Capítulo 13: El Anuncio

Las trompetas suenan en los altavoces, los tambores retumban, los siento en mis pies a través del tabladillo. Y todos cierran sus bocas chismosas, impactados por el anuncio no esperado del vasallaje. Porque eso es lo que imagino que va a anunciar el presidente.

"Damas y caballeros, este es el 75 aniversario de los juegos del hambre" saluda Snow, con la misma sonrisa maliciosa de siempre. Toda la gente olvida en ese mismo instante cualquier otra distracción. A nadie le interesa un par de adúlteros fornicadores y menos una muchachita caída en desgracia.

"Cuando se escribieron las reglas de los juegos se dijo, que cada 25 años se realizaría el vasallaje de los 25, para mantener fresca en cada nueva generación la memoria de los que murieron en el levantamiento contra el Capitolio. Cada vasallaje se distingue con juegos de un significado especial. Y ahora en éste, el aniversario 75 de la derrota de la rebelión, celebraremos este tercer vasallaje..." entre sus manos tiene un sobre que abre rompiendo el sello con el que estaba asegurado. "... eliminando el sorteo en la elección de tributos" sonríe con perversidad. "Cada distrito deberá elegir por votación a sus representantes. Los cuales, estarán conformados por un mínimo de tres integrantes..." suspiro el aire contenido. Había creído que serían cinco. "...de una misma familia" culmina su cruel anuncio. Todos nos miramos entre sí ¿Dijo familia? ¿Una familia completa?

"No habrá límite de edad entre los integrantes de la familia tributo. Tienen una semana para proponer de forma espontánea, un mínimo de cinco familias entre las que podrán elegir. El día de la cosecha, todos deberán emitir su voto público. Aquella familia que logre reunir la más alta puntuación, será la elegida para representarlos. En un combate dónde resultará un solo vencedor" los chillidos no se hacen esperar, las madres se aferran a sus hijos, hermanos y hermanas se miran entre sí. "Cómo recordatorio que ni siquiera el vínculo de sangre es más fuerte que la obediencia que le deben a su nación" sollozo recordando la sonrisa inocente de Prim. Él está en un error. No hay mayor sacrificio que morir en lugar de alguien que amamos. Y no hay ser humano tan cobarde que no pueda convertirse en héroe por amor. Presidente Snow, está subestimando a sus ovejas. "Que tengan una buena semana y que la suerte esté siempre de su lado" la sonrisa sarcástica de nuestro gobernante es lo último que podemos ver antes que la señal se corte dejando desolación a su paso.

Nadie se atreve a hablar, unos a otros se miran entre sí intentando comprender. Poco a poco el gentío se mueve, dispersándose.

Siento una mano en mi brazo. Es mi madre que me jala a su lado. Lentamente bajamos las escaleras. El juez está discutiendo con el alcalde que ha llegado corriendo. Romulus Thread se une a la conversación y somos olvidados. El señor Mellark toma a Peeta del brazo y camina con él. Incluso la madre de Peeta se ha quedado sin palabras que decir.

—Vámonos Katniss— susurra mi madre. Obedezco, camino como si todo esto fuera irreal. Tropiezo con algunas personas que ya no me miran, todos corren a sus casas, cómo si pudieran esconderse.

Metros más allá donde el panorama cambia y el asfaltado da paso a un asentado camino de tierra, escucho a alguien llamar.

— ¡Libby!— es la voz del panadero. Volteo a verlo, mamá no quiere detenerse.

— ¡Libertad!— grita nuevamente. Es el nombre de mamá, que hace tanto no lo he escuchado en boca de alguien.

— ¿Qué quieres?— le contesta.

—Por favor tenemos que hablar...

— ¿Hablar? ¿No viste lo que la loca de tu mujer quiso hacernos? ¿No escuchaste lo que ella y esa muchachita dijeron sobre mí y mi hija? Y ahora el Capitolio exige una familia entera como tributo. Sólo déjame en paz...— su voz se quiebra.

—Katniss...— murmura Peeta llamándome. Me suelto de mi madre y camino hacia él. Necesito un fuerte abrazo, quiero sentir el calor y la protección de alguien. Me cobijo en su pecho ante la mirada asombrada de nuestros padres. –Tranquila amor, todo va a estar bien. Pase lo que pase, juntos.

— ¡No es cierto!— susurra mi mamá.

—Tú bien sabes que en el amor no se manda— dice el panadero padre.

—Necesito hablar con mi hija— dice mi madre.

