CAPÍTULO 9: La gata saca las garras

De la noche a la mañana dejo de hacer mis "trabajos forzados", le digo a mamá que ahora que la valla no está electrificada, prefiero salir de caza. Además puedo encontrarme con Peeta en el bosque. Algunas tardes regresamos rápido o me espera en la casa de la aldea de los Vencedores. Mientras tanto en la escuela, somos dos conocidos, nada más. Intento no sonreírle porque lo último que necesito es que Madge se dé cuenta. Aunque a veces me dan ganas de secuestrarlo y violarlo en alguna aula desierta.

Delly es otra cuestión de la que no hablamos. La tengo atravesada aquí en la garganta. Su estúpida voz nasal, sus modales tan falsos y esa manera de llamar a Peeta que tiene, me fastidia. "Peeta, llévame el bolso, "Peeta, cómprame una bebida" y tiene el descaro que chasquear los dedos como si en lugar de un novio, fuera su criado. ¡Y el tonto obedece!

Una tarde en que ponía trampas en el bosque no soporté más y decidí que ya no me podía callar.

—Tú me pediste exclusividad— le digo mientras me alcanza unas cuerdas. Esa mañana Delly había colocado en la muñeca de Peeta un aparato de rastreo, de esos que algunos ricos usan para encontrar a sus perros. No hay mucha gente que pueda permitirse esas cosas en el distrito 12 pero la zorra zapatera tiene un padre comerciante.

—Te pedí que no hicieras eso por dinero... o comida— contesta.

—Pero tú sí puedes tener novia— lo miro molesta.

— ¿Es eso? Mira, con Delly somos amigos. Andamos juntos para que nuestras madres no nos echen pleito. No hacemos nada...

— ¿Y eso incluye que te lleve como su mascota?— reclamo.

— ¿Estás celosa?— pregunta.

— ¡No! Si te gusta que te trate así no es mi problema. Pero, si tú y yo somos amantes a escondidas, también puedo tener un novio en público— intento bajar mi enfado. Me lleva el diablo, sí estoy celosa pero es más mi rencor por la zorra zapatera. Ella engañó a Gale y ahora debe engañar a Peeta, además de tratarlo como a un perro.

— ¿Quieres tener un novio?— pregunta asombrado.

—Ahora no, podría ser en el futuro. Dejemos las cosas claras Mellark, nosotros sólo somos amantes secretos. Lo que hagamos en nuestra vida pública es otro rollo. Tú tienes tu novia y yo soy libre de aceptar a quien pueda.

— ¿Y si dejo a Delly?— dice rápidamente.

—Es cosa tuya— murmuro atando unas ramas.

— ¿Por qué la odias?— pregunta acercándose a mí. Va a intentar suavizarme con mordidas, lo veo venir. Tiene esa forma de... morder mi oreja que me vuelve loca.

—Si te dijera todo lo que sé, no me creerías porque es tu amiguita de toda la vida. Yo tengo mis razones y no es sólo por ti— lo empujo un poco.

—Pero ella no te ha hecho nada, es cierto que a veces es...— se detiene a pensar.

— ¿Una perra? Eso no es problema, la mitad de las chicas de la escuela lo son. Sin embargo ella supera mis estándares de maldad.

— ¿Estándares de maldad?— ya no intenta atacar mi oreja, se queda atento a lo que estoy diciendo.

—Tú crees conocerla pero no es así. ¿Por qué no la sigues como me seguías a mí? Quizás descubras que mientras yo iba a la zona de los agentes de la paz a ganarme la vida, tu novia frecuenta los socavones de las minas.

— ¿Qué? Eso no es posible, Delly no camina mucho. ¿Qué haría en una mina? Katniss ella está enferma...— solté una sonora carcajada.

— ¡Ay Peeta! Si ella está enferma de la sangre yo soy virgen. El medicamento que toma es para otra cosa.

— ¿La odias porque estuvo con Gale? ¿Me equivoco?— pregunta. Lo miro furiosa. Ahora ni con todas las mordidas del mundo voy a darle lo que quiere.

— ¡Ella engañó a Gale! Él encontró a tu Delly con Thom en un socavón. Y no estaban dándose besitos. Gale se fue de aquí desilusionado.

— ¿Tú no andabas con él?— pregunta mirando al piso.

— ¡No! Éramos amigos. Cazábamos y sobrevivíamos juntos. Nos unimos para mantener a nuestras familias con vida.

—Perdona. Es que siempre creí... ¿Nunca tuviste nada con Gale?— vuelve a preguntar como si no me creyera. Recuerdo que a unos metros de aquí, la última noche de Gale en este distrito, nosotros casi... pero no, no pasó nada más que unos besos. Yo intentaba alegrarlo por la decepción y tal vez él sólo buscaba olvidar. De cualquier modo, no es de la incumbencia del panadero.

