CAPÍTULO 8 Disfrutando el tiempo

En la escuela siempre he demostrado mi lado más serio. Río poco, no cotilleo, no hago ruido y mucho menos ningún escándalo. Paso desapercibida lo más que puedo. Pero estoy a punto de derrumbar la reputación que tengo. La zorra zapatera no para de hablar y estoy a punto de darle unas trompadas en el hocico.

—El lunes se vence el plazo para entregar el trabajo y no hemos avanzado casi nada. Debemos pasarlo a limpio, tenemos que reunirnos en casa de alguien. En la mía no porque mi casa está llena de zapatos desde el piso hasta el techo. A mi padre le ha llegado una colección directo del Capitolio, por cierto Madge tienes descuento, puedes llevar uno gratis pagando el precio del más costoso. Cómo les decía, necesitamos reunirnos, en mi casa no se puede, en la de Everdeen menos, quién va a ir a la Veta para esto. No debe tener ni electricidad, menos un ordenador para...

Miro a Peeta de reojo, él siente mi mirada y sonríe de lado. Hoy lo noto más alejado de Delly, en ningún momento esa zorra le ha puesto las patas encima.

—¿Puedes o no?— me grita. Me distraje recordando lo de anoche, ya llevamos mas de una semana viéndonos casi a diario. Mis mejillas se tiñen de escarlata.

—¿Qué?— pregunto.

—Que si puedes ir a casa de Peeta esta tarde— me pregunta. ¿A casa de Peeta?

—¿Cómo a qué hora?

—A las cinco. Pero tienes que ser puntual Everdeen, si tienes que lavar ajeno no llegues tarde— respinga la nariz y mis puños se crispan. Peeta me mira y como si estuviera concentrado en otra cosa se recuesta junto a mí. Siento su mano acariciando mi espalda. Por suerte sólo tenemos la pared detrás.

—Yo prestaría mi casa pero en estos días está lleno de visitantes. Papá no quiere a mis amigos por allí, hay agentes de la paz— Madge se ve preocupada. Si hay agentes de la paz yo tampoco quiero aparecerme por allí. Y ahora que recuerdo, hoy tengo que ir con Darius ¡Es viernes! La semana se me ha pasado volando, aunque debería decir follando. Sí, la semana se me ha pasado follando.

—¿Puedo llegar más tarde?— pregunto. De inmediato la mano que me acaricia la espalda se detiene. El panadero se cruza de brazos, molesto.

—Claro, estaremos esperándote— me sonríe Madge pero Peeta se va sin decir nada.

Apenas salimos tomo el camino hacia mi casa, Prim siempre se va con sus amigas por eso rara vez volvemos juntas. Estoy entrando en la Veta cuando siento que alguien camina a mi lado. Antes que me detenga por instinto, tengo a Peeta delante de mí. Me mira furioso. Lo veo sudoroso, tiene los botones superiores de su camisa desabrochados. Ha venido corriendo.

—¡Puedo pagarte!— dice jadeando agitado por la carrera.

—¿Qué?— pregunto.

—No vayas donde Darius, por favor. Yo puedo pagarte, te daré comestibles. ¡No vayas!— me mira tan intensamente que me impresiona. Nunca creí que el panadero tuviera tal fuego en su mirada.

—Mellark...

—Lo sé. Pero si lo haces por dinero y comida, yo te lo puedo dar— presiona.

—¿Hasta cuándo?— sonrío tristemente.

—Todo el tiempo que pueda.

—Peeta, no lo hagas más difícil. No voy a llevarte a la ruina. Déjame pasar y no me sigas— lo rodeo y sigo caminando sin voltear atrás.

Me alegra llegar a casa y ver que no ha venido tras de mí. Esto era lo que me temía cuando lo acepté cómo cliente. Darius, Cray y los demás clientes ocasionales que tengo, están acostumbrados a tratar con putas o muchachas necesitadas como yo. Pero para Mellark soy diferente. Soy la primera mujer que ha tenido, es lógico que sienta que tenemos algo más que sólo sexo. Y así es pero... yo no me puedo dar ese lujo.