—Iremos a verlas más tarde, hay cosas de las que debemos hablar— siento la falta de los fuertes brazos de mi Peeta cuando se alejan. Pero en lugar de ir a la casa, mamá me lleva por otra senda. Llegamos al borde de la valla por el camino que tomaba para entrar en el bosque. El sendero que papá me enseñó cuando aún era muy pequeña.

Ella me pide que nos sentemos. Estamos solas, las casa de la veta están mucho más atrás.

— ¿Es cierto?— me pregunta. –Hija ¿Es cierto lo que dijo esa niña?— pregunta mamá. Tomo aire y busco un poco de valor dentro de mí.

—Sí— confieso. –Tuve que hacerlo. ¿Recuerdas cuando Prim enfermó?

Ella rompe a llorar, se cubre con sus brazos y se agita desconsolada. No puedo calmarla. Debo dejar que se desahogue. Nada de lo que diga puede evitarle el dolor, ni volver el tiempo atrás. Mis ojos también se llenan de lágrimas pero no puedo arrepentirme. Minutos después, que me parecen horas, se enjuga el llanto.

— ¡Perdóname!— dice desconsolada. –Yo... yo soy la culpable. Yo y nada más que yo— me abraza muy fuerte. Recibo sus brazos como el sediento recibe el agua. Hace tantos años que ella no me toca. No así, no de verdad. Ella se marchó con papá hace tiempo. Sólo quedó su cáscara vacía.

— ¿Es cierto que tú y el padre de Peeta...?— pregunto.

—Yo... temí que algo estuviera pasando contigo. Hazelle vino una mañana a hablarme. Me gritó, me hizo ver que las estaba descuidando. Intenté seguirte esa tarde, te vi caminar con alguien. Casi oscurecía y no supe quién era. Entonces decidí salir a buscar empleo pero mi hermano no me recibió. Me enteré que mi madre murió pero tampoco me permitieron estar allí. Volví de camino a casa, sin nada en las manos. Nada que pudiera hacerles de comer y entonces me encontré a Mellark. Conversamos, me ofreció ayuda. Al principio se le acepté por ustedes. Pero con el paso del tiempo... es muy bueno conmigo. Me hace sentí especial.

—Lo sé. Si es como su hijo, estoy segura que es especial.

— ¿Desde cuando estás con Peeta? ¿Él lo sabía? ¿Lo que hacías?

—Meses, en realidad por él dejé de... hacer lo que hacía— sonrío. –Al principio me pagaba para no tener que buscar otros hombres y luego, fue él quien explotó el generador de la valla para que yo pueda volver al bosque a cazar.

—Es un buen chico— suspira.

—Lo es. Me gusta mucha mamá. Creo que lo amo— confieso avergonzada, no de mi amor, sino por decirlo en voz alta.

—Está bien hija. A tu edad yo ya estaba enamorada de tu padre. Vamos a casa, debemos cuidar de Prim. No sé qué pase en esta semana, con el anuncio del vasallaje y las trasmisiones rebeldes.

—Todo está de cabeza, otra vez— sonrío tristemente.

— ¿Te gusta Peeta? ¿Peeta Mellark?— el chillido de Prim me hace soltar una taza. Mamá y yo seguimos conversando en la cocina, sobre el porqué Delly se ha portado de esa forma. Pero se me ha vuelto a escapar mis sentimientos por el panadero.

—Prim, patito. Peeta y yo, estamos saliendo...

— ¡No!— sus ojitos se le llenan de lágrimas y caigo en cuenta de nuestra conversación, meses atrás. A ella le gustaba alguien mayor, alguien de mi edad.

¿Cómo no me di cuenta antes? Intento avanzar para consolarla pero se va antes que pueda decirle más.

— ¿Qué le sucede?— pregunta mamá. –Creí que el pequeño hijo del panadero le caía bien.

—Creo que le cae más que bien— me encojo de hombros.

Este es un problema en el que no había pensado. ¿Cómo puedo aliviar su pena? ¿Cómo puedo hacer para que su pequeño corazón no sienta dolor si va a tener que ver a Peeta más seguido por aquí?

Cuando ya ha oscurecido, llaman a la puerta y recibimos a los Mellark, padre e hijo. Mientras el señor Mellark y mamá conversan en la sala, prefiero llevarme a Peeta afuera, al patio de atrás. Prim está encerrada por voluntad propia en su habitación.

—Nos hemos salido de casa— empieza Peeta tomando mi mano. –Con lo poco que pudimos sacar. El impacto del anuncio le ha durado unas horas a mi madre pero ha vuelto a hacerlo difícil. No nos permitirá quedarnos esta semana, mientras eligen a las familias...— su voz se apaga.

