Capítulo 11: Vientos extraños

La zorra zapatera ha salvado su cuello no viniendo a clases. Porque donde la encuentre, la mato o la dejo lisiada. Me entretengo intentando sacarle más información a Madge. Por suerte el profesor no había entrado aún y pude colarme antes que cierre la puerta pero Peeta no tiene tanta suerte.

— ¿Has escuchado algo más?— le pregunto. –¿De alguna otra persona que visita tu casa?

—Sé que van a pasar el anuncio del vasallaje en estos días pero no sé cuál, papá dijo que quizás lo adelanten.

— ¿Por qué?— pregunto, ella mira a todos lados, nos han dejado dos ejercicios de matemática todos están intentando resolverlo, otros simplemente se dedican a hacer barullo.

—Por esas propos— me susurra.

— ¿Cuáles propos?—pregunto asustada.

— ¿No miras el aparato de televisión?

—No. Poca gente en la Veta lo hace, llegan tan cansados que se duermen apenas anochece. Además no sé si sepas que allá no hay energía eléctrica todas las noches. Usamos velas y lámparas para alumbrarnos.

— ¡Qué horrible!— se sorprende. Intento dejarlo pasar, su mirada de lástima no me gusta. –Bueno, algunas noches la programación se interrumpe de improviso. No es todos los días pero durante algunos minutos sólo se queda como si estuviera lloviendo. Pero ayer escuché voces al otro lado.

— ¿Voces?

—Son propos, como esos avisos de Capitol TV. Hablan de...— vuelve a mirar a los lados. –Yo escuché que están llamando a la rebelión. Pero no lo puedo asegurar porque papá lo apagó. Hoy estaré más atenta, si tienes electricidad no te lo pierdas— me aconseja.

— ¿Rebelión? ¿Quién en todo el Panem puede atreverse a emitir algo así?— pregunto en un susurro.

— ¡No lo sé! Creo que mi papá lo sabe pero no me quiere decir. Dice que soy una niña porque aún tengo 17— se queja.

—Esta es nuestra última cosecha— respondo.

—Por suerte, no sabes el peso que le quitará a mamá.

—Yo debo temblar cuatro años más. Hasta que Prim no sea elegible, no podré estar tranquila.

—Oh verdad, tu hermanita— hace un gesto de piedad.

El maestro vuelve y como no hemos terminado nos castiga con tarea para la casa. Cuando estoy en la calle Peeta me alcanza.

— ¿Por qué tan solita?— pregunta sonriendo.

—Porque mi... panadero nunca me acompaña— bromeo.

—No voy a poder escaparme hoy, mis hermanos van a estar cuidándome.

— ¿Y si voy a buscarte?— pregunto, arriesgándome.

— ¡No! Por favor amor, ni se te ocurra— dice asustado.

—Calma campeón. No pienso aparecerme en tu panadería para que tu mamá me humille.

— ¿Qué hace ese aquí?— murmura Peeta, lo miro para ver que a quien se refiere. Unos metros más allá, Darius está recostado junto a una pared.

—Peeta, vámonos por otro lado— digo recordando lo que me contaron los Hawthorne. –En serio, ese tipo ha estado siguiendo a Rory el hermano de Gale. Por eso ya no va al bosque, merodea su casa— le confieso.

— ¿La casa de los Hawthorne? ¿No te estará siguiendo a ti?— pregunta.

—No lo sé, por favor, vámonos por otro camino.

—No. Vamos a pasar delante de él y quiero ver si tiene el valor de molestarte si yo estoy presente— pasa su brazo por mi hombro y me insta a seguir.

—Peeta...

—Sigue caminando y háblame de cualquier cosa que te parezca divertida— me sonríe.

— ¿Divertida? ¿Cómo qué? ¿Qué tal la paliza que le daré a Delly cuando me la encuentre?

—No eso no. Te lo pondré de este modo miau, si la golpeas a ella, luego me golpearán a mí. Así están las cosas— escucharlo llamarme miau me produce un pequeño ataque de risa. Ya me lo ha dicho antes cuando está... por venirse. Digamos que es su forma morbosa de llamarme. Miro de reojo, el agente de la paz nos ha visto.

— ¿Y si? ¿Si te vas de tu casa?— sonrío intentando saber cuáles son sus planes a futuro.

— ¿Hablas en serio?— sus ojos se abren tanto que pierdo de vista a Darius.

—Sí hablo en serio— muerdo mi labio atemorizada, no por Darius sino por su respuesta.

—Después de la siguiente cosecha— dice por fin. –Pero no tendré a donde ir— dice avergonzado.

—Vente conmigo— susurro ya por completo inmersa en la conversación. Se detiene y me abraza más estrechamente.

—Es lo que más deseo— me dice buscando mi boca. Le correspondo sin importarme que estemos en la calle, cerca de la escuela y quizás Darius esté mirándonos. Cuando nos separamos, ruborizados, ambos, Peeta se fija a nuestro alrededor.

—Pues creo que ese agente de la paz ya entendió el mensaje— me dice acariciando mi rostro.

— ¿Entonces después de la cosecha?— le sonrío.

— ¡Katniss!— escucho un grito metros más allá. Es Prim y mi corazón se agita. La busco entre la gente, mis ojos vuelan en todas direcciones hasta que la veo corriendo hacia nosotros. Peeta aún está conmigo pero ha tomado una adecuada distancia teniendo en consideración que su casa está cerca.

Al llegar mi Patito me abraza asustada. Se prende de mí y me sujeta con fuerza.

— ¿Qué pasa?— pregunto.

— ¡Nada!— dice cuando ha recuperado el aliento. –Estaba jugando— sonríe. Puede que ya sea una adolescente pero para mí siempre será esa pequeñita rosada que mis padres me entregaron hace tantos años.

Miro a Peeta y le hago señas para separarnos. Ya estamos cerca de la panadería.

—Nos vemos Katniss, adiós Prim— él nos sonríe. Pero Prim se da cuenta de quién es y permanece sin responder.

—Hasta luego Mellark— digo con tono descuidado. Cuando Peeta se pierde entre la gente que va por la avenida Prim me mira.

— ¿Eres muy amiga de Peeta?— pregunta.

—No mucho...— intento evaluar sus gestos. Siempre me ha parecido que Prim sonríe al ver al panadero, cuando pasa delante de la panadería su sonrisa resplandece. ¿Por qué ahora actúa tan extraña?

Durante la tarde estoy tentada a aparecerme en la zapatería pero recuerdo las palabras de Peeta. Lo que yo le haga a ella se lo harán a él. Y no deseo eso. Aún estoy conmocionada por el rumbo que tomó nuestra conversación. No sé si estoy lista para unirme a alguien. No quiero dejar a mamá ni a Prim. Pero si él se va de su casa, me gustaría apoyarlo.

Tal vez si lo hablo con mamá. No sé si ella esté de acuerdo. Tengo tantas cosas en la cabeza que me siento agitada.

Más tarde Prim me acompaña a casa de los Hawthorne, llevamos algunos frutos que compramos en el quemador. Tengo algunas monedas ahorradas y cosas que puedo cambiar. Las he ido juntando debajo de mi colchón para que mamá no las encuentre.

Caminamos por el borde de la valla y siento el inconfundible sonido de la electricidad chisporroteando contra el metal. Ya no puedo ir a cazar.

—Todo el mundo está nervioso— dice Prim mirándome cuando veo la valla.

— ¿Por qué?— intento aliviar su miedo. Ella es pequeña, debe estar aterrada por lo que se viene.

— ¿No escuchas los rumores?— me pregunta.

—La verdad no— le digo.

—Dicen que en el vasallaje pedirán diez tributos, cinco mujeres y cinco varones— suspira. –También dicen que ya no habrá edad de restricción. Pueden ser elegidos desde que van al colegio hasta los ancianos.

— ¿Quién dice eso?— me burlo.

—Mis amigas, se lo han oído a las grandes, las que van en tu nivel.

—Yo no he oído esa basura.

—También dicen que el capitolio va a enviar aerodeslizadores por si nos negamos a obedecer.

— ¿Y por qué nos negaríamos? Cada año enviamos nuestros tributos y agachamos la cabeza como una piara de cerdos— refunfuño.

—Esta vez será diferente Katniss— me mira asustada.

—Nada va a ser diferente patito. La cosecha vendrá y se irá. La gente del capitolio tendrá su diversión, un par de chicos de nuestro distrito van a morir. Y eso será todo.

— ¿No vas a pelear?— pregunta.

— ¿Pelear? ¿Contra quién? ¿No has visto a esos agentes de la paz? Van armados, y yo no tengo con qué defenderme.

— ¿Y si me escogieran a mí? Si quisieran llevarme... ¿No pelearías?— pregunta con los ojitos aguados.

—No. Porque sé que no conseguiría nada peleando. Si ellos quisieran llevarte haría lo único que puedo hacer para protegerte. Me ofrecería en tu lugar— la abrazo besando su cabecita rubia.

Ahora entiendo por qué me gusta tanto ese color de cabello. Desde que tengo memoria, acaricio estos mechones dorados.

—No vas a tener que hacer eso— solloza entre mis brazos. –Esta vez la suerte estará de nuestra parte.

Los días pasan, empiezo a sentir la preocupación de la gente. El fin de semana mi mamá no quiere salir a la calle, ni a comprar, ni a la plaza. Prim y yo salimos a dar vueltas, hemos pasado por casa de Hazelle y nos llevamos a Posy con nosotras. Yo la cargo parte del trayecto porque aún está débil. El clima ha mejorado mucho, los rayos del sol se sienten más fuertes. Me siento en una banqueta para ver jugar a Prim y a Posy en el césped a un lado del edificio de justicia.

—Hola amor— alguien toma asiento a mi lado. Sonrío involuntariamente. Mi panadero ha llegado, apenas hemos tenido tiempo de conversar en la escuela y sólo una vez nos volvimos a encerrar en aquel armario de limpieza pero no pudimos más que besuquearnos y meternos mano.

—Hola— susurro sin dejar de mirar a las niñas.

— ¿Viste lo de anoche?— pregunta.

— ¿Anoche? ¿Me perdí de algo? ¿Qué pasó?— lo miro, está preocupado.

— Mis hermanos y yo miramos un programa de luchas los sábados por la noche, un campeonato que realiza el capitolio. Cuando estaban por terminar se interrumpió la señal, ha pasado toda la semana cada vez más frecuente. Pero esta vez escuchamos un aviso. Se oía distorsionado pero era un mensaje del distrito 13— lo quedo mirando como si tuviera dos cabezas.

—Eso no es posible— digo con el corazón en la boca. — ¡El distrito 13 no existe!

—Katniss, sé lo que escuché. Y ese mensaje era del distrito 13. Eso decía.

— ¿Qué decían? ¿Qué?

—Están llamando a la revolución.

— ¿Revolución aquí? ¿Cuándo el vasallaje de los 25 está tan cerca?

—Precisamente. En unos días es el anuncio del capitolio. Y es momento para rebelarse. Depende que nos exijan esta vez.

—Ojalá no pidan nada que no les podemos dar— suspiro.

—Nunca les damos nada, Katniss. Ellos sólo vienen y lo toman. Nosotros sólo somos una pieza de sus juegos.

—Lo sé. Los toman, los exhiben para su entretenimiento, los torturan con crueldad y les quitan su humanidad para que puedan matarse entre ellos. ¡Sé cómo es!— mis ojos se llenan de lágrimas.

Mis recuerdos vuelven, hace semanas que no tengo pesadillas. Pero me sigue doliendo haberle fallado a Gale. Por aquello que me vi obligada a hacer para no morir de hambre, ese fue un sacrificio del que no me arrepiento. ¿Qué le puedo decir a mi amigo muerto? ¿Tu sacrificio no fue en vano?

—Tengo que irme— susurra Peeta y sale corriendo. Miro de reojo, uno de sus hermanos ha llegado con su novia y se sientan en una banqueta al otro lado de la plaza.

Al volver a casa, cuando estamos cruzando una esquina en la tienda donde venden quesos y leche, tropiezo con una señora. No es de la Veta, es de la zona de comerciantes. No recuerdo si vende telas o carbón.

—Disculpe— le sonrío. No me he fijado por cuidar de Posy.

—Tenías que ser Everdeen— murmura respingando la nariz.

— ¿Perdón?— pregunto enfadada.

—Te perdono muchachita pero vete de aquí— me mira como si fuera una apestada.

—Vámonos Katniss— dice Prim asustada.

Me quedo mirando a esa señora con mi peor cara. Vieja estirada ¿qué se habrá creído? Soy de la Veta sí, pero a final de cuentas todos somos del mismo pobre y explotado distrito. De la misma nación decadente, para los que somos esclavos.

No le presto más atención a esa señora rancia y volvemos. Posy se ha quedado dormida por lo cual la llevo en brazos.

Apenas dejamos a la menor de las Hawthorne en su casa, regresamos corriendo porque tengo necesidad de ver el aparato televisivo.

— ¿Quieres ver la novela del domingo?— pregunta Prim.

— ¿Pasan novelas?— pregunto. Pocas veces he encendido ese proyector oxidado. Si no fuera obligatorio tenerlo lo habría arrojado por la ventana. Nos exigen mantener uno por vivienda a fin de asegurarse que sintonicemos los anuncios del Capitolio. Afortunadamente el presidente Snow sólo se acuerda de hacer propos cuando la cosecha está cerca.

—Pasaban una que no entendí. Bailaban mucho— se encoge de hombros mi patito.

La programación sigue normal, nada parece extraño. Cenamos en silencio, mamá está tan callada. Dejo encendido el aparato por si acaso.

— ¿Estás enferma?— le pregunto.

—Tengo migraña— dice.

—Toma algo, no puedes estar con esos dolores todo el día.

—Estoy tomando— me muestra su taza.

— ¿No puedes medicarte?

—No. Prefiero no ingerir pastillas— dice apagada. ¿Qué será lo que tiene?

— ¿El tío no te deja tomar ninguna?— Prim la mira extraño, estoy por preguntar qué pasa cuando la proyección televisiva empieza a fallar.

"Probando" escucho claramente. Me levanto de mi asiento y corro a ver.

"Aquí los rebeldes forjando un futuro mejor. Esta es una trasmisión clandestina del distrito 13 con un mensaje" la imagen sumamente distorsionada de un hombre moreno aparece. Lo reconozco ganó los juegos hace muchos años.

"Los vencedores apoyamos la revolución, únete. Lucha contra el Quarter quell"

La imagen desaparece y la transmisión normal regresa. Miro a Prim, a mamá y nos abrazamos.

— ¿Lo ves? Esta vez será diferente— dice Prim.

Me la quedo mirando. Ella no sabe lo que significaría una revolución. No tiene idea lo que eso podría causarnos. Yo no estoy dispuesta a perderla para apoyar una causa por más justa y necesaria que sea. Sólo quiero mantenerla a salvo.

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