Capítulo 13: Un vuelvo hacia lo desconocido
Sentada a la orilla del lago, el frío aire matutino acariciaba mi rostro. Las aguas del lago negro eran tranquilas, reflejando el gris del cielo. Sin razón aparente, sentí una atracción hacia el Bosque Prohibido. Era una sensación extraña, una voz en mi interior que me susurraba que debía entrar, explorar, descubrir lo que se ocultaba entre esos árboles antiguos. Dudé al principio, consciente de los peligros que allí acechaban, pero mi curiosidad era más fuerte que el temor. Me levanté y, sin mirar atrás, me interné en el bosque.
El aire se tornó más fresco a medida que avanzaba. Los altos árboles formaban un techo natural, impidiendo que la luz del sol penetrara con fuerza. Estuve caminando durante quince minutos, cautivada por la majestuosidad del lugar. Había algo misterioso en esos viejos troncos y en el silencio interrumpido solo por el crujido de mis pasos sobre las hojas secas. Sin darme cuenta, mi pie quedó atrapado en unas raíces que sobresalían del suelo. Tropecé y caí torpemente.
—¡Auch! —exclamé, frotándome las manos doloridas tras el impacto.
Al levantar la cabeza, un destello gris captó mi atención. Frente a mí, a unos pocos pasos, un hipogrifo me observaba con sus ojos penetrantes. Era una criatura majestuosa, con un plumaje gris perlado salpicado de pequeños puntos negros. Mi corazón latía con fuerza. Sabía que cualquier movimiento en falso podría provocar que se sintiera amenazado.
Recordando las lecciones sobre cómo interactuar con estas criaturas, me incliné lentamente en una reverencia, manteniendo la mirada baja. El silencio se prolongó, y por un momento temí haber cometido un error. Sin embargo, para mi alivio, el hipogrifo respondió con su propia reverencia.
Respiré hondo y, con cuidado, me acerqué a él. Pude sentir la suavidad de sus plumas bajo mis dedos mientras acariciaba su cuello. Con un impulso de valentía, me subí a su lomo. Él emitió un leve sonido, como si me diera la bienvenida, y comenzó a correr para alzar el vuelo.
El viento me azotaba el rostro cuando el hipogrifo se elevó en el aire. La sensación era indescriptible. Desde las alturas, el paisaje de Hogwarts se veía diminuto pero impresionante. Volamos sobre el lago negro, y por un instante, olvidé el miedo. Me sentí libre, como si nada pudiera alcanzarme allí arriba.
Después de unos minutos que se sintieron eternos, el hipogrifo descendió suavemente hasta el punto donde nos habíamos encontrado. Bajé de su lomo y le dirigí una mirada agradecida.
—Parece que te caigo bien —le dije con una sonrisa—. Me gustaría darte un nombre, pero ahora no se me ocurre ninguno. Quizá encuentre un buen nombre en algún libro de la biblioteca o tal vez en el mundo muggle. Pero antes… necesito saber algo. ¿Eres macho?
El hipogrifo inclinó la cabeza en un gesto afirmativo.
—Perfecto. Volveré pronto a verte, pequeño amigo. —Me despedí de él con una caricia antes de emprender el camino de regreso.
Mientras caminaba, el bosque me envolvía nuevamente con su aire de misterio. Fue entonces cuando descubrí algo que no había notado al entrar: una cabaña vieja y destartalada, casi oculta entre los árboles. Me acerqué con cautela. La estructura parecía abandonada, pero su ubicación y su aire rústico me encantaron. Entré con cuidado, observando el interior. Aunque estaba en ruinas, tenía potencial. Con una buena remodelación, podría ser un lugar perfecto para escapar del bullicio del castillo cuando necesitara un momento de tranquilidad.
La idea me emocionó. Salí de la cabaña con una sonrisa y me aseguré de que nadie me viera mientras regresaba a Hogwarts. Al llegar al castillo, el ambiente habitual me recibió: estudiantes apresurados, el murmullo constante de conversaciones y la luz cálida de las antorchas. Sin detenerme, me dirigí a mi sala común.
Aquella noche, mientras me tumbaba en mi cama, repasé en mi mente todo lo que había vivido ese día. Desde el vuelo con el hipogrifo hasta el hallazgo de la cabaña, había sido una jornada llena de emociones. Cerré los ojos con la promesa de que pronto volvería al bosque para visitar a mi nuevo amigo y, tal vez, empezar a darle forma a mi pequeño refugio secreto.
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