Capítulo 7: Cliente preferencial
Despierto sumamente contenta. Algo raro, quizás sólo porque unos rayos de sol asoman por mi ventana. Preparo del desayuno, espeso la avena y caliento los panes antes que mi madre baje. Tarareo algo cuando Prim entra corriendo a abrazarme por la espalda.
—Cántame algo— pide. Carraspeo acomodando los panes en la mesa, le hago señas para que traiga las tazas y empiezo.
En lo más profundo del prado, allí, bajo el sauce, hay un lecho de hierba, una almohada verde suave...
Bajo la voz para hacer que mi patito continúe la tonada
Recuéstate en ellas y cierra los ojos sin miedo, el sol ya salió y se encuentra en el cielo...
Prim cierra los ojos abrazando su taza. Me da tanta ternura que tenga bonitos pensamientos, me uno a ella para la siguiente estrofa.
Este sol te protege y te da calor. Las margaritas te cuidan y te dan amor, tus sueños dulces y se harán realidad. ¡Y mí amor por ti perdurará!
Terminamos cantando a coro. Me doy cuenta que mi madre nos está observando desde el umbral de la puerta con una sonrisa en el rostro. Me permito dejar mi sonrisa y ser una familia normal. Si eso es posible.
Comemos rápido porque se nos hace tarde y salimos corriendo rumbo a la escuela. Cuando llegamos, Prim se va con sus amigas y me deja sola. Busco a Madge con la vista.
—Buenos días Katniss— esa voz hace que pegue un brinco. Es el panadero. Muerdo mi lengua con fuerza para evitar que la sonrisa que purga por salir me delate. Apenas me giro y lo veo de lado.
—Hola Peeta— digo sin ninguna expresión y paso a su lado apenas rozando su hombro, he divisado a Madge, corro hacia ella y su charla insulsa sobre los chismes matutinos.
— ¿Sabías que han llegado nuevos geólogos del Capitolio?— me pregunta mi amiga.
—Vendrán a buscar más vetas de mineral— me encojo de hombros.
—Están muy guapos— suelta una risita.
— ¿Los conoces?— pregunto.
—Los conocí ayer, cenaron en mi casa— me dice con una enorme sonrisa. Una idea malévola se forma en mi mente. Busco entre la gente que va entrando a clases hasta dar con la zorra zapatera. Le hago señas apenas la veo pasar cerca.
— ¿Supiste lo de los geólogos?— suelto como si fuera la noticia más importante del mundo.
— ¡Sí! – dice Delly frenética. –Ayer por la tarde fuimos con mi hermana y unas primas a la estación de tren a recibirlos. El que más me gustó es el rubio, está buenísimo aunque trae las orejas perforadas. Madge me mira un tanto pensativa pero sigue la cháchara.
—No sólo tiene las orejas perforadas— dice en voz más baja. Delly abre los ojos cómo si fuera a infartarse.
—Tienes que contarme.
Luego de unos minutos el maestro entra y nos interrumpe, prometemos reunirnos en el comedor para más detalles.
— ¿Qué diablos te pasa? ¿Ahora eres amiga de Delly?— pregunta Madge.
—No. Sólo le doy una lección— digo sacando mi libro.
Las horas pasan, me doy cuenta que casi todas las estudiantes están alborotadas con la llegada de los geólogos, Madge es requerida constantemente. A la hora del almuerzo se ha corrido la voz, incluso las muchachas de la Veta se acercan a escuchar.
—Bueno, sé que van a venir mañana a visitar la escuela— dice Madge entre un murmullo y suspiro general. Veo que a lo lejos, los chicos nos miran intrigados, otros sólo sonríen al ver el gallinero alborotado.
— ¡Tienes que presentarnos a algunos!— exige Delly.
—Sí Madge, tus amigas debemos conocerlos, tenemos que hacerlos sentir bien y mostrarles nuestro distrito— dice Rooba, la nieta de la carnicera.
—Tu madre te descuartizará si se entera que estás tras unos geólogos del capitolio— le hace notar Leevy, una de mis vecinas de la Veta. Muchas rompen a reír. Es bien conocido que cuando llegan hombres apuestos del Capitolio, las jóvenes adolescentes del distrito enloquecen.
—Valdría la pena— suspira Rooba, aunque noto que cierto temor se ha instalado en ella. Al cabo de unos minutos más de descripción por parte de Madge, algunas se van a seguir con el chisme a otro lado.
—Entonces ¿mañana nos los puedes presentar?— insiste Delly. –Madge, somos tus mejores amigas— sonríe mirándome. Apenas curvo mis labios.
