CAPITULO 23
HOPE
- Así que.... - Trata de ser casual Caleb, tocando con uno de sus dedos una de las tazas que cuelgan por abajo de la gaveta de los mobiliarios de la cocina de casa, mientras saco detrás de ella, un vaso para servirme jugo fresco del refri. - ...no vendrás? - El tintinear entre ellas con su mano de forma juguetona, me hace mirarlo a través de mi vaso de vidrio bebiendo de lo más tranquila.
Cree el muy jodido, que tiene mi atención por esa pose de modelo de Calvin Klein con sus jeans gastados, sobre la mesada de la cocina.
Maldita sea.
La tiene.
Pero, ni muerta se lo digo.
Enano bastardo y sexi.
Cruzo una pierna tipo garza sobre el mueble y me encojo de hombros.
- No, Caleb. - Soy determinante.
Frunce su boca pensativo.
- ¿O sea, que es un no rotundo? - Insiste dándome esa mirada.
La de Dios porno y sonrisa infantil.
Pero, que pendejo.
Lindo.
Pero pendejo.
Niego como si nada.
- Nop. - Pero que buena actriz soy.
Sus hombros bajan como su mirada, desinflado por mi negativa a su insistencia de ir esta noche a la apertura de temporada del campeonato de básquet de la U.
Su postura triste, pero al mismo tiempo determinante en convencerme con sus ojos chocolates que jamás cambiaron con los años, está sobre un punto fijo del piso pensativo.
Me recuerda cuando éramos niños.
Aunque ahora me supera por dos centímetros creo, en esa época apenas lo hacía a mis hombros.
Menudo en tamaño para su edad, con bráquets cubriendo su dentadura y sin un vestigio a lo que se iba a convertir ahora.
En un jodido y caliente, chico alegre de sonrisa perfecta.
Resoplo para mis adentros.
Porque no puedo ir, ya que el examen del lunes me lo prohíbe.
Sin haber tocado una hoja en estas semanas por la apuesta y las prácticas de tango, solo tengo hoy y mañana, para recuperar lo perdido.
Y volver a mi condenado control amado.
Sus ojos se elevan y me contraataca otra vez, con esa mirada sexi, pero ahora suplicante y acompañado de un morrito, que me dan ganas de comérmelo a besos.
Ruedo mis ojos.
- Lo siento primo, pero no. - No aflojes Hop.
- Mentirosa. No lo sientes. - Me reprocha, tomando mi vaso de la mesada y bebiendo de un sorbo lo que quedó.
Quiero reír.
Claro que tiene razón.
No lo siento para nada.
Pero tengo que fingir, porque si no, terminaré accediendo.
- ¡Claro, que sí! - Digo en tono ofendida y tomando el vaso de su mano, para enjuagarlo justo en el momento que papá entra.
Caleb le hace unos movimientos de sus brazos en el aire, como si con ello pudiera decir el montón de improperios que contiene sus lindos labios y aún, con esa mueca linda que me hace ahogar una risa.
Y por ello, da un pisotón al piso y señalándome, mira a papá.
- Tu hija número tres, es lo más desquiciante, frustrante y terca mujer que jamás conocí.
Papá sonríe ante mí, rascando su mandíbula y frente al tarro de galletas dulces que busca.
Abre su tapa de forma muy tranquila y como tal, selecciona un par de sus favoritas.
Las que tienen chispas de chocolate y cavilando las palabras de su ahijado.
Acomoda sus lentes.
- Lo sé...¿no es hermosa? - Dice al fin, llevándose una a la boca y masticando con mirada divertida, mientras se va con una risita de fondo.
Amo a mi padre.
CALEB
Un bocinazo de afuera de forma consecutiva, me saca de mi reyerta con mi Anabelle y mi padrino y futuro suegro poco aliado.
Es Caldeo en su camioneta buscándome para ir a tiempo a la previa del partido.
Maldita sea.
