02
Un silencio cargado se instaló en la habitación. Catarina, cuyos ojos ya ardían de furia, volvió su mirada hacia Serena, con la expresión endurecida de alguien que había alcanzado el límite de su paciencia.
—¡Tú! —exclamó, señalando a Serena como si fuera la respuesta obvia—. No puedo creer que hayas tenido la desfachatez de robarme justo antes de irte. ¡Es lo único que puede esperarse de alguien tan ingrato!
—Claro, porque robarte era justo lo que me hacía falta para completar mi día. Tal vez también debería haberme llevado la cafetera y el florero feo de la entrada—pensó Serena con sarcasmo.
Serena sostuvo la mirada de Catarina sin inmutarse, con un brillo desafiante en sus ojos. Podía sentir el peso de la acusación cayendo sobre ella, como siempre ocurría, y aunque las palabras de Catarina eran duras y tajantes, ya no le hacían mella. Había pasado tanto tiempo buscando aceptación que ahora, al ver las caras tensas y llenas de desprecio de esa familia, solo sentía una desconexión total, como si estuviera viendo una obra de teatro absurda en la que no deseaba participar.
—¿Robarte, dices? —replicó Serena con una voz que destilaba sarcasmo y cansancio—. No necesito llevarme nada de aquí. Lo único que quiero es no tener que volver a verlos.
—¡No te atrevas a mentir! —gritó Catarina Devon, mientras Doll se escondía detrás de ella con una expresión de satisfacción mal disimulada.
Doll, siempre vigilante, disfrutaba enormemente el espectáculo. La creciente tensión le traía un placer oscuro, como si se deleitara viendo a Serena atrapada en la peor luz posible. Serena lo notó y no se sorprendió; Doll siempre la había mirado con esa mezcla de desprecio y envidia, una sombra de resentimiento que se había intensificado desde que se conocieron.
—Nunca he mentido. Si no encuentran su collar, es su puto problema.
—¡¿Cómo te atreves?! —rugió Catarina, levantando la mano en un impulso furioso, a punto de golpearla.
—¿Qué está pasando aquí? —demandó Teach acercándose al escuchar tanto escándalo con una voz autoritaria.
Catarina Devon se giró hacia él, intentando calmarse.
—Serena ha robado mi collar de corazón —dijo, señalándola con un dedo acusador.
Teach frunció el ceño y se acercó a Serena, que mantenía su pose indiferente, como si toda la situación fuera un juego que le aburría. El ambiente era denso, cargado de tensión, y el eco de las palabras de Catarina aún reverberaba en la sala.
—Serena, ¿es esto cierto? —preguntó, su tono frío y severo.
Serena lo miró sin pestañear.
—No, no lo es.
El silencio que siguió a su respuesta se hizo más denso. Las criadas, que hasta ese momento habían permanecido en la periferia de la disputa, comenzaron a mostrar señales de complicidad. Serena observó cómo algunas de ellas, las que siempre la miraban con desdén, ahora intercambiaban miradas de satisfacción, como si por fin estuvieran recibiendo la oportunidad de ver a Serena caer. Era una situación extraña, porque en su mayoría se mostraban siempre tan sumisas, tan pasivas ante todo lo que hiciera Catarina. Pero ahora había algo diferente en ellas, una sensación de justificada venganza en el aire.
Doll, disfrutando el espectáculo, habló en voz baja pero lo suficiente para que todos la escucharan.
—Papá, mamá... ¿Por qué no revisamos su mochila? Así se resolvería el malentendido de una vez.
—Buena idea —intervino una de las criadas, con una sonrisa apenas disimulada.
Serena se sorprendió al ver que las criadas asintieron con la cabeza, y no pudo evitar notar el aire de complicidad que flotaba en la habitación. Algunas de ellas, que siempre habían mantenido una actitud de sumisión frente a Catarina, parecían encontrar una especie de satisfacción en la oportunidad de ver a la joven humillada. Serena les había caído mal desde el principio, tal vez por su falta de docilidad, tal vez por la forma en que la familia la trataba como si fuera una especie de intrusa.
Por otro lado, Catarina tenía la mirada fija en Serena, pero sus pensamientos eran un torbellino. Para ella, el collar no era solo un objeto de valor, era una extensión de su identidad, un símbolo del control que ejercía sobre su mundo. Ver cómo esa autoridad era cuestionada la llenaba de una rabia que apenas podía contener. En su mente, Serena era una amenaza constante, un recordatorio de que el orden que había establecido podía tambalearse.