—Era como mi hermano.

—Entiendo. Hablaré con Delly, a veces la sigo porque se acerca a ustedes, a ti y a Madge. Pero si te molesta la evitaré.

—No debes hacer eso porque me moleste. ¡Respétate! A los ojos de todo el mundo eres el perrito faldero de la... de esa.

Aquel día lo dejo sin sexo. Le digo que tengo mi periodo, que me duele la cabeza y tengo sarna. Que se joda Mellark, si sigue saliendo con esa zorra zarrapastrosa, lo dejaré.

Llego a casa y me ablando cuando veo que en el bolsillo de mi maleta de cacería, hay un bollito de queso. Sonrío y le doy una mordida. Peeta es tan agradable, es fácil hablar con él. Es sereno, rara vez se enoja y tiene mucha paciencia. También es muy vicioso, cuando estamos juntos hacemos muchas posiciones. Me gusta complacerlo, hacerle orales, dejarlo explorarme. Le he enseñado cómo lograr que me venga más rápido, mis puntos sensibles. Me gusta mucho lo que tenemos, si tan solo se alejara de Delly.

Al día siguiente en la escuela, noto que Peeta ya no está cerca de la zorrillita, Madge me hace notarlo. Yo finjo que acabo de darme cuenta.

—Mira Katniss, hoy Delly no tiene quien le lleve el bolso. ¿Habrán peleado?— no somos las únicas en notarlo. Algunas de nuestras compañeras vienen a sentarse a nuestro lado. Rooba, la hija de los carniceros es bastante chismosa. Ella también se ha dado cuenta.

—Creo que el panadero y Delly se han peleado. ¿Ella lo habrá mandado a freír churros o lo encontró con las manos en la masa?— pregunta y se ríe de su tonto chiste.

—Quizás se dio cuenta que ella es una mujer... Zuela— murmuro. Madge me mira con la boca abierta en señal de asombro mientras que Rooba se echa a reír hasta que le saltan las lágrimas.

— ¡Ese es bueno Everdeen! ¡Muy bueno!— se va a seguir con el cotorreo a otro lado.

— ¿Qué te pasa Katniss? Estás rara desde hace unas semanas. Ya sé que odias a Delly pero últimamente...

—Últimamente es insoportable— digo mientras termino de comer mi almuerzo.

Las semanas pasan, Peeta y Delly ya no andan juntos, eso hace que yo sea más cariñosa con mi panadero, me ha conseguido la vacuna anticonceptiva que le pedí, lo festejo haciéndole un sensual baile hasta que sus ojos casi saltan de sus cuencas. Me gusta su forma de ser, tan tranquilo, porque lo acepto, tengo mal carácter y si él fuera como yo, ya lo habría botado. En cambio es un remanso de tranquilidad, reímos, comemos y cuando estamos en la cama es un tigre. ¿Qué más puedo pedir?

Un día en que las clases han terminado, me apresuro a salir cuando veo que en la calle está Darius. Camino más rápido intentando que la trenza me tape algo el rostro.

— ¡Katniss!— me alcanza. Lo miro asustada. ¿Qué es lo que quiere de mí?

—Hola— contesto sin detenerme con la cabeza gacha.

— ¡Ey gatita!— me sususura –No te has aparecido por mi casa

—Lo siento— digo sonrojada hasta el límite.

— ¿Cuándo vas a ir a verme? —pregunta. Me detengo a verlo. Respiro profundo. De alguna forma me ha encontrado.

— ¿Cómo diste conmigo? ¿Me has estado buscando?— pregunto.

—Te conozco desde que llegué aquí Katniss, cuando cosecharon a tu amigo. Nunca te lo dije para no hacerte sentir incomoda, sabía que pasabas necesidades y me pareció justo ayudarte— sonríe.

—No me ayudabas— le aclaro. –Te aprovechabas de la situación. Lo siento pero tengo empleo y dejé de hacer esas cosas— intento marcharme.

—Lo lamento, no creí que lo vieras así. Bueno, te busqué porque pensé que tenías problemas...

—No, no los tengo— miro en dirección a la escuela. Delly, Rooba y Leevy vienen hacia nosotros. –Debo irme— me giro para continuar mi camino.

—Si necesitas algo, ya conoces mi casa— me dice Darius antes de marcharme.

—Gracias— corto la conversación y sigo de largo. No me detengo hasta llegar a casa y suspiro de alivio.

Esa tarde estoy más callada de lo habitual, tremendo susto que me llevé, no tengo ganas de ser muy comunicativa. Tengo mucho frío y no he atrapado nada aún estamos en pleno invierno y los animales escasean.

— ¿Me vas a decir que te pasa?— pregunta Peeta

—Hoy vi a Darius— confieso terminando de desollar una gallina salvaje.

