Expediente 3.-La presa
¡Atención! Esta historia puede que resulte ser bastante descriptiva, si te asustas fácilmente te recomiendo que no la leas.
Siempre he pensado qué ocurriría si un despiadado asesino en serie encontrase su talón de Aquiles. Este sería el resultado. M. T.
Atardecer:
Ese momento en que las sombras ganan terreno a la luz del día y sumergen a la ciudad en una aterciopelada oscuridad, rota tan solo por la abrupta iluminación de sus calles.
Atardecer:
Un momento mágico donde la razón entra en una agitada duermevela y lo más tenebroso de nuestras almas resurge hacia el exterior.
Atardecer:
Mi territorio.
Soy un cazador solitario. Un depredador que ya ha fijado su mirada en una posible presa. Y ella aún no sabe de mi existencia. Camina con confiada naturalidad por las calles de mi ciudad, sin conocer que mis pasos van tras los suyos. No se vuelve a mirar a su alrededor, porque está tan acostumbrada a esta ciudad que cree estar a salvo. No sabe lo equivocada que está. Dentro de un minuto comprenderá lo peligroso que es caminar sola por la noche. Cuando mi cuchillo penetre en su cuello entenderá por fin que la ciudad puede ser como la jungla. O incluso el buffet libre para alguien como yo.
¿Cómo me llamó aquella estúpida psiquiatra? Dijo que a mi enfermedad se la conocía como comportamiento antisocial. La muy imbécil aún trataba de recetarme un buen montón de pastillas de colores cuando le rebané el cuello con un cúter.
Mi víctima se ha detenido. Parece dudar. La veo sacar su teléfono móvil y buscar algo en él. Al cabo de un minuto vuelve a ponerse en marcha. Ha dejado la vía principal y se adentra en un callejón mal iluminado. Se acerca mi momento, lo presiento.
Camino como a veinte pasos tras ella y voy acortando la distancia. Mi pulso es sereno, casi podría decirse que mi corazón no se acelera un ápice, que todos mis instintos están supeditados a alcanzar el objetivo que me he fijado.
Ella ha vuelto a detenerse. Parece haber escuchado algo, pero no ha sido a mí. Yo, jamás hago ruido alguno. Soy tan sigiloso como un felino, soy un avezado depredador.
Estoy justo detrás de ella cuando se vuelve y me mira. En su rostro no parece haber sorpresa ni temor y eso no es natural. Observa el cuchillo que llevo en mi mano derecha y se sonríe. ¿Por qué sonríe?
Está tranquila frente a mí, casi como aguardando a que yo diga algo, pero no soy capaz de decir nada. Es ella la que habla.
—Te esperaba —me dice—. Sé quien eres. Sé lo que eres.
No puede saberlo. ¿Cómo es posible que me conozca?
—No puedes... —digo con un balbuceo.
—En realidad sí que puedo. Estás aquí, ¿no es así? Además ha sido muy fácil atraerte hasta este lugar. Un lugar donde nadie puede vernos ni oírnos.
La observo sacar algo del bolso que cuelga de su hombro y lo reconozco al instante. Se trata de una pistola. La veo alzarla y escucho el roce que hace su dedo al apretar el gatillo del arma. La detonación me sorprende, pero aparte de eso no he sentido ningún disparo. No estoy herido...
—¿Sabes una cosa? —Me pregunta ella—. Tú y yo somos muy parecidos. Incluso tuvimos la misma psiquiatra. Era una persona inepta y he de darte las gracias por hacerla desaparecer de mi vida, pero...
—¿Pero, qué? —Preguntó. Siento un extraño calor en mi pecho, como cuando te acercas demasiado a un radiador.
—Pero no puede haber más de un depredador por territorio y este territorio es mío —dice ella con naturalidad.
Noto como la sangre empapa mi camisa. Ha tardado en llegar, pero al fin lo ha hecho. Sí, estoy herido. Un boquete del tamaño de una moneda de dos euros se abre en mi pecho. La vida parece escapárseme por él.
—¿Por qué? —Atino a preguntar, mientras siento como mis piernas no pueden sostenerme más y caigo de rodillas al suelo.
—¿Por qué? Por ningún motivo en especial. ¿Acaso tú necesitaste un motivo para matar a esas diez jóvenes?
No, me respondo a mí mismo. Nunca existió ningún motivo. Tan solo la resolución de hacerlo.
—Pues eso —dice ella.
La veo acercarse a mí y con delicadeza me acuesta sobre el frío suelo de cemento.
—Leí en los periódicos que tú siempre te quedabas con algún objeto de tus víctimas, ¿verdad? ¿Qué escogías? ¿Alguna prenda o algo mucho más íntimo?
No puedo contestar. Cuando abro la boca, en vez de palabras escupo sangre.
—Lo mío es coleccionar partes muy íntimas —susurra en mi oído.
Veo brillar algo en su mano y me doy cuenta de que se trata de un afilado bisturí.
—Los ojos de mis víctimas.
Siento un terrible dolor en mi rostro cuando el bisturí penetra en mi carne. Grito con toda mi alma, pero tan solo escucho un débil gorgoteo.
—Azules —dice ella con una sonrisa de complicidad—. No tengo ninguno así en mi colección.
Fin
Madrid. 28 de septiembre de 2020.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top