Parte I: Separación
Habían pasado siete años desde la última vez que Grace Grisham y Jeremy Campbell se veían en persona. Cuando se despidieron, sus circunstancias eran muy distintas a las de su reunión. Siete años atrás, los Campbell trabajaban dentro del territorio en el que lord Grisham ejercía su jurisdicción. La señorita Grisham, única hija del barón, había gozado desde su nacimiento de unos padres poco habituados a coartar su libertad, y pusieron pocos reparos a que trabase amistad con el hijo pequeño de los Campbell. La población de Gosfield no contaba con muchos niños durante aquellos años y lord y lady Grisham no querían privar a la pequeña de la compañía que solo un infante podía dar a otro.
Los padres de Jeremy no tenían falsas expectativas. Sabían que su terrateniente solo buscaba un entretenimiento temporal en su hijo y que no se le permitiría el mismo trato una vez que levantase más de un palmo del suelo y comenzara a desarrollar vello facial. Pero la compañía del chiquillo era pagada por el barón y dinero obtenido de forma tan sencilla era una bendición para una familia de seis. Era cierto que acostumbrar al muchacho a pasar el día rodeado de lujos para luego devolverlo a la humildad era un riesgo, y no pocas veces sus padres se preocuparon por convertir a su hijo en alguien demasiado ambicioso para su posición. Sin embargo, sus miedos nunca se cumplieron. Jeremy mantuvo la cabeza en su sitio y nunca se dejó tentar por los lujos de una vida privilegiada, lo que no significaba, por supuesto, que careciera de ambición. Su naturaleza calculadora y prudente se manifestó desde su primer encuentro:
—Adelante, querida, no seas tímida. Saluda a nuestro invitado —animó lady Grisham a su pequeña de seis años.
Grace tenía curiosidad, pero no tanta como para dejar la seguridad de las faldas de su madre. Se escondía tras ellas, cerrando un puñito alrededor de la tela esmeralda. De vez en cuando echaba un vistazo al intruso y en cuanto se le devolvía la mirada volvía a esconder la cabeza.
Jeremy era un año mayor y le divertía la idea de que la señorita de la casa tuviera más miedo de él que él de ella. Tenía experiencia tratando con sus dos hermanas pequeñas, así que tras el quinto intento fallido de lady Grisham, se moría por intervenir y sacar a la pequeña de su timidez. Pese a todo, optó por guardar silencio. Había recibido un sermón tras otro de sus padres explicándole que debía dejar que la señorita Grisham se dirigiera a él primero. Jeremy seguía pensando que sería más fácil para ella si lo veía menos como una estatua y más como un niño con lengua. Al fin, la niña se atrevió a abandonar la protección de su madre y dio un par de pasitos al frente, observándolo con unos enormes ojos castaños que reflejaban curiosidad y cautela. Jeremy, divertido con aquella situación, hizo una reverencia que más pareció una burla que un saludo.
—Grace... —dijo lady Grisham con tono de reprimenda.
La hija respondió en consonancia al saludo del chico. Tras unas presentaciones un tanto incómodas, la señora de la casa los llevó al jardín para que jugaran bajo su supervisión. Ese fue el primer encuentro que tuvieron.
Jeremy tardó apenas una semana en tener a la pequeña comiendo de su mano. Él era paciente y ella fácil de impresionar, siempre pidiéndole historias sobre la vida en la villa o cuentos no recogidos en ningún libro escrito, pero sí pasados de abuelas a nietos. Jeremy sabía que tenía que aprovechar su superioridad momentánea, porque no sería eterna. En cuanto Grace comenzase sus estudios aprendería un millar de cosas que no estaban a su alcance, y el increíble Jeremy Campbell dejaría de parecer tan increíble. Decidido a mantener la admiración de Grace, quiso correr el riesgo y procuró que se le facilitara parte de una educación que no pertenecía a alguien de su condición. No se le ofreció ningún tutor o financiación, pero la insistencia de Grace y la benevolencia de lady Grisham hicieron que el barón se ablandase y permitiese a Jeremy utilizar algunos libros de la biblioteca. Este no desaprovechó la oportunidad y exprimió los conocimientos que encontraba en las páginas como si le fuera la vida en ello. Sus modales también se habían refinado al pasar tanto tiempo con la familia, pero según pasaba el tiempo se hacía obvio que lo único en lo que Grace carecía de superioridad era en edad. Grace tenía una gran variedad de tutores y áreas de aprendizaje: recibía lecciones de francés e italiano, de baile, piano y canto. Aprendió a dibujar con cierta habilidad, aunque nunca fue su fuerte, y mejoraba su costura cada día. Jeremy se consolaba investigando el latín y griego, los clásicos vetados a la joven dama.
En casa de los Campbell reinaba el optimismo. La nueva fuente de ingresos proporcionada por Jeremy había animado a su padre a invertir en un negocio de importaciones marítimas. Su plan no tuvo mucho éxito en un principio y vieron pocos beneficios.
