Capítulo 31

Por eso, una semana después, tanto a Sergio como a Adrián, en la librería de este último, les pilla totalmente por sorpresa la noticia. Más con la conversación que estaban teniendo, ambos listos y trajeados para la boda de Sara. Sergio con un traje azul marino con camisa blanca y corbata, y Adrián con pantalón negro de vestir, camisa blanca y tirantes, pero sin corbata ni chaqueta.

—Sergio, que conste que esto es un consejo de amigo. Pero deshazte de ese anillo ya.

—Es que me da pena venderle, Adri. —Confiesa él— pero no quiero guardarle en casa porque cada vez que me le encuentre haciendo limpieza me voy a deprimir. Y además ha costado una pasta, hasta con la rebajilla de Alex.

Adrián deja de prestar atención a los estantes de la librería que está colocando. Sergio piensa que quizá se le ha ocurrido alguna idea, pero ese pensamiento es rápidamente sustituido por el momento en el que llegan Inés y Lydia con la ansiada noticia.

—Sergio, ¿sigue en píe la oferta de formar parte de tu equipo en el partido?

También ellas van vestidas para la boda. Inés lleva un top negro de encaje y un pantalón campana de vestir de color rojo, con tacones también negros, y se ha recogido el pelo en una coleta que le cae hacia delante. Lydia ha elegido un vestido de tubo por la rodilla, de color berenjena, con el pelo suelto. Cosa que no cambia para nada su humor habitual. Ya venía sabiéndose el cuento de Inés desde que le ha ido a buscar a su casa, así que se coloca la mano en la frente y niega con la cabeza. Adrián se limita a abrir mucho los ojos, y Sergio frunce el ceño, confundido.

—¿Ha pasado algo con el PUI?—Con el PUI, Sergio se refiere a las siglas del Partido por la unión izquierdista—, ¿tu estás bien?

—Estoy bien. Pero he dimitido. Siento no habértelo contado en cuanto pasó— contesta ella apesadumbrada.

—¿Pero, por qué? Bueno, que idiota soy, seguro que no te apetecerá nada hablar del tema.

—No, no me apetece mucho— le secunda. Apreta los labios con nerviosismo— Sergio, yo lo que quiero es hacer política de verdad. El dinero me da igual, ya tenía un buen sueldo como abogada. Quiero hacer las cosas a mi manera, sin que nadie me obstaculice el paso, que eso ya lo he hecho yo millones de veces.

Cuando termina de hablar, Sergio se mantiene pensativo. Conoce a Inés, y por un momento, baraja la posibilidad de que la razón por la ha dimitido sea porque le han recriminado que ser amiga suya. Es poco probable, si, pero muchas veces ya ni sabe que esperar de la política.

Inés, que sigue impaciente esperando la respuesta del joven, interpreta su silencio de forma muy distinta.

—Dios mío. Crees que me he precipitado. No lo dices, pero lo piensas—. Sergio intenta relajarla, pero ella ni siquiera le escucha.— Y seguro que ya has encontrado a alguien para el puesto, y yo aquí haciendo el ridículo.

Lo siguiente que dice es más para ella mismo, puesto que al resto de presentes en la librería les resulta ininteligible. Por eso, cuando dice que se marcha y sale escopeteada hacia la puerta, a Sergio le faltan reflejos para impedírselo. Acaba agarrándola de la muñeca y obligándola a mirarle.

—Oye, ni se te ocurra decir otra tontería más. Sabes que sigo pensando todo lo que te dije —Ladeó la cabeza un segundo— Estoy preocupado por saber que te ha pasado con tu partido. Antiguo partido. Pero en cualquier caso me alegro porque estás aquí.

—No quiero causarte ningún problema.

—Y no me lo causas, Inés, de verdad. No sé de qué otra manera puedo decírtelo para que me creas—. De repente, abre mucho los ojos, como si hubiera tenido una premonición— O quizá si lo sé.

Adrián, que está, junto a Lydia, a escasa distancia de ellos, se gira al notar el silencio.

—No se le ocurrirá...— Susurra Adrián, mientras le ve meterse la mano en el bolsillo del pantalón. Sus elucubraciones son ciertas, porque Sergio deja a entrever nada más y nada menos que una caja de terciopelo de color negro. Inés, aún confusa, intenta preguntarle qué trama, pero, como era de esperar, se queda sin palabras al ver la alianza. Se fija en cómo Sergio traga saliva.

—Ya te imaginarás cuál era su propósito, pero eso no va a poder ser nunca y yo no sabía qué hacer con esto. Hasta ahora.

