2, Una piedra verde.

Tras unos días, y un par de trámites, Aria comenzó las clases a mitad de semana, en medio del año lectivo. A los maestro les encanto ponerla al corriente con las tareas. 

No paso ni un día que la pila de trabajos fueron en aumento.

—Bienvenida, señorita Gold.— dijo con orgullo y un poco de malicia el profesor Uhi.

 Aún no había hecho tantos amigos como quería, pues se dió cuenta de lo torpe que era para socializar, al menos con gente de su edad. A nadie le interesaba su traducción a conceptos menos complejos, fuera de un museo.

El primer día se le había acercado un rubio que más que querer tener ganas de ser su amigo la intimidó un poco, al igual que el chico con anteojos y postura nerviosa.

Al segundo día hasta el maestro de historia parecía ignorarla. No lo podía pasar peor. Era su materia favorita, y aquel hombre no le dio la oportunidad de decirlo.

 Al tercer día se rindió, y las ganas de ser más amigables con gente que no fueran sus amigos se esfumaron.

El haber llegado justo a mitad de año no le daba ventaja al querer meterse en un nuevo grupo. Jim y Toby por muy amistosos que eran, sin importar lo mucho que los quería, traían algo entre ellos y no le daban lugar a ella.

 Solo con Clara podía ser más espontánea. Pese a tener su grupito, buscaba incluirla y eso le agradaba, aún que solo tenían conversaciones fugaces y la mayoría de la veces no entendía muy bien de lo que hablaban las otras tres chicas. 

Dejó de perseguir la idea de estar rodeada de gente. Después de todo, y recordando a su madre, se sentía bien con las pocas personas que ya conocía. Alexia era igual, pero entraba con mayor facilidad a los círculos sociales.

Tras la clase de matemática, iba con Clara por los pasillos, que de a poco se iba vaciando, sus compañeros iban a entrando a las aulas. El recreo había llegado a su fin.

—Al menos manejo el español e historia.— dijo mientras leía sus deberes. 

Estaba repleta de tareas, con algo de suerte y tiempo se podía poner al día.

—No es tan malo, te ayudo.— le propuso Clara.—También vengo algo atrás, y es bueno hacer los deberes en compañía. 

—Gracias, es linda idea.

 Las dos amigas de Clara la llamaron y esta se marchó, agitando una mano en el aire, saludando a Aria. Las vio irse pero ya no se sentía sola por no estar acompañada.

 La mañana escolar transcurrió mas rápido de lo que hubiera imaginado.

  No estaba acostumbrada a los horarios de los institutos; durante los ocho años fuera de Arcadia, fue mas lo que estudio en casa que dentro de una escuela.

  Le gustaba, iba a su propio ritmo, pero también le gustaba la idea de estar con gente con la cual pueda entablar una conversación en su tiempo libre.

 Tocó la última campanada, y todos salieron con entusiasmo. 

Jim se apuró en salir, y antes de dar un paso fuera del aula, se percató de lo lento que iba su amiga. Y en esa lentitud, se quedó observandola. No pasaron tiempo junto, no tanto al menos desde que volvio. Se preguntaba si ella sería capaz de soportar el secreto con el que el cargaba.

—¿Vamos juntos?— le pregunto Jim.

Aria deseaba poder hacerlo, y hablar con él, saber que tramaba que casi no le dirigía la palabra, pero también querían ser responsable. Tenia que hacer un ensayo de historia, y muchos ejercicios de matemáticas.

Suspiró agotada.

—No, iré a la biblioteca, quiero saber que hay, y ver que puedo adelantar, antes de adelantar mas y mas tareas.— le respondió con un sonrisa de pena. 

—Será otro día.— dijo con una sonrisas torcida.

 Se saludaron con las manos en el aire, y se fueron por diferentes caminos. 

 El sonido de la escuela se quedó atrás, ahora era un murmullo, o unos que otros pasos. Se vacío bastante rápido, o solo era una sensación que crecía mas y mas.

El silencio de la biblioteca era abrasador, al igual que la oscuridad ¿En que momento una sala paso a ser un sitio siniestro? 

 Una suave voz femenina la sacó del terror que crecía a su alrededor. Al darse vuelta, notó que ahí estaba la bibliotecaria, aun que se veía bastante joven para serlo. Aria le calculo unos dieciocho años ¿Cómo alguien de esa edad se recibía tan rápido? Se cuestionó al verla mejor. 

—¿Necesitas ayuda?

—No, yo, solo vengo a buscar unos libros de historia. 

—En el tercer pasillo, al final, están los  mejores libros para la tarea de historia.— le indicó con amabilidad.—Por cierto soy Basilisa, pero puedes llamarme Baba.

 Eso fue un extraño giro de eventos para Aria. La chica se veía agradable, aunque algo extraña, asi que solo le sonrió con amabilidad. 

—Gracias.

 Caminó por el pasillo indicado. Llegando al final, allí encontró un par de libros que le ayudarían con la tarea de historia.

Cuando se estaba por marchar, un libro le llamó la atención. Su portada era simple, estaba añejada, de color bordo un tanto sucio, y el titulo en letras doradas. 

 —En cuento de la princesa Aria.— leyó en voz baja. 

