04

Serena dejó escapar un suspiro y tomó un sorbo de café, sintiendo la calidez del líquido reconfortarla ligeramente.

—Agradezco tus palabras, Edward. Pero hace tiempo dejó de importarme la aceptación de esta familia.

Hubo un pequeño silencio antes de que Marco rompiera la tensión con una pregunta sincera.

—¿Qué piensas hacer ahora, Serena?

Serena se mantuvo callada unos segundos antes de dar un pequeño trago a su café y sonreír levemente.

—Bueno, desde el primer momento en que me vengan a buscar empezaré a evaluar el panorama de mi familia biológica. Si veo que lo que me van a dar es peor de lo que me han tratado los Marshall o ustedes, definitivamente no me voy a quedar. Por el contrario, si me beneficia de alguna manera puede que les dé la oportunidad.

Edward frunció el ceño y apoyó los codos sobre la mesa, entrelazando los dedos como si estuviera evaluando sus palabras. Un leve temblor recorrió sus manos antes de que las apretara con más fuerza, como si necesitara anclarse a algo.

—¿Y a dónde vas a ir si resulta la primera opción? Dudo que los Marshall te quieran de regreso —hizo una pequeña pausa antes de continuar. — Si quieres, podrías quedarte con nosotros —dijo Edward, con un tono más suave.

Serena levantó la mirada, sorprendida por la oferta. Por un instante, la máscara de indiferencia que había construido con tanto esfuerzo pareció tambalearse. Un parpadeo, apenas perceptible, reveló una fracción de vulnerabilidad en sus ojos, pero rápidamente recompuso su expresión neutral, recargando su espalda contra el respaldo de la silla.

—Agradezco tu oferta, sin embargo, ya tengo un lugar al que puedo llamar hogar.

— ¿Y cómo planeas mantenerte? —preguntó Marco sin malicia, pero con el tono directo que lo caracterizaba.

Serena lo miró con seguridad, su mirada fija en él mientras una sonrisa se posaba en sus labios, casi como si estuviera disfrutando de la incomodidad que causaba en la conversación.

— Tengo dinero ahorrado y, además, si os hubierais interesado, aunque fuera un poco sabríais que llevo tiempo trabajando.

El silencio que siguió a sus palabras fue denso, como si cada letra pronunciada hubiese dejado una marca indeleble en el aire. Edward bajó la mirada por un momento, como si las palabras de Serena se le hubieran clavado en el pecho. Marco, por su parte, jugueteaba nervioso con la cucharilla de su café, evitando mirarla directamente.

Finalmente, Edward rompió el silencio.

—No pretendíamos ignorarlo, Serena —dijo con voz más calmada, pero sus palabras sonaban vacías, como si no alcanzaran a tocar lo que realmente importaba—. Pero admito que quizás... no nos esforzamos lo suficiente por conocerte más allá de lo que los Marshall contaban.

Serena se recargó en la silla, cruzando los brazos con una firmeza que denotaba su determinación.

—No "quizás", Edward. No lo hicieron, punto —respondió, sin dureza, pero con una seguridad tan clara como un golpe de martillo.

Marco intercambió una mirada con Edward, quien parecía procesar las palabras de Serena con seriedad. El ambiente en el jardín se llenó de una tensión silenciosa, rota solo por el murmullo distante de las conversaciones de los trabajadores.

— Tienes razón, aún así, si necesitas dinero o cualquier cosa no dudes en pedirlo, es lo mínimo que puedo hacer para compensar algo —añadió Edward con sinceridad, haciendo que Serena levantara una ceja en sorpresa.

A pesar de que no esperaba tal oferta de su parte, Serena asintió con agradecimiento.

—Gracias por el gesto, Edward. Aprecio tu ofrecimiento, aunque por ahora no lo necesito —respondió Serena con sinceridad.