—Lo siento, Sergio, no puedo aceptarlo. No creo que sea la persona adecuada. —Lydia puso los ojos en blanco al escuchar hablar a su amiga. Inés era capaz de creerse que estaba en una novela romántica y empalagosa, que era una dramas de mucho cuidado. Y al parecer Sergio tampoco se salvaba.

—Quizá no sea la situación más típica, pero es la mejor noticia que recibo en días y es lo que siento en este momento. Además, que te lo mereces, joder. Por ser siempre tan positiva y tan maja.

Finalmente, sucede lo inconcebible. Sergio comenta que, ya puestos a oficializarlo, hay que hacer bien. Y sí, se arrodilla y le planta el anillo en frente.

—Inés Terrada, ¿quieres ser mi ministra de educación? —Ella responde que sí al instante, y después de ponerle el anillo, Sergio la coge en volandas para celebrarlo. Inés empieza a reírse.

—¿Esto está pasando de verdad? —Acaba preguntando Adrián. Lydia no solo asiente sino que empieza a caminar hasta ellos mientras susurra un "y tanto que es real..."

—Te parecerá bonito. —Le dice a Sergio, ya a su lado. Inés aprovecha entonces para saludar a Adrián—. Tantos años de amistad conmigo y ni una triste cerveza, y llega esta en cuatro días y la regalas un anillo.

—Lydia, he dicho que se lo merece por maja. ¿Tú eres maja? —La joven, que intentaba corroer el orgullo de Sergio, frunce los labios molesta al ver que no ha conseguido achantarle ni un poquito. Cambia el fruncimiento por un suspiro de hastío cuando Inés empieza a empujarla hacia la salida y a decirle todas las cosas que les quedan por hacer. Las dos se acaban marchando, una empujada por otra que no para de sonreír a todos, y especialmente a Sergio, con un anillo de compromiso en el dedo anular.

Sergio mira a Adrián con cara inexpresiva. Si espera su aprobación, se encuentra en su lugar una cara de póquer que lo dice todo.

—Igual me he precipitado, sí. Podía haberlo vendido en Wallapop —Confiesa, como si todo le fuera ajeno. —Pero me he desecho de él, que era lo importante. Y encima tengo nueva ministra de educación. ¡Chócala! —Coloca la palma derecha frente a Adrián, y este la choca con la suya, aunque con los pensamientos en otra parte— Bueno, me piro, que hoy he tenido tres reuniones con empresarios preocupados y tengo que dejar las carpetas en la oficina.

—Noto cierta ironía.

—La de siempre. —Se encoge de hombros— Lo único que les importa es que sus cuentas bancarias en el extranjero sigan creciendo sin que nadie lo impida. El único lenguaje que entienden es el dinero.

Adrián le da la razón y ambos inician una conversación sobre lo injusto del asunto. Cuando ya se están despidiendo, por culpa de las prisas del político, éste recibe una llamada. Se disculpa ante Adrián y contesta.

—Dime. Ajam. —Sergio se aleja unos pasos, por lo que Adrián cree que será algún asunto de trabajo.— Vale. Pues voy para allá. De acuerdo. —Se aparta el teléfono de la oreja. —Lo dicho, Adri, me piro. Nos vemos en la boda. —Se acerca de nuevo a su amigo, se dan dos besos como despedida y, por último, coge de la mesa las carpetas que tiene que dejar en la oficina.

Unos segundos después de verle salir, Adrián se da cuenta de que en un descuido, Sergio se ha dejado una de las carpetas, de color granate, en la mesa. La agarra y sale escopeteado. Sergio ya está casi al final de la calle. Le grita, pero no consigue llamar su atención, así que echa a correr para alcanzarle. Con tan mala pata que la carpeta se abre y todos los papeles se desperdigan en medio de la acera. Se agacha rápido a cogerlos, por miedo a que sean documentos importantes y acaben arrugados o manchados.

Y podría jurar mil veces y las que hicieran falta que no miró adrede. Que esos papeles eran propiedad de Sergio, y él no tenía ninguna intención de inmiscuirse en ella. Solo fue otro descuido más en una cadena llena de descuidos. Pero el caso es que no pudo evitar acabar leyendo todos y cada uno de los documentos de la carpeta.

Sergio tenía toda la razón, se había reunido con tres empresarios esa mañana. Empresarios preocupados por sus negocios y sus cuentas millonarias. Empresarios que el único lenguaje que entendían era el dinero. Y claro, se habían comunicado con Sergio en ese mismo lenguaje.

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