. Por su parte, la joven dama tenía poco o nulo interés en contraer matrimonio. Estaba más que satisfecha con la forma en la que su madre estaba manejando la situación familiar y aprendía de ella lo que podía. Sin duda deseaba encontrar un compañero adecuado algún día, pero no serían las prisas o la desesperación lo que la llevase a ello. Sabía que estaba en una situación privilegiada, uno de los pocos momentos en su vida en los que podría elegir cuándo, cómo y con quién. Y si las respuestas a esas preguntas eran: ahora no, de ninguna forma y con nadie, no pasaba nada. Lady Grisham era de otra opinión, y aunque no quería forzarla a nada, no podía evitar animarla a encontrar un marido digno de heredar fortuna, bienes y título de su difunto esposo.

El baile se inauguró con un minueto. La señora Mallen, vieja amiga de la familia, y sus hijas acompañaban a Grace en cada evento. La señora Mallen también ostentaba el infame título de compinche de lady Grisham, y no perdía ni una oportunidad de presentar a jóvenes solteros. Una de sus víctimas le pidió que le reservara las dos primeras piezas y Grace aceptó de buena gana. Era tan buen bailarín como mal conversador y su tema favorito era él mismo. Grace no lo lamentó cuando tuvieron que separarse. Volvió sonriendo a la compañía de sus conocidos para encontrarlos conversando con una cara conocida y añorada.

—¡Oh! ¡Señorita Grisham, es un placer volver a verla! —dijo el señor Campbell con energía y una sonrisa de oreja a oreja.

La señora Mallen frunció el ceño ante la excesiva alegría y familiaridad. Grace estaba tan sorprendida como encantada.

—Señor Campbell, señora Campbell. Qué agradable sorpresa. No sabía que estaban en Londres.

Le explicaron su situación actual sin dejar detalle y Grace se alegró con sinceridad de poder verlos más a menudo. Sin embargo, cuando mencionaron a Jeremy, su sonrisa flaqueó.

Siete años intentó mantener correspondencia con él y siete años fue ignorada.

—Oh, aquí está el muchacho.

Grace se giró y se encontró cara a cara con él. Estaba mucho más alto de lo que recordaba -le sacaba más de dos cabezas- y no carecía de atractivo.

—Jeremy.

Decir su nombre en alto después de tantos años fue como un bálsamo. Las comisuras de sus labios se extendieron tanto que dolía, tenerlo tan próximo y convertido en un caballero no podía sino hacerla feliz.

—Señorita Grisham —saludó, acompañado de una rígida reverencia.

Grace la devolvió, más insegura que antes. Quizá había pasado demasiado tiempo.

—¡Viejos amigos reunidos! —rió el señor Campbell—. La ocasión merece un baile, ¿no crees, querida?

—Si la señorita Grisham no tiene inconveniente —apuntó la señora Campbell con cautela.

—En absoluto.

Grace buscó los ojos de Jeremy, pero este desvió la mirada. Por un momento, estuvo segura de que le negaría ser su compañero, mas el joven reaccionó un instante después:

—Sería un honor —dijo, extendiendo el brazo.

Grace lo aceptó y se dirigieron al centro de la sala, donde el resto de parejas se preparaban para la cuadrilla. Jeremy no parecía tener intención de conversar, así que ella hizo el esfuerzo incial:

—Ha pasado mucho tiempo. —Él asintió—. Me alegra volver a verte.

Tuvieron que pasar varias vueltas para que se dignara a contestarle.

—Supongo que ahora es mi turno de decir lo mismo.

—No si no lo sientes.

Jeremy hizo una pausa y retomó la conversación cuando volvieron a cruzarse.

—La mínima cortesía sería haberme dicho que no querías mantener correspondencia conmigo.

Era una acusación que Grace no comprendía. Jeremy percibió su confusión y rio entre dientes sin entusiasmo.

—Te escribí cada día durante un año. Después de eso con menos frecuencia, pero... jamás dejé de escribirte.

—¿Qué clase de actuación es esta, señorita Grisham? —dijo Jeremy, controlando a duras penas su tono de enfado.

La pieza terminó y las parejas se separaron.