— ¿Dónde?— pregunta con un tono de voz que usa cuando está celoso.

—En la salida de la escuela...

— ¿Y te fuiste con él?— se levanta.

— ¿Qué? ¡No! Sólo quería hablarme, dice que me ha buscado.

— ¿Qué le dijiste?

—Que tengo trabajo y ya no hago esas cosas— me mira como si yo tuviera la culpa lo cual me hace enojar. —Yo no lo llamé ¿Si? Así que no me mires con esa cara— termino de pelar el pollo y lo guardo en mi maleta, envuelto en papel para no ensuciar la tela.

—Debo volver pronto, en casa hay problemas— me dice. – ¿Demoras mucho?

—No. Es lo único que logré atrapar. Mis otras presas se las comieron los zorros— me quejo. Lo miro intentando hacer contacto visual. – ¡Ya Mellark! ¿Por qué te pone así?— pregunto.

—Lo siento— se disculpa. –Es que... ese tipo...

—Lo sé. Yo me asusté bastante, creí que no me conocía pero parece que sí. Ojalá no regrese porque yo no pienso volver a ser puta.

—No lo eres— me abraza. – ¿Vámonos sí? O mi madre me matará.

— ¿Le pasa algo?

—La madre de Delly le ha contado que ya no andamos juntos y me está obligando a que regrese con ella.

— ¿Lo harás?

—Siempre he preferido hacerle caso no tiene mucho sentido pelar. Sí, quizás nos vuelvan a ver juntos pero no volveremos a intentar romancear, mantenemos una amistad y confío que me ayude con esto.

—Así que la zorrita zapatera volverá a tenerte de perro faldero— resoplo.

—No le digas así por favor— me pide.

— ¿La estas defendiendo?

—No me gusta escuchar insultos de ese tipo.

—Oh bueno. Entonces quizás me dé una vuelta por la aldea de los agentes de la paz— lo empujo con mi cuerpo al pasar a su lado, siento su brazo en mi cintura. Me atrae con una fuerza inusual y me planta un beso salvaje que me hace trastabillar y caer arrastrándolo conmigo. Mi bolso sale volando y no sé a dónde ha ido a parar la gallina pero si de algo estoy segura es que tengo a Mellark sobre mí, intentando devorarme. No puedo negar que lo he extrañado, lo necesito dentro de mí. Sin pensar siquiera que la nieve está alta o que mojaremos nuestros abrigos nos dejamos llevar por el fuego que nuestros cuerpos emanan. Sin desvestirnos por completo, Peeta logra quitarme el pantalón y las bragas, rebusca entre sus pantalones y antes de lo que tardo en recuperar el aliento me penetra de forma brutal. Y no se detiene, empuja y me besa mordiendo mis labios. Jadeo de manera desesperada, me abrazo a su espalda para no darme contra una piedra que tengo cerca, así de bestia se comporta. Y a pesar que no es suavecito como otras veces, ese lado indómito me gusta. Siento en la espalda una raíz fastidiando pero no el hago el menor caso. Y mañana tendré moretones en las caderas.

Más rápido de lo que pienso siento mi orgasmo estallar en mi vientre, esos gruñidos del panadero logran arrancar mis gritos de placer y sigo aferrada a él cuando ha alanzado su clímax. Me mira a los ojos intentando recuperar el aliento. Nuestras frentes están juntas y de nuestras bocas, por el intenso frío, sale vapor. Parecemos dos chimeneas.

— ¡No!— me dice mirándome fijamente. –Tu no vas más a ese lugar ¿te quedó claro?— sin protestar asiento. Me ha quedado claro.

—Sí— respondo. Sin embargo tiento a mi suerte. –No iré más allá, mientras no te vea con esa— muerdo su barbilla y en sus labios se forma una sensual sonrisa.

—Está bien— suspira. –Yo soy todo tuyo— dice antes de volver a besarme.

He marcado los límites de mi tolerancia y eso me hace sentir mejor, no voy a rogarle que me sea fiel, ni a decirle que no se acerque a ella, no se lo volveré a repetir, creo que con una vez basta y sobra.

Sin embargo días después, vuelvo a tener a la zorra zapatera tras el panadero. ¿Es que no entiende que hace el ridículo? Si tiene a otros hijos de mineros tras ella no entiendo su fijación por Peeta, que no es el más popular ni el más apuesto de la escuela. Bueno, para mí lo es pero no lo aceptaré en público.

— ¿Problemas con tu panecillo?— la molesta Rooba un viernes en el que estoy particularmente fastidiada. Esta mañana he descubierto un moratón en el brazo de mamá. Su piel, más blanca que la mía, se marca con cualquier presión pero este en particular estaba cerca del hombro. Alguien la ha sujetado y no supo explicarme. Simplemente me dijo que tuvo un accidente.