—Bueno, pero ahora que estamos menos, les contaré. El rubio que tanto te gusta Delly, se llama Circón. No son del capitolio, aunque sí los mandan de allí. Circón es del 1 y los otros dos son Junius, el de cabello castaño rizado y Víctor el de piel aceitunada. Ambos del distrito 2. Han venido a hacer un estudio aquí, se quedarán dos semanas— dice Madge con poco entusiasmo.
—Circón, que hermosos nombre— suspira Delly, me parece tan estúpida que me permito sonreír.
—Bueno, creo que las solteras tenemos derecho a mirarlos más ¿No Katniss?— me dice con picardía Gredel, ella es hija de los dueños de la única mercería del 12. Rubia y de ojos casi violetas. Es una de las más guapas de la escuela, quizás tenga más suerte con esos geólogos que la misma Delly.
— ¡Yo soy soltera!— le corrige la zorra zapatera muy molesta. Es lógico, si ella no tiene ningún respeto por el compromiso ni sus promesas de amor.
— ¿Y tú panadero?— le pregunto como si no me importara.
— ¿Peeta? Ya, no pensarán que hay comparación entre Peeta y Circón. ¡Por Dios! Es mi madre la que quiere que ande con Peeta, soy hija mayor pero la zapatería será de mi hermano, quizás yo pueda seguir con la tienda o abrirme otra, importar del 8 o algo así. Aún tengo tiempo para atrapar al pandero...
— ¿Atraparlo?— pregunta Gredel, mirándola con desconfianza.
—Es un bobo. Lo digo en serio, no me hace nada, además besa mal. La semana pasada nos quedamos solos en mi casa ¿Creen que hizo algo? Para poder atraparlo voy a tener que violarlo o emborracharlo— sonrió como si hablara de su mascota.
—Uh que mal— susurra Madge sin dejar de mirarme.
— ¿Y Gale?— no pude contener mis palabras. La odiaba no sólo por jugar con el panadero, sino por haber enamorado y embaucado a mi mejor amigo, muerto hace más de un año.
—Él era distinto— dice más seria. –Por Gale habría valido la pena escaparse a la Veta como lo hizo tu madre— no supe en que momento mi mano salió hacia el rostro de la zorra zapatera. Cuando me di cuenta, estaba sobre ella a punto de estrangularla.
— ¡Katniss! ¡Katniss suéltala!— me grita Madge, algunos estudiantes se acercaron a separarnos.
— ¡Retira eso de mi madre!— digo aflojando las tenazas de mis dedos. Al verla tomar aire me calmo un poco, ella tiene el rostro morado.
— ¡Tranquilos! Aquí no pasó nada— dice Gredel, disuadiendo a los curiosos. Delly se recompone y me mira con los ojos inyectados de odio. Luego se lo piensa mejor.
—No debí decir eso, lo lamento— dice a modo de disculpa. Le doy la espalda y me alejo con los puños apretados, echando espuma por la boca. No es la primera vez que me lo dicen. Hace años, una vecina de la Veta también me lo echó en cara. Es historia vieja y de dominio público que mi madre huyó con papá y dejó su cómoda vida en la zona mercantil para irse a enterrar a la Veta. El amor la enloqueció dos veces. Por eso que estoy segura que enamorarse sólo sirve para traer desgracias. Nada cómo un romance para echar a perder tu vida.
Esa tarde cuando iba saliendo de la escuela, Mellark pasa a mi lado.
—Cinco en punto. Mismo lugar— susurra en mi oído. Al verlo alejarse, vuelven a mi mente aquellas ideas que han estado rondando mi cabeza. No las que estoy ideando para hacer quedar a la zapatera como lo zorra que es, sino esas donde voy a volver al panadero loco por mí para que bote a Delly como una perra callejera.
Llego a casa y me cambio rápidamente, echo a mi bolsa un pequeño bote de miel. Tengo planeado hacerle algunas cosas a Mellark para que descubra los placeres de su pequeño amiguito. Al cual le estoy tomando mucho aprecio por cierto.
—Katniss ¿Ya te vas?— mi madre sale de la cocina. Me trae una manzana cortada en trozos y me la ofrece. Tomo el pequeño plato y empiezo a comerla.
—Sí, volveré tarde— digo entre mordidas.
—No demores mucho, sé que está llegando gente del capitolio, lo he escuchado en el pueblo— suspira.
— ¿Más gente aparte de los geólogos?— pregunto intrigada.
—Sí. No sé si son propiamente del capitolio pero han estado pasando casa por casa al este de la Veta.
— ¿Para qué?— me alarmo. Termino de devorar la manzana.