Esto de estar tanto tiempo juntos y compartir momentos con Hop y saber que no va estar esta noche, no me gusta ni mierda.
Otro bocinazo.
Resoplo.
Pero sé, que estoy actuando como un chiquillo adolescente.
Un momento.
Sonrío.
¿Acaso, no lo soy?
Camino al otro lado de la mesada, donde dejé mi bolso con la ropa deportiva.
La levanto.
- Última oportunidad... - Hago a un lado mi pelo y colgando esta de un hombro. - ¿Vendrás, conmigo al partido?
- No. - Como si nada, limpia una pelusa inexistente de su remera con motivos de caramelos y números rosas.
Que perra.
Hago una mueca.
- ¿Que fue, lo que dije?
- ¿Si quiero ir contigo, al partido Caleb? - Responde tipo lorito.
Bonita.
Mi sonrisa se amplía.
- ¡Genial! Diré a Cristiano que pase por ti, en una hora.
HOPE
No le doy tiempo a que pueda reír a toda potencia por su treta y antes que desaparezca por la puerta trasera de la cocina, le lanzo sin poder disimular la mía, lo primero que tomo entre mis manos y riendo a carcajadas, haciendo un bollo uno de los lindos repasadores culinarios de mi nana Marcello.
Lo toma en el aire y me lo vuelve a lanzar.
Y su boca se entreabrió, pero no dijo nada como me esperaba que hiciera con alguna de sus burradas.
En cambio caminó a mí rápido y en dos zancadas y antes de que pudiera pestañear o reaccionar y aún, con el repasador entre mis manos, tomó de un movimiento mi nuca con su mano y su boca se lanzó sobre mí, chocando con fuerza nuestros labios.
Fue cálido y acariciando mi lengua la suya.
Pero fuerte, dejándome llevar.
Como también, dulce.
Se apartó solo un leve milímetro, quedándonos sin aliento ambos por su demanda.
Pero tan cerca que podía sentir, entrelazarse su respiración irregular como la mía y sin sacar su mirada de mí.
También, fuerte.
Entonces, se echó a reír para luego acariciar con lentitud su pulgar una de mis mejillas y con ello, un suspiro salió de él.
- No somos novios, ni siquiera amigos o verdaderos primos... - Otro beso. - ¿Lo sabes, verdad? - Me susurra con ternura y a un roce nuestros labios.
Suelto una risita.
- ¿No lo somos? - Balbuceo.
Lo siento.
Pero se me da eso últimamente, cuando tengo su cuerpo tan cerca del mío y con esa expresión a por decir, alguna de sus frases filosóficas alegres de vida.
Niega silencioso y lentamente.
Mierda.
Hasta eso, lo hace lindo.
- No Hop. Porque eres mi pequeño intermedio entre ellos, que llena mi corazón... - Eleva un dedo ante mí. - No novia... - Eleva un segundo dedo. - ...no amiga... - Muestra el anular, señalando el número tres. - ...ni mi prima... - Y me besa otra vez a modo despido y caminando unos pasos, pero se detiene en la puerta a medio abrir y se gira, acomodando mejor su bolso que cuelga de su hombro. - ...eres, mi mujer...
Otro bocinazo.
Y con esto último y un ademan de mano al aire, se despide sin nunca abandonar esa sonrisa tan él.
A toda potencia.
Y dejándome sola.
Podía sentir el calor correr en mis mejillas.
Mucho.
Mi mano cubrió una, mirando a través de la ventana a Caleb como subía a la vieja Ford negra del rarito.
Corrí un poco las cortinas claras para poder deleitarme mejor, con la última imagen de su figura cerrando la puerta y bajo la música a todo volumen de AC/DC que sale de ella.
Parte de su perfume masculino y amaderado, aún flotaba en el ambiente.
Como su beso robado y latente aún, de la sensación de sus labios en los míos y con la caricia suave de su pulgar en mi piel.
