Capítulo 48

Por la mitad de la velada, cuando la pizza ha salido del horno hace ya rato y está a medio comer, Lydia les da una sorpresa a todos ofreciendo a Inés un juego de tres llaves: portal, buzón y casa. Su casa. Y ahora también la de Inés.

Eso sí, justo cuando Inés va a cogerlas, parece que le cuesta desprenderse de ellas por como las sujeta, con la mano en tensión. Finalmente las aparta de un plumazo y señala a Inés con el dedo índice.

—Que quede claro que el hecho de que vivamos juntas no quiere decir que tengamos que estar todo el día pegadas como siamesas. —Inés asiente en silencia. —Y nada de hacer días temáticos absurdos, como "Jueves de cine" o "sábado de juegos".

—Vale, nada de días temáticos. Pero si surge casualmente como plan improvisado todos los sábados y te apetece se puede hacer, ¿no?

—Lydia, dale las llaves. — Le ordena sutilmente Adrián cuando la ve dudar demasiado. Lydia, sin siquiera disimular, se acerca más a su oído y le susurra un "No quiero" que sabe que será en vano desde el primer momento que lo dice. Porque al final, claro está, se las acaba dando, y aguantando los achuchones y los besos de una Inés contenta e ilusionada.

—Te prometo que no te vas a arrepentir. —Le dice después, más calmada. Y añade con una cadencia tristona—: Además, la compañía te va a venir muy bien para superar lo tuyo.

—¿Qué es lo suyo? —Preguntan varios a la vez.

Inés mira a Lydia, sabiendo que le espera una mirada asesina por su parte. Ambas saben de sobra que "Lo suyo" es un nombre propio, y significa en realidad "Sergio". Pero como es consciente de que no puede decirlo, Inés empieza a tartamudear un poco, pensando en una alternativa creíble.

—Lo de...los porros. Que está enganchada. —No es creíble. Y según Lydia ni si quiera es una alternativa. Pero es lo que la prodigiosa mente de Inés ha pensado, y a partir de ahora, "lo suyo". Así que le da la razón y reconoce que los porros se han convertido en un hábito recurrente en los últimos meses.

Y cuando cree que Inés no podía ser más impredecible, ésta, con total naturalidad y con la excusa de "ya que se habla de porros", saca del bolso uno liado e invita a los que quieran bajar con ella a fumárselo.

—Tú no, claro. —Da un codazo a Lydia y se ríe. Con los ojos puestos en Vega, sube y baja las cejas.

—A mi no me mires, lo he dejado.

—¡¿Cómo?! — Su confesión le pilla por sorpresa a más de uno. Entre ellos a Alba, que la felicita en seguida por la decisión, y a Alex, que no se alegra tanto.

—No duras ni dos telediarios.

—¿Qué te apuestas?

—No apuesto nada, que te motivo. — Aprovechando que está sentado justo en frente suya, echa la espalda hacia delante para enfatizar lo siguiente que dice—: Pero si hay segundo libro, recuérdame que te lleve a un sitio de cachimbas en la latina. Te hará replantearte las cosas.

—Ah, ¿va a haber segundo libro? — Interviene Vicky, que estaba ajena a la trivial conversación hasta que ha escuchado aquello. Es más, no disimula e ningún momento su decepción. — Pues que se encargue otro, que yo ya he escrito este.

Adrián, con un trozo de pizza en la boca, empieza a pronunciar palabras ininteligibles. Se esfuerza en tragar y retoma la palabra.

—¿Qué dices, Victoria? Este libro le he escrito yo.

Todo hubiera ido bien si Vicky se hubiera negado en redondo, si se lo hubiera discutido, o simplemente se hubiera molestado un poco. En vez de eso, se dedico a poner cara de indiferencia y a ignorarle por completo.

Así que, en el intento de recomponer su dignidad, Adrián chasquea los dedos y el resto de personajes se quedan suspendidos en la posición en la que están. Solo ambos saben que el tiempo de la acción acaba de detenerse, porque solo ellos dos mantienen el movimiento.

—Si no soy el escritor de este libro, ¿Cómo explicas que pueda hacer esto?

—Porque yo te lo estoy permitiendo.

—Muchas palabras y pocas demostraciones. Como escritor, creo que eres un personaje poco necesario y sin trayectoria.

—Está bien, te lo demostraré. ¿Ves a Inés, a punto de coger el cubata de la mesa?

—Sí.