Veo el frutero lleno, Prim sale corriendo de la cocina.

—Katniss, haremos tarta. ¡Una tarta!— grita. La abrazo y acomodo unos mechones de su largo y rizado cabello rubio.

—¿De qué?— sonrío solo para ella.

—De manzanas. Mamá trajo muchas, las envía el tío de la farmacia— me sonríe. Camino de su mano hasta ver que en la cocina mamá está cascando huevos.

—¿Una tarta?— pregunto.

—Mi hermano me dio un adelanto, le llevé aceite de eucalipto y lavanda. Tenía bastante en mi despensa. Estuve también ordenando sus estantes, hay cosas que hemos tirado, productos rancios y malogrados— dice sin dejar de separar las yemas de las claras de los huevos.

—Tengo trabajo de la escuela—digo. Ella me mira. –Es en casa de Mellark— no puedo evitar mi disgusto, cada vez que me acuerdo de la bruja madre de Peeta.

—¿Qué van a hacer?— pregunta Prim.

—Tenemos que presentar un tonto trabajo sobre lo que cada uno de nosotros aporta a su distrito. No sé si la palabra "sobrevivir" llene la hoja— bromeo con sarcasmo.

—Haces mucho Katniss— me sonríe Prim. –Agrégale que trabajas duro fuera de la escuela para traernos de comer. Recuerdo cuando salías a cazar y comíamos muchas fresas, sopa de pavo, estofado de ardilla y tórtolas con patatas asadas.

Sonrío al escucharla hablar, eran buenos tiempos. Eso me lleva a que al salir de la casa de Peeta me daré una vuelta por el generador de electricidad.

Almuerzo con Prim, les ayudo a encender el viejo horno de arcilla que mi padre nos construyó cuando yo era niña y mi patito aún no nacía. Termino llena de hollín, oliendo a quemado. Me lavo, suelto mi cabello y me cambio de ropa. Tomo un cuaderno para salir rumbo a la casa de Peeta. No sé si me encontraré cara a cara con su madre. Espero que no porque no sé qué podría decirme. Esa vieja me odia.

Cuando llego a la puerta de la panadería, Delly y Madge están afuera.

—Peeta no está— me dice mi amiga.

—¿Le preguntaron a su mamá?

—Yo no soy capaz— dice Madge. –Su hermano Matt dice que salió hace rato y no vuelve.

—¡Allá viene!— Delly baja los escalones y pasa a mi lado golpeando mi hombro con el suyo. Peeta viene sucio, con la camisa rota y las manos sangrantes. —¡Amor! ¿Dónde te metiste?— la zorra zapatera abre los brazos para lanzarse encima pero Peeta la evade.

—Me caí— dice muy serio. –Espérenme en la otra puerta— entra por la panadería mientras nosotras nos miramos. Yo estoy asustada ¿Dónde estuvo? ¿Qué fue a hacer? ¿Se metería a la casa de Darius? ¡Nunca debía aceptar a Peeta como cliente!

Esperamos unos minutos hasta que nos abre la puerta lateral de su casa. Nunca he estado en la casa de los Mellark, paso última, me quedo mirando la decoración, hay unos sofás en el salón, cuadros en las paredes y fotografías en los estantes. Un espacio grande para el aparato televisivo que debe ser mucho más grande que el que tenemos en casa.

Al pasar al lado de Peeta siento sus dedos en el dorso de mi mano. Lo miro a los ojos por unos instantes. Su mirada dice "Tenemos que hablar" y creo que está en lo cierto. Me va a doler decirle que ya no quiero estar más con él. Me gusta tanto estar entre sus brazos. Si no estuvieran Delly y Madge aquí me lanzaría a besarlo hasta que nuestros labios sangren.

—¿Dónde te caíste?— pregunta Delly cruzada de brazos.

—Por allí. ¿Vamos a trabajar o qué?— dice para cortarla ante el asombro de mis compañeras.