—No lo sé. Dicen que están examinando a la gente y volviendo a hacer un censo. Debe ser porque faltan unos meses para que se anuncie el Vasallaje— me dice muy triste.
Maldito Vasallaje ¿Qué retorcidas reglas estará tramando el capitolio y el presidente Snow para hundirnos más en la miseria? En los siguientes Juegos del Hambre, celebraremos los 75 años de su supremacía en el poder. Y sé que nos lo recordarán con algo que dará que hablar durante décadas.
—Intentaré volver pronto— digo colocándome la bufanda. El clima es cada vez más frío, pronto empezarán las primeras nevadas y debería estar planeando en cómo llenar mi despensa en lugar de enamorar al panadero. Incluso, tal vez, debería tentar suerte intentando conocer a esa gente que llega del capitolio. Los hombres, no importa el distrito al que pertenezcan, tienen ese mismo hambre de sexo. Y yo soy una trabajadora... sexual. Me guste o no.
— ¿Dónde estás trabajando ahora?— pregunta.
—Bueno... sigo en casa de Madge, estaré ayudando con los preparativos, ya sabes, hay gente nueva y el alcalde tiene mucho que hacer. También estaré limpiando la casa del delegado de justicia. Si me da tiempo— digo abrochándome el abrigo.
—Suerte— me dice agachando la cabeza.
Salgo al aire de la tarde, respiro profundo el aroma a tierra húmeda de La Veta. Miro a lo lejos una porción de la valla y deseo con todas mis fuerzas que pronto pueda hacer algo. Por estar de gatita con Peeta, he olvidado mis planes de sabotear el generador que electricidad.
Camino rápidamente rumbo a la Aldea de los Vencedores, no hay nadie en el cruce de caminos así que sigo avanzando hacia la casa que ayer ocupamos. Encuentro la puerta junta, entro y ahogo un grito cuando dos brazos me rodean.
—Por fin llegaste— me sonríe el hermoso muchacho de cabellos rubios y ojos azules. Le devuelvo la sonrisa.
— ¿Dudaste que vendría?— meto mis dedos en su cinturón para soltarlo.
—Oh Katniss— gime Peeta cuando me apego a él, de tal forma que nuestros sexos se restriegan por encima de las ropas.
—Meow— digo lamiendo su cuello y arrastrándolo a la habitación.
Ya está oscureciendo cuando saboreo la miel del mástil que tengo debajo de mí. Sé que esta es la primera felación de Peeta, mi panaderito y tengo el firme propósito que jamás lo olvide. Tiene los ojos cerrados y se agarra de las sábanas cómo si estuviera a punto de caerse. Jadea con la boca abierta, haciendo gestos de los que me siento orgullosa. Cómo me gusta tenerlo así, se ve tan lindo, como un bollito de queso recién horneado. Y yo estoy a punto de quitarle el relleno. Sonrío ante mi ocurrencia, antes de empezar a succionar.
Me detengo cuando he extraído la última gota de la esencia del panadero. Le sonrío y ronroneo antes de deslizarme sobre su piel y posarme en su pecho. Me atrae con su brazo y deposita un suave beso en mi frente. Cierro los ojos y me dejo caer a su lado. También estoy cansada. Llevamos tres rondas y esta última he sido yo quien lo ha noqueado. Es la primera vez que le hago un oral y quería hacerlo tan bien, para que alguna vez cuando compare no encuentre a nadie a mi altura. Creo que hago un buen trabajo, elevo sus expectativas sexuales. No va a querer menos que esto de ahora en adelante y eso me lleva a que tal vez la zorra zapatera sepa mover bien ese trasero gordo que tiene. Pero nunca va a ser mejor que yo ni podrá borrar mi huella de Peeta.
— ¿Estás cansado?— acaricio su pecho haciendo círculos con mi dedo.
—Para ti no— susurra a punto de dormirse.
—Mentiroso— bromeo. – ¿Dormimos un poco?
—Si, por favor. Déjame poner mi alarma en el reloj— se remueve hacia la mesita de noche dónde su reloj de pulsera está tirado. –Le pondré sólo 45 minutos para poder bañarnos antes de irnos— vuelve a mis brazos y me besa profundamente.
—Eso está bien, no quiero pasar la noche aquí— me acomodo sobre su brazo y jalo una manta.
— ¿Mañana podremos?— no termina la pregunta, yo ya tengo los ojos cerrados y no quiero abrirlos.
—No puedo Peeta— digo mientras imagino cómo será hacerlo otra vez con Cray después de haberle encontrado el gusto al sexo. Tendré que hacer tripas corazón y fingir que me gusta mientras imagino un campo amarillo lleno de dientes de león en flor.