De forma tan precipitada que Adrian apenas se da cuenta, Vicky vuelve a restablecer la acción sin ni siquiera haber chasqueado los dedos. El joven casi siente vértigo al ver, de pronto, tanto movimiento a la vez. A simple vista, todo sigue igual, excepto por un detalle; el cubata que Inés estaba a punto de coger. Ahora el vaso está en su mano, y el contenido del vaso, sobre el mono vaquero que lleva puesto, y parte de los pantalones de Lydia. Ésta, empieza a coger todas las servilletas que encuentra a mano para limpiarse, e intento controlar sus sentimientos de ira.

—Ya estabas tardando en liarla.

—Pero...Lydia, te lo juro que yo no he sido. ¡Ni lo he tocado!

—Claro que no. Tú nunca tienes la culpa. —Exclama más enfadada, si cabe. Inés mueve las manos y suspira exasperada.

—Qué vergüenza dais. — Añade Cristian, bebiendo de su cubata con mucha más delicadeza y cuidado que la abogada, visto lo visto. Pero Lydia no cede ante nadie.

—Tú calladito y a lo tuyo.

Vega intercede a favor de Cris, defendiendo que últimamente está muy tranquilo y el ambiente en casa no podría ser mejor. Alex le manda una sonrisa desde su sofá. Desde que Cristian descubrió que el tonteo entre ellos era mentira y, aunque Alex le pidió perdón, su amistad está pasando una fase de duelo que poco a poco va destensándose.

Alex parece no ser el único en pensar en la boda. Belén recuerda en voz alto lo nefasto que resultó ese día para el pobre Cristian.

—Nah...Al final no estuvo tan mal. — Dice él, con demasiada tranquilidad. —Ligué y todo.

El gran "¿con quién? No se hizo esperar mucho. Cris respondió a la pregunta mientras tecleaba algo en su móvil.

—Con un camarero que estaba súper bueno. Me ofreció una copa de jugger con no se qué, pero no le quedaba. — Deja el móvil en la mesa y guiña un ojo. —Así que me ofreció otra cosa.

Los chicos asienten, contentos de haber esclarecido su duda, pero algunas de las chicas se miran unas a otras. Todas recuerdan al camarero de la barra libre que les había ofrecido la mezcla de jugger con limón. Para qué engañarnos, la mezcla no era nada del otro mundo. Para que engañarnos, la mezcla estaba más bien mala, pero todas habían acabado aceptando una copa solo para que el joven las dedicara una sonrisa. Y va Cristian y se lo liga sin ni si quiera tener que beber la mezcla esa tan asquerosa, para que engañarnos.

Por si fuera poco, la historia les empieza a resultar ya bastante familiar.

—No lo entiendo ¿Por qué siempre te llevas de calle a todos los tíos? — Le pregunta Sara.

—Porque no hace ascos a nada.

—Te equivocas, Laurita. Tú me das mucho asco.

—Más asco me das tú a mí. Todos los penes. —Dice con naturalidad. Más sorprendente aún para el resto, que aún no están acostumbrados a escucharla decir ese tipo de cosas. —Pero el tuyo más.

—Mira el asco que me das.

Cris, para picarla, empieza a simular que le dan arcadas y que tiene ganas de vomitar. Laura le responde con la misma moneda, hasta que ambos empiezan fingir que se vomitan mutuamente el uno al otro.

—Oye, yo me voy a dar una vuelta o algo. Que desde la boda soy muy aprehensiva con estas cosas. — Sara se levanta y se da la vuelta, quedándose de espaldas a ellos y tocándose la cara para despejarse. Al poco rato, Vicky alza la voz para regañarles y mandarles callar, cual niños de patio de colegio.

—No os preocupéis que yo os tengo el mismo asco a los dos, sin favoritismos. —Todos excepto Cristian y Laura, que estaban exhaustos, se ríen del comentario. — Lo del asco también va para todos. Si os hace gracia dar asco, vosotros veréis.

El ambiente se va calmando, sobre todo para Alba, que ha contemplado la escena igual de divertida. El grupo se mantiene el silencio, y Laura aprovecha para mirar a Alba. Quiere darle el abrazo que antes han dejado a medias, pero como no quieres ser el tema de conversación de las próximas dos pizzas, se limita a sonreírla y a apoyarse suavemente encima de ella. El momento no dura ni dos segundos, justo cuando Laura se yergue de nuevo, sobresaltada.

—Todos penes asco. Puaj.

Quien lo ha dicho ha sido Raquel, que sentada en las piernas de su padre, y con una ingenua sonrisita de niña pequeña, mueve dos muñequitos que tiene, uno en cada mano. Nada más escucharlo, Laura apreta los labios y mira a los padres de la pequeña.

—Lo siento. Mea culpa.

Vlad suspira con resignación. Corrupción y falofobia. Nada mal para una niña de tres años.

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