Capítulo 4
Adrián termina de abrir la segunda cerradura de hoy. Esta vez, es la de la puerta de casa. Empuja la puerta y entra. Tras él, lo hacen sus dos compañeros de piso, Cristian y Vega.
La verdad es que el apartamento es bastante espacioso. Está distribuido como un loft, de forma que la cocina y el salón se unen en la misma instancia. Es lo primero que se ve al entrar. A la derecha del salón, hay dos puertas. Una pertenece al baño. La otra, a la habitación de Cristian. Al fondo hay unas escaleritas, que llevan a la segunda planta, donde hay otras dos habitaciones, pertenecientes a Vega y Adrián, y otro baño, algo más amplio.
Vega se ha quejado durante todo el camino en metro que ha dormido fatal en la cama de su prima, así que nada más entra, camina directa a uno de los sillones del salón, casi con los ojos ya cerrados, y se tira de cabeza en él.
—¡Por fin! Casita querida.—Dice medio dormida. Pero como tiene la cara hundida en el sofá, casi no se la entiende.
Adrián suelta las bolsas que lleva cargando desde por la mañana en el suelo de la entrada y estira los brazos para desentumecerlos. Cuando vuelve a tener sus cinco sentidos activos, ve algo en la cocina que le hace pararse en seco.
El maromo de Cristian. Si, sigue en el piso. Y no solo no se ha ido, sino que tiene puesto el albornoz del propio Adrián. Está apoyado en la barra de la cocina, tomándose un tazón de leche. Así, como Pedro por su casa.
Cristian llega a la altura de Adrián y repara en él. Su amigo esperaba que se cabreara. Sin embargo, solo sonríe, más que satisfecho.
—Hola, guapo.— Le dice el otro mientras Cristian se dirige a él.
El "maromo", que no tendrá más de veinte años, se gira en la barra, y agarra a Cristian de la cintura para besarle de forma muy apasionada.
Adrián ve como Vega se apoya en el respaldo del sillón para mirar la escena, atónita. Ella sí que se cabrea. Y mucho.
—Como me he levantado tarde, he decidido darme una duchita y esperarte.— Sigue diciendo el maromo.
—Pues menos mal, porque quería repetir.— Responde Cristian. Le susurra algo al oído y ambos se sonríen. Después, el maromo camina en dirección a la habitación de donde nunca debería haber salido.
Mejor dicho, donde nunca debería haber entrado.
Vega y Adrián observan como él entra y Cristian empieza a andar con la intención de hacer lo mismo. Rápidamente, Vega se levanta del sofá y se interpone entre él y la puerta. Adrián hace lo mismo, pero desde la entrada.
—¿Dónde te crees que vas?— Pregunta ella. Adrián, que ve acercarse el percal, pide al maromo que les disculpe un segundito. A continuación cierra la puerta y aleja a sus dos compañeros de la puerta.
—¿Qué pasa?
—¿Se puede saber que estás haciendo?— Dice Vega, con cara de mala leche.
—No sé lo que estoy haciendo, pero sé lo que voy a hacer. Así que si me disculpáis...— Intenta apartarlos de su camino, sin éxito.
—¿Qué habíamos hablado sobre lo de traer chicos a casa?
—Cuidadito. Este no es un chico cualquiera.— Los otros dos levantan las cejas, sorprendidos.— Se llama Edu. Estudia informática. Es encantador, y un fiera en la cama.—suspira, soñador.— El hombre de mi vida.
—Y el que trajiste hace tres días... ¿Cómo se llamaba?
—Lucas.— Le recuerda Adrián.
—¡Eso! Lucas. ¿Y Lucas?
Cristian frunce el ceño, visiblemente molesto.
—¿A qué viene mencionar a Lucas ahora? Ya os he dicho que Edu es el hombre de mi vida.
—Es que hasta ayer pensabas que era Lucas.
—¡Porque no conocía a Edu! El que tiene boca se equivoca.
—Sí, ¡y el que tiene cabeza piensa!— Suelta Vega. El mal humor se apodera de ella y coge de la camisa a Cristian. Antes de que pueda hacer nada, Adrián se interpone entre ellos.
—Tranquilidad, chicos, por favor.— Consigue calmar a Vega. Aún así, la mantiene sujeta.— Cristian, lo que intentamos decirte es que últimamente vuelves con demasiados chicos.
—Adrián, me ha entendido perfectamente.— Se queja Vega.— Que es un putón verbenero y que mi casa no es un hostal.
—Ni mi albornoz de dominio público.— Añade el premio nobel.
—Tú cállate, que estabas aquí esta mañana y se lo has consentido.— Vega se desprende de la sujeción de su amigo.
Adrián mira a Vega.
—¡Le he dicho que le echara!—A continuación mira a Cristian.— Te he dicho que le echaras.
Cristian suelta una risita frustrada y se coloca la mano en el pecho.
—Mirad, voy a ignoraros a los dos, porque hay que ver que barriobajero y vulgar es todo lo que estáis diciendo...
—Ni se te ocurra hacerte el loco, Cristian.— Pero ahora él es más rápido que los reflejos de Vega y Adrián y consigue apartarlos para entrar en su habitación.— Quiero al Lucas ese fuera de casa en menos de cinco minutos.
—No, este es Edu.— Le recuerda otra vez Adrián.
—Cómo se llame. ¡Le quiero fuera!
Cristian abre la puerta de su habitación. Responde a Vega sin siquiera girarse a mirarla.
—Que sí, que ahora se va.— Dicho esto, cierra la puerta.
Adrián y Vega se quedan parados frente a ella. Vega se va enfadada hacia la cocina y coge el tazón de leche que se ha bebido el tal Edu. Alias el maromo.
—Lo has visto, ¿no? Ha pasado de nosotros olímpicamente.
Vega deja el tazón en la pila.
—Y encima el otro desayunadito y todo, pues que bien. — La chica resopla y se apoya en la barra de la cocina.— Sabes que yo soy como tú, que me encanta ese rollo del amor libre y despreocupado. Pero esto.— Señala a la habitación de Cristian.— Esto es cachondeito. Cachondeito.— Repite.
Adrián niega con la cabeza, sin saber cómo solucionar el problema. Nota una vibración en el pantalón y a continuación empieza a sonar su tono de llamada. Coge el móvil del bolsillo y descuelga.
—¿Diga?— Es Belén. Le pregunta qué tal está.— Pues no muy bien, la verdad.— Le cuenta a su amiga, resumidamente, lo que ha ocurrido. Se mantiene unos minutos en silencio. Mira a Vega y despega un poco el móvil de su oreja.— Dicen Belén y Alex que si quieres que vengan y hacemos un plan para boicotear a Cris.
Vega se sorprende un poco. Niega con la cabeza.
—Diles que no, que ya nos apañamos nosotros.
Adrián le hace saber a Belén su respuesta. No han pasado ni cinco segundos cuando vuelva a dirigirse a Vega.
—Dicen que si entonces te apuntas a tomar algo.
Esta vez, Vega tarda aún menos en contestarle.
—Tampoco. Voy a masturbarme y a dormir, que estoy muy estresada.
—Dice que no, que va a...—Adrián para la frase justo a tiempo.— Da igual, que no se viene.—Escucha a Belén desde la otra línea.— ¿Yo?— Mira a su alrededor. ¿Acaso tiene algo mejor que hacer? La respuesta es sí; escribir. Escribir, escribir y escribir.— Pues oye, me apunto. ¿Quedamos a las seis?
Así, por lo menos, aprovecha el tiempo y se compra un albornoz nuevo.
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