Cuando el caos vuelve
El caos había vuelto a Ciudad Prohibida, desde que Yun hizo el mayor desplante a su padre Heng. La discusión se había subido de tono y nada pudo impedir que el príncipe menor saliera en búsqueda de la joven que tanto amaba, porque sí... Ahí frente a su "prometida", él había dicho estar enamorado de aquella joven aldeana y por como lo había dicho, sonaba demasiado seguro en sus palabras.
—No me vas a prohibir ir a buscarla, ¡ella me necesita! —exclamó Yun con la sangre hirviendo al escuchar cómo su padre le gritaba que no fuera a buscar a esa mujer.
—Cambiaste drásticamente desde que la conociste ¡Es como si te hubiera embrujado o quién sabe qué más! —alegó Heng con el ceño fruncido.
—La amo, padre y nadie va a poder cambiar eso ¡Entiéndelo! —exclamó histérico.
La señorita Nian, solo se limitaba a presenciar aquella alegata sin poder hacer nada, nadie podía hacer entrar en razón al príncipe Yun desde que el comandante Qiao había llegado con la noticia más devastadora para él. Su padre le había negado ir a buscarla, se lo había prohibido y él entró en la desesperación extrema; debía encontrarla a como diera lugar.
Por su parte, el príncipe mediano ni siquiera se había enterado de aquello, hasta que, después de sus andanzas por la ciudad, tratando con la gente y resolviendo conflictos cotidianos en compañía de Lin, no pudo evitar tener un muy mal presentimiento el cual lo hizo despedirse de su querida chica con un casto beso y con la misma se devolvió hacia el palacio.
Ahí estaba Heng, cabizbajo y las penumbras de su estado de ánimo llenaban toda la sala principal, a un lado estaba Nian, llorando a mares, acuclillada en el suelo mientras veía con dolor la pulsera de compromiso de Yun.
Shun yacía al lado de su padre y Wen estaba al lado de su prometido, lo tenía agarrado por el brazo y ambos intentaban consolarlo, pero no había poder humano para esa faena, el dolor del emperador era mayor que cualquier cosa, porque sentía que había perdido a su hijo. El príncipe heredero solo volteó a ver a Jin, para transmitirle el dolor conjunto en el que se encontraban.
No hubieron palabras que valieran en esos momentos, el príncipe menor había renunciado a su título y se había marchado, sin importar lo que Heng le había advertido sobre esa chica; que ella le traería desgracias a él, que en sueños lo había visto. Aquellas advertencias se las había llevado el viento, Yun no les había prestado importancia, según la opinión del emperador.
Anong se acercó a Jin, esta vez en mejores términos. Ambas parejas de prometidos solo se dedicaron a ver las acciones del emperador. Él permaneció en silencio, viendo hacia el suelo, era imposible ver si tenía indicios de lágrimas y si las había, pasó el tiempo necesario para que estas se secaran.
—Este día también es de luto —indicó Heng mientras subía la mirada hacia sus dos hijos—. Una vez más he perdido a alguien importante, a un pedazo de mi alma. Yun renunció a ser un príncipe, prácticamente renunció a esta familia y se los digo a ustedes, porque no lo presenciaron, solo la señorita aquí presente, que también está devastada.
Nian se cubrió el rostro entre lágrimas y se acongojó un poco más, su cuerpo revelaba cuan ofendida y devastada se encontraba. Anong y Wen se acercaron a ella para que se pusiera de pie y se dirigieron a la salida de la habitación las tres.
—Su alteza, vamos a llevar a Nian a que tome aire fresco —comentó Wen.
—Con su permiso, dispénsennos —añadió Anong. Las tres señoritas se retiraron posiblemente hacia los jardines.
—Me retiro, no quiero ver a nadie en lo que resta de la noche —dijo Heng con pesar mientras se retiraba hacia la capilla para buscar la tranquilidad en la oración.
—Descansa, padre. No te preocupes, veremos cómo traer de vuelta a Yun —Shun intentó que su padre encontrara alivio en sus palabras, pero este ni siquiera respondió a eso último y se fue sin decir más.
Shun bufó y comenzó a caminar hacia un lado y al otro de la gran sala.
—Lo que hizo Yun, no tiene perdón de Buda —dijo Shun entre dientes—. Si bien es cierto que esa plebeya salvó mi vida y todos aquí le estábamos agradecidos, está claro que a partir de ahora, ella es una enemiga de la familia Qing a pesar de toda la hospitalidad que le brindamos.
—Con el perdón del momento de luto, pero yo no considero que la chica haya hecho algo malo. Quizá solo irse sin avisar... Pero tampoco me parece algo tan grave o de muerte —comentó Jin con el ceño fruncido.
—Y aquí vas con tus rebeldías ¿Qué sabes tú de seguir las reglas, si nunca lo haces? Esa muchacha seguramente le dijo a Yun que se escapara con ella, no hay que buscarle más lógica de lo que ya la tiene —espetó con amargura mientras se sentaba en la silla al lado del trono de su padre, Heng.