Y ese gesto que volvía a sentir familiar, desconocido y nuevo.
Casi me reí.
Casi, dije.
Como me sabe pasar cuando una parte de mí, lo quiere hacer ante algo que no tengo control y sale del margen de mi vida organizada, por la peor sensación nueva que nació con la jodida apuesta y con ella, miedos.
Un gran miedo.
El de adorar odiosamente este descontrol, que Caleb produce en mí.
Podía sentirlo, como burbujas en ebullición dentro mío.
Cada vez más grande.
Y cada vez, más cerca de mi corazón amenazando con explotar.
Niego en silencio y con un envión de donde estoy apoyada, me encamino en dirección a las escaleras para condenarme a mis libros de aritmética y economía mundial, arrugando mi nariz.
Oh Dios...
Me detengo en ella y me dejo caer contra uno de los escalones de forma agotada.
Y sorprendida.
¿Utilicé la palabra condena, entre mis adorados libros de mi adorada carrera, para convertirme en una gran empresaria?
¿Acaso, me fastidia estudiar lo que tanto amo?
¿Lo que tanto deseo ser?
Y un gemido involuntario me sale, abrazándome a mi misma, con mi respuesta al recuerdo con la sensación del beso de mi primo y no, mis libros a la espera mía sobre mi escritorio.
Solo, querer más de eso.
De esto.
De nunca dejar de sentir, su boca presionando mis labios y que desesperadamente como en este momento, lo deseo todavía.
Llevo ambas manos a mi frente tirando mi pelo suelto hacia atrás de forma cansada y una sonrisa indecisa se dibuja en mi rostro, recordando la única palabra que escribí para mi globo de los deseos.
Estoy jodida.
Que hice...
CALEB
- Te ves como la mierda. - Digo a Caldeo, poniéndome la camiseta de la U y cerrando mi casillero.
Flexionando sus brazos y saltando sobre su lugar para entrar en calor, me rueda sus ojos como respuesta mientras aseguro mejor los cordones de mis zapatillas y sobre el grito del entrenador en la puerta del vestidor a que demos salida afuera para dar comienzo al partido.
Un estallido de aplausos y ovación del público a la espera nuestra y la del rival, se siente llenando el interior del estadio y hasta nosotros, bajo la música sonando dando comienzo al show de las porristas de nuestro equipo y el contrario, con las respectivas mascotas del campus.
Sé, que soy muy sincero.
Papá me enseñó siempre a serlo.
Condénenme por ello.
Pero lo justifica el semblante de uno de mis mejores amigos, casi hermano como lo es Caldeo.
Con ese bonito color ceniciento que tiene por tono en su piel, lejos a lo que es mi moreno amigo de rasgos exóticos.
Ya en fila con los demás compañeros a la espera de nuestra entrada en la gran puerta, paso entre ellos para ponerme detrás de él.
Y mi mano se apoya en su hombro haciendo que me mire por sobre él.
- ¿Oye amigo, estas bien? Tu semblante no era de la mejor, cuando me buscaste... - Suelto, ante la señal del entrenador y el preparador físico a que ingresemos a la cancha, dándonos palmadas de aliento a todos en la espalda.
Sus ojos apenas visibles por el pelo que lo cubre, no se pueden decidir si quieren mirarme o a esta, abriéndose.
Sin perder el trote y con ese silencio perpetuo, se limita a solo revolver mi pelo con su mano como respuesta, como lo hacía siendo yo un niño y asintiendo lentamente.
Corro hasta mi posición de la cancha sin dejar de observarlo.
Había algo.
No lo sé.
Porque Caldeo mientras camina al centro de esta como capitán y ante el llamado del árbitro junto al rival por la posesión de la pelota y pese a que su postura era casual.
La quietud de su cuerpo y la intensidad de su mirada que siempre lo caracterizó.
No lo son.
Carajo.
Mala señal...
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