Capítulo 2: El chico del pan

De camino a colegio cada mañana pasamos por la panadería. Prim tira de mí para ver los pasteles, es una de las pocas cosas hermosas, hechas por el hombre, que hay en el distrito. Cada lunes sacan cosas nuevas, un prado lleno de flores, animalitos de granja, o simplemente intrincados decorados ondulantes en azúcar. Sólo una vez probé algo así. En el cumpleaños de Cry, había un trozo de pastel en su mesa. Y me dio una rebanada que compartí con Prim apenas llegué a casa. Estaba delicioso.

Este día nos demoramos más de lo debido admirando pasteles cuando vi que por la puerta del lado, salir al hijo menor del panadero. Se ve bastante tranquilo, me atrevería a decir incluso que es tierno. Quise hablarle muchas veces para agradecerle algo que hizo por mí cuando pequeña. Pero no quiero abrir viejas heridas, prefiero pensar en el hoy y el mañana a estar recordando el ayer.

Caminamos apuradas, escuchamos la campana cuando ya estamos a unos pasos de la puerta principal. Al lado de la escuela corre un riachuelo pequeño que está canalizado pero en sus bordes, pequeñas matas de hierba le ganan al hormigón. Prim se detiene para agacharse al lado de una mata de diente de león. Empieza a soplar las flores secas y a reír cómo sólo ella sabe hacerlo. La dejo terminar de soplar todos los dientes de león antes de entrar.

A pesar que está por cumplir los 13 años, es una niña aún. Recuerdo cuando le llevé aquella flor amarilla de diente de león que encontré bajo un árbol frente a la panadería. Y eso me lleva de nuevo a Peeta Mellark, aquel joven rubio y de ojos azules que se sienta unas carpetas detrás de mí. Nunca volteo a verlo porque además de ser bastante popular entre las chicas, siento que le tengo una deuda que no sé si podré pagarle.

En otro tiempo, cuando era pequeña y el hambre era atroz, me vi obligada a rebuscar en los cubos de basura de las casas del pueblo, en la zona comercial. La señora Mellark, una mujer obesa, fea y de mal carácter me echó de su basurero. Con frases hirientes que estoy segura no se les dice ni a los perros. Aunque no hay perros callejeros en el distrito doce, Sae se encarga de ello personalmente. Suelto una carcajada al pensar en la mujer que vende comida en el quemador. A mi lado dos chicas se me quedan mirando, como si estuviera loca.

Me siento en mi lugar, antes de hacerlo veo al chico del pan sentado al lado de su novia. Creo que lo es, no estoy segura pero siempre andan juntos. Delly Cartwright, la hija del zapatero, tiene un cabello amarillo tan feo. Parecen pelos de elotes secos. Vuelvo a sonreír ante mi ocurrencia. Lástima que ahora estoy sola y no puedo compartirlas con nadie más. Al pensar en eso me viene una sensación de tristeza que estoy a punto de soltar una lágrima cuando entra la maestra de historia. Por suerte este es mi último año, aunque recién está comenzando.

Durante el almuerzo, Madge me alcanza mientras comemos aquella sopa babosa, ella saca unos trozos de pan. Nuevamente me acuerdo de Peeta. ¿Qué me pasa hoy que todo me recuerda al chico del pan?

—¿Vas a pedir más teselas Katniss?— pregunta preocupada.

—No, este año no. Y Prim tampoco— le digo masticando el pan que está muy bueno.

—¿A tu mamá le va bien vendiendo sus ungüentos?— pregunta interesada. Es lo que le dije que hacemos para mantenernos. Pero es difícil de creer, sólo ella lo hace porque no sabe lo que es pasar hambre ni la vida en la veta. ¿Ungüentos? Allá la gente se frota con grasa de animal.

—Sí, está preparando algunos jarabes para el invierno— sonrío. Aquello es verdad, con el dinero que gano le he comprado algunas hierbas para que haga sus medicinas.

—¿Crees que pueda hacerme alguna crema natural para mis labios? Se me agrietan cuando hay heladas— dice interesada en su belleza.

—Sí, le pediré. Luego te la traigo— le sonrío.

A nuestro lado pasan algunas chicas cuchicheando, sueltan risas tontas y se empujan entre ellas. Ni siquiera parecen las mismas de hace un mes, cuando estaban aterradas frente al edificio de gobierno rezando porque sus nombres no salgan de aquella ánfora.