—Todo esto es tan cruel— suspiro. — ¿Qué van a hacer? ¿Dónde se quedarán?

—Hemos rentado una habitación. Algo se nos ocurrirá, tenemos el corazón tranquilo y dos manos para trabajar— me sonríe atrayéndome hacia él.

— ¿Dónde?— pregunto acurrucándome en su pecho.

—No teníamos mucho así que está en el límite, entre la Veta y la zona comercial. Podemos iniciar un negocio pequeño. Sólo necesitamos unas pocas cosas.

—Eso me parece bien. No pienso ir a la escuela mañana. Ni pasado. Es más, no quiero aparecerme por allí durante esta semana.

—Está bien, entiendo. Yo tampoco voy a ir— sus manos acarician mi espalda. Es tan confortable estar así con él.

—Pero necesito hacer algo, Peeta. Enséñame cómo volaste la vez anterior el generador. Debo ir al bosque, tengo que cazar y traer todo lo que pueda. Si hay un levantamiento, lo primero que va a escasear es la comida.

—El generador de electricidad para la valla no es el mismo que el que abastece al distrito. El de la valla está río arriba, en una quebrada. Lo descubrí cuando intenté volar el principal. Pero en realidad no hice nada del otro mundo, sólo llené de piedras las turbinas. Aunque para poder acceder al lugar tuve que trepar y me caí.

— ¡Oh Peeta!— lo cubro de besos y caricias recordando la sensación de libertad que sentí cuando me mostró la valla sin corriente y la abrió para que yo pueda volar libre como un sinsajo. Peeta me ha mostrado dos sentimientos fuertes. La esperanza hace tantos años y ahora el deseo de libertad.

Quiero devolverle un poquito de su sacrificio por mí, ser digna de él. Poder iniciar quizás, una vida juntos, donde nos apoyemos el uno al otro a seguir caminando.

Sin embargo, no podremos hacerlo mientras exista el Capitolio como tal. A menos que podamos huir, a un lugar lejos de la influencia de Snow o se desate una guerra que traiga abajo el sistema. Y que posiblemente nos aniquile también.

Yo he crecido mirando las películas que envía el capitolio. La guerra de hace 75 años, dónde todo un distrito fue exterminado, bombardeado hasta sus cimientos. Sin embargo el 13 aún existe. Ha resurgido de entre sus cenizas para demostrarle a Panem que aún hay esperanza.

— ¿Qué piensas miau?— siento su respiración en mi cuello y me recorre un estremecimiento más fuerte que el miedo del futuro.

—En los rebeldes. Algo se está cocinando, todos pueden sentirlo. Y yo aún no sé qué lado de la batalla he de tomar.

—Estarás del lado de los sobrevivientes. No importa que tengamos que hacer, lo importante es sobrevivir. Esta vez los juegos del hambre no se celebrarán en el capitolio. El vasallaje será en cada distrito— me advierte.

— ¿Crees que dejarán ir una familia completa sin luchar?— pregunto.

—Los vínculos de sangre no son sólo físicos. No es sólo compartir la misma carga genética. Es una unión que ni el mismo Snow puede romper. Yo creo que sí van a luchar. Pero no estoy seguro si el 12 está preparado.

— ¿Por qué?— me asusta su razonamiento.

—Porque hace falta un líder. Alguien a quien seguir, incluso hacia la muerte.

—Nadie seguiría al alcalde— sonrío al recordar al seborreico padre de Madge.

— ¡Ni a Haymitch!— reímos ahogando carcajadas para que Prim no nos escuche.

—Oye Peeta, tengo un problema.

— ¿Sólo uno?— bromea.

—Le gustas a Prim— suspiro.

— ¿Prim, tu hermanita? ¿Gustarle? ¿Yo?— me dice sorprendido.

—Al enterarse que estamos saliendo se ha puesto triste. Hace tiempo me confesó que sentía algo por un muchacho mayor. Todo coincide, sus enormes sonrisas cuando pasamos por la panadería, las veces que me ha hablado de ti...

— ¿Crees que deba hablar con ella?

— ¡No! Claro que no, eso sólo la humillaría.

—Quizás sea sólo temporal, tiene amigos de su edad, ya se fijará en alguien más— intenta consolarme pero esta sensación de tristeza por mi patito no se me pasa.

—Quizás. Mientras tanto se bueno con ella, no le digas nada y trátala como si no supieras— le sonrío.