—Ninguna. Siete años esperando noticias y obteniendo silencio. Si es una actuación, debo felicitar al autor de tal tragicomedia.

—Fui yo... fui yo quien te escribió y nunca recibió respuesta.

Pasadas las dudas y la incredulidad, ambos se dieron cuenta de que algo no encajaba en sus historias. Jeremy aún conservaba cada una de sus cartas, pues todas le fueron devueltas y Grace comenzó a sospechar que las suyas no habían sido perdidas ni ignoradas, sino escondidas. Esa misma noche, al volver a su casa de Londres donde se alojaba con su madre, la confrontó y esta no pudo más que admitirle la verdad: ya no tenía las cartas, porque las había quemado. Esto desencadenó una fuerte discusión entre madre e hija y a la vez acercó de nuevo a Jeremy y Grace. Como el joven aún conservaba las suyas, aceptó la petición de entregárselas, y durante días Grace estuvo leyéndolas y releyéndolas. Se veían cada día y rememoraban viejos tiempos y hablaban de los años de separación y lo que había acontecido en ellos. Una relación tan estrecha era, por supuesto, objetivo de los ojos de la alta sociedad, que no era conocida por su compasión ante aquellos venidos del comercio. En cada baile, dos danzas eran siempre reservadas para Jeremy y en cada cena se sentaban al lado. Grace estaba radiante con la compañía del joven Campbell y sus pretendientes no podían hacer más que rechinar los dientes y resignarse. Lady Grisham observaba la situación preocupada hasta que una oportunidad de cambiar las tornas se le presentó en la forma del hijo de un vizconde: Alexander Beaumont hizo acto de presencia en la sociedad londinense.

Una velada, Jeremy se disponía a pedirle un baile a Grace cuando su madre la llamó a su lado.

—Querida, me gustaría presentarte al señor Alexander Beaumont.

A su lado se encontraba un joven de rizos oscuros y mirada de halcón, inferior en altura a Jeremy, pero más fornido.

—Mi hija Grace.

Se intercambiaron los saludos protocolarios y Alexander la invitó a bailar. Era la última pieza de la noche, Sir Roger de Coverley. Grace descubrió que era un buen bailarín, aunque sus maneras fueran algo rígidas demás y jamás se le escapase una risa.

—¿Baila siempre así, señor Beaumont? —preguntó Grace con una sonrisa.

—¿De forma insatisfactoria, se refiere?

—No —se apresuró a aclarar—. Como si estuviera cumpliendo un deber.

—Eso me temo.

Era una persona que comandaba autoridad con su apariencia, forma de hablar y movimientos. Aun así, se le veía algo incómodo en el ambiente festivo y cuanto más conversaba con la señorita Grisham más suavizaba su tono.

—No he podido evitar fijarme en la amistad que el señor Campbell y usted parecen compartir.

Grace arqueó una ceja y cruzó miradas con Jeremy desde el otro extremo del salón. Jeremy estaba observándolos con severidad en una esquina, ignorando la conversación que un caballero intentaba iniciar con él.

—Somos amigos desde la infancia —le informó Grace.

Alexander sonrió como quien sonríe al degustar una comida desagradable en una casa ajena.

—Espero que no le haya dicho nada de mí que pudiera desagradarle. Detestaría causar una mala impresión en usted.

Grace alzó ambas cejas, sorprendida.

—Se alegrará entonces al saber que jamás ha mencionado su nombre en mi presencia.

—Todo un alivio.

—Tendrá que perdonarme, pero no puedo evitar preguntarme cuál es la naturaleza de su relación.

—Los dos hemos estudiado en Westminster. Poca relación tenemos, más allá de eso. —Grace dedujo que había más, pero juzgó prudente no indagar—. Aunque después de conocer alguna de sus amistades, pienso que quizá debería haberme esforzado más en entablar amistad con el señor Campbell.

La inesperada galantería la tomó por sorpresa y subió el color a sus mejillas. Alexander se despidió con una reverencia, sin apartar los ojos de ave rapaz de los suyos y la dejó en la compañía de su madre y las señoritas Mallen.

