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Había hecho su investigación. Descubrió que Khameleon no había muerto en la guerra o por un corazón roto, sino que escapó al enterarse que Syzoth fue tomado como prisionero de Shao Kahn y ella solo murió por edad. Elegir el día para volver era complicado: no quería volver antes de que terminara la conquista y volver a meterse en ella, pero no quería que su amada princesa llorara más por el.

Así que se quedó allí, frente a la puerta de habitación, en un abandonado castillo en el primer pueblo de Zaterra, donde los soldados de la princesa y ahora reina, lo dejaron pasar sin decir palabra alguna; en una cálida mañana de la temporada de Bolkar, con un ramo de flores nocturnas de Rakash en sus zarpas sudorosas. Llamó a la puerta y se quedó allí, golpeando con su servo vacío la pernera del pantalón en un intento de calmar sus nervios.

No funcionó.

Lo que calmó sus nervios fue la puerta que se abrió, revelando a una Khameleon muy aturdida.

Abrió la boca y no salió ninguna palabra. Se le ocurrió que era la primera vez en milenios que la dejaba sin palabras. Su corazón dio un vuelco cuando se dio cuenta de que tendría innumerables oportunidades más para hacerlo.

El sonrió ampliamente. Realmente no creía que ella pudiera volverse más hermosa, que pudiera sorprenderlo más. Pero ella lo hizo.

—Lo siento, llegué tarde.

—¡Syzoth!– exclamó ella lanzándose a sus brazos.

Su dulce abrazo fue correspondido, con el antiguo servidor rodeando con sus brazos a su amada, apretándola contra su pecho mientras la sentía temblar contra si.

La extraño tanto, pensó en ella tantas noches y fue su razón de no permitirse morir.

Sus piernas fallaron, sabía que las de ella también, y quedaron de rodillas en el suelo, abrazándola y besando su cabello con amor.

Lloro de alegría mientras reía con ella.

Finalmente, lo había logrado.

La guerra había terminado, al igual que su propia guerra mental.

Khameleon estaba con el y, Syzoth estaba con ella.

No podía pedir nada más ahora. 

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