Doll también observaba la escena, pero su frustración iba más allá del collar. Había algo en Serena que siempre la había sacado de quicio: la forma en que, a pesar de todo, mantenía la cabeza en alto. Doll, que había hecho todo lo posible por ser la hija perfecta y complacer a Catarina, no podía soportar que alguien como Serena, una intrusa, pudiera ignorar las reglas de su mundo y seguir adelante.
Teach, a pesar de ser el hombre de la casa, claramente estaba en favor de su hija. Se mantenía impasible frente a la acusación contra Serena, pero su mirada hacia Doll era de un interés que mostraba un sesgo claro. Esta preferencia no era nueva. Serena había estado lo suficientemente cerca de ellos como para notar cómo los ojos de Teach brillaban cuando Doll entraba en la habitación, y cómo sus palabras se suavizaban al tratar con ella. A veces, ni siquiera la miraba cuando le hablaba, como si sus opiniones no tuvieran peso.
El mayordomo, de pie cerca de la puerta, miraba la escena con el ceño fruncido, claramente incómodo. Sabía que no podía intervenir sin arriesgar su posición, pero el malestar en su expresión mostraba que no compartía el entusiasmo de las criadas ni el juicio de los Marshall. Para él, Serena no era la villana que todos querían pintar. Sin embargo, también sabía que su sueldo estaba con la familia, no con ella.
Serena, por su parte, notaba todo. Podía ver cómo cada mirada y gesto en la habitación contaba una historia de rencores, alianzas y expectativas no cumplidas. Pero ya no le importaba. Lo único que quería era salir de allí con su dignidad intacta.
Teach observó a Serena, esperando su siguiente movimiento, mientras la tensión entre los presentes alcanzaba un pico.
—No tengo nada que esconder —dijo finalmente, y con un movimiento brusco dejó caer su mochila al suelo. La vibración resonó en la habitación, como una declaración.
Catarina dio un paso adelante, pero Teach la detuvo levantando una mano. El hombre se inclinó hacia la mochila con expresión seria. En ese instante, una criada más joven soltó una risita nerviosa, seguida de un murmullo que recorrió la habitación como una corriente eléctrica. Serena observó a su alrededor, notando los intercambios de miradas entre las criadas. Algo estaba mal.
La habitación se silenció cuando Teach comenzó a abrir la mochila. Todos observaban con atención, el aire parecía espeso. Serena sintió cómo la mirada de cada persona se clavaba en ella, buscando una reacción. Pero no se movió, mantuvo su postura impasible, como si no estuviera allí. En su mente, las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar, y el malestar que sentía se desvanecía poco a poco, reemplazado por una calma distante, como si todo fuera una obra que ya había visto antes.
Teach revisó cada compartimiento, sus manos rápidas y precisas. Cada momento parecía alargarse hasta volverse una eternidad. Finalmente, su expresión cambió de confusión a desconcierto absoluto.
No había nada. Ni ropa, ni objetos personales, solo un vacío absoluto que parecía burlarse de la acusación.
Catarina dio un paso atrás, su rostro endureciéndose mientras intentaba procesar lo que veía. Serena alzó una ceja, disfrutando la incomodidad que se apoderaba de la habitación.
Serena sonrió levemente al ver las miradas incrédulas de todos los demás, sobre todo la de Doll. La sorpresa de las criadas fue palpable; incluso algunas de ellas miraron a Serena con desconcierto, como si de repente se hubieran dado cuenta de que no tenían ni idea de quién era realmente la joven frente a ellas.
—¿Dónde está tu ropa? ¿Tus pertenencias? —demandó Catarina.
—En un lugar seguro. No pienso dejarlas a merced de ustedes —replicó Serena con indiferencia.
—Entonces podrías habértelo llevado antes —murmuró una de las criadas con desprecio, entre dientes. La sirvienta mayor que siempre había estado cerca de Catarina dejó escapar un suspiro, como si la situación se le estuviera escapando de las manos. En ese momento, incluso Doll pareció perder un poco de su compostura, frunciendo el ceño y apretando las manos en un gesto de irritación.
Serena se detuvo en el umbral y se giró para mirar a la mujer con una sonrisa sarcástica, como si la situación fuera un juego que ya había ganado.
—Curioso. Anoche vi a la señora con el collar. ¿Cuándo se supone que lo robé? —dijo, disfrutando del silencio incómodo que sus palabras dejaron en la sala.
El ambiente en la habitación se tensó aún más. Una criada mayor dio un paso al frente con cautela, pero antes de que pudiera hablar, Teach se giró hacia Catarina.