Edward se la quedó mirando unos segundos, por suerte Serena no se le había influenciado de la actitud de los Marshall que sólo hacían que pedir dinero cada dos por tres. No, si lo pensaba más profundamente, ella nunca había pedido nada, sólo verlo para pasar rato con él sin segundas intenciones ni nada por el estilo.

—Sin embargo, ahora que lo pienso, sí hay algo que me gustaría —dijo, su tono directo, cruzando los brazos y las piernas.

Edward levantó una ceja, expectante. Marco también se giró hacia ella, intrigado.

—Quiero la casa del lago.

Edward sintió el peso de la solicitud de Serena como una punzada en el pecho. Recordó los veranos pasados en ese lugar, la risa de los niños, los fines de semana que habían pasado pescando, jugando y compartiendo. Había sido el único sitio en el que Edward realmente había sentido que su vida cobraba sentido, un espacio donde podía ver a su familia unida, aunque fuera por un breve tiempo.

—La casa del lago... —repitió Edward en voz baja, tratando de desentrañar las razones detrás de esa petición—. ¿Por qué la casa del lago?

—El motivo es irrelevante, pero le aseguro que no tiene nada que ver con ustedes —contestó Serena, volviendo a atender su café, como si todo fuera trivial. Después de un sorbo, añadió—: Obviamente le daré tiempo para pensarlo o para consultarlo con su preciada familia. Eso sí, me gustaría una respuesta antes de que su salud empeore o directamente la palme.

El comentario crudo de Serena resquebrajó la calma de Marco. Aunque a lo largo de los años había tratado de ignorar la distancia entre Serena y Edward, el resentimiento de ella se le hacía evidente ahora, y con ello una culpa latente que había tratado de enterrar. Sabía que él había formado parte del vínculo familiar que a Serena le había sido negado, y eso lo hacía sentirse incómodo, incluso culpable.

—Serena, eso último que has dicho ha sido grosero —dijo Marco, tratando de esconder la incomodidad detrás de un tono firme.

—Puede ser, pero es una realidad que todos deberíamos enfrentar —replicó Serena con frialdad, sin dejar de observar a Edward, su mirada cargada de reproche.

Edward evitó sus ojos, enfocándose en la mesa como si las vetas de la madera fueran su única vía de escape en esa incómoda confrontación.

La casa del lago... era un lugar que le recordaba lo que había intentado construir, una familia unida, un refugio de la vida. Pero con Serena, todos sus intentos parecían haberse quedado cortos o inexistentes. No entendía del todo cómo, pero en algún punto, esa conexión que había sido natural con sus otros hijos adoptivos se había roto con Serena antes de siquiera haber existido. Esa distancia emocional, ese muro invisible, que él mismo había reforzado con los años, ahora lo confrontaba. La casa del lago no era solo un bien inmueble; era un símbolo de lo que siempre quiso que la familia fuera. Cederla era como aceptar, aunque fuera en parte, que él había fallado en algo esencial con Serena. Edward tragó saliva con dificultad, y sus labios se tensaron en una línea rígida mientras buscaba qué decir. En su mente, dudaba si siquiera tendría el derecho de repararlo ahora.

—Serena, por favor, comprende que esto no es sencillo —dijo Marco, intentando encontrar un equilibrio.

La culpa y la incomodidad lo abrumaban; sentía que de algún modo le debía a Serena algo que no había sabido darle cuando era más joven. Y aunque sabía que Edward era el principal responsable de esa distancia, Marco no podía evitar sentirse parte del problema. Para él, la casa del lago representaba algo sagrado, un lugar donde la familia se unía de verdad. Ofrecerla a Serena significaba resignar un símbolo de seguridad que él también atesoraba.

—Por eso mismo he dicho que le daré tiempo para consultarlo o para que se lo piense —respondió Serena, rodando los ojos.

—¿Y si la casa del lago no es algo que pueda simplemente regalarse? —intervino Edward, tratando de recuperar la compostura. Su voz tembló un poco al final de la frase, como si las palabras le quemaran en la lengua.

