Capítulo 11
Tras la reunión del grupo del 15 de junio, cuando Rubén se da cuenta de que ha olvidado recoger el vestido de Sara, en seguida busca consuelo en Rocío. Le explica lo sucedido. Ella le calma y se ofrece a ayudarle.
Van hasta la tienda pero, en efecto, está cerrada por vacaciones. En el cartel no han escrito ningún teléfono de contacto, así que lo buscan por internet. Por suerte, tras un par de intentos, ese si le cogen. Rubén habla con la dueña de la tienda y le explica el problema. Ella en seguida recuerda a Sara y el vestido que había apartado para ella. Le propone la siguiente solución; como su hermana tiene unas copias de la llave, le dará su número para que puedan quedar y ella le abrirá la tienda. Así lo hacen. Llaman a una tal Arancha y Rubén y ella conciertan una cita para el martes de la semana siguiente.
Ese día, a las once de la mañana están puntuales como un clavo en la puerta de la tienda, en Móstoles. Todo gracias a Rocío, que insiste en que salgan con tiempo para no pillar tráfico. Ahora, apoyados en la pared, ambos con gafas de sol, ven pasar a la gente, esperando que aparezca la mujer a la que esperan.
—Es esa.— Dice Rubén. Señala a una rubia con falda de tubo y tacones altos.
—¿Seguro?— Pregunta Sara antes de que Rubén intente acercarse.— Solo has escuchado su voz.
—Claro. Tenía voz de tía buena. –Se señala el pecho.— Soy psicólogo y sé interpretar voces.
Unos segundos más tarde la chica pasa de largo. Rocío le mira y se encoge de hombros. Distraídos como están, no se percatan de que una mujer de mediana edad, de pelo recogidoy camisa abotonada, se ha detenidoante ellos.
—¿Son ustedes los que vienen a por el vestido?— Ellos se giran. A Rocío se le escapa una risa divertida. Asienten y ella comienza a abrir la tienda.
—Está buenísima.— Susurra sin que la mujer se dé cuenta. Rubén pone mala cara.— Menudo psicólogo estás hecho.
Los tres pasan a la tienda. Mientras ella enciende las luces, Sara y Rubén vuelven a relatarle el problema. Cuando escucha que Rubén seolvidó de recoger el vestido, levanta las cejas. "Genial", piensa Rubén, "apenas me conoce y ya le caigo mal".
—No se preocupen.— Empieza a decir, sin embargo.— Yo misma se lo daré. Estará en el almacén, donde mi hermana guarda las reservas.
Rubén y Rocío suspiran aliviados. La mujer rebusca entre los cajones del mostrador y saca lo que parece un libro de cuentas, lleno de post—its y sobres. Pide a Rubén el ticket de compra del vestido y sigue pasando las hojas de libro. Se para en una página y les enseña una foto de un vestido de novia. Es de palabra de honor hasta la cintura, con una tira de encaje recorriendo la espalda, y tiene mucho vuelo. Rocío es la que muestra más interés por la foto.
—¡Qué bonito! ¿Y a mí de qué me suena este vestido?— El chico la ignora. Parece ausente.— Rubén ¿Qué haces? Dale el ticket a la mujer.
—Ya...el ticket.— Rubén esboza una sonrisa culpable.— Te vas a reír.
—¿No le habrás perdido?— Ella, en vez de reírse, se pone increíblemente tensa.
—No. El ticket le tengo.— Dice. Ella se relaja, hasta que Rubén sigue hablando.— La pregunta es dónde le tengo.
Rocío se restriega la cara con las manos. Pregunta a la mujer si no hay otra forma de demostrar que Sara compró el vestido, y Arancha, a la que le sobreviene el mal humor de pensar que ha ido hasta allí para nada, niega con la cabeza.
—Vale. No tengo el ticket.— Asume Rubén, que empieza a entrar en razón.— Pero se lo compro otra vez. ¿Cuánto es?— Se saca la cartera del bolsillo del pantalón. Como si normalmente llevase dinero suficiente para comprar vestidos de novia por doquier.
—Es que no puede comprarle, está reservado para otra persona.
—Sí. Para mí.— Responde con ironía.— Da igual. Compro otro del mismo modelo.
—Según la ficha este era el último. Es que es de la temporada pasada.
Siguen con el tira y afloja, sin éxito.Incluso Rubén le ofrece pagar el doble por el vestido, pero ella le responde que esa no es decisión suya, sino de su hermana.
—Lo sentimos mucho.
—¿Qué lo sentís?— Desesperado, Rubén arrampla con las llaves del local que la mujer tiene encima del mostrador, y se dirige a la puerta del sótano, a su derecha.—Deme el vestido ahora mismo, ¡que estoy muy loco!
La tal Arancha va corriendo y se coloca delante de la puerta, para impedirle entrar, gritando que como no se marchen llamará a la policía. Rocío agarra a su amigo del brazo e intenta alejarle de la puerta.
—¡Rubén, por favor!— Exclama tirando de él.— Que nos vamos a meter en un lio.
La mujer empieza a rebuscar su móvil en el bolso, sin apartarse de la puerta. Al final, Rocío consigue calmar a Rubén y le quita las llaves. Se las da a la mujer y se encamina con él a la salida.
—¡Amargada!— Grita Rubén, fuera de sí.— Prepárese, porque la pienso denunciar. Y tengo una amiga abogada buenísima en lo suyo.
—No. Inés ya no puede ejercer.— Aclara Rocío. Casi están fuera, pero Rubén sigue gritando.
—Mejor me lo pones. Mi amiga es ministra. Y mi amigo, el próximo presidente del gobierno. ¡Se va a cagar!
Hora y media después, la adrenalina se había marchado y caminaba junto a Rocío como si le hubieran apaleado. Habían ido a un par de tiendas más por la zona para ver si tenían el mismo modelo. Habían mirado en tiendas de alquiler. Incluso habían probado suerte en wallapop, por si alguna novia de la temporada pasada lo vendía. Todo sin éxito.
Por si fuera poco, Rocío tenía comida familiar en casa de sus padres, así que iba a dejarle solo con su derrota. Aun así, se ofreció a llevarla en coche, y se despidió de ella intentando que no notase lo deprimido que estaba. La vio andar hasta el portal de sus padres y suspiró hondo. Se mantuvo casi diez minutos sentado en el coche, pensando qué hacer.
Le distrajo un mensaje de whatssap en su móvil. Lo cogió de la guantera y lo leyó. Más que una distracción, parecía una salvación. Lydia le invitaba a comer en su casa con Vlad y Sergio. Al parecer, Vlad tenía un plan especial para el postre. No tenía nada mejor que hacer, así que aceptó y se puso en marcha.
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