Tuvo que esperar a un picnic en Hyde Park para poder hablar con Jeremy de nuevo. Mientras paseaba con Georgiana Mallen, Jeremy se les acercó acompañado de un oficial de la milicia. La enamoradiza Georgiana no tardó en rezagarse para coquetear con el oficial y los dos viejos amigos pudieron hablar con cierta privacidad.

—¿Qué opinión te merece el señor Beaumont, mi querida Grace?

Grace lo miró divertida y entrelazó su brazo con el de él.

—Es un caballero respetable, de buena familia y fortuna, a quien no le faltan atractivos. —Jeremy casi gruñó—. Y lo más interesante: parece saber historias de ti que no me has contado.

—Imagino que a estas alturas habrá dejado mi reputación por los suelos.

—No ha salido de su boca ni una palabra que atente contra tu reputación, querido Jeremy.

—Hará algo peor: intentar acaparar tu atención.

—¡Qué descaro!

—Y no creas que será por tus encantos. Disfruta despojándome de las compañías que más aprecio.

—Ni en sueños se me ocurriría pensar que un caballero desearía mi compañía por mis propios méritos. 

Grace bromeaba y Jeremy no pudo evitar reír, aunque su alegría duró poco. Justo cuando paseaban por un camino poco frecuentado cerca del lago, un jinete pasó a su lado deteniendo al caballo para saludarlos.

—Buenos días, señorita Grisham, señor Campbell.

Jeremy lanzó una mirada cargada de significado a la dama.

—Buenos días a usted también, señor Beaumont —dijo Grace.

Jeremy tan solo asintió. El jinete decidió apearse y compartir con ellos a pie el resto del trayecto. Jeremy se sumió en una rabia silenciosa mientras el objeto de sus afectos entablaba conversación con su rival. Grace siempre fue una amazona entusiasta y el hermoso ejemplar tordo del señor Beaumont fue el centro de su atención durante todo el paseo.

Lady Grisham estaba encantada con el señor Beaumont y deseaba en secreto que se propusiera a su hija. El señor Campbell, por su parte, tenía la seguridad de que la mano de la heredera sería para su hijo y en algo no se equivocaba: los dos sentían un gran afecto mutuo. No obstante, aunque Jeremy no podía negarse a sí mismo que estaba enamorado de Grace, tampoco tenía intención de casarse con ella. La perspectiva de ser el nuevo lord de Gosfield Hall y tener que abandonar el negocio familiar lo sacaba de sus casillas; se negaba a convertirse en aquello que detestaba. Así se lo dijo a su padre, aunque este hizo oídos sordos. Grace había notado el desprecio de su amigo por la aristocracia, a veces incluso hacia ella misma, pero confiaba en hacerle cambiar de opinión. Alexander Beaumont era cortés y la amabilidad con la que la trataba parecía sincera, pero había algo en él que no terminaba de descubrir. Era un hombre con secretos, de eso estaba segura, y lo que le había contado Jeremy de su rivalidad le hacía dudar de que su afecto fuera más allá de asegurar un matrimonio conveniente y hundir el dedo en la llaga de su enemigo. No, Grace buscaba casarse por amor y sabía quién le proporcionaría un amor incondicional.

Así pasó el tiempo y el final de la temporada social se acercaba. Lady Grisham empezaba a desesperarse porque la propuesta del señor Beaumont no llegaba, aunque nadie pondría en duda que estaba cortejándola. Esto fue suficiente para espantar al resto de pretendientes, menos, por supuesto, a Jeremy Campbell. Viendo a su hija cada día más enamorada y con el señor Campbell susurrando insistentemente en su oído la buena pareja que harían, no le sorprendió cuando Grace sacó el siguiente tema de conversación:

—Madre, si Jeremy...

Lady Grisham cerró el libro que estaba leyendo, preparándose mentalmente para lo que venía a continuación.

—Querida, siempre he creído que eras una mujer inteligente y precavida. Así que piensa con cuidado lo que vas a decir ahora.

—Madre, bien conozco tu oposición a nuestra relación. Entiendo los motivos y aunque no apruebe lo que has hecho hasta ahora por separarnos, comprendo las razones. Pero ahora es el heredero de una fortuna y un título.