—Entonces tendré que pasar al plan B —pensó sin cambiar su expresión. — En ese caso la conversación llegaría a su fin, y lo que ha dicho antes de que si necesitaba dinero o cualquier otra cosa no dudase en pedirlo solo serían palabras vacías.

Edward se quedó en silencio, sin responder de inmediato. La declaración de Serena lo golpeó de lleno, y sintió el peso de las palabras hundirse en él como una verdad indiscutible. Su expresión intentó mantenerse neutral, pero su mandíbula se tensó ligeramente, y su respiración se tornó más pesada. Marco observó cómo Edward se replegaba un poco, como si estuviera tratando de procesar algo que no podía afrontar del todo.

Marco miraba a ambos sin saber qué decir. Su instinto era suavizar la situación, encontrar algún término medio, pero no podía ignorar que Serena tenía razón en algo. Siempre había sido una parte de la familia que él, Edward y los otros habían dejado en segundo plano. Y eso ahora le provocaba un vacío.

—Disculpen mi interrupción, pero parece que ya han venido a buscar a la señorita —dijo un mayordomo, acercándose con suavidad.

—Ah, perfecto. Gracias por avisar —respondió Serena, levantándose de la mesa, sin mirar a Edward.

Edward la observó levantarse y una sensación de pérdida se apoderó de él. A pesar de sus errores y la distancia que él mismo había impuesto, verla marcharse le hacía darse cuenta de que la relación estaba en un punto de no retorno, y eso le dejaba una amarga frustración. Sabía que podría intentar cambiar las cosas, pero las palabras de Serena resonaban en su cabeza, recordándole que no podía rehacer los años perdidos, ni borrar las veces que había evitado acercarse a ella.

—Bien, supongo que es hora de irme —dijo Serena con un tono final mientras se alejaba de la mesa— . Esperaré una respuesta positiva sobre mi solicitud.

Marco y Edward la siguieron con la mirada, y al desaparecer de la vista, ambos hombres permanecieron en silencio. La culpa y el peso de la petición de Serena se sentían ahora como una losa compartida entre los dos. Aunque aún no comprendía bien por qué, Edward sentía que le debía algo, y en su mente empezaba a considerar la posibilidad de ceder la casa del lago. No era solo una cuestión de propiedad, sino de ofrecerle, al menos una vez, un símbolo de pertenencia que él nunca había sabido darle.

Fuera del portal un auto negro estaba estacionado con las ventanas tintadas que impedían ver si alguien estaba dentro. Apoyado en una puerta se encontraba el chofer un hombre con gafas oscuras y un traje impecable, pero su expresión era de evidente aburrimiento mientras fumaba un cigarrillo con aire de desdén.

El portal se abrió, y al ver salir a Serena, el chofer frunció el ceño ligeramente, como si le molestara la interrupción en su aparente aburrida espera. La observó de arriba a abajo, y aunque buscó algún parecido con su señora no lo encontró.

—¿Tú eres la que tengo que llevar? No te pareces a la señora —preguntó, casi más para sí mismo, su tono cargado de indiferencia.

Serena lo miró con frialdad, reconociendo de inmediato la falta de respeto en su actitud. En algún lugar de su mente, recordó cómo otros siempre la trataban como si estuviera fuera de lugar, pero en ese momento se sintió especialmente hastiada de esos encuentros superficiales.

—Lo que me faltaba, un idiota con complejo de superioridad —pensó Serena, mientras notaba cómo él la observaba de arriba a abajo. —Y tú no te pareces al hombre de 1′80 sexy con moto que me dijeron que me vendría a buscar —contestó rodando los ojos.

El chofer se quedó perplejo por un instante, sus gafas oscuras no podían ocultar la sorpresa que reflejaba en sus ojos. El cigarrillo colgó de sus labios mientras tomaba un momento para procesar las palabras de Serena.

—¿Qué... qué dijiste?

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