—¿Estás segura de que no te equivocaste? —preguntó, su tono más frío que antes.
Catarina pareció a punto de explotar, pero antes de que pudiera responder, un ruido en la puerta interrumpió la escena. El mayordomo entró con calma, sosteniendo un collar que reflejaba la luz de la lámpara.
—Encontré esto en el pasillo, cerca de la cocina.
El collar resplandecía como una burla silenciosa hacia Catarina. Un murmullo de asombro recorrió la sala mientras el mayordomo avanzaba para entregar el objeto a su dueña. La tensión explotó en una ola de miradas incrédulas y, en algunos casos, avergonzadas.
Serena lo observó por un instante, reconociendo el impacto que causaría en Catarina si alguna vez se llegaba a perder. Sabía que el collar representaba mucho más que el valor material; era una marca de dominio, una especie de talismán que mantenía unida a la familia. Verlo en las manos del mayordomo en ese momento, en lugar de estar en su lugar habitual sobre el cuello de Catarina, dejaba en evidencia la falsedad de la acusación.
Catarina tomó el collar con manos temblorosas, sus dedos crispados alrededor de la cadena mientras intentaba recomponerse. Sin embargo, sus labios se tensaron en una mueca de frustración, y su rostro se volvió un matiz más pálido, como si la sangre hubiera abandonado su piel. No había previsto este desenlace; el alivio que debió sentir al recuperar el collar estaba manchado por la vergüenza y la impotencia de haber fallado en humillar a Serena. El silencio que reinaba en la sala acentuaba aún más su incomodidad, y un destello de vulnerabilidad cruzó su mirada antes de que apartara la vista, apretando los labios con furia contenida.
Al lado de Catarina, Doll fruncía el ceño. Su expresión altanera había sido reemplazada por una mezcla de desconcierto y rabia contenida, como si no pudiera soportar ver a su madre desmoronarse ante los demás, y mucho menos ante Serena. Con las manos cerradas en puños, luchaba por mantener la compostura, claramente contrariada por el giro de los acontecimientos. Su mirada se oscureció al fijarse en Serena, que parecía contemplar la escena con una satisfacción tranquila y silenciosa.
Catarina, intentando recuperar algo de dignidad, se volvió hacia el mayordomo y habló en voz baja, con una frialdad calculada que intentaba cubrir su desconcierto.
—Gracias, puedes retirarte —murmuró, con el tono forzado de quien quiere disimular una derrota.
El mayordomo lanzó una mirada discreta a Serena, como queriendo disculparse por no haber podido hacer más por ella. Serena captó el gesto, pero simplemente le dedicó una leve inclinación de cabeza antes de dar media vuelta y abrir el portón de la mansión.
Serena salió por el portón y respiró profundamente, el aire frío golpeando su rostro. Al girarse, la mansión se alzaba como una sombra detrás de ella, cada ventana emitiendo una luz débil y cálida, en marcado contraste con el aire frío y la vastedad del exterior. Por un momento, las luces de la casa parpadearon y, una a una, se fueron apagando, como si los ojos vigilantes de Catarina y Doll se cerraran detrás de ella.
A medida que se alejaba, el peso en sus hombros comenzó a desvanecerse, al principio sutil, casi como si no fuera consciente de él. Pero con cada paso, la carga se deslizaba más y más, y la atmósfera opresiva que había sentido bajo ese techo fue cediendo a una claridad que hacía mucho no experimentaba. Era como si, al cruzar el umbral de aquella casa, también hubiera dejado atrás años de tensiones y juicios que había soportado en silencio.
Sacó un cigarro, encendiéndolo con una tranquilidad que le era nueva, y exhaló lentamente, dejando que el humo se llevara las últimas huellas de su vida con los Marshall. Volvió a mirar la mansión una vez más, y aunque no deseaba regresar, se dio cuenta de que cada vez que veía esa casa, aún la invadía una confusión de sentimientos: entre la rabia por lo que había soportado y una extraña paz por saber que ya no formaba parte de ella.
Finalmente, se giró de nuevo hacia el camino y dio otro paso hacia su nueva vida, dejando su antigua vida atrás.
—Parece que otra vez él tenía razón —murmuró para sí misma, y al decirlo, una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios, como si esas palabras le dieran un propósito renovado.
Sus pensamientos se desvanecieron al llegar a uno de sus destinos. Cada vez que veía aquella mansión, una confusión de sentimientos la invadía. Era la residencia de Edward Newgate, el padre adoptivo de Marshall D. Teach.
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