Capítulo 37

—La mejor parte ha sido la de Inés gritando "¡el pelo no, el pelo no!" y tu zarandeando a Cris. —Dice Sergio con dificultad, porque las risas se lo impiden. Lydia y él están sentados en unos escalones, cerca de la barra libre. Parece percatarse de algo— ¿Dónde está Inés?

—Ha ido a por cubatas. La he dicho que decida ella así que va para largo. —Levanta el dedo índice. —Y que sepas que os pienso hacer una lobotomía a todos y todas para que olvidéis lo que he hecho hoy.

—Pídele a Adri que envíe uno de esos WhatsApp amenazantes. Prohibido hablar de tal cosa hasta nueva orden. Siempre le hacemos caso. —Lydia empieza a sentir, convencida. Y vuelve a levantar el dedo índice.

—¡Sí! Y no lo entiendo. ¿Por qué es el único que puede enviarlos?

—Porque es perfecto.

—Adrián está sobrevalorado en este grupo. Llega siempre tarde, se mete en los mismos líos que el resto, y es de sexualidad confusa, como la mayoría. Si te fijas bien no tiene nada especial. —Sergio admite que es cierto y los dos vuelven a reírse. Lydia podía parecer borde a veces, pero tenía razón casi siempre. Ese pensamiento le hace mantener una sonrisa en los labios.

—Bueno, pero es majo.

—¿Qué te ha dado con los majos? La realidad es que a los majos no se les respeta. ¿A quién respetas tú que sea majo?— Como no obtiene respuesta, Lydia se gira para mirarle. Pero la sonrisa del rostro de Sergio se ha borrado casi por completo, y ahora la mira muy pensativo.

—Sabías que a Rocío le gustaba Samuel, ¿verdad? Por eso me dijiste en la biblioteca que no me ilusionara.

Se miran fijamente. Lydia parece algo nostálgica. Pero claro, es Lydia. Ese germen solo le dura un segundo en el organismo.

—Para nada. Lo dije por decir. —Sergio sonríe maliciosamente. Se acerca a ella, intentando que no sospeche de sus intenciones

—Tiene razón Inés. En el fondo eres una nubecita de azúcar. —Y para terminar su travesura, le agarra los mofletes de forma cariñosa. Ella empieza a gritar que la suelte. Cuando por fin cede, Lydia se anima a hablar del tema.

—Siento lo de Rocío. Esperaba estar equivocada. —Le da una palmadita a la altura de la rodilla—. Pero ella se lo pierde, ¿no?

—Claro. Anda que no habrán rezado muchas para que este cuerpazo siga soltero. —Los dos ríen la gracia—. Pero gracias. Siempre estás ahí. A veces hasta no me insultas.

—Me cuesta lo mío.

—Te quiero. —Confiesa Sergio. En su defensa diría que es un momento de debilidad.

—Yo te sigo odiando.

—No esperaba menos de ti. —Acompaña sus palabras recogiendo un mechón de pelo de Lydia detrás de su oreja.

Y entonces lo nota. Algo cambia en la mirada de su amiga. Su sonrisa ha desaparecido y da paso a otro sentimiento entre el temor y la esperanza. La Lydia de siempre desviaría la cabeza y pasaría rápido a otro tema de conversación, olvidando los sentimentalismos. La Lydia de ahora parece petrificada, y sus ojos viajan lentamente hacia los labios de Sergio...

Empieza a acercarse a él, como atraída por un resorte. Suficiente para que sus narices se rocen, insuficientes para que sus labios lleguen a unirse. Porque entonces Sergio la detiene, sujetándole la cara con las manos. Aún así, no se aleja ni un centímetro. Respira hondo y escucha la respiración nerviosa de ella.

—Lydia...—Dice mordiéndose el labio. Ahora es ella la que se desembaraza de él, se coloca a una distancia prudente y empieza a murmurar mil disculpas, avergonzada.

Dios mío, ¿cómo no ha podido darse cuenta? Vale que Lydia es muy reservada, y su actitud no emite precisamente rayos luminosos de amor, pero es su amiga. Debería haber sabido que estaba interesada en él de alguna manera.

Así que, por un momento, siente la necesidad de preguntarle y tratar de averiguar cómo se siente. O averiguar cómo debería sentirse él. Se arrepiente en seguida. No es el momento ni el lugar, y no ve a Lydia por la labor, aún con la cabeza gacha. Decide hacer lo mejor para ambos.

—El que lo siente soy yo, en serio. Me gustaría quedarme, pero van a hacer eso de putear y despelotar al novio, y sabes que es mi parte favorita de las bodas. —Coge a Lydia por la barbilla y le obliga a mirarle— te propongo un trato. Si prometes tomarte la última conmigo no te llamaré nubecita de azúcar en una semana.

Aquello parece animarla.

—En un mes. Y no valen sinónimos.

—¿De nubecita de azúcar? No soy tan creativo, gracias. —Lydia carraspea— Hecho.

La mira una última vez. Sí, lo mejor era tratarlo con normalidad. Pero como no puede obviarlo sin más, se acerca a su mejilla y deja sobre ella un beso en la mejilla que dura un poco más de lo normal.

Lydia ve desde los escalones como Sergio se levanta y retoma el camino hasta la carpa, rascándose la nuca. No deja de repetirse que aquello era de esperar y que no le afecta, pero lo cierto es que está concentrando sus cinco sentidos en no llorar y en no matarse por dejarse en ridículo de esa manera.

—¡Te pillé! —Lydia pega un brinco y encuentra a Inés a su lado. Le dice que ha traído las dos copas de jugger con zumo de limón que el camarero de antes le ha ofrecido. Y al nombrarle, esboza una sonrisa pícara. — Es muy guapo, y antes te ha puesto ojitos.

Para su sorpresa, Lydia coge las dos copas y las aparta a un lado para centrarse en su amiga.

—Se que ya he hecho una locura tirando a Cris de los pelos por ti. Pero... ¿puedo hacer otra?

—¡Claro! —Responde Inés con emoción. —Podemos hacer las locuras que quieras. Aunque aviso desde ya que el tequila me sienta fatal. Y no sé montar en bici.

—Me gusta que vayas en el asiento trasero de mi moto. —Le confiesa. En su defensa, también diría que era un momento de debilidad.

Sin previo aviso, Lydia se lanza sobre Inés y le abraza lo más fuerte que puede, buscando consuelo. Ésta, aunque sorprendida, acaba correspondiendo el abrazo con suavidad, cómo si Lydia fuera una gacelita asustada y tuviera miedo de espantarla con cualquier movimiento brusco.

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