Capítulo 12
La casa de Lydia tiene dos habitaciones, dos baños y un salón bastante amplio, pero ella se lo podía permitir. Hasta ahora, que su casera ha decidido subirle el alquiler. Por el momento, este es el último mes que pasa en ella y piensa aprovecharlo al máximo.
No mentía a Inés al decirla que casi todos los muebles son suyos. La casa entera está decorada con colores sobrios; blancos mezclados con grises oscuros.
Vlad, Sergio, Rubén y ella han comido en la mesa grande del salón, también gris. Ahora solo están sentados Rubén y Sergio. Tanto a Vlad como a ella se les oye trastear por la cocina, situada justo en la entrada.
—Yo eso de la escritura automática no lo veo.— Comenta Sergio, mientras teclea algo en su iPhone.— Si te fumas un porro es para desconectar.
—Yo un día, borracho, me inspiré y escribí unos versos.— Rubén mira al infinito, reviviendo el momento.— Pero al día siguiente no entendía mi letra.
Sergio chasquea la lengua, y Rubén se encoge de hombros. Agarra un mechero de la mesa y juguetea con él, pasando los dedos por la llama. Sergio deja el móvil y mira a su compañero.
—Por cierto,¿te han comentado ya lo del jueves?— Rubén responde que sí. Han quedado todos para hacer una lluvia de ideas para la obra. Sergio niega rápidamente.— No. Fingimos que hemos quedado, pero no podéis venir. Solo Inés, porque tengo que hablar con ella.
—¿Y para hablar con ella tienes que montar todo esto?— Pregunta, incrédulo. Se le dibuja una sonrisa pícara en los labios.
—No me mires así, son cosas nuestras. Tú no vengas y punto.— Al final, Rubén asiente a regañadientes.
Lydia aparece en el salón. En una bandeja plateada lleva una tarta de chocolate con una pinta deliciosa. Vlad llega detrás con una tarrina de azúcar glas. Cuando Lydia coloca la tarta en la mesa, el empieza a espolvorearla.
Cuando está completamente terminada, todos se quedan sentados, observándola durante varios minutos. Aspiran fuerte. El pastel desprende el olor de su ingrediente secreto; marihuana.
—Lo mejor que he hecho en mi vida.— Dice Vlad. Ladea la cabeza.— Después de Raquel, claro.— Echa una ojeada al carro, que está apartado en una esquina del salón. Sigue durmiendo plácidamente.
—Si no la hubieras traído, ahora mismo podríamos comérnosla.— Dice Lydia. Vlad alega que Nati le ha avisado en el último momento.
—Igualmente.— Sergio rompe una lanza a favor de Vlad.— Alex no ha podido venir, pero también quería. No podemos comérnosla sin él.
Vlad, Lydia y Sergio discuten sobre cuándo deben comerse la tarta y con quien. Llegan a la conclusión de que incluirán a Alex en plan. Y por lo tanto, a Belén, porque ambos son un pack inseparable. Rubén aleja la tarta de sí.
—Si no os la vais a comer guardadla ya, que me estoy poniendo malo.
—¿Vais?— Pregunta Lydia.
—Sí, sí. Yo me retiro. Esto engorda un huevo.
—No, Rubén.— Dice Vlad, contundente, después de las quejas de Sergio y Lydia.— Si la hacemos juntos, nos la comemos juntos. Es tarde para echarse atrás.— Escanea la cara de Rubén. Aún no se le ve muy convencido.— Venga tío, una vez al año no hace daño. ¡Rubén, Rubén, Rubén!
Sergio y Lydia le siguen, dando palmas y vitoreando su nombre hasta que él les corta.
—¡Vale! Tenéis razón. Por un día no pasa nada.
—Oye, ¿y quién se la lleva? Yo paso de guardarla en mi nevera. Además, no tengo fuerza de voluntad.— Dice Lydia.
—Tranquilos, yo la guardo.— Dice Vlad. Sergio le pregunta si Natalia no la verá.— ¡Que vah! Soy yo el que cocina. Además, a los estantes de arriba no llega.
Lydia le regaña por su comentario y se va a la cocina. Vuelve con un rollo de papel albal y envuelve con él la tarta. Está a punto de terminar cuando suena el telefonillo.
Unos minutos después, Lydia abre la puerta de casa a una Inés con un vestido floreado y una gran sonrisa en los labios.
—¡Buenos días!Tengo una buenísima noticia.— Le da un beso en la mejilla.— Por cierto, han abiertouna tienda de ropa en tu calle.— Entra al salón y se detienesorprendida.— ¡Chicos!No sabía que estabais aquí. Hola Sergio— Dice tímida, como siempre últimamente. Él le devuelve un movimiento de cabeza.Rubén los contempla curioso, más después de lo que le ha dicho Sergio hace un rato.
Los tres chicos están delante de la mesa. Vlad tiene sujeta por detrás la bandeja, con la tarta envuelta en papel albal. Los tres se han juntado lo máximo posible para intentar taparla.
—Inés, ¿bajamos y te enseño la tienda?— Dice Lydia, tirando de ella.
—Si ya la he visto cuando venía hacía aquí.
—Pero me hace ilusión enseñártela yo. Luego dices que no soy cariñosa.
—Que no, tonta.— Dice Inés.— Si ya sé que en el fondo eres una nubecita de azúcar.— Inés coge a Lydia de los mofletes y los apretuja suavemente. Esta última oye risas a sus espaldas. Se deshace de los brazos de Inés y se gira.
—¿Os habéis reído?— Pregunta cabreada, aunque ya sabe la respuesta.— Fuera de aquí ahora mismo. Ya habéis comido, así que a vuestra puta casa, venga.
—Nos vamos, nos vamos.— Dicen todos, aunque a distintos tiempos. Andan hasta la puerta sin separarse, como si fueran piezas de tetris, mientras se despiden de sus amigas.
Una vez cierran la puerta, Lydia vuelve a prestar atención a Inés.
—¿Y la buenísima noticia? Aunque viniendo de ti no sé qué esperarme.
—¡Ah, sí! Es que he tenido una idea.— Se detiene y aspira unas cuantas veces.— ¿A que huele?
Lydia hace un gesto para quitarle importancia.
—Un ambientador de pino nuevo que he comprado. Pero le voy a descambiar porque no me gusta.— Inés frunce el ceño, aunque al final lo deja pasar.
—Escucha. Tu problema es que necesitas un compañero de piso, ¿no? Pues he encontrado a alguien perfecto para el puesto.
—¿Quién? Te dije que no me valía cualquiera.
—¡No es cualquiera! Es una chica. 27 años. Pelo rizado. Ministra. Muy ordenada. — Levanta el dedo índice para enfatizar sus palabras.— Y nada juerguista. ¿Qué te parece? — Dice, impaciente.— ¿Compartimos piso?
Inés se pone a dar saltitos y palmaditas de alegría. Lydia sonríe de oreja a oreja y empieza a imitarla. De repente, vuelve a su actitud seria de antes.
—La respuesta es claramente no. Además, tú ya tienes piso.
—Mi estudio es muy pequeño. Yo también estaba contemplando la idea de mudarme. ¡Y con quién mejor que contigo! Así te ayudo con la mitad del alquiler y no tienes que dejar este piso.
—Gracias por tu consideración.— Otra vez pasa de sonreír a mostrarse seria.— Pero creo que prefiero mudarme.
Inés piensa insistir las veces que hagan falta hasta que acepte. Pero, salvada por la campana, suena el timbre y Lydia se va corriendo a abrir la puerta.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top