—¿Oíste el nuevo rumor?— pregunta Madge mirándolas.

—¿Rumor? No— me encojo de hombros. Miro hacia el fondo, a la mesa de Prim. Está con los de primero enfrascada en una conversación, al parecer muy divertida.

—Delly y Peeta son novios— me dice susurrando.

—¿No son novios desde hace tiempo?— lo cierto es que hace tiempo veo a Delly tras el chico del pan. Casi el mismo tiempo que Gale murió, o mejor dicho, el capitolio lo mató.

—¡No! Son amigos desde niños, eso todos lo saben. Sus madres son las mejores amigas. Pero este año Delly dice estar enamorada de él. Es muy guapo, claro, pero lo ha estado... de algún modo... obligando...

—¿Obligándolo? ¿Cómo?

—Le ha mentido. Se inventó una enfermedad de la sangre, como es tan pálida. Mi padre trae para algunos comerciantes cosas del capitolio, ella tiene la piel horrible, usa bloqueador solar y cremas porque si no se pela.

—¿Se pela? ¿Cómo cuando se quema la piel?

—Algo así. Aunque más parecido a una descamación.

—¡Qué asco! ¿Cómo una culebra?— ella soltó una carcajada.

—Algo así. Pero siempre dice que está enferma de la sangre, que por eso no se broncea. Y según Sarah, una de sus amigas, a Peeta le cuenta sobre su desgracia. Tanto así que por fin él aceptó ser su novio.

—¿Consiguió novio por lástima? Ridícula— dije mirando hacia la mesa dónde ella y el panadero estaban tomados de las manos. Ella incluso le pasaba un brazo por los hombros.

—Ojalá sea honesta, tu sabes...— Madge bajó la mirada y se muerde los labios. Sí, yo sabía. Delly era novia de Gale cuando él fue cosechado, el año pasado. Y lo engañaba con Thom. Gale los descubrió días antes de la cosecha en uno de los socavones de la mina y no precisamente estaban conversando. Puta fácil. Yo al menos cobro y lo hago por necesidad, ella se regala por placer.

—Bueno si no lo es, podemos decírselo al panadero. O caminar por el comedor con croissants en la cabeza como cuernos— le susurré y estallamos en carcajadas.

—Señorita Cartwright, salga al pizarrón a resolver el ejercicio número uno— escucho la voz del maestro de cálculo y sonrío. Hace rato que le ha llamado la atención por pegarse al panadero. ¿Tan desesperada estará?

La clase termina, veo que los de primero salieron temprano así que imagino que Prim ya se fue. Llego a la entrada de la escuela, Madge tampoco está por aquí, tenía clase de Música. Yo no pierdo el tiempo en eso, son cursos opcionales. No me veo tocando un tambor en mi casa, solo por placer. Estoy casi en la entrada de la escuela cuando diviso a tres agentes de la paz entrando. Uno de ellos no trae casco, es Darius, con su cabello rizado y rojo. Me quedo congelada, aunque traigo ropa bastante holgada y mi característica trenza, mi rostro está al descubierto. Me giro rápido para huir de allí y al hacerlo tropiezo con Peeta Mellark. Tropezar es decir poco. Prácticamente lo aplasto contra el piso cuando me enredo con su pie.

—¿Estás bien?— me dice visiblemente adolorido. Él se ha llevado la peor parte, escuché cuando el aire abandonó sus pulmones y su espalda dio contra el suelo.

—Sí, sí. Perdona— digo tomando mi bolso y recogiendo uno de sus papelotes que traía. Se lo he echado a perder. Creo que es el trabajo de historia.

—¿Le tienes miedo a los agentes de la paz?— pregunta como si supiera algo que yo no. Lo miro fijamente.

—Sí, me dan terror— miento limpiando mi rodilla. Veo de reojo que los oficiales pasan detrás de nosotros y no se preocupan por un par de estudiantes que tropezaron. –Te malogré tu papelote, te lo volveré a hacer— ofrezco tomando el rollo en mis manos.

—No, déjalo. Sólo era un borrador— intenta sonreírme.