Lady Grisham rió amargamente.

—¡Una fortuna y un título! La mayor parte de esa fortuna viene del comercio y ese título fue comprado, no heredado.

—Mis hijos lo heredarían todo, madre.

—A veces eres tan ingenua, Grace. Vivirías toda tu vida siendo juzgada por tus decisiones, marginada por amigos y conocidos que no aprobarían de semejante matrimonio. ¿Y tus hijos? ¿Crees que se olvida con tanta rapidez de donde procede una fortuna? Tendrán que pasar varias generaciones para que tu familia pueda caminar con la cabeza alta por los salones de Almack's.

—Soy ingenua, pero no débil. Puedo soportar unas cuantas habladurías si significa que elijo mi propia felicidad.

Lady Grisham se llevó las manos a la cara, exasperada.

—Solo quiero lo mejor para ti, hija.

Grace se arrodilló a su lado y le cogió las manos.

—Lo sé. Por eso no voy a arriesgarme a casarme con un hombre que podría abandonarte a tu suerte con una miseria para sobrevivir. Jeremy y yo nos encargaremos de que no te falte de nada, la herencia será para ambas, madre.

Lady Grisham acarició la cara de su hija, agitando la cabeza.

—Eres un ángel, pequeña, pero temo por tu futuro.

Así quedaron las cosas y lady Grisham se resignó a aceptar al muchacho si iba a buscar su bendición. Sin embargo, cuando acabó la temporada y fue hora de que lady Grisham y su hija volvieran a Gosfield, no hubo proposición de matrimonio alguna. Ni por parte de Alexander Beaumont ni por parte de Jeremy Campbell. Un día, Jeremy apareció en la casa londinense de los Grisham y pidió hablar a solas con Grace. Lady Grisham estaba descontenta e indignada, pues el joven no había ido a hablar con ella primero, pero les permitió un momento de intimidad.

—Ven conmigo, Grace —le dijo en voz baja—. Lejos de las presiones de nuestras familias, lejos de todas las imposiciones.

Grace se sonrojó y sonrió.

—¿Es esto... una propuesta...?

—Estoy enamorado de ti. Siempre lo he estado. No voy a pedir tu mano, pero eso no hace mi amor menos digno.

—¿No vas a pedir mi mano?

—Sabes que no quiero ser un lord. Te quiero a ti, no tu título.

Grace comprendió entonces que no iba a pedirle matrimonio. Ni ese día, ni nunca. Para Jeremy eran más importantes sus principios y ella no podía culparlo. Pero tampoco podía seguirlo.

—¿Pretendes que... me fugue contigo?

Jeremy sonrió y cogió sus manos, alzándolas hasta su boca y besándolas.

—Sé que también me amas.

Grace no podía negarlo.

—No puedo abandonar a mi madre. Soy lo único que le queda.

—Estará bien atendida, tendrá todo el dinero de la herencia. Y a ti no te faltará de nada, mi negocio es próspero y viviremos honestamente. —Jeremy brillaba de alegría.

Grace apartó sus manos y le dio la espalda.

—No es cuestión de dinero. Mi fuga la destruiría en todos los sentidos, sería la ruina de su reputación y no quiero ni imaginar la tristeza que...

—Grace —dijo él abrazándola por la espalda—. Debes aprender a pensar más en ti misma.

Eso la enfureció. Se giró y lo apartó con un leve empujón en el pecho, apartándolo de ella.

—Estoy pensando en mí misma. No voy a ser tu amante, Jeremy Campbell. Dijiste que viviremos honestamente. Eso puedo hacerlo mientras sea tu esposa o tu amiga. No puedes pedir más de mí, como yo no puedo exigirte que te cases conmigo.

—¿Entonces qué nos espera? ¿Nada? ¿Resignación? ¿Vivir separados? Me niego. —Cogió varias bocanadas de aire para calmarse—. Grace, llevo años esperando para tenerte. Por favor, te ruego que no me hagas esto.

