• Berk - Dumbroch // Arendelle •

— ¡Tenemos a Astrid en la delantera! Nunca se vio una vikinga más veloz volar con esa agilidad.

La gente vitoreaba desde las gradas, alzando sus cervezas en alto al escuchar al comentarista narrar lo que ocurría.

Después de todo, Astrid era la favorita del lugar.

Los dragones rugieron en dirección a Tormenta, quien aceleraba el vuelo delante del resto de los dragones.

Astrid se impulsó en un salto para soltar a la oveja sobre una de las canastas, aterrizando nuevamente en su dragón segundos después.

Los gritos sonaron por todo el lugar, emocionados por haber ganado aquel partido de la temporada.

— ¡Eso, Astrid! —Estoico grito en alto. — Por Odín, qué buen partido.

— Pero algo falta, ¿no es así? — Bocón le dio un codazo bromista en su brazo. — Mejor dicho, alguien.

— No sé dónde se mete...

— Es un chico, ellos van por ahí como cualquier adolescente. Buscando trufas, enfrentando árboles.

Estoico apartó el casco que tenía, pasando una mano por su frente.

— Cada vez se aleja más de las tierras de Berk, no quisiera que terminara en alguno de los otros reinos como...

Bocón borro un momento su sonrisa, cambiando la bandera que usaba como mano por una de madera para acariciar el brazo de su mejor amigo.

— Estará bien, sabe sus límites.

Hiccup se encontraba corriendo entre el bosque, apartando las ramas de los árboles que se interponían en su camino.

Saltaba lo mejor posible los troncos, intentando no atorarse con su pierna falsa.

De vez en cuando volteaba detrás suyo, escuchando los gritos enojados de la turba furiosa de aldeanos.

Al parecer, su idea de no ser reconocido ya no daba frutos; ser príncipe de Berk tenía (a su parecer) una terrible consecuencia.

El reino de Dumbroch lo había reconocido apenas entro al pueblo, y ni siquiera pudo dar un paso dentro cuando los aldeanos empezaron a perseguirlo.

— ¡Chimuelo!

Y lo peor, le había dicho a su amigo que se ocultara en algún lugar alejado del castillo. ¿Qué quería decir? No sabía dónde demonios estaba.

Con un paso erróneo, termino por tropezar y caer por un risco pequeño.

Con el impacto final apenas pudo levantarse, viendo detrás a la gente que aún lo seguía.

No tuvo tiempo de correr cuando sintió que alguien tomaba de sus labios para pegar su espalda contra uno de los árboles, silenciando sus jadeos agotados y cualquier sonido.

Sus ojos verdes fueron contra los azules de aquella joven, admirando los rizos color fuego que caían con rebeldía.

La joven puso un dedo sobre sus labios pidiéndole silencio, aunque ya le era posible el decir algo.

Ambos vieron hacia arriba, por donde había caído.

La gente parecía ver por donde se había tropezado, para después gritar algo en otra dirección y correr lejos de ambos.

La pelirroja fue apartando con lentitud la mano de los labios de Hiccup, para después darle una fuerte bofetada.

— ¡Auch! ¿Por qué fue eso?

— Estás loco, ¿cómo se te ocurre venir aquí? — La joven terminó apartándose de encima suyo, asegurándose que no hubiera nadie cerca.

— ¿Sabes quién soy?

— Capitán obvio. — Ella rodó los ojos. — Hijo de Estoico, eres la viva imagen de Valka Haddock.

— ¿La conocías? — Hiccup se puso de pie. — ¿Quién eres? ¿Cómo te llamas?

La pelirroja sacudió su abrigo, acomodando los rizos que caían en sus ojos.

— En Dumbroch sabemos todo sobre los reyes, nos asegura no ser invadidos. — Hizo una pequeña pausa. — Soy Me...

— ¿Me?

— Mei, me llamo Mei.

La pelirroja logró camuflajear su mentira, sabiendo lo riesgoso que era decir su nombre real. Después de todo, era el hijo del enemigo de su padre.

Hiccup no tardo en acelerar los pasos cuando la pelirroja empezó a caminar entre los árboles, sabiendo que ella conocía mejor el camino.

— ¿Por qué están tan furiosos? — Hic volteo a donde antes estaban las personas.

— Ni idea, la gente intenta asesinar a cualquiera de otro reino. — Ella se giró, enfrentando al contrario. — ¿Por qué me sigues?

Hiccup retrocedió, casi tropezando.

— Yo... perdí a mi compañero.

— Aja, ¿y?