Una hora después tenemos casi todo terminado, yo estoy agregando varias cosas más, obviamente no puedo poner la cacería ilegal ni la prostitución en mi ensayo pero ya que Delly cree que lavo ajeno no es mala idea decir que hago quehaceres para agenciarme unas monedas.

Juntamos los trabajos y quedamos que Madge lo pase a un ordenador. Peeta va a hacer los dibujos.

Apenas oscurece, salimos de casa del panadero. Delly convence a Madge para que le preste algo pero obviamente lo que quiere es ir a echar un ojo a los visitantes del capitolio en casa del alcalde. Yo tomo el camino a la Veta. Nuevamente como hace horas siento que alguien me sigue y volteo antes que me alcance.

—Necesito hablar contigo— me dice Peeta. Accedo y tomamos un camino distinto, no sé qué rumbo tomar sólo lo sigo.

—Peeta yo no quiero que te obsesiones con esto. Eres joven, muy guapo. Sé que puedes encontrar alguien mejor que yo. Tu novia es una perra pero estoy segura que en este distrito hay muchachas...— estamos alejándonos de las casas de la Veta, muy cerca de la valla. Me toma de los hombros y silencia mis palabras con un ardiente beso. No puedo evitar que mi cuerpo reaccione, dejo caer mi libreta y lo rodeo con mis brazos. Me humedezco al sentir su lengua invadiendo mi boca. Sus enormes manos me acarician pero quiero más. Tengo necesidad de más.

—No... no estoy obsesionado contigo— me dice entre besos.

—¿No? Entonces deja de seguirme— reclamo sin dejar de probar esos hinchados labios.

—No puedo— besa mi cuello, mi oreja, la muerde. Dejo escapar un gemido en el momento el que restriega su masculinidad en mi vientre. ¡Oh Peeta! ¡Te necesito!

Se separa de mí, toma mi mano y me apura a seguirlo, es casi de noche pero puedo distinguir el camino que antes tomaba para ir al bosque. La abertura que papá hizo en la valla está cerca. Nos detenemos delante del armazón de metal, puedo ver el bosque del otro lado. El cantar de los pájaros que se preparan para dormir. El arrullo de los grillos, veo algunas luciérnagas a lo lejos.

Peeta saca una pequeña tenaza. Me sonríe cuando lo acerca a uno de los alambres.

—¡No!— lo detengo pero es tarde, de un solo movimiento rompe el metal. Me quedo con la boca abierta al ver que no demora en hacer un forado cortando algunos alambres. Lo abre lo suficiente para que pueda pasar y se hace a un lado.

—Su bosque, señorita— me invita.

—¡No tiene corriente!— sonrío. Estoy tan acostumbrada al zumbido que hace la valla electrificada que no me di cuenta que podía escuchar el ruido del bosque. Me apresuro a pasar. Le doy la mano del otro lado y juntos volvemos a acomodar la valla.

Quiero correr con todas mis fuerzas hacia aquellos árboles que me llaman. Cuantos días regresé bien entrada la noche, cuantas veces madrugué para ir a revisar las trampas y cazar un par de pavos silvestres o unas ardillas.

—Yo nunca he entrado al bosque— me dice cuando tomo su mano para jalarlo conmigo.

—Y yo nunca he hecho el amor en el bosque— me acerco a besarlo. –Pero siempre hay una primera vez— accede a mi pedido.

Corremos como dos niños, cuando mis pies sienten el blando musgo disminuyo la velocidad, no quiero caer y llenarnos de espinas. Lo guío al árbol donde guardaba mi arco y mis flechas. Está lleno de maleza y telas de arañas. Creo que me he ensuciado el suéter pero no me detengo hasta sacarlos. Lo miro con una sonrisa.

Acaricio la madera del arco, la cuerda de cuero tensada. Tantas noches he soñado con volver a empuñarlo. Con volarle la cabeza al miserable hombre que me inició en esto. A cada agente de la paz que ha poseído mi cuerpo. Pero esta noche no quiero pensar en eso.

—¿Cómo lo conseguiste?— pregunto acomodándome en las raíces mullidas de un sauce.

—Hice pedazos el generador— contesta otra vez besando mi cuello.

