Capítulo 2: El Regreso


Era una mañana soleada con una leve brisa que volvía el ambiente más agradable, Sofía se encontraba en el patio de su casa paseando con una humeante taza de café. Paseaba por los alrededores de una manera pensativa, el aroma de la naturaleza la ayudaba mucho a relajar su cabeza y ordenar sus pensamientos.

Se alejó un poco más de la casa para acercarse al lago, se paró en la orilla, bebió un sorbo de su café y siguió meditando sobre aquella idea que tenía. Se preguntaba una y mil veces si estaría bien lo que pensaba hacer, si era buen plan regresar al pueblo donde vivía su padre y confrontarlo, tiene bien claro que eso puede traer consigo consecuencias gravísimas.

¿Qué era lo peor que podía pasar? Era la pregunta que rondaba por su cabeza.
Ella era consciente que su padre se molestaría mucho si lo hace. Sin embargo, ella estaba cansada de esa situación, de hacer todo lo que él ordenaba, toda su vida fue moldeada por su progenitor.

Se dio la vuelta y vio a Martha su madrina acercarse a ella, venía a paso lento con ambas manos a sus espaldas, Sofía bebió más de su café.

—No te encontré por la casa y supuse que estarías por aquí—dijo Marta a llegar junto a ella.

—Me relaja mucho estar aquí.

—¿Sigues pensando en tu descabellada idea? —Sofía sonrió al escuchar la pregunta—. Eso significa que sí.

—Tengo que hacerlo, no puedo seguir así—espeto Sofía con cansancio—. Quiero ser yo la que elija que hacer con mi vida. Mírame tengo veintiséis años y lo único que he hecho fue negociar y rendir cuentas desde que tengo memoria.

Martha solo escucho atentamente sin decir nada.

—Amo mi padre, es un buen hombre todo lo que tiene es fruto de su esfuerzo—Sofía empezó a caminar de vuelta hacia la casa—. Solo que nunca entenderé sus decisiones, especialmente de alejarme de él.

—El solo quiere que seas una gran mujer. Fuerte por sobre todas las cosas.

—Lo sé.

Ambas mujeres llegaron a la casa, las dos se adentraron hasta la cocina.

—Mira madrina, si no quieres ir conmigo está bien, yo enfrentare a mi padre sola—Martha la miro fijamente—. Hace un par de días pase esta casa a tu nombre, con una cuenta bancaria en donde dispones de una buena cantidad de dinero.

—¿Cómo dices?

— Esta casa te pertenece ahora—explico la ahijada—. Yo me iré esta misma tarde junto a mi padre. Ya tengo un vuelo para las tres de la tarde.

Martha se quedó totalmente sorprendida por lo que le acaba de decir su ahijada, tanto que tuvo que tomar asiento.

—¿Y las reuniones de la semana?

—Andy se encargará de todo.

Andy era el asistente de Sofía.

—Eres libre ahora madrina, puedes hacer todo lo que quieras aparte de cuidar de mi—musito Sofía—. Has estado para mi desde que mi mama se fue, por ende, no tengo como pagar todo lo que has hecho por mí.

—Me harás llorar—fue todo lo que dijo Martha con los ojos cristalizados—. Han sido quince años a tu lado, eres como una hija para mí.

Sofía se acercó y la tomo de las manos.
El momento fue interrumpido por el teléfono de la casa que comenzó a sonar desde la sala.

—Tranquila, iré yo.

Martha asintió y Sofía se fue a atender la llamada.

—¿Hola?

—Hola señorita Sofía—hablo una mujer del otro lado—. ¿Cómo está?

Sofía pudo notar cierto nerviosismo de la mujer.

—Pues muy bien—contesto con algo de confusión—. ¿Quién es usted?

—María—contesto la mujer con temblor en la voz—. Trabajo para su padre.

—Ah María, eres tú.

—Si señorita.

—Bien María, ¿a qué se debe tu llamada? —pregunto.

Sofía pudo escuchar un claro suspiro.

—Lamento mucho tener que informarle que su padre ha fallecido.