— No puedo ir a casa sin él.

— Pensé que habías escapado. — La pelirroja se detuvo. — ¿Qué haces tan lejos de Berk?

— Explorando.

— Pues explora en otro lado, Arendelle tiene mejor clima.

Ella dio media vuelta para irse, e Hiccup no dudó en seguirla a mayor distancia y sin sofocarla.

Caminaron en silencio unos minutos, hasta el momento que escucharon un rugido al fondo del bosque y alzaron la mirada a las copas de los árboles.

— Me dijiste que venías de Berk.

— Ajam.

— Entonces... ¿Tenías uno de esos...?

— Ajam...

Ella inhaló profundamente, intentando ocultar el temor por un nuevo rugido.

— ¡Chimuelo!

Hiccup acelero sus pasos por el bosque, sin darse cuenta de que era seguido por su nueva amiga.

En un punto llegaron a una vieja cabaña con trozos de madera que parecían caer en cualquier momento, ella retrocedió unos pasos, sin poder ocultar el temblor de sus manos.

— No es buena idea ir ahí.

— ¿Por qué? — Hiccup se giró hacia ella.

— Hay una bruja, mejor vámonos.

— ¡Princesa Mérida!

La pelirroja cerró los ojos y apretó los labios al escuchar esa voz aguda; sabía de quién se trataba.

— ¿Princesa? — Hiccup se giró a verla. — Mérida... Eres la hija de Fergus, ¿me mentiste?

— Tienes un dragón y eres hijo de Estoico, ¿me culpas?

El chico se quedó en silencio, volteando hacia la vieja mujer de donde provenía aquella voz aguda. Era bajita, sosteniéndose de un bastón de madera.

— Señora, ¿ha visto un dragón?

— Hiccup, vámonos. — Mérida intento detenerlo, sujetando su hombro.

— Lo he visto. — La mujer jugueteó con su bastón. — Y puedo decirles dónde está, por un precio.

— ¿Y tu tallado de madera? — Mérida alzo una ceja.

— No tengo nuevos artefactos desde la última venta. — La anciana movió la mano con desdén.

Mérida dudaba aún más, sosteniendo el brazo de Hiccup para ponerse a su lado.

— Hiccup.

—¿Sabe dónde está mi dragón, dígame? — Rogó Hiccup.

Solo quería saber donde se encontraba su mejor amigo.

— Es una bonita cadena la que tienes ahí. — Apunto con su huesudo dedo al cuello del joven.

• ♡ •

Quince años desde el acuerdo de los reyes, quince años desde que la reina Arianna Corona se enteró de que esperaba un bebé.

A su pesar, esa pequeña se encontraba enferma.

El reino entero no dudó en ayudar a su reina, buscando por todos lados hasta encontrar una flor dorada que otorgaría la curación a la mujer y su pequeña nacería sana.

Recibieron a una hermosa niña de cabello rubio y grandes ojos verdes, con el corazón más bondadoso de los ocho reinos.

Para sorpresa de todos, la pequeña obtuvo los poderes de esa flor. Brindando curación con sus manos, y habilidades extraordinarias.

La imagen de aquella joven princesa se visualizaba en aquella esfera de cristal, se encontraba visitando su reino junto al resto de su familia.

Los niños del pueblo de Corona corrían hacia su princesa Rapunzel, observando con asombro el movimiento de sus manos al crear una pequeña esfera de luz.

El príncipe Adrien estaba junto a su hermana, viendo con ternura a los niños que corrían para verla.

Rapunzel mostraba una auténtica sonrisa hacia los niños, quienes no dudaban en decorar con flores el largo cabello de su princesa, el cual llegaba a sus tobillos.

— Hermoso, ¿no es así?

Aquella voz femenina hizo que la imagen de la esfera quedara congelada, mientras el hombre que mantenía ambas manos en el objeto, gruño en bajo.

— Magia... Son unos tramposos, con la esperanza de ganar el trono de Nueva Andalucía usando su ridícula magia.

— ¿Qué te preocupa? — Nuevamente esa voz.

— Sus habilidades no son algo que haya visto antes.

— Oh, cariño...

El hombre se apartó apenas de la esfera, observando en aquella habitación oscura y vacía los artefactos que había empezado a coleccionar tiempo atrás.

Sobre la chimenea, en un frasco de cristal, empezaba a salir un espeso humo morado que tomaba la forma de una hermosa mujer. Su cabello negro se movía con fluidez, mientras ella danzaba alrededor del hombre.