 Aquello despertó su curiosidad, como cuando era niña. Alexia, por las tardes, solía hacerse un tiempo de su trabajo para poder contarle cuantos con princesas, brujas, dragones. Todos llenos de magia, y lo contaba con tanta emoción en su voz, que en su cabeza era fácil hacerse a la imagen de batallas épicas. Extrañaba mucho eso de su mamá.

Lo guardó con los otros libros, mejor dicho, lo puso encima.

Caminó ojeando un poco su contenido. Tenía el grabado de una joven princesa, quizás un par de años mayor que ella, que se veía idéntica a Aria o a Alexia. Se frenó ante lo que sus ojos veían ¿Acaso eso era posible? 

—Aria, Meyer Pendragon.— leyó en un susurro el nombre bajo el dibujo.

 No lo había notado, pero otra vez se repetía la sensación de terror de momentos atrás. La biblioteca estaba a oscuras, silenciosa.

Otra vez se encontraba sola.

—¿Hola?— llamó.— ¿Baba?

Nadie respondió.

 De la nada misma una luz verde se hizo presente, que pronto tomó la forma de una lágrima espesa que flotaba en el aire. Por puro instinto camino hasta esta, quedando frente a frente.

¿Por qué lo hacia? No estaba segura. Conocía de leyendas sobre luces misteriosas y que no debía acercarse a estas. Y allí estaba ella, yendo contra cualquier lógica.

—Aria Gold Pendragon.— la llamó una dulce voz, similar a la de su madre, solo que al escucharla mejor, se asemejaba a la suya.— Aria Gold Pendragon, toma la lágrima de Avalon, el deber de la guardiana se te ha conferido.

 Abrió la boca sorprendida, y solo la tomó, como si supiera lo que estaba haciendo. De la piedra con forma de una delicada lágrima, brotaron dos lazos bordo, que llevaban bordado en dorado un lema, en una lengua extraña.

—"Por la gloria de Merlín, la lágrima de Avalon esta bajo mi mando."— leyó con cierta duda esas extraña lengua. 

 La piedra brilló con mucha intensidad, lanzado una oleada de energía que desarmó el peinado de la castaña. Tanto sus cabellos, como su remera suelta, y su pollera se agitaba ante la poderosa magia que destilaba la piedra, lo que la obligó a cerrar los ojos. 

 Todo volvió a ser oscuridad, unos segundos después la luz se volvio tenue y natural. Al abrir su mirada verde, se encontró con un espectro, la joven del libro que tenía en mano. Por un instante se quedo sin palabras.

  Era como verse en un espejo palido. 

—Hola, a ti.— saludó alegre aquel fantasma joven.—Que sorpresa que no tengas miedo, mi primera vez con mi vida anterior grité del espanto y me desmaye.— le comentaba con tal naturalidad que Aria no lo creia.—Me llamo Aria Meyer Pendragon, lo que importa es esto último. 

—¿De verdad eres mi vida pasada?— se atrevió a preguntar, al sentir que sus funciones volvían en si.—¿Por qué te llamas como yo? ¿Por qué llevas el apellido de mi madre?

El espectro, la vio con extrañeza, de repente Aria, la mas joven, se puso tan pálida como la nieve. Si, estaba espantada, solo que no podía expresarlo.

—Respira, respira.— le indicaba, a lo que la castaña le hizo caso.—Mas lento, mas lento.— ordenó al notar que las respiraciones se volvieron cortar y agitadas.—Así es, tienes que saber que no te haré daño, estoy para ayudarte.

Ahora que Aria la veía mejor, y un poco mas tranquila, la princesa si era parecida a ella, pero tenía mas rasgos de Alexia, su mamá.

—Si, es raro, pero admitamos que el apellido Pendrangon da prestigio.— dijo la princesa guiñándole un ojo.

—¿Qué es la lágrima de Avalon?— insistió con las preguntas.

—Vamos a un lugar que nadie nos vea, y te enseñaré lo que esta piedra verde puede hacer ¿Te parece, Aria?— le propuso.

Solo asintió, mucho no tenía que perder, mas que la cordura. Aun que sentía que ya lo había hecho. Estaba hablando con un espíritu,  que llevaba el apellido de su difunta madre.

Antes de salir se percató que la bibliotecaria era otra mujer, no la joven Baba que la condujo a los libros de historias.

—Si, perdí la cabeza.— dedujo al fin con una sonrisa torcida.

Salió sola, la princesa se ocultó dentro del collar, o lo que se suponía que lo era.

Por mucho años creyó que Avalon y toda la historia que giraba en torno a esta, era mas una fantasía, una leyenda. Todo lo relacionado con el rey Arturo, la mesa redonda, Camelot, y lo demás, llamaba su atención.

 Su mamá se había encargado que esas fantasiosas historias llegarán a ella, y darles ese toque de realismo para hacerle dudar de lo que leí. Extrañaba a Alexia, sus cuentos, sus abrazos y la alegría que le daba a sus días.

 Caminó a su casa con una extraña sensación. Por años, siempre hacía algo segura de como actuaria después, ahora, con aquel collar, con ese fantasma, con una gran incógnita, se sentía por completo perdida.

★★★

Hola ¿Qué tal su martes de valor?

Me gusta ponerle nombre a los días.

Como sabrán no me gusta tardarme en esto de hacer arrancar la magia. Como dije ayer, los capítulos de esta semana en todas las historias son lindos y tranquilos (no tanto en El destino de una bruja)

En fin sin mas que decir, besitos besitos, chau chau.

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