—¡Tu libreta!— digo cuando reparo a un lado del piso un cuaderno cosido. Tiene un diente de león dibujado en la tapa. Lo levanto con cuidado y lo sacudo un poco para quitarle el polvo, siento su mirada clavada en mí. Hago todo mi esfuerzo por no ser curiosa, pues tiene unas manchas de pintura en los bordes. Creo que es una libreta de dibujo. Me armo de valor y pregunto: —¿Puedo?

Asiente y despacio abro la primera página para contemplar un sinsajo en vuelo. El pico, las alas y su expresión es fascinante. Como si estuviera allí realmente. Sigo pasando las páginas, hay árboles, animales, pasteles y un horno de panadería dibujados a lápiz. Sólo algunos dibujos están pintados. Me quedo asombrada al ver un dibujo de carboncillo donde hay una chica de espaldas con una trenza larga que serpentea su espalda. ¡Esa soy yo! O bueno, mi espalda al menos. Sonrío al verme, cierro la libreta y se la devuelvo. No sólo es el chico del pan, también es un artista. Y tiene buen corazón. Quiero decirle "Gracias" pero sólo sonrío y me voy. No sé si algún día reuniré el valor de decírselo realmente.

Gracias, por aquel pan quemado que me arrojaste cuando estaba muriendo de hambre.

Gracias, por recibir aquel golpe de tu madre, cuando se dio cuenta que quemaste los panes a propósito.

Gracias, por darme alimento y esperanza.

Por la tarde vuelvo a la realidad, mí realidad. Me presento demasiado temprano en la aldea de los agentes de la paz, me siento a esperar en la puerta de Cray, debe estar dormido. Llamo un par de veces antes que me abre somnoliento. Entro y lo jalo a la ducha para no sentir el hedor de su cuerpo. He comprobado que los viejos huelen mal, su humor, su aliento, es un poco repulsivo. Y yo soy asquienta.

Nos duchamos con agua tibia, algo que en la veta no se conoce. Allá hay que calentar el agua o de lo contrario tomar aire antes de arrojarte el cubo de agua helada al cuerpo. El baño es delicioso aprovecho para untarme un poco de jabón en el cuerpo. Mi peluca se humedece cuando me agacho a hacerle el servicio, por suerte él está tan concentrado en lo suyo que apenas lo nota.

Lleno mi cesta antes de salir, manzanas, bananas y algunos frutos secos que sé que mi Patito va a comer feliz.

Me quito la peluca en el camino, está maltratada, tendré que mandarla a reparar. Lo malo es que sólo hay un lugar dónde puedo llevarla. El quemador. Un lugar que evito a toda costa no sólo por los recuerdos del hermano de Ripper, sino porque me recuerda mucho los trueques que hacía con papá. Luego que me quedé huérfana tuve que cambiar casi todas las cosas que teníamos por un poco de comida, incluso mi cuerpo. Taylor es un sucio cerdo, traficante de alcohol. Me ofreció una olla de sopa a cambio de sexo. Yo no sabía mucho sobre eso, sólo lo que explicaban en la escuela y escuchaba hablar a mis compañeras. Había dejado a Prim muy débil en casa, esa mañana no había podido levantarse de lo flaca que estaba. "Sólo cierras los ojos y te dejas hacer" fue lo que me dijo antes de desvirgarme en su casucha a donde me llevó con la promesa de cambiarme la ropa de bebé de Prim por cebada.

Ese recuerdo me hace sentir sucia. Sé que despuésde eso no lo pensé tanto cuando otro comerciante me ofreció lo mismo. Porsuerte ese no fue tan bruto y no me hizo sangrar. Me explicó un poco lo que legusta a los hombres y durante dos meses me encontraba con él para cambiar mis"servicios" por un poco de alimento. El problema vino cuando sentí que loshombres del quemador empezaban a mirarme extraño y las mujeres me trataban condesprecio. Entonces pensé que podía usar lo que había aprendido en otroslugares donde no me conocieran y así fue como busqué a Darius, el más apuestode los agentes de la paz. Lo demás es historia, encontré un modo de sobrevivir.Cómo muchas de las mujeres de la Veta, algunas lavan ropa, otras cocinan y lasmás descaradas como yo, ofrecemos nuestro cuerpo. No, no me siento orgullosapero es lo que hay, uno hace sacrificios en tiempos difíciles. Afortunadamentela cosecha sólo es una vez al año, aunque yo siento que muero un poco cada vezque tengo que cerrar los ojos y dejar que me usen.

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