— Oh, Agnarr. — La mujer acaricio su rostro. — Corona no es el único que tiene un joven con poderes.

El rey de Arendelle bajo de nuevo la mirada a la esfera, viendo que esta vez la imagen de su hijo Jackson aparecía en su entrenamiento.

— No está listo, Jackson es demasiado...

— ¿Débil? — La mujer se impulsó en el aire, moviéndose como una esfera de vapor. — Una lástima, tus príncipes biológicos tienen el corazón de su madre.

— Iduna los ha consentido demasiado. — Agnarr paso una mano por la esfera, viendo que cambiaba la imagen por Anna. — Ambos sabemos que Anna no tiene posibilidad, es una chiquilla.

La mujer pasó un dedo por la esfera, haciendo un puchero con los labios mientras observaba a la pelirroja.

— Y aún más triste, que los hijos no biológicos... ni siquiera tengan la oportunidad de participar.

— Raya y Merlín son poderosos. — Agnarr se apartó caminando hacia la chimenea, observando el fuego. — Pero sus poderes provienen de las emociones, ninguno está preparado para esto.

La risa de la mujer hizo que Agnarr volteara, intrigado por aquel acto.

— ¿Qué idea tienes?

— Solo pensaba... Sin Iduna cerca, ellos crecerían a tu imagen y semejanza, sin el corazón débil.

Agnarr lo pensó un momento, podía ser cierto. Iduna era demasiado buena, demasiado piadosa.

— Solo se necesita un roce. — La mujer paso un dedo sobre su garganta, haciendo una señal de muerte. — Quisiera hacerlo, pero ya sabes... No podemos herir mortales.

El rey asintió, viendo de reojo una navaja plateada sobre un estante.

— Tu esposa está cerca. — El cuerpo de la mujer se evaporó, volviendo a la botella de cristal.

— Maldición. — Agnarr sostuvo una sabana del suelo, dejándola sobre sus cosas y corriendo para abrir las cortinas llenas de polvo.

Fueron apenas unos segundos cuando la puerta fue tocada.

— Mi rey.

— ¡Largo! — Grito Agnarr.

El hombre se encontraba despeinado, con ambas manos sobre la mesa vacía.

Iduna ignoro la orden de su esposo, abriendo lentamente las puertas y quedándose de pie para ver a Agnarr.

— Por favor, ven.

— No quiero ver a nadie.

— Es el cumpleaños de Raya, cumple 19 años. — Rogó Iduna.

— ¡Que no quiero ver a nadie!

La mujer retrocedió con los ojos cristalizados, sosteniendo la manta con la que se cubrían los hombros.

— Es tu hija.

— ¡Ella no es mi hija! Es una huérfana que encontramos con su hermano en unas ruinas de Floyen.

Iduna abrió los ojos incrédulos, ahogando un jadeo.

Agnarr estaba furioso, pero su gesto se tranquilizó cuando volteó hacia un costado de la puerta donde se encontraba Raya junto a Anna y Merlín.

— Largo. — Murmuró el rey.

Iduna trago saliva, asintiendo finalmente para acercarse a sus hijos y abrazar a la mayor. Empezando a caminar hacia una de las salas de estar para calmarse, todos se sentían agobiados.

Agnarr paso una mano por su frente, acomodando como fuese posible su cabello y saliendo a pasos fuertes de la habitación, azotando la puerta al final.

El lugar se quedó en un silencio absoluto, hasta que la risa de aquella mujer surgió nuevamente y salió del frasco de cristal.

— Cada día resulta más sencillo. — Murmuro la mujer, viendo sus uñas.

— Está encantado por ti, Eris.

Un hombre surgió entre las sombras, pasando una mano por el rostro de su amada.

— ¿Qué puedo decir? Los reyes son fáciles de manipular. — Eris sonrió, tomando la mano de Pitch Black. — ¿Cómo te fue en las Islas del Sur?

— Espléndido, los reyes no dudan de nada. — Río el hombre.

— ¿Qué reinos faltan de corromper?

— Corona y Berk, son más difíciles de lo que imaginaba.

Eris lo pensó un momento.

No era algo que llevaran haciendo unos días, eso era desde hace años.

La manipulación, el miedo, la furia.

— Faltan aún tres años para la Confrontación de la Paz, hay tiempo.

— No como crees, Pitchiner. — Murmuro Eris.

Eris hizo un movimiento con su mano sobre la manta que cubría la esfera, la sabana salió volando y en la esfera apareció la imagen de dos jóvenes.

— Dumbroch y Berk, se han encontrado.

— Eso será un problema...

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