—No quiero compartirte— susurra apretando su abrazo.
—Yo tampoco quiero pero...— no puedo terminar la frase. Sé a qué se refiere. Él quiere tenerme en exclusiva pero no puedo darme ese lujo. Necesito provisiones para el invierno y ciertos agentes de la paz tienen lo que busco, cereales en buen estado, frutos secos, conservas y semillas. Además de algunas monedas que me caerán bien cuando la nieve cubra el distrito Doce.
— ¿Hay alguna forma de que pueda ser el único?— pregunta.
—Este es mi trabajo Peeta— me remuevo abrazándolo. No quiero decirle algo que pueda herirlo.
—Lo sé— dice en tono cansino. –Tal vez si consigo una dotación...
—No es posible, si has estado siguiéndome sabes que tengo clientes seguros.
—Darius y Cry. Lo sé. Y soy consciente que no dejarás esto aunque pueda pagarte bien— dice cambiando el tono de su voz.
—No tienes por qué hacerlo. Te daré más tiempo que a los demás. Podemos vernos tres o cuatro veces a la semana, no te saldré tan costosa— es la primera vez que me siento tan puta estando con Peeta.
—Bien – dice intentando levantarse. –Es o justo pero si yo...
— ¿Pero?— lo retengo. — ¿Si tú qué?
—Nada— busca zafarse de mí. –Bueno si estás trabajando y no puedes...— se suelta de mis brazos y se levanta desnudo. Me da coraje lo que me dice, me lo imagino buscando a esa zorra.
—Si tú, Peeta Mellark, vas a encamarte con la... con Delly... ¡No vuelvas a buscarme!— grito tapándome con una sábana.
— ¿Qué?— me mira asombrado.
— ¡Que esa sucia puede tener cualquier enfermedad!— le doy la espalda.
— ¿Me estás diciendo que no puedo acostarme con mi novia?— pregunta en tono burlón.
— ¡Te estoy diciendo que no voy a compartir nada con esa mujer!— lo miro a los ojos. –Tu no la conoces y ojalá que no lo hagas. No soy quien para divulgar sus secretos pero si ella te es fiel, yo soy virgen.
— ¿Qué sabes de ella?— pregunta.
—Lo suficiente para decirte que si te acuestas con ella no volveré a quedar más contigo.
— ¿Es una advertencia?— pregunta sonriendo.
—No. Es una amenaza. El día que decidas follarte a tu novia, me avisas para dar por terminados mis servicios— digo respingando la nariz.
—No voy a acostarme con Delly— sonríe como si le hubiera dado una buena noticia.
—Pues eso espero— digo tomando mi blusa del cabecero.
— ¡No! Aún no, recién son a las siete y media— dice incorporándose y gateando hacia mí.
—Si seguimos así, mañana el distrito Doce no tendrá panes— sonrío bamboleando mi trasero rumbo a la ducha. –Hay que ahorrar agua Mellark, vamos a ducharnos— le guiño un ojo y camino hacia la regadera.
Después de gastar toda el agua caliente y probar la fuerza de sus piernas sosteniéndome contra la pared, salimos cambiados y vestidos. Aún estoy secándome el cabello, lo tengo húmedo y así no puedo salir o podría coger un resfriado.
—Mi madre tiene una secadora de cabello— dice tomando una toalla y ayudándome en mi labor.
—Madge también, la he visto una vez— le sonrío.
—Katniss ¿cuándo nos volveremos a encontrar?— acaricia mi mejilla. Su toque se siente tan bien, me hace olvidar que somos dos personas intercambiando dinero por sexo.
— ¿Te parece bien el viernes?— sonrío.
—No. ¿Por qué no mañana?— pregunta.
—No puedo...
—No es mi intensión ofenderte ¿Por qué haces esto?— pregunta.
—Para no morir de hambre. Creí que lo sabías.
— ¿Tan mal lo pasas?— pregunta triste.
—Hace tiempo tenía la esperanza de poder ganarme el sustento en el bosque. Estaba muriendo de hambre ¿Recuerdas?
—Perdóname— dice avergonzado.
— ¿Por qué?
—Por no tener el valor de tomar un buen pan y dártelo en las manos.
—Supe que te costó hacer aquello. Se notó al siguiente día en tu rostro—le sonrío y me acerco a besarlo.
—Fue una cobardía— me acaricia con sus pulgares.
—Para mí no lo fue. Teníamos doce años Peeta. Y míranos ahora, ya casi somos adultos.
