Capítulo 10: Delirio

Regreso a casa, no he visto a Peeta después de la salida de la escuela. Sigo mi rutina diaria, luego de comer algo con Prim, la dejo avanzando sus deberes. Ella limpia la casa, porque su tonto gato mugroso deja pelos por todas partes. También ordeña su cabra, a veces hay suficiente para hacer queso y eso le lleva toda la tarde. Yo, tomo mi cazadora, mi morral y salgo al bosque a conseguir alimento.

Estoy preocupada, no he sabido mucho de Hazelle en días. Sé que Prim les lleva parte de lo que cazo. Pero no he visto a Vick en el bosque, ni sus trampas. También me preocupa mamá. Ayer llegó asustada, yo ya estaba en casa. Dice que debe quedarse a preparar algunos remedios pero eso no me convence. Quizás deba seguirla para saber qué hace en esa farmacia.

Cuando empiezo a buscar mis trampas me doy cuenta que todas están desechas. Alguien ha pasado por aquí y me ha pillado las presas. Cuando lo encuentre lo atravesaré como a una ardilla. Sigo caminando, siguiendo el riachuelo hasta encontrar debajo de un árbol, tres pavos y dos liebres, juntas. ¡Es mi botín!

Mellark está sentado al lado, mirándome con una expresión seria.

—Avancé un poco tu trabajo— dice mirándome.

—No te lo pedí— me agacho a beneficiar los animales. El panadero vuelve la cabeza para no mirar. Cobarde ¿Se come a gusto las presas pero no puede ver como se preparan?

—Quiero que me acompañes a la Aldea de los vencedores— pide.

—Tengo mucho que hacer— contesto.

— ¿Cómo qué?

— ¿Por qué no vas a hacerle compañía a tu estúpida noviecita? Yo tengo que trabajar en algo real, Mellark. No me siento a esperar que la gente venga a comprarme zapatos.

—Sé que odias a Delly...

— ¡Ese es mi problema! No tiene nada que ver contigo.

—Júralo. Dame tu palabra que no tiene nada que ver conmigo— se levanta y me mira a los ojos. Quisiera decirle que no pero no se mentir. Yo no soy tan falsa como la zorra zapatera. Prefiero no contestar. — Vamos a la aldea— me pide.

— ¡No! No tengo deseos de satisfacer tus apetitos. Ve a buscar a la zorra de tu novia— le doy la espalda y echo andar, tengo que terminar de pelar las gallinas y quitar la piel de las liebres, además de volver a poner las trampas. No voy a cazar, es suficiente por hoy. Regresaré a casa antes que oscurezca.

Pero parece que el panadero no tiene intenciones de dejarlo ir, ni de largarse a rogarle sexo a su puta novia. Yo estoy harta de ella, de tener que verle la cara de zorra todos los días. De que se cuelgue del brazo de Mellark y lo use para traerle y llevarle las cosas.

—Te vienes conmigo a la aldea— me dice tomando mis presas con las manos desnudas. Veo que se mancha de sangre pero continúa caminando delante de mí.

— ¿Qué? ¡No quiero! ¡Ya no quiero estar contigo Peeta!— lo empujo para que se haga a un lado pero me toma de un brazo, suelta las presas y me envuelve, dejando mis manos detrás, en mi espalda.

— ¿De qué modo vas a entender que yo a ti te amo, Katniss?— su fuerza, sus palabras furiosas me dejan asombrada. Mi respiración se agita porque forcejeo con él. Sin embargo, luego de ver sus ojos tan decididos, dejo de resistirme.

— ¿Me amas?— pregunto. –Buena forma de demostrarlo— lo miro despectivamente.

—Si lo que quieres es que lo demuestre— me toma de la base del cráneo y estampa sus labios carnosos en los míos. Intento resistirme pero no me deja.

Me empuja contra un tronco, mis pies resbalan y vamos a dar contra el mullido piso del bosque.

— ¡Mellark!— grito cuando siento sus manos en mi estómago.

— ¡Peeta! Acostúmbrate a llamarme por mi nombre. Hoy te voy a hacerlo gritar.

Me da un ataque de risa que no lo detiene, sigue intentando desvestirme. No puedo negar