—¿Cómo?

—Tuve que escalar un poco— sus jadeos me excitan. Por suerte traigo una falda amplia, rebusco en su pantalón hasta lograr liberar el objeto de mis deseos, sus manos no se quedan atrás acariciando mi cuerpo, logra arrancar mis bragas y me atrae para sentarme sobre él. Ahogo un grito cuando me siento invadida, mi boca hambrienta se une a la suya y nos movemos en exquisita sincronía.

—Oh, mi gatita— gime cuando apuro mis movimientos. Mi interior lo aprieta en cada embestida, noto que mis pechos están siendo devorados por su ardiente boca. El olor que despide, su cabello revuelto, el sonido del bosque me parece tan erótico.

No podemos evitar que la explosión que nos envuelve, nos deje sin aliento. Grito como una verdadera gata cuando me libero, me abrazo a su fuerte espalda para sentir sus últimas embestidas y ese gruñido gutural que sale de su garganta cuando me inunda con su semilla. Lo que más me gusta de estar así con mi panadero, es cuando termina dentro de mí y me sujeta fuerte como si fuera a escaparme. Me llena de besos y susurra palabras dulces en mi oído.

—Creí que habías ido donde... que ibas a llegar tarde— me dice acomodando mi ropa.

—Mamá está trabajando— vuelvo a besarlo. –Y si la valla no tiene energía, puedo venir a cazar. Ya no necesito ser la gatita— me recuesto en su hombro.

—Eso está bien— me abraza. –No lo hagas, no te expongas así.

—No prometo nada Peeta. No puedo decir que no lo haré más. Soy capaz de cualquier cosa para no ver morir de hambre a Prim.

—Yo quiero preguntarte. ¿Podemos seguir? Así como ahora, como en estos días. No quiero dejar de verte.

—Me puedes ver en la escuela todo lo que quieras— bromeo.

—Te necesito— busca mi boca. –Te he amado toda mi vida, Katniss— confiesa. En la oscuridad de la noche busco su mirada, está tan oscuro que no puedo ver si su piel está ruborizada, noto su corazón fuerte, bombeando más rápido de lo normal, puede ser por el esfuerzo. ¿Me está hablando en serio? Quizás por eso no quiere que vuelva a ver a mis clientes. Por eso tanto esfuerzo en malograr el generador que electrifica la valla. Me ha liberado, eso no puedo negarlo. Llevo meses intentando acercarme a la zona de los generadores. Está demasiado custodiada ¿Cómo habrá hecho Peeta?

Calculo que ya deben ser sobre las ocho, regresamos a tientas porque todo está muy oscuro, conozco el camino así que yo no tropiezo sin embargo Peeta cae dos veces para mi diversión.

—Eres bueno con las manos pero esos pies no te ayudan— bromeo, él me toma de la cintura y sus dedos traviesos bajan hacia mi intimidad.

—¿Es en serio? ¿Soy bueno con las manos?— pregunta en susurros. Rompo a reír.

—Lo decía porque haces panes ¡Tonto!— lo abrazo y nos fundimos en un delicioso beso húmedo. Pero debemos volver sino, buscaría algún lugar donde enseñarle más trucos con esos largos dedos de panadero que tiene.

Es sábado, no hay clases y mientras intento hacer un dulce con la poca leche que Lady, la cabra coja, nos ha dado esta mañana, Prim hace su tarea. Aún no es mediodía, mamá ha salido a trabajar. Hoy traje un par de ardillas, pavos, muchas hierbas medicinales y fresas del bosque.

—Estofado de ardilla, qué bien huele— se relame Prim.

—Come tus bayas y termina la tarea— le replico pues está muy distraída.

—Katniss, alguna vez tu... ¿Te has enamorado?— me pregunta. Me quedo congelada. No sé qué contestar. No sé qué es estar enamorada, cuando Gale fue cosechado sentí un dolor tan grande que por un tiempo creí que era amor. Aún duele pero ya van a ser dos años y me he resignado. Él se fue para siempre, quizás fue la única posibilidad de amar que tuve. Luego viene a mi mente la imagen del panadero. No los recuerdos sexuales que tengo con él. Sino el día que me aventó aquellos panes quemados. Me hizo sentir esperanza, un sentimiento grande que me dio fuerzas. Y ahora... me hace sentir que no le falta nada a mi vida.