—No me gusta tenerte así. Quisiera...
—No se puede, es todo lo que podemos tener. Tú tienes un trabajo, una casa segura y un futuro dentro de los comerciantes del distrito. Yo... tengo esto. Soy una puta, me gano la comida así. Hasta que encuentre un modo de volar ese maldito generador...
— ¿Qué generador?— pregunta.
—El que mantiene a la valla electrificada día y noche.
— ¿Por eso no puedes ir a cazar?
— ¿Crees que estaría aquí o en las casas de los agentes de la paz si esa valla me permitiera entrar al bosque?
—Entonces debemos hacer algo— me dice besándome nuevamente.
Hablamos poco en el trayecto de regreso. Pero me lleva de la mano y no me niego. Es agradable que alguien te abrace y tome tu mano para guiarte. Me hace sentir protegida y a salvo. Por un corto tiempo. Llega el momento de separarnos y tomo mi camino a la Veta. El por su parte se queda mirándome marchar.
Llego a casa, dejo la bolsa de panes y frutos en la mesa y voy directo a buscar a Prim. La encuentro dormida.
—Te estuvo esperando— dice mi madre en el pasillo. –Tenemos que hablar Katniss— el tono que lleva esa advertencia me sorprende. Un estremecimiento recorre mi cuerpo. Creo que estoy asustada, no sé qué le diré si toca el tema de mi trabajo y me dice que ha descubierto lo que hago.
Caminamos hacia la cocina y mientras sirve dos tazas de té y un plato de comida para mí, me mira analizando mi rostro. Recibo el líquido caliente y de varios sorbos rápidos me lo termino. Estoy sedienta y además con frío.
—Sé que golpeaste hoy a una chica de tu curso— dice mirándome fijamente. Sonrío aliviada.
—Es mi amiga— miento. –Nos peleamos por una tontería— le resto importancia.
—No es bueno que le des ese ejemplo a Primrose— dice titubeando. ¿Acaso me va a dar un sermón? ¿Ahora pretende comportarse como una madre?
—Yo creo que sí— le digo tomando mi plato y echándome una buena porción a la boca.
—Fomentar la violencia no es bueno para la niña— termino de masticar y paso mi comida.
—Le enseño a defenderse, a no dejarse humillar. A luchar. No somos nada si no pretendemos ser valientes, al menos lo intento— digo volviendo a comer.
—Sé que me dejé vencer muchas veces pero ahora estoy aquí con ustedes. Voy a cuidarlas— dice intentando ser más firme. Sonrío triste volviendo a llenarme la boca de comida. –Katniss creo que yo debería trabajar fuera de casa...— paso rápido sin masticar bien y me duele la garganta.
— ¿Y en qué? ¿Vas a ir a lavar ropa ajena con Hazelle? ¿A limpiar pisos? ¿Retretes? Ya hay mucha gente en esos empleos, jovencitas mucho menores y más fuertes que tu— digo rencorosa. ¿Ahora quiere hacer algo por nosotras? Ahora que estamos bien, que tenemos una cierta estabilidad, se le ocurre que puede ser útil. ¿Por qué no salió con esto cuando Prim y yo no podíamos caminar por el hambre?
—Mi madre ha muerto— me dice mirando hacia la cocina. Es la primera vez que la escucho hablar sobre su familia. –Tengo un hermano, es el dueño de la farmacéutica, lo encontré hace ayer que estuve buscando un aceite para Posy— confiesa. –Quiere que trabaje para él, que le provea de macerados, aceites esenciales y hierbas en polvo— habla como si estuviera pidiendo mi permiso.
— ¿Tendrías que ir allá?— pregunto más tranquila.
—Sí. Unas horas por la mañana mientras ustedes van a la escuela. El resto lo puedo avanzar aquí.
—Me parece bien— sonrío. — ¿Y cuánto va a pagarte?
—Comestibles, productos de limpieza y medicinas. Ah y carbón— me mira cómo si fuera una niña en busca de aprobación.
—El carbón casi no cuesta, tu misma haces las medicinas y el jabón. ¿Qué tipo de comestibles? ¿Mejores que los que yo traigo?
—No lo sé. Puedo probar esta semana y así tú ya no tendrías que...
—Está bien. Digamos que sólo iré dos o tres días a la semana a trabajar— creo que ella intuye algo. O quizás lo sabe.
—Es una buena idea— dice dando fin a la conversación más profunda que hemos tenido en años.
Me acuesto con una gran sonrisa en el rostro, creo que después de todo Peeta Mellark se va a salir con la suya y va a ser mi cliente preferencial. Exclusivo y único.
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