• Dumbroch // Motunui •
— Hiccup. — Mérida jalo de su brazo, quedando frente suyo para hablar en bajo. — Créeme, no es una buena idea.
— Ella sabe dónde está mi dragón.
— Siempre quiere algo a cambio, nunca es lo que parece.
Hiccup no apartaba su mirada de la pelirroja, viendo de reojo hacia la anciana hasta finalmente asentir.
— Es mi mejor amigo. — Murmuró, antes de apartarse de ella. — Trato hecho.
El castaño se quitó el collar que su madre le dio de niño, acercándolo en dirección a la anciana. Pero antes de que la mujer se lo arrebatara, el chico lo alzó.
— Primero, mi dragón.
— Inteligente. — La anciana reconoció.
No dudó en chasquear los dedos, y un enorme dragón negro apareció adormilado detrás de ella. Estaba envuelto en una enorme red, retorciéndose entre pesadillas.
— ¡Chimuelo!
Hiccup corrió hacia su dragón, tomándole la cabeza para verle con atención y quitándole una aguja de su cuello.
— ¿Qué es esto?
Mérida intentó ver, pero manteniendo una distancia prudente entre ella y el animal.
— Es veneno. — Respondió la bruja desinteresada viendo el collar.
— ¡¿Veneno?! — Se exaltó Hiccup.
— ¿Veneno? — Mérida la vio con intriga.
— Sí, niños sordos. — Contestó la vieja con irritación, pero sin apartar la mirada del collar. — Antes de que nacieran, en Floyen usaban mucho este... método.
Los dos jóvenes vieron con desconcierto a la mujer, abriendo sus labios con incredulidad.
¿Quién podría hacer algo así?
— Sí, bueno... adiós.
Sin decir más, la anciana dio media vuelta y empezó a caminar hacia su hogar sin ninguna preocupación.
— Espera, ¿A dónde crees que vas?
Mérida no dudó en correr detrás de ella, casi tropezando con una raíz salida y viendo que la anciana le ignoraba totalmente hasta entrar a su casa.
La pelirroja llegó un segundo después de que cerró la puerta, y al abrirla no había nadie dentro de la cabaña.
— No de nuevo... — Susurro con fastidio Mérida, volteando hacia Hiccup. — ¿Está bien tu amigo?
— Lo está, solo parece adormilado.
Mérida se mantuvo a dos metros de distancia, e Hiccup se dio cuenta de aquello cuando la pelirroja veía con temor a Chimuelo en el suelo.
— ¿Quieres acariciarlo?
— ¿No me comerá la mano?
Hiccup rio en bajo, estirando la mano en dirección a Mérida y esperando que ella se acercara.
La princesa vio con duda aquella mano, acercándose lentamente hasta sostener su mano y con cuidado acercarla hacia Chimuelo.
Mérida no pudo evitar temblar sutilmente cuando escuchó el aliento del animal, pero finalmente la palma de su mano hizo contacto con su cabeza.
Eran escamas, una sensación tan rara que no podía describir. Como la vez que acarició un sapo y le dio sarpullido, pero era más duro y a la vez cálido.
— Dijiste que se llamaba Chimuelo, ¿no?
Hiccup asintió.
— Mira...
Soltando la mano de la princesa, abrió la boca de su mejor amigo y Mérida tragó saliva nerviosa. Pero gracias a eso se vio que las encías del dragón no mostraban dientes. ¿Cómo era posible?
— Son retráctiles. Solo los saca cuando come, o cuando se enoja.
Mérida finalmente apartó su mano, retrocediendo en el suelo hasta que su espalda chocó con un árbol y cruzó ambas piernas.
— ¿Qué haces aquí?
Hiccup suspiró, se levantó para empezar a quitar una red que rodeaba el cuerpo de su amigo, arrojándola lo más lejos posible.
— Me gusta viajar, conocer más lugares además de mi reino. — Acaricio la cabeza de Chimuelo, volviendo a sentarse a su lado. — Y Dumbroch resulta... es hermoso en los atardeceres, el reflejo del sol sobre las cascadas es... es como...
— ¿Fuego? — Completó Mérida.
Hiccup volteó a verla, mientras fijaba su mirada en los ojos turquesa de la princesa.
Su rostro se ruborizó totalmente, asintiendo de forma nerviosa.
— Sí, eso. Fuego de dragón.
Ambos sonrieron mutuamente, hasta escuchar un quejido sonoro proveniente del dragón.
Chimuelo empezaba a despertar, bostezando y manteniendo sus ojos entrecerrados. Hiccup no pudo detenerlo cuando Chimuelo se empezó a poner de pie, tambaleándose y casi cayendo sobre el castaño.