Los veranos llevaron a los inviernos y los niños fueron creciendo. Cuando cumplieron doce y once años respectivamente los señores de Gosfield Hall empezaron a ver un problema en la amistad que se había formado. Grace estaba demasiado apegada al muchacho y él, aunque nunca lo mostraba directamente, sentía el doble de afecto por ella. Ambos se estaban convirtiendo en el primer amor del otro. Era un amor inocente, surgido de la amistad infantil y sin pretensiones. Y mientras que Grace sería presentada a multitud de jóvenes de la alta sociedad y olvidaría a un chiquillo destinado a servirla, ¿se podía decir lo mismo de él? No, Jeremy conocería a granjeras e hijas de párrocos, pero ya no sabría conformarse. O eso pensaban lord Grisham y su esposa. Por eso, se pensó que era un golpe de suerte para ambas familias cuando el negocio del señor Campbell recibió la ayuda de un colega comerciante de tejidos. El auge en las importaciones hizo florecer el negocio de tal manera que el señor Campbell decidió dedicarse por completo a ello y dejar las tierras de los Grisham. Jeremy pidió ser él quien le diera la noticia a Grace. Se encontraban en el jardín de Gosfield Hall, sentados bajo la sombra de un sauce llorón, el árbol favorito de la niña. Habían estado corriendo y ahora descansaban apoyados en el grueso tronco, Grace dejando caer su peso sobre el brazo del muchacho. Jeremy quiso acariciar los rizos marrones esparcidos sobre su hombro, pero se detuvo.
—Me van a enviar a Westminster.
Grace levantó la vista y sonrió.
—¿Qué hay en Westminster?
—Una escuela. Allí aprenderé lo que necesito para ayudar a mi padre con su negocio, entre otras cosas. Me voy en dos días.
—Pero vendrás a jugar por las tardes, ¿verdad?
Jeremy contuvo un suspiro.
—Westminster está lejos, Grace. Es un internado.
La niña se apartó del tronco donde reposaba, con un montón de arruguitas de preocupación poblando su frente.
—¿Un internado? ¿Cuándo volverás?
—No lo sé. En unos años, tal vez.
—Iré contigo.
Jeremy sonrió.
—No permiten la entrada a señoritas.
—Pues ve a uno donde sí la permitan.
—Entonces no me permitirían la entrada a mí.
Grace se enfurruñó, dándole la espalda y cruzando los brazos sobre el pecho.
—¿Vas a estar enfadada conmigo durante nuestros dos últimos días juntos?
—¡Sí! —contestó, agitada y temblando.
Jeremy quiso darle un abrazo para consolarla, pero había sirvientes paseando por los jardines y, probablemente, espiando detrás de las cortinas.
—¿Sabes, Grace? Una niña pequeña creería que no nos volveremos a ver —dijo con astucia. Grace se sorbió la nariz y no contestó—. Sin embargo, una dama hecha y derecha sabría la verdad.
—Yo no soy una niña pequeña —dijo entre dientes con orgullo.
—Claro que no. Por eso estoy seguro de que sabes que, si ambos queremos, es solo cuestión de tiempo que nos volvamos a encontrar.
Grace le cogió de la mano y la apretó.
—¿Es una promesa?
—Es una promesa.
Tal y como se había planeado, dos días después de aquella reunión los Campbell partieron hacia Londres. Jeremy se instaló en Westminster y Grace continuó viviendo en Gosfield Hall. Durante los años siguientes, el niño fue progresando en sus estudios de historia, economía y política. Por fin pudo mejorar sus niveles de latín y griego con un profesor y demostró ser un alumno aplicado que aprendía con sorprendente facilidad. Desde los inicios sus tutores se percataron de su talento para los números y lo animaron a practicar. Se convirtió en un joven serio y trabajador. No destacaba por su sociabilidad y con cada carta enviada a Gosfield Hall que no recibía respuesta se encerraba más en sí mismo. Sabía ser encantador cuando la ocasión lo requería y trabó amistad con aquellos que dedujo le serían de ayuda en negocios futuros. Pocas fueron amistades sinceras y cada vez que pedía su correspondencia y volvía con las manos vacías su resentimiento hacia la aristocracia aumentaba.
Los dos últimos años de su instrucción fueron los más difíciles. A finales del penúltimo, le llegó una misiva informándole de la muerte de su hermano mayor, quien llevaba meses guardando reposo en cama, intentando inútilmente recuperarse de tuberculosis. La noticia marcó un antes y un después en Jeremy y por un tiempo estuvo desquitándose con todos los que encontró a su alrededor. A principios del último año, el primogénito de un vizconde de Kent, de nombre Alexander Beaumont, se instaló en Westminster. Alexander nunca destacó por su brillantez en los estudios, mas era un excelente duelista y jinete. Era un joven callado que expresaba más con el rostro que con la voz. Jeremy lo detestó desde el principio. No soportaba las miradas que le dedicaba, como si pudiera ver en lo más hondo de su alma y lo estuviera juzgando. Fueron pocas las conversaciones que compartieron y su rivalidad creció con rapidez y en silencio. Jeremy siempre tuvo la sensación de que hacía todo lo posible por aislarlo. Cada vez que favorecía a una joven con su atención, el señor Beaumont comenzaba a mostrar un repentino interés en ella. Y como ocurría con las damas, pasaba también con los caballeros. Ese intento de acaparar amistades, sobre todo aquellas que Jeremy preveía de utilidad, lo sacaba de sus casillas.
Cuando cumplió los diecinueve años, el señor Campbell tomó una decisión que Jeremy no pudo aprobar: compró unas tierras en Hertfordshire con un título asociado, lo que convertía a la familia en parte de la baja aristocracia. La posterior noticia de una herencia por parte de un tío suyo lo desagradó más aún si cabe. Si algo había aprendido a odiar eran las viejas fortunas, aquellas obtenidas sin sudor ni esfuerzo. Su padre, sin perder tiempo, había decidido ir a pasar su primera temporada en Londres y con él llevó a su esposa, aunque las hijas se quedaron en el hogar por ser demasiado pequeñas para ser presentadas en sociedad. Jeremy luchaba con las ganas de romper la carta por la mitad mientras la leía. ¿Qué sería del negocio? ¿Iba a abandonar todo por lo que había luchado durante años? Su padre lo invitaba a reunirse con ellos en Londres ahora que había completado su educación. Así que eso es lo que hizo.
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