—No te pido que traiciones tus ideales por mí, Jeremy. No me pidas tú que traicione a mi familia. Me he puesto en guerra con medio Londres solo por ti, seguramente nunca vuelva a mirarme nadie de la misma forma. Lo hice con la esperanza de ser tu esposa. No te atrevas a exigirme que me avergüence más.

—¡Así que a eso se reduce todo! ¡La vergüenza! Te avergüenzas de mí.

—No es así y lo sabes.

Jeremy había alzado la voz. Estaba furioso y temblaba. Grace retrocedió hacia la puerta y la abrió. Jeremy la miró con ojos húmedos.

—Si cambias de opinión...

—Adiós, señorita Grisham —dijo y salió por la puerta que le acababan de abrir.

A la noche siguiente, saliendo de la última velada de la temporada, Jeremy y Grace compartieron carruaje. Apenas se dirigieron palabra en toda la cena. Lady Grisham fue con el señor Beaumont, que ofreció el suyo propio. Al llegar a la residencia de los Grisham, sin embargo, Grace no estaba por ninguna parte, a pesar de haber salido antes. No le dieron mucha importancia al principio y el señor Beaumont ofreció esperar con la madre a que llegase el otro carruaje. Pasaron los minutos hasta convertirse en media hora y no había ni rastro de la heredera. Lady Grisham comenzó a entrar en pánico y el señor Beaumont intercambió unas palabras con el cochero, que partió de inmediato.

—Suponía que ocurriría esto tarde o temprano —dijo el señor Beaumont, más hablando consigo mismo que con la dama—. Milady, mucho me temo que su hija puede estar en peligro ahora mismo.

—¿Qué? ¿A qué se refiere?

—Lamento la confusión, pero no tengo mucho tiempo para explicaciones. Soy el inspector Gerard Thorne. El señor Beaumont es un viejo amigo mío que se ofreció a dejarme usar su identidad mientras investigaba a un sospechoso.

El inspector Thorne le explicó como hacía aproximadamente dos años habían comenzado a desaparecer varias jóvenes en los alrededores de Westminster. Las desapariciones duraban unos meses hasta que se las encontraba muertas, siempre asfixiadas. Uno de sus mayores sospechosos era Jeremy Campbell, aunque nunca encontraron pruebas suficientes. Sin embargo, todas las jóvenes que habían sido secuestradas y luego asesinadas compartían un rasgo: un cierto parecido con Grace Grisham.

—Después de observarlos juntos y de conocer la historia de su separación, mi teoría es que el sospechoso buscaba a la señorita Grisham en cada una de esas mujeres, pero pasado un tiempo comprendía que no eran la auténtica Grace Grisham y se deshacía de ellas.

—Dios mío... ¡Grace! ¡Está con ese sujeto ahora mismo!

—Lo hemos estado vigilando y creemos saber a dónde puede haberla llevado. Ya he enviado refuerzos hacia allí y en busca del carruaje. Ahora, por favor, tiene que intentar calmarse y entrar en casa. Iré en persona a buscar a su hija.

El inspector Thorne no perdió más tiempo y salió en busca de Grace. La vigilancia sobre Campbell había descubierto la compra de una casa en las afueras de Londres. Era pequeña y estaba en mal estado, sin ningún uso a simple vista. Cuando el inspector llegó a la dirección, los refuerzos ya habían rodeado la casa en silencio. El inspector entró en la vivienda de apariencia abandonada seguido por un par de sus hombres mientras el resto esperaba fuera. Apenas había nada: ni muebles, ni decoración, ni víveres. Solo cuatro paredes y una trampilla en el suelo. Abrieron la trampilla y bajaron al sótano. Al momento vieron a Jeremy Campbell apuntándolos con una pistola y en una cama, amordazada y atada, Grace Grisham. El inspector pensó rápido y apuntó con su propia pistola a la muchacha.

—¡NO! —gritó Jeremy, distrayéndose por un segundo, que uno de sus hombres aprovechó para disparar.

Jeremy Campbell recibió el balazo en el estómago y cayó al suelo de rodillas, escupiendo sangre. Aún sin perder la consciencia, intentó tocar a Grace con manos rojas y ella se apartó, horrorizada.

—Todo... todo... lo puedo tener... todo... Grace...    

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