— Hey, amigo. ¿Estás bien?
El dragón agitó su cabeza, hasta finalmente adaptarse y ver a Hiccup de forma clara.
Su mirada fue hacia Mérida, quien sostuvo el aliento en sus pulmones y apretó con fuerza los labios.
— Es amiga, nos ayudó. — Explicó Hiccup.
Chimuelo olfateó el aire, acercándose hacia Mérida para olerla y asegurarse de que no causara ningún daño a su jinete.
Mérida aún mantenía la mirada absorta sobre el enorme animal, alzando con lentitud la mano como Hiccup le había enseñado hace unos momentos.
— Hola... Chimuelo.
Aquel verde en los ojos del dragón era cautivador, tan atrayente como el bosque mismo.
Finalmente, Chimuelo cerró sus ojos para dejar que su cabeza se reposara sobre la cálida mano de la pelirroja. Mérida volvía a sentir aquella sensación extraña, pero ahora era combinada con adrenalina y emoción.
— ¿Qué le pasó a su cola? — Mérida volteó hacia Hiccup.
El chico casi se ahoga con su saliva, carraspeando.
— Fue un accidente de vuelo.
— ¿El mismo accidente que te quito la pierna? — Mérida alzó una ceja, apartando la mano del dragón. — ¿Y ahora qué te pasa? Estás más rojo que un tomate.
Aquellas palabras solo hicieron ruborizar mucho más a Hiccup, quien intentaba mantener la cordura bajo la mirada zafiro.
— Ajam.
Mérida no pudo evitar ocultar una risa, poniéndose de pie para sacudir el vestido que tenía.
— Vamos, deben regresar a Berk antes de que ocasionen una guerra aquí.
— Cierto. Mi padre me asesinará al llegar. — Hiccup hizo una mueca con los labios. — ¿Te llevo a tu casa?
— Nah, puedo ir por mí misma.
Hiccup asintió con una sonrisa, acercando las manos a la silla de Chimuelo para acomodarla, asegurándose de que estuviera firme para emprender camino.
Cuando el castaño estuvo por decir algo más, Chimuelo alzó la cabeza alerta para voltear a todas direcciones.
— ¿Qué sucede, amigo?
Hiccup apenas pudo mantenerse de pie cuando sintió un temblor recorrer todo Dumbroch, por inercia se sujetó del dragón e intentó jalar consigo a Mérida, quien se resguardó bajo sus brazos.
— ¡Sube, sube! — Hic apuro a la pelirroja.
Mérida no tuvo más opción que subir sobre Chimuelo, e Hiccup de un salto se estabilizó para acomodar todo lo más pronto posible y emprender vuelo segundos antes de que un enorme árbol cayera sobre ambos.
• ♡ •
Los ojos de Moana se mantenían cerrados, sentada sobre las arenas blancas de su reino y sintiendo el agua acariciar su piel morena.
El océano era parte de ella, aunque su padre lo negara. Moana empezaba a creer que su padre no creía en el espíritu del océano como debía, aunque fuese parte de sus costumbres.
Inhalo profundo. Se encontraba con piernas cruzadas, estilo indio, con el agua apenas llegando sobre ellas. Era a la orilla del mar, pues acostumbraba a sentarse ahí.
— Moana, ¿qué pasa?
Su madre llegó a un lado suyo, sentándose sobre la arena y sintiendo el agua cubrir sus piernas.
— Es sobre el ataque a los reinos bajos, mi padre... no quiere escucharme.
La reina mostraba tristeza en su rostro, acercando una mano para acariciar la mejilla de la menor.
— Él solo quiere que tú seas la reina, que seas feliz.
— El trono de Nueva Andalucía no me hará feliz, él lo sabe.
Moana se puso de pie, caminando hacia una de las rocas que se encontraban sobre la playa. Su madre no tardó en ir detrás de ella, ambas sintiendo la brisa del mar.
— ¿No puedo hacer algo, mamá? Debería escucharme, o el congreso. Deberíamos advertir a Corona y Berk.
— Hija, si algo he aprendido es que nada gana sobre la Confrontación de la Paz.
Moana abrió los labios para hablar, pero no dijo nada y se quedó en silencio. Fue cuestión de segundos cuando un hombre llegó hacia ambas alertando.
La reina no dudó en seguirlo, con Moana detrás y ambas corriendo entre el bosque hasta llegar a su hogar donde se encontraba el Rey con un grupo alarmado de hombres.
— Tui, ¿qué sucede?
— ¡Sina! Gracias al espíritu que están bien. — El rey fue hacia su esposa, abrazándola con fuerza. — Hay ataques a los reinos, Las Islas del Sur empezaron a atacar a Corona. El Bosque Encantado está bajo ataque. Berk y Arendelle presentan temblores misteriosos. Seremos los próximos.
— ¿Cómo que los próximos, papá? — Moana interfirió.
— Somos el reino que falta, debemos resguardarte. — El rey Tui afirmó, dejando una mano sobre la espalda de su hija. — Iras a Andalucía, si hay un ataque en los 7 reinos, significa que irán por los descendientes, los herederos al trono. Debemos alejarte lo más pronto posible de aquí.
— ¡Papá! No pueden, debo quedarme aquí, con mi pueblo.
— Lo que debes hacer es alejarte de cualquier reino.
Tui la guiaba hacia una playa del sur, con algunas cosas sobre su hombro y con Sina detrás de ambos.
Una vez en aquel lugar, Tui se alejó hacia un barco donde había ya tres de sus mejores hombres subiendo barriles llenos de comida.
— ¡Mamá! No los voy a dejar. — La morena se volteó hacia su madre.
— Es lo mejor, Moana. — Sina sostuvo sus manos con dulzura. — Sé que puedes, eres valiente. Nosotros estaremos bien, pero debemos mantenerte segura.
Moana sentía sus ojos cristalizarse, viendo a espaldas de su madre cómo su abuela se acercaba a ellas, dejando una distancia prudente y dándole una sonrisa.
En realidad, Moana siempre quiso ir a otros reinos para atravesar el océano. Pero nunca le fue posible, ¿ahora que tenía la oportunidad porque se negaba a ir? Fácil, sus padres.
No podía con la idea de dejarlos bajo un posible ataque.
— Debes cubrirte, tener cuidado. — Sina se quitó su abrigo, dejándolo sobre los hombros de su hija y poniéndole la capucha para cubrir sus rizos oscuros. — Hay gente de todos los reinos en Andalucía; será fácil camuflarse. Pero también es peligroso, un reino caído, abatido por la pobreza y la miseria.
— Mamá...
— Sé que podrás con todo, mi Moana.
La morena inhaló profundo, sintiendo una lágrima caer por su mejilla y asentir antes de sentir cómo su padre la guiaba hacia aquel barco mediano.
— Iré por ti cuando todo acabe, ¿de acuerdo?
— Te estaré esperando, papá. — Moana dibujó una sonrisa, dándole un último abrazo antes de que su padre bajara. — Cuídense.
El rey Tui se acercó a su esposa para ver desde la playa al barco que empezaba a alzar la simulación del ancla. Su abuela Tala le veía desde una distancia y alzaba su mano en forma de despedida.
Moana sintió el aire, la brisa del océano y el temor en su vientre aumentar. Su cabello oscuro se movía al mismo tiempo que el barco empezaba a ir contra las olas.
Después de escuchar sobre todos los ataques al sur, la preocupación hacia Jack aumentaba. No tenía escrúpulos en hacer lo correcto, mucho menos en enfrentarse a cualquier otro que intentara herir a los que quería.
Simplemente, imaginar que su reino terminaría como el resto...
— ¡Te amamos, Moana!
La morena sonrió por las palabras de su madre, recargándose contra la madera del barco para alzar su mano y despedirse de ellos.
El sol empezaba a ocultarse, y los tres guardias que le acompañaron le decían que fuera a refugiarse en las habitaciones inferiores, pues una tormenta se acercaba.
Moana jugaba con su collar de forma nerviosa, dejándose caer a la hamaca que tenía una de las habitaciones.
— ¡Princesa! — Llamó uno de los guardias.
— No soy una princesa... — Maldijo en bajo para sí misma, poniéndose de pie. — ¿Qué sucede?
— Debemos llegar a una isla cercana, la tormenta ha aumentado y-
Sus palabras fueron cortadas cuando sintió un movimiento brusco que casi la hace caer. El guardia la sostuvo con fuerza y le ayudó a incorporarse.
— ¡Kenai, sube aquí!
El guardia volteó hacia arriba por su llamado, sin soltar a la morena hasta llegar fuera y sentir la lluvia empapar su cuerpo.
— ¡Denahi!
El joven corrió hacia el timón del barco, intentando ayudar al otro joven que usaba su fuerza para cambiar de dirección.
Moana se tropezó cuando una ola impactó contra el barco. La tormenta aumentaba y era difícil ver entre la neblina. No sabía cómo llegarían a una isla segura, si incluso les era difícil girar el barco.
Los ojos azules de la morena fueron hacia el sur, donde una enorme ola se aproximaba a ellos lista para volcarlos.
— Oh, por los espíritus. — Murmuró.
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