—¿Vendrás a verme?— pregunta besando mi boca.

—Desde luego— le correspondo

— ¿Y podemos hacer turismo a la aldea de los vencedores?— pregunta con sus dedos juguetones entre mis muslos.

— ¡Oh sí! Si el borracho de Haymitch nos deja seguir follando allí— le digo muy bajito. Reímos como locos. —Por cierto, si los vencedores están en el 13 ¿Qué hace él aquí?

—Lo mismo le pregunté yo— dice más serio.

— ¿Y qué te dijo?

—Que estaba ayudando a alguien aquí en el Doce.

—Debe ser al contrabandista de licor del quemador— tuerzo la boca al recordar quien es.

— ¿Lo conoces?— me mira intentando sonsacarme.

—Algo, sólo te diré que una de las flechas de mi carcaj tiene su nombre escrito.

Los días pasan, mamá le ha ofrecido nuestra casa a los Mellark para que puedan hornear sus primeros panes. Nuestro horno no es muy grande pero está bien construido. En las mañanas un penetrante olor a panes recién hechos me arranca de la cama. Peeta deja en casa unos especiales con doble queso y se va con su padre a vender el resto en las inmediaciones de la Veta y la zona comercial.

Creo que nadie está asistiendo al colegio, veo que los muchachos de la Veta están merodeando en todos lados. El impacto del anuncio ha sido muy fuerte. Las familias están más unidas que nunca.

Es el segundo día que Peeta y yo salimos a merodear hacia el generador de electricidad nos damos cuenta que está demasiado resguardado para poder acercarnos, aun cuando he fingido ser pastora llevando a mi cabra coja por aquella quebrada.

—Está difícil— exclamo regresando de mi segundo viaje.

—Quizás si intentamos por el río... desde la orilla contraria.

— ¿Sabes nadar Peeta?— pregunto.

—La verdad no.

—Yo sé nadar, mi papá me enseñó en el lago. Lo intentaré.

Necesito que sea pronto, los días corren, ya pasaron siente desde el anuncio del vasallaje. Si la revolución estalla en el distrito y la gente del 13 viene a echar a los agentes de la paz de aquí, los niños, ancianos y la gente que no pueda pelear va a necesitar una ruta de escape. El bosque es la solución. Tengo tanto miedo que al malvado presidente que tenemos se le ocurra bombardearnos por la noche. Pero descarto esa posibilidad, él preferiría vernos morir, corriendo y suplicando clemencia. Si nos levantamos en armas no le va a satisfacer matarnos mientras dormimos.

La comida escasea en todos lados, esta mañana Prim me contó que a dos de nuestros vecinos ya no quisieron repartirle teselas. Nos hemos unido para comer con los Mellark, padre e hijo desayunan y almuerzan en casa. Es menos costoso hacer una olla común. Nosotras no tenemos mucho, lo poco que hemos ido almacenando lo estamos consumiendo con rapidez. Por suerte salamos pescados cuando pude ir hasta el río. Pero la carne la pone Peeta y su padre. Tenemos patatas que sembramos en el patio de atrás y algunas verduras pero no alcanzará más de dos semanas. Sé que Peeta y su padre han comprado la harina en el quemador y no es de la mejor calidad pero el precio de los panes no es muy elevado aunque está un poco duro, no consiguieron la levadura del capitolio.

Al decimo día que se hizo el anuncio, voy con Peeta a la plaza. Ya no tengo temor del que dirán, ya debieron haber hablado suficiente de mí en estos días.

—¿Aún no se atreven a proponer alguna familia?— pregunto, recordando que ayer el tablón aún seguía vacío.

—Hasta el medio día no había nada. Pero toda la gente está inquieta. No van a tardar, ya están demorando mucho. He oído nombres. Han propuesto a los St. Clair.

—¿La familia de Ripper? Votaría por ellos pero Ripper no se merece eso. Sobrevivió a un derrumbe. Está lisiada. ¡No!

—También he escuchado que quieren proponer a los Undersee— me mira preocupado.

—¿Qué? ¿A la familia del alcalde?— lo miro asustada.

—Mucha gente de la Veta cree que es culpa suya la falta de teselas.

—¡Eso no es verdad!— replico furiosa. —Bola de necios.

Entramos a la plaza por la calle más lejana a la panadería. Noto la tensión en el brazo de Peeta, así que lo suelto. Odiaría que por mi culpa alguno de sus hermanos lo lastime. Aunque no creo ser capaz de dejarlos hacer algo así, sin luchar.

Me entretengo en buscar a Madge, la extraño mucho. Es mi mejor amiga y aunque yo no cuento mis problemas más íntimos, ella siempre ha sido una compañía agradable en estos años.

—¡No!— escucho gruñir a mi panadero. Me pongo alerta sujetando las piedras que me he echado al bolsillo antes de salir de casa. En el interior de mi chaqueta traigo un tirapiedras que yo misma he fabricado en estos días. No tengo mi arco y mis flechas en esta parte de distrito, si hay que salir corriendo al menos no me sentiré tan desprotegida. Tengo buena puntería.

Siento que Peeta me abraza y tira de mí de regreso. Su nerviosismo lejos de asustarme me pone en alerta ¿Qué pasa?

—Vámonos Katniss— intenta hacerme avanzar.

—Si no me lo dices no caminaré. Me voy a enterar de todos modos— refunfuño.

—Tu apellido está en el tablón— me mira como si tratara de protegerme de algo. Pero él no tiene ese poder. Aunque sienta que sus brazos son un refugio, desde que murió mi padre sé que estoy sola y a cargo de mi pequeña familia.

Me giro a ver y a enfrentar mi suerte. Al menos no tengo que preguntar quién lo puso allí. Camino decidida, empujo a quien no me deja pasar y llego adelante. Frente al enorme tablón de anuncios. Allí están escritos. "Everdeen" y "Undersee"

—¡Katniss!— escucho gritar mi nombre. Es la voz de Madge. Al verla me acerco y sin decir palabra me abraza y se cuelga de mi cuello. Su peso me hace trastabillar, está subidita de peso.

—¿Fue Delly?—le pregunto.

—No lo sé— dice sollozando. —Hay mucha gente que odia a mi papá— lloriquea.

—Necesito un minuto— murmuro empujándola.

—¿Qué vas a hacer?— pregunta.

—Proponer a la zorra zapatera— digo avanzado hacia el agente de la paz más cercano. La conozco, su nombre es Purnia, una vez me echó de la taberna.

—Quiero proponer una familia— le digo. Ella me alcanza una libreta y yo escribo.

—¿Crees que ella fue?— pregunta Madge.

—No sé si te propuso a ti pero estoy segura que lo hizo con mi familia.

—Katniss tengo miedo— me susurra temblando. Quisiera darle ánimos pero también estoy asustada. ¡Mi hermanita no! No dejaré que Prim muera en la arena, debe haber una salida.

Peeta me alcanza y luego de unos minutos regresamos los dos. Caminamos en silencio hacia la Veta.

—La gente es manipulable— dice. –Tal vez si ven a Prim en estos días...

—¿De qué hablas?— pregunto.

—Tu hermanita es adorable. ¿Quién en el distrito querría enviar a una niña como ella a los juegos?

—La zorra zapatera...

—Pero nadie más. Si quieres que haya menos votos a tu favor, deja que Prim salga al pueblo.

—Mi hermana no es un escaparate— murmuro furiosa. No sé cómo les voy a decir a mi mamá y a Prim que nuestro nombre ha sido propuesto.

Llego a casa furiosa, he echado a Peeta antes de entrar. Le dije que necesitaba tener una conversación con mi familia.

—Ya lo sabemos Katniss— me recibe Prim cuando les pido que nos sentemos a la mesa.

—¿Qué?— pregunto asustada.

—Rory pasó por aquí cuando te fuiste y me contó— se encogió de hombros la pequeña rubia.

—Estoy segura que fue Delly Cartwright— mi enojo alcanza niveles elevados. Esto no se lo voy a perdonar, la próxima vez que la tenga cerca, se arrepentirá.

—O Anna Mellark— me sorprende mamá. –Tiene buenos motivos para odiarnos y por partida doble. No importa quien fue, lo importante es pensar en algo. La cosecha es en dos días.

—También los Undersee y los Cartwright, están en la lista. Y me ha dicho que los St. Claire serán propuestos— suspiro.

—Nadie querría enviar a los juegos a la señora Ripper— salta Prim. –No tiene una mano— se queja.

—Igual votaremos por los que vayan ganando, no nos podemos arriesgar a que nos elijan. Si es que aún estamos en el Doce para la cosecha— suspiro.

—¿A dónde iremos?— se levanta Prim.

—Al bosque. Mañana Peeta me ayudará a sabotear el generador eléctrico de la valla. Y si no hay electricidad, por la noche saldremos mientras todos duermen y nos introduciremos en el bosque. Si llegamos al otro río, quizás tengamos oportunidad de alejarnos lo más posible en dirección al distrito 13.

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