Capítulo 30

Para entender los acontecimientos que llegan a continuación, primero hay que regresar en el tiempo, a la semana anterior y a la calle contigua a la biblioteca de Vicky. A este preciso momento. Quizá os suene vagamente:

—Iba a entrevistarme Adrián y eso era importante para mí.

—No soy quien te lo ha arrebatado, Inés. —Le decía entonces Sergio— Adrián no quiere contártelo, pero me da igual. Me entrevistó porque una hora antes le llamaron de tu partido para decirle que no irías. Necesitaba rellenar tu tiempo y yo solo le hice un favor. —Y la ministra se quedó petrificado en el sitio hasta que Vega les interrumpió y Sergio se tuvo que marchar.

Inés no necesitó más que la confesión de Sergio para indagar por su cuenta. En efecto, Adrián y el programa habían recibido esa llamada, y ella seguía sin saber el motivo.

Decidida a esclarecer el asunto antes de tener una larga y necesaria conversación con Sergio, que sabía que tarde o temprano tendría lugar, concertó una cita con Cristina Fonseca, la directora del departamento de comunicación del Partido por la Unión Izquierdista y la encargada de prensa en el equipo de la campaña electoral. Si alguien sabía, en última instancia, las apariciones o ausencias de cada miembro del partido en los medios, era ella.

Contrariamente a lo que esperaba, no tuvo que esperar eternamente una respuesta. La propia Cristina la detuvo un día por los pasillos de la oficina y la invitó a pasarse por su despacho antes del mediodía para "charlar". A Inés le extrañó su interés, pero fue fiel a su palabra y se presentó a la hora acordada. Quizá un poco más tarde, pero se da por hecho, porque va en los genes de la generación del 15.

—¡Me alegro de que hayas llegado! —Cristina le ofreció un café y se hizo uno para ella. Con ellos en la mano, se sentaronuna frente a otra, con la mesa del despacho como única separación. Mesa en la cual Inés consiguió observar, por encima de los papeles y carpetas que la recubrían, la última entrega de Intrapoética.

Se trata de una revista que había salido al mercado hace poco tiempo y solía publicar poesía actual, además de hablar de las novedades editoriales del momento. Mucha gente del grupo había participado en esas publicaciones, incluyendo ella misma. Así que sonrió al descubrir que Cristina era una de sus lectoras.

Vio como la mujer se acomodaba en el asiento y bebía de su café, sin mucha intención de romper el hielo. Dedujo que debía hablar ella, y lo hizo tras carraspear un par de veces:

—Verás, Cristina, el motivo del correo que te envié es la entrevista que tenía programada el domingo pasado. Al parecer alguien la canceló a última hora y...

—Sí, yo. —Espetó la mujer con naturalidad. Inés levantó las cejas, incrédula—. Entiéndeme, fue mi secretario, pero siguiendo mis instrucciones.

—¿Por qué?— Inés se cruzó de piernas, intentando acomodarse en el asiento ella también. Pero no lo consiguió, y además su voz le recordó a una niña de diez años.

—Como encargada de comunicación a veces tengo que tomar decisiones que os afectan. Sé que querías hacer esa entrevista con tu amigo, pero ahora eres ministra, y cuando y donde apareces lo decido yo. Y de paso que estás aquí, aprovecho para decirte que también con quién. —A continuación, agarró la entrega de Intrapoética y se la ofreció abierta por una página en concreto.

Inés la reconoció al instante. Era una poesía que cubría toda la página. Alrededor de las letras, una ilustración de dos cuerpos enredados, sin rostro ni genitales, que se apuntaban entre sí con una escopeta. Si leías detenidamente los versos, te dabas cuenta de que la autora comparaba la guerra con dos amantes que se enfrentaban por orgullo y cobardía, con cierto cariz erótico. ¿La autora? Rocío Díaz.

—Te suena, ¿cierto? —Por el tono de malas pulgas, Inés se dio cuenta de que aquella mujer no tenía esa revista porque fuera lectora habitual. Era una evasiva. Respondió tanteando el terreno.

—Es...una poesía.

—Una poesía erótica y provocativa. Y no es la única cosa provocativa que habéis hecho tú y tu grupo.

—¿La generación del 15? Pero si existe para eso. Para romper esquemas y provocar con el arte, da igual de que tipo...

—Si solo fuera provocar. —Inés bufa sin poder evitarlo. Cristina es demasiado dada a interrumpir a los demás. O quizá solo a ella. En cualquier caso le molesta, y mucho—. ¿Qué me dices de Sergio Valés? —Ya salió— Secretario general de nuestro partido rival en la izquierda. Y Rocío Díaz no solo se dedica a escribir poesía erótica, sino también a asesorarle en su campaña.

—Puede sonar extraño, sí, pero no es algo que afecte al grupo. —Empezó a explicar, aunque no estuviese segura de que fuera cierto.

—Afecta al partido, Inés, al igual que tus hasta ahora nada afortunadas apariciones en televisión. —Cristina aleja la revista de Inés todo lo que puede, y se deja caer en la silla, como si ya hubiera dicho todo lo que tiene que decir. Pero Inés sabe que no es así, que se le avecina un ultimátum en toda regla— Te avisamos de que tendrías que hacer algunos cambios en tu vida si querías este puesto. Olvidarte de ese grupo tuyo y sus poesías eróticas hasta después de las elecciones es uno de esos cambios.

Cuando terminó de hablar, no retiró la mirada de Inés en ningún momento. Y aunque se vio tentada, ella tampoco lo hizo. ¿Se supone que estaba en un partido liberal y de izquierdas? Sentía un revoloteo en el estómago, pero de mariposas hambrientas, nada que ver con las que se supone sientes con el enamoramiento.

—No.

—¿Disculpa?

—Me quedo con la poesía erótica. Y con la generación del 15.

—Cariño, no te conviene meterte en camisas de once varas. —En su boca, hasta apodos cariñosos como "cariño" sonaban despectivos. —A ambas nos ha costado llegar aquí. No lo estropeemos.

—Llegar aquí significa renunciar a mi vida y a mi forma de pensar, y no está en venta. Quiero cambiar la política, no que ella me cambie a mí.

La actitud de Cristina mientras se humedecía los labios dejó de ser amable.

—No sabes con quién estás hablan...

—Deja de cortarme, no he terminado. Por si no ha quedado claro, ¡dimito! —Inés se quitó la tarjeta de identificación que llevaba colgada al cuello. —Y no es por tus amenazas, sino porque yo hago lo que me sale de la punta de la imaginación. —Dijo, tal como siempre les había enseñado María Luisa.

—¿De dónde? —Preguntó Cristina, extrañada. Inés, en cambio, se levantó y caminó con paso firme a la puerta. Pero se dio la vuelta antes de salir. Puestos a poner en práctica lo aprendido...

—Y por cierto, ¿camisas de once varas? Eso está pasado de moda, tía. ¡Renuévate o muere!

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