—Nadie obligó a Yun a irse, él lo hizo por cuenta propia, yo he tratado con Wu Siu y siempre se comportó a la altura en todas las actividades, nunca fue conflictiva y era bastante hábil en los entrenamientos. El comandante Qiao la tenía como un muy buen elemento de combate.
—Sí, pero algo le hizo a nuestro hermano, él no era así, Jin y lo sabes. De hecho, se está comportando como aguien muy diferente —alegó Shun mientras se llevaba las manos a la cabeza con desesperación.
—Bueno, a veces nadie nos hace cambiar, ¿sabes, hermano? Hay cosas que son decisiones propias —debatió Jin—. Y eso es lo que deberías entender. Por favor... ¡Solo se enamoraron, por un carajo! No es el fin del mundo, ya verás cómo aparecerán los dos, solo hay que darles tiempo.
— Al final siempre sacas tu lado vulgar, ¿verdad, Jin? Nosotros no somos como los demás, tenemos deberes con toda China y eso está primero que todo —Shun bufó con frustración—. Había olvidado que no se puede hablar contigo ¿Sabes qué? No quiero hablar más, es imposible razonar temas de realeza, por más irónico que suene. Solo me iré —negó con la cabeza y volteó la mirada.
—Lo único que sé es que aquí entre cuatro paredes no podemos hacer nada por China ¿Dices que tanto te preocupa? Vamos a cazar dragones —dijo Jin y Shun no pudo evitar voltear a ver a su hermano.
—¿Qué locura dices? —inquirió Shun, sin saber cómo responder a aquella propuesta.
—Así como lo oyes... ¿Sabes a dónde fueron Yun y la guerrera? Pues a intentar solucionar el asunto que padre se rehusa a ver y que fue el que se llevó la vida de nuestra madre —Jin se acercó un poco más a su hermano y este desviaba la mirada.
—¿Cómo que se rehusa, Jin? Él está preparando a la armada de sol a sol para cualquier otro ataque inesperado. También ha costeado todos los arreglos de Ciudad Prohibida. Además... —bajó el volumen de su voz y vio hacia todos lados para cerciorarse de que nadie estuviera escuchando— ¿Crees que lo de estos compromisos es por gusto? Es para tener más aliados, ¡por Buda! ¿Acaso no pueden acatar lo que nuestro padre quiere?
Jin rodó los ojos y se dirigió hasta la ventana para sentir un poco del aire nocturno.
—Sabes... Creo que simplemente están cegados y que nada les hará entender el peligro que corremos quedándonos a esperar. Esos dragones... los oscuros como la noche, están más cerca de lo que pensamos.
—¿Qué? Te refieres a los dragones de la leyenda antigua ¿Crees que son los mismos? —Shun arqueó una ceja y se cruzó de brazos con escepticismo—. No puedo creer que empieces a creer en leyendas sin fundamento. Esa historia de dragones Dilongs y Tianlongs con el Fenghuang solo es una metáfora, algo que nuestros antepasados relataron para contar como los dos clanes chinos se aliaron y como comenzaron esto de los Emperadores y Emperatrices.
—Hermano... Los dragones son oscuros como la noche, como los del relato y nuestras armaduras son rojas, como las del otro clan de dragones y con ellas pudimos derrotarlos. Te aseguro que por andar detrás de todo lo que dice padre ni siquiera te has preguntado sobre la armadura que te revistió para luchar contra ese dragón.
Jin tomó aire, porque le había tomado bastante energía explicar aquello a su escéptico hermano, pero vio que él se había quedado pensativo.
—Tal vez tienes razón, porque... Fue inusual la aparición de los tatuajes de dragón y de las armaduras. ¿no? —Shun se llevó la mano al mentón, analizando aquello que no había logrado hacer en tanto tiempo.
—¡Al fin, ese es mi hermano! —Jin se acercó a él para palmear su espalda.
—Oye, pero todo esto es tan confuso... Tendré que meditar en eso esta noche, todo ha sido muy caótico con el comportamiento de Yun con esa mujer. Son muchas cosas en un día y estoy exhausto —Shun terminó de decir aquello y volteó a ver a alguien que reconoció de inmediato y que estaba asomada tras una pared.
Jin volteó a ver hacia donde estaba viendo su hermano, se trataba de Wen, la prometida, que parecía llamar a su hermano con tan solo pestañear y sonreír. La mirada de Shun se derritió y de inmediato se idiotizó, todo pasó a segundo y tercer plano para él, incluso la importante conversación que estaban teniendo.
El príncipe heredero ni siquiera dijo "buenas noches", solo se dirigió hacia ella y desapareció por aquella puerta, dejando a Jin agotado y resignado. Pronto una corriente gélida recorrió su nuca y le erizó la piel, tanto así que tuvo que llevarse la mano a ese sitio para apaciguar el frío que le dio.
Su corazón latió con una sensación extraña y no dudó en salir a los jardines para ver el panorama y se sobresaltó un poco al ver hacia el cielo. Las nubes negras habían cubierto la luz de la luna, pero lo más bizarro eran las formas draconianas que se comenzaban a formar ante sus ojos.
«Esto no es nada bueno», se dijo mientras se dirigía una vez más a los brazos de Lin.
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Continuará...
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