Capítulo 17
—Y pídeselo con delicadeza, que te conozco.
—Si...
—Y trátale con cariño, ya sabes que está muy deprimido. Aunque él siempre ha sido muy sensible.— Rocío dice esto último sonriendo.
—Que sí, pesada. Le voy a dar mucho cariño.— Responde Rubén, con sorna. Rocío se dispone a regañarle, pero a lo único que le da tiempo es a propinarle un codazo.
Samuel abre la puerta de su casa. Se encuentra frente a él a Rocío y Rubén. Frunce el ceño al ver que Rubén se agarra el brazo, dolorido. Pero son sus invitados los que más se sorprenden al verle. Incluso Rubén se olvida del dolor.
Samuel ha sustituido su ropa negra y deprimente habitual por un kit completo de deportista; pantalones elásticos por la rodilla, camiseta de tirantes ajustada, deportivas de marca....Todo ello de un color verde fosforito. Mira el reloj digital de su muñeca mientras camina sobre sí mismo, como en una cinta de correr.
—Estoy entrenando un poco para empezar bien el día.— Dice, después de saludarles con entusiasmo.— Iba a ducharme para ir a trabajar. Pero pasad. ¿Queréis café?
—Samuel, ¿estás bien?— Pregunta Rocío, mientras entran. Había madrugado, había hecho ejercicio, e iba a ducharse sin que le obligaran. Y para ir a su taller de costura, del que tras la muerte de Melissa había preferido mantenerse apartado.
—¡Estoy genial! Feliz, animado, con ganas de...— Su reloj de muñeca pita.— ¡Fin del entrenamiento! Aprovechar el día al máximo. Voy a ducharme. Si queréis café, ¡estáis en vuestra casa!
—Samuel, espera.— Rubén busca alguna parte de su ropa a la que agarrarse, pero como todo es hipermegajustado acaba agarrando la toalla que le rodea el cuello. Sonríe y empieza a improvisar.— Hazme un hueco en tu gran día, porque... ¡tengo una buena noticia!
Samuel se interesa al instante. Durante los siguientes minutos, Rocío contempla como Rubén le cuenta una mentira tras otra a Samuel con tal de llevársele al huerto. Al parecer, Sara quiere hacer un gran homenaje a Melissa, que en paz descanse, y ponerse su vestido en la boda. Si, a toda la generación del 15 le ha parecido una gran idea. Y no, no ha podido venir ella a buscarlo porque está muy ocupada con los preparativos.
—¡Por supuesto que sí!— Contesta, para sorpresa de la chica.— Seguro que a Melissa le encantaría. Y Sara va a estar estupenda. ¿Verdad?— Se dirige a Rocío. Ella asiente con su mejor sonrisa.
Samuel se disculpa un segundo mientras va a por él, y en un abrir y cerrar de ojos aparece con la caja del vestido. Después, como tenía previsto, se mete en la ducha. Samuel y Sara no dicen nada hasta que suena el grifo y escuchan a Samuel cantando algo en inglés.
—Que deprimido está. Te juro que casi lloro.
—Estás muy graciosillo hoy.— Se encaminan al sofá y colocan la caja en la mesa.— Algo le habrá pasado para que sea la felicidad en estado puro.
—Sí, que ha echado un polvo.
—Imposible. A Samuel le gusto yo. Y conmigo no ha sido.
—Pues se te han adelantado. Y eso de que le gustas...no sé yo que decirte.
Sara le da las gracias por su sinceridad, y Rubén se lo toma como un cumplido, para variar. Dejan a un lado la conversación porque logran sacar el vestido de la caja. Lo estiran cuan largo es, cada uno a un lado del sillón. Rubén suspira aliviado al comprobar que es igual que el de Sara. Incluso da las gracias a Melissa allí donde esté, mirando hacia arriba. Pide a Rocío que den la vuelta al vestido. Es entonces cuando se borra toda sonrisa de sus labios.
—¿Qué pasa?
—Esto no era así.
—¿Qué dices? ¿Qué falta? ¿Qué sobra?
—La tira de encaje.— Rubén la señala con el dedo. Rodea toda la espalda del vestido.
—¿Le falta o le sobra?
—Si te lo estoy enseñando es que le sobra.
Rocío se sienta en el sillón y deja caer el vestido sobre sus piernas.
—Lo sabía. No podía salir todo bien por una vez.— Se echa el pelo hacia atrás y mira a Rubén.— Lo siento. Tendrás que decirle la verdad a Sara.
—Sí. Es una opción.— Comenta Rubén. No se le ve muy convencido. A Rocío le lleva un par de segundos adivinar sus intenciones.
—Ni se te ocurra.
—¿Por qué no? Nadie se daría cuenta. Lo llevo al modista, quita la tira, y después de la boda la vuelve a coser.—Rubén empieza a doblar el vestido y a meterlo en la caja.— Es el plan perfecto.
—Es el vestido de tu amiga, que en paz descanse. Vergüenza te tenía que dar.
—A ti sí te tenía que dar vergüenza. Yo trafico con su vestido. Tú con su marido.— Se coloca la caja bajo el brazo, muy digno. Camina hasta la puerta del baño y da unos cuantos toques.— ¡Samuel, cariño! Rocío y yo nos vamos ya. Sigue así de bien, ¿eh?
Reciben una despedida similar por su parte desde el baño. Rubén coge a Rocío de la mano y la lleva hasta la puerta, ignorando sus reticencias. Por más que intenta convencerle para que olvide su absurdo plan, no lo logra. Incluso le amenaza con contarle todo a Sara. Pero tanto Rubén como ella saben que no es capaz de algo así.
Así que Rubén se despide y ella se queda mirando cómo se marcha. No corre tras él, está claro que hoy no va a conseguir su objetivo. Pero tampoco quiere marcharse a casa. Se siente demasiado culpable, y demasiado extasiada por la sorprendente actitud de Samuel. No pararía de darle vueltas a la cabeza.
Al final, recurre a su lista de contactos.
—Hola.— Desde la otra línea responden con entusiasmo.—Estáis todos de buen humor, ¿os habéis puesto de acuerdo? No, por nada. Me preguntaba si te apetecería hacer algo. Como siempre dices que te llamemos. Si tienes cosas que hacer... ¿En serio? ¿En La estrella? Genial. Estoy en veinte minutos.
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