Esas palabras la derrumbaron por completo, se quedó allí tiesa con el teléfono pegado a su oído, con la mirada en la nada, sin decir absolutamente nada. No podía creer lo que la mujer le estaba diciendo.

—¿Sigue allí señorita? —preguntaba María una y otra vez.

Sofía seguía sin poder asimilar lo que acababa de escuchar.

—Por favor dígame algo—decía María del otro lado.

Martha se asomó hacia la sala.

—¿Cómo que mi padre ha muerto? —Martha se llevó la mano a la boca al oír lo que preguntaba su ahijada en el teléfono.

—Lo encontré en su estudio esta mañana cuando estaba por empezar con mis labores—explico la mujer—. Fue espantoso señorita.

María comenzó a llorar, mientras una lagrima se deslizaba por la mejilla de Sofía. Tomo una gran bocanada de aire y dijo:

—¡María, escúcheme bien!

—Dígame señorita.

—Ahora mismo tomo un vuelo hacia allá, usted quédese en la casa pendiente de todo.

—Claro que si señorita, aquí la estaré esperando.

Sofía colgó la llamada y se dejó caer en el sofá llorando desconsoladamente, su madrina se apresuró en envolverla en un abrazo.

—¡Mi padre se fue! —pronunciaba en medio del llanto—. ¡Se ha ido!
Martha le acariciaba el cabello.

—Aquí estoy—decía mientras la abrazaba.

Después de un rato de llanto, Sofía se separó de su madrina, se puso de pie y se dirigió a su habitación. Martha fue tras ella.

—¿Qué vas a hacer Sofía? —le pregunto.

—Voy a irme ahora mismo al aeropuerto y tomare el primer vuelo hacia Atlanta.

Empezó a cargar sus maletas lo más rápido posible, se cambió de ropa. En cuestión de minutos ya estaba lista. La rapidez que para prepararse era una virtud que tenía desde siempre, no compartía el dicho popular de que las mujeres tardaban una eternidad en estar lista para una salida.

En menos de los esperado Sofía ya estaba lista para emprender el viaje de regreso a su pueblo y enfrentar la dura y triste realidad que la estaba esperando.

—Iré contigo—le dijo Martha.

—No tienes por qué hacerlo Madrina.

—¿A caso piensas que voy a dejarte sola en estos momentos? —inquirió la mujer—. Espérame abajo, voy por un par de cosas y vamos.

Minutos después ambas mujeres ya estaban camino al aeropuerto. Una vez allí Sofía se puso en marcha para encontrar el vuelo más próxima a Atlanta, afortunadamente, pudo conseguir dos boletos de un vuelo que partía en una hora aproximadamente.

El nerviosismo era más que evidente, miles de cosas transitaban por su mente, se pregunta una y mil veces por que su padre termino así, que paso exactamente. Era un hombre bueno, tenía un carácter fuerte, era un poco frio, pero en el fondo era un buen hombre, generoso.

Sofía sabía que su padre no volvió a ser el mismo después de la muerte de su madre, todo cambio en el, ese hombre cariñoso y bondadoso había desaparecido por completo después de aquella perdida. Tanto que cuando apenas tenía catorce años su padre tomo una de las decisiones más trascendentes de su vida, enviar a su única hija al extranjero, allí Sofía creció junto a su madrina, estudio en uno de los mejores colegios, luego ingreso a una de las mejores universidades del mundo para completar su formación profesional. Una vez concluido sus estudios se hizo cargo de los negocios que su padre había iniciado en aquel país, desde entonces su vida se ha basado en atender llamadas, estar en reuniones.

Ahora casi dieciséis años después regresa al pueblo donde nació, con el triste fin de enterrar a su padre.

—Es hora de abordar—le dijo su madrina.

Sin darse cuenta la hora de espera ya había pasado. Después de cumplir con los protocolos de seguridad del aeropuerto ambas mujeres ya estaban sentadas en el avión.

En cuestión de minutos, la aeronave despego, ahora sí, Sofía estaba en camino.
 
 

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