— ¿Problemas?— nos mira desdeñosa. –Al contrario, hoy voy a comer baguete— nos suelta vanidosa. Al escuchar eso las demás compañeras se ríen por el doble sentido.

—No me sorprende— respondo sin poder contener mi lengua. –Si ya sabes masticar carbón...

— ¿Tienes algún problema conmigo Everdeen?— me grita. Las demás se quedan asombradas.

— ¿Yo? ¿Debería?— pregunto.

—Hace tiempo que noto tu fastidio hacia mí. ¿Es porque Gale nunca te hizo caso?— me reta. –No te metas conmigo, yo puedo tener a quien quiera— dice presumida.

—Estoy segura que puedes tener a cualquier minero dentro de ti— le respondo. –Debes conocer mejor los socavones que los mismos ingenieros— me río.

— ¡Si engaño a mis novios a ti no te importa!— dice sin el menor remordimiento. –Si decido joder con un minero, un ingeniero, un panadero o un agente de la paz no es tu pedo ¿Verdad?— me mira como si fuera un bicho. Aunque sus últimas palabras me asustan. Mi rostro sigue impasible.

—No. No es mi problema. Ve a joder a quien puedas pero dudo mucho que hoy te comas un baguete— le sonrío. –Tú estás acostumbrada a morder piedras de socavón— me burlo.

— ¡Maldita muerta de hambre!— algunas de sus amigas la detienen, Madge a mi lado me toma del brazo. –Me las vas a pagar Everdeen— amenaza.

— ¿Al contado o a plazos?— no sé porque diablos no me puedo quedar callada pero esa zorra me desespera. — ¿Me das descuento si llevo dos pares?

—Tú no sabes nada de zapatos, pobretona ¿Dónde compras? ¿En el quemador?— me mira los pies. Es cierto, allí compro zapatos y ropa usada. No me avergüenzo porque lo adquiero con el dinero que he ganado producto de mi esfuerzo.

—Tal vez. Mientras no tenga que ver tu cara de zorra— veo de reojo que Peeta acaba de aparecer, hay un buen número de estudiantes que se han congregado a ver la pelea. –Ya llegó tu baguete, provecho— los miro cuando Peeta se coloca al lado de Delly.

—Qué rencorosa eres Everdeen— hace un gesto ridículo como si pretendiera llorar. Se abraza al panadero, al cual miro con chispas en los ojos. Peeta sin saber que hacer intenta alejarse. — ¡Yo también sufrí la muerte de Gale!— me grita.

—Sí, me imagino como la sufriste— suelto una carcajada.

— ¿Por qué te molesta tanto que ahora sea feliz con alguien que me ama?— pregunta haciéndose la víctima otra vez sin soltar el brazo de mi panadero. Y si no lo suelta le voy a marcar esa cara de zorrillita que trae.

— ¿Y dónde está quien te ama?— pregunto con los brazos en la cintura, moviendo en mi cabeza buscando alguien imaginario. Ella instintivamente mira a Mellark, tratando de abrazarlo.

— ¡Defiéndeme Peeta!— le exige. Mi mirada ahora se posa en esos ojos azules, hermosos y desconcertados.

—Defiéndela Mellark— me cruzo de brazos esperando su reacción. Escucho a mí alrededor algunas risitas. –Ya que el das de tu pan, ahora defiéndela— lo reto.

—Están locas— murmura Peeta soltándose de Delly y caminando avergonzado, lejos de nosotras. Rompo a reír sin poder contenerme porque la cara de Delly es un verdadero chiste. Se ha quedado con la boca abierta sin saber qué hacer.

—Nosotros somos educados no nos rebajamos al nivel de una muchacha de la Veta— me grita. El comentario no es bien recibido por mis vecinos. Algunos lanzan gritos de protesta.

—Creo que tu panecillo te ha abandonado— la miro despectivamente antes de darle la espalda. Me vale una hectárea de pepinos si ella es comerciante y tiene dinero. O si soy una chica de la Veta que compro todo de segunda mano. Peeta es mío y punto.

No he dado dos pasos cuando siento que me tira de la trenza e intenta hacerme caer.

¡Hasta aquí llegó mi paciencia!

Dejo caer lo que traigo en las manos y volteo con tal fuerza que logro tomarla del cuello antes que pueda echarme al piso.

— ¡No pongas tus patas sobre mí!— luego de hacer que me suelte cuando le falta el aire, la empujo. Cae de culo al suelo. –No me toques Cartwright o te vas a arrepentir. Yo no tengo la paciencia de Mellark o la caballerosidad de Gale. Tampoco tengo que soportarte para que me hagas una rebaja. Si me buscas me encuentras y no te va a gustar— la amenazo antes de seguir caminando rumbo a las aulas. Al salir del comedor veo que mucha gente nos está mirando pero los ojos azules que quiero ver, no están.

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