—No. Yo no. ¿Y tú?— le pregunto porque aún espera mi respuesta.

—Pues, hay alguien que me gusta mucho— dice con un ligero rubor en sus mejillas. Mi patito gusta de alguien más. ¿Quién será? ¿Alguien de su curso? ¿Algún muchacho avezado y deportista? –Pero no creo que él haya reparado en mí— entristece. Prim está por cumplir los 14 años, tiene un par de ojos celestes que son la envidia de la Veta. Su cabello dorado es precioso. Y toda ella es tan dulce y buena. ¿Qué muchacho no la amaría?

—Bueno, creo que estás chiquita para tener novio pero estoy segura que quien quiera que sea ese muchacho seguramente si ha reparado en ti Prim— la reconforto.

—Yo no sé. Es muy grande para mí— se encoge de hombros.

—¡No deberías mirar así a los mayores! ¿Qué edad tiene? ¿Veinte?— pregunto sonriendo acusadoramente.

—Diecisiete, igual que tu— vuelve a sus deberes sin volver a hablar de ello. Y me quedo con la duda. Tendré que hablar con ella seriamente y preguntarle, no me gustaría que ese hombre se dé cuenta de los sentimientos de mi hermanita y tome ventaja. Antes lo atravieso con una de mis recuperadas flechas.

Cuando pongo la mesa mamá llega cansada. Parece que ha estado trabajando duro, quizás tuvo que inventariar toda la farmacia. Es posible que su hermano esté aprovechandose de ella, delegándole labores fuertes.

—Qué bien huele— se lava las manos y juntas comemos como una familia normal y feliz.

— ¿Crees que hoy vaya a nevar Katniss?— me pregunta Prim.

—Espero que no, estaré cazando esta tarde, hasta entrada la noche. Dejaré muchas trampas, en cuanto el bosque se ponga blanco ya no podré encontrar animales con tanta facilidad— comento. –Iré a quemador por unas redes, he pensado que puedo llegar al lago y traer una buena cantidad de peces antes que se congele. Podemos salarlos y secarlos para que nos dure este invierno— mamá no me escucha. –También puedo cazar algunos monstros de las montañas para que hagas guiso ¿Verdad mamá?— pregunto, elevando la voz.

—Sí, claro que sí – dice ella. Prim rompe a reír y llena el espacio con sus carcajadas. — ¿Qué pasa?— pregunta nuestra madre.

—Estás distraída— comento.

—Sí, lo siento. Tengo muchas cosas en mente. Iré a repasar mis anotaciones para hacer tinturas. ¿Has traído perejil o poleo?— me pregunta, lo cual me parece extraño.

—Sí, creo que si hay perejil.

—¿Y Neem?— la miro fijamente. –Tú sabes hija, las muchachas piden surtidos y es mejor prevenir que lamentar— me dice. Esas hierbas son anticonceptivas. Echo de mi mente cualquier pensamiento tonto. Y eso me recuerda que debo ir al quemador también a buscar una de esas inyecciones para no quedar embarazada. Aún me quedan dos meses pero es mejor estar prevenida. No me pondría en riesgo con unas hierbas, prefiero químicos del capitolio aunque los tenga que conseguir de contrabando.

Me encuentro con Peeta cerca del quemador, me ha pedido acompañarme. Por una parte no me parece bien que se le vean conmigo y por otra, me da tranquilidad por si me encuentro con Taylor, el hermano de Ripper. Aunque no pienso pasar por la zona de licores.

—¿Vamos a ir a pescar?— pregunta Peeta.

—¿Sabes pescar, panadero?— me burlo de él.

—En teoría sí— dice presumido.

—Oye, solo te advierto que quizás, hayan personas que se pongan pesadas en el quemador— lo prevengo.

—¿Pesadas cómo?— me mira.

—Algunos hombres.

—Entiendo. No dejaré que te molesten— dice firme.

—Sólo tenemos que evitarlos. No es necesario que me defiendas, puedo hacerlo sola.

La conversación decae y apenas hablamos mientras negocio unas redes a cambio de un par de pavos pelados y beneficiados que atrapé esta mañana. Consigo lo que quiero, una red lo suficiente fuerte como para atrapar unos cuantos peces. Por temor a ser vista por gente que quiero evitar no pregunto a una de las vendedoras de medicamentos por aquellas inyecciones anticonceptivas. Son costosas, pretendo incluir a Peeta en la adquisición de ese producto, después de todo él también se beneficiará con eso.

Vamos rumbo al bosque, caminamos durante una hora hasta llegar al lago.

—¿Tu familia no te echa de menos?— le pregunto.

—No. Pensarán que estoy en mi habitación leyendo— se encoje de hombros. –No soy del tipo que sale de aventuras. Además esta mañana hice todo el trabajo que me mandaron.

—Así que eres un buen chico— bromeo.

—Eso espero— me toma de la mano. Me gusta tenerle cerca, aunque hace mucho ruido mientras camina, si estuviera cazando, habría espantado a todos los animales. Pero me carga la red, mi bolso y lleva las provisiones para comer. Así que no es inútil.

Mientras él improvisa un picnic en la orilla del lago, yo me acerco a la desembocadura. Este pequeño lago tiene afluentes de los deshielos por un lado y por el otro un rebosadero estrecho. Si logro acomodar mi red y asustar algunos peces, caerán sin hacer mucho esfuerzo. No tengo sedal para pescar, quizás más adelante pueda permitirme algunos. En primavera.

Hacemos el amor de una manera deliciosa, esta vez Peeta exige ir arriba y me tumba debajo de otro sauce. Se le está haciendo costumbre, dice que estos árboles dan más privacidad y es cierto, sus ramas cuelgan hasta casi toca el suelo.

—Ahhh eso me gusta— susurra cuando atrapo su miembro dentro de mí. Sé que esos movimientos enloquecen a los hombres y quiero que mi panadero disfrute conmigo. Durante casi un año he acumulado cierta experiencia sexual, ahora que pretendo retirarme de esas actividades, voy a usar todo lo aprendido con mi consentido chico del pan.

—¡Más, más fuerte! ¡Peeta!— gimo desesperada al sentir sus rápidas embestidas. No me decepciona y se mueve tan deliciosamente que pronto me sorprende un orgasmo potente. Grito, lo araño y muerdo mientras siento que exploto. Me abraza muy fuerte y juntos nos dejamos escapar de este mundo.

Pasados unos minutos nos separamos entre besos y sonrisas.

—¿Puedo preguntarte algo?— susurra.

—Sí. Dime.

—¿Con qué te cuidas? Para no... tú sabes no embarazarte— dice algo abochornado.

—Compro una medicina de contrabando. Cuesta bastante—acaricio su rostro y acomodo su cabello rubio.

—¿Y la bebes? ¿Te la aplican?

—Es una vacuna. Por cierto, su efecto vence en dos meses. Tienes sesenta días para conseguirme otra— le sonrío.

—¿Debo hacerlo?— pregunta mordiendo mi cuello.

—Sí, a menos que no quieras seguir metiendo tu cosita en mi cosita apretada— sonrío al verlo sacudirse de risa.

—Lo haré— dice cuando al fin puede respirar. –Te la compraré ¿Se consigue en el quemador?

—Sí pero no compres las baratas, pueden estar vencidas.

Luego de comer panecillos y beber jugo de frutas que Peeta ha traído, empezamos a arrojar piedras al lago, cerca de la desembocadura. Conseguimos muchos peces, los pequeños y las gordas llenas de huevas, los devolvemos. Dividimos nuestro botín en dos, al llegar a la valla dejo escondido un bolso para regresar por él más tarde. Lo obligo a tomar un par de peces grandes para que los lleve a su casa, nunca está demás un poco de comida en el distrito 12.

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