Capítulo 33
Al final, todos están en sus respectivos sitios cuando Sara entra del brazo de su padre al juzgado, tradición que han querido conservar. Llega al lado de Eric y da comienzo el acto, que, en general, transcurre sin más premisa. Y sin interrupciones, excepto cuando el concejal pronuncia esa famosa y tan temida frase: "Si nadie de los presentes tiene nada que objetar..."
—Yo objeto. —Dice Rubén desde las primeras filas, con naturalidad. —Pero eso ya lo sabe todo el mundo.
Una risa estridente resuena en la sala y alguien unas filas más atrás se levanta. Se trata, ni más ni menos, de Natalia.
—¡Yo también objeto!
—¡Tu deja en paz a mi hijo que se case! —La madre de Eric y madrina de la boda se da la vuelta desde su sitio y mira a Rubén todo empoderada—. Va a venir el mariquita a fastidiar la ceremonia.
Rubén, ahora sí, se levanta con bastante mala leche.
—Señora, no líe. Ni quiero fastidiar nada ni soy gay.
—No estoy yo muy seguro de eso último— Cristian toma vela en el entierro. Perdón, en la boda. Rubén mira cabreado como Eric empieza a reírse, como si fuera a gritar un enorme "Te lo dije" de un momento a otro.
—Cris, no es momento de inventar—Añade, para intentar acallarle. Mientras, la madre de Eric parece no querer parar.
—Menos emborracharse y más respetar a vuestros mayores —se señaló a ella misma con la mano— que los de ese grupito sois todos unos viciosos.
Más de uno de la generación del 15 hace el amago de levantarse para negar la acusación, pero Nati vuelve a adelantarse a todos ellos.
—¡Cállese, lagarta! —Dice, como si le hubiera poseído el mismísimo diablo. Vlad, sentado a su lado, en seguida le llama la atención.
En cambio, Rubén sigue discutiendo fervientemente con la mujer. Normalmente era Rocío la que se encargaba de pararle los pies y obligarle a calmarse, pero desde ha entrado a la sala está sentada ajena a todo y con la mirada perdida. Al final, para sorpresa de todos, es Sara la que pone orden. Al principio parecía divertida, pero su cara mermó hacia el hastío, y después hacia el cabreo. Manda callar a su futura suegra de malas maneras, y a Rubén sentarse y "dejar de dar la tabarra como un niño de cinco años". Recupera la sonrisa cuando el concejal reanuda la ceremonia.
—¡Viva la república!
—¡Cállate ya, Nati, que me estoy casando! —Nati, agacha la cabeza ante el toque de atención de la novia.
—Perdona tía, tenía que decirlo.
Minutos después, Sara y Eric son declarados marido y mujer. Éste último se inclina para besarla suavemente en los labios, pero ella grita de emoción y le agarra con pasión de la pechera para atraerle hacia ella. Describir el beso que le plantó frente a todos los invitados haría que consideraran este libro para mayores de dieciocho.
Me tienta hacerlo, pero mejor sigamos, que faltan muchas cosas por contar. Por ejemplo, que en mitad de dicho beso, Rubén aparta la mirada, visiblemente incómodo, hacia la derecha del banquillo. Y en esas, detiene su mirada, por primera vez desde que ha empezado la ceremonia, en Rocío. Sigue abstraída en sus pensamientos. Rubén se acerca a ella para evitar ser escuchado.
—Oye, ¿estás enfadada o algo? Con todo lo que acaba de pasar es raro que no me hayas regañado ya —traga saliva un momento y se muerde el labio inferior— si te sirve de consuelo...siento haberme puesto así con la madre de Eric. Y, sobre todo, siento lo del vestido, lo de la marihuana, y haberte fastidiado la mañana.
Rocío se gira hacia su amigo. En otra ocasión, su comentario le habría sentado de maravilla, pero en esta, la realidad es que no está enfadada, sino pensando en la confesión que le ha hecho Adrián hace un rato. Así que mira a Rubén casi sin verle, aunque él no se dé cuenta de ello.
—Que fuerte. —Es lo único que logra decir, y que envuelve a Rubén en un estado de confusión aún mayor.
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