Capítulo 34
Para celebrar el banquete, Eric y Sara han alquilado una finca en Madrid, en la cual el jardín principal estaba resguardado con una enorme carpa. Dentro se encuentra un escenario y muchos sitios libres para bailar. Todos les felicitan por la elección del sitio antes de entrar al restaurante, en el que comen el menú entre risas, con música tranquila de fondo. Increíblemente, no es la generación del 15 la más animada del salón Rocío y Adrián tienen la mente en otra galaxia, Alba y Laura ni siquiera se dirigen la palabra, a pesar de los intentos de esta última, y Vlad lleva lo mejor que puede el papel de cuidador de Natalia, la única con ganas de fiesta junto a María Luisa. Ambas amenazan más de una vez con cambiarse a la mesa de los compañeros de trabajo de Sara, que son los que están armando alboroto. Y Sara, encantada con ese despliegue, claro.
Una hora más tarde, cuando los invitados terminan de comer, en la carpa ya hay un Dj a punto, y justo en la entrada, una barra libre, dispuesta a recibir peticiones de los invitados. Lydia camina directa hacia ella, con un objetivo claro. Y también bastante distinto al del resto: intentar desprenderse de la tarta de marihuana que aún guarda en la bolsa que le ha dado Laura.
Se acerca con tiento, evitando a un par de niños que corren desbocados con unas pistolas de agua.En la barra, echa un vistazo a los camareros.
—Sigo sin entender por qué tienes que pensarlo tanto, Lydia, si irnos a vivir juntas serían todo ventajas. Tú sólo imagínatelo. —Inés, como siempre, camina detrás de ella. Y desde hace un rato con la misma cantinela.
—Ya me lo imagino, por eso no digo que sí —se echa hacia atrás y señala disimuladamente a uno de los camareros— ¿Qué tal ese? Tiene pinta de enrollado.
—¿Mas enrollado que tu y yo haciendo maratones de series por la noche? No creo. —Lydia se gira hacia Inés, que la mira con ojitos ilusionados. Se debate entre poner los ojos en blanco o decir algo irónico, pero al final no hace nada. Se le ha acabado todo el catálogo de indirectas. El camarero en el que se ha fijado antes pasa justo por en frente suya, y se centra en llamar su atención.
—Dime, guapa. ¿Quieres un cubatilla? He hecho una mezcla de jugger con limonada riquísima. —Se besa el dedo pulgar e índice para enfatizar lo rico que está.
—Quizá luego. Ahora quería pedirte si puedes guardarme esta bolsa a buen recaudo. —Hace una mini pausa para ver la reacción del camarero— Es un poco de pastel, por si me da el mareo. Soy diabética.
Al final, el chico acepta de buena gana y deja la tarta en una balda de debajo de la barra. Inés se adelanta unos pasos para colocarse junto a Lydia, y le da las gracias muy animada, a la vez que tira del brazo a su amiga para llevarla a la carpa y seguir contándole sus planes. Por desgracia para ella, y fortuna para Lydia, Vlad las corta el paso, angustiado.
—¿Habéis visto a Nati?
Justo entonces llega Sergio, que se coloca cerca de Lydia y le pregunta en susurros si la tarta está a buen recaudo. Ella asiente y vuelca toda su atención en Vlad, con cara de enfado.
—¿Has perdido a Nati? Que inutilidad, de verdad.
—¿Qué pasa, chicos? —Pregunta María Luisa, integrándose en el círculo que han formado. Vlad, ausente a idas y venidas, se concentra por contestar a Lydia.
—No ha sido culpa mía. Yo la dejé a cargo de tu amorcito. —Señala a Sergio— es ella quien lo ha perdido.
Al oír eso, María Luisa abre mucho los ojos y esboza una amplia sonrisa.
—Pero chicos, como no me decís que...
—Nada, María Luisa, no te decimos nada porque Rocío no es mi amorcito.
—Pero si yo no me refería a Rocío. —Se dirige a Lydia, como si empezara a contarle la historia a ella. Sin razón aparente, Lydia se empieza a poner nerviosa— me refería a...
—Bueno, eh...— Consigue interrumpirla a tiempo, y como consecuencia, su antigua profesora arruga el gesto. Pero Lydia no se da cuenta, entretenida en alejar a Inés, que sigue intentando convencerla para que se vayan a vivir juntas. Ahora la está enseñando no sé qué mueble bar que tienen que comprar en su móvil—. Independientemente de lo que sea o deje de ser Rocío, ¿Dónde está?
—Físicamente está por ahí aguantando una chapa de Alba. Y mentalmente nos lo llevamos preguntando toda la tarde— responde Vlad.
—Entonces Nati podría estar con Sara.
—Seguramente esté con Sara. Pero para encontrarla deberíamos saber primero donde está Sara. —Inmediatamente después de escuchar a Vlad, Lydia da dos palmadas que despiertan al resto del círculo.
—Pues manos a la obra y a buscarlas, no la vayan a liar.
—¡Espera, Lydia! Tenemos que decidir...
—Inés, ¡por dios! Deja ya la mierda esa porque no vamos a vivir juntas. Nunca jamás. ¡Déjame tranquila ya!
Cuando vuelve a abrir los ojos, se da cuenta de que ha gritado demasiado. Lo suficiente para tener a todos los de su alrededor mirándola y para que Inés la mire como un ternerito que acaba de ser degollado. Un ternerito que se queda con la cabeza gacha unos segundos y después se marcha sin mediar palabra. Todos van tras ella, excepto Vlad, que se queda con Lydia. Aunque mantiene el gesto torcido.
—Joder, tía. Todos sabemos que Inés un poco pesada y que quieres perderla de vista, pero te has pasado tres pueblos.
—¿Qué? —Pregunta Lydia, extrañada. Vlad se lo toma como un "estás exagerando" y se marcha resoplando a buscar a Nati él también. Pero Lydia está extrañada de verdad, y ahora, además, se siente incomprendida—. ¡Oye! Que yo no pienso todo eso de Inés.
Pero empieza a rememorar los últimos meses. Y se da cuenta de que todas y cada una de sus conversaciones en público, y en los últimos días hasta en privado, con Inés han sido para decirla lo pesada que es y lo mucho que la harta. El tiempo ha pasado volando y ella lleva más tiempo del que pensaba sin ofrecer a Inés un buen gesto por su parte. Así que, en efecto, si no lo siente por dentro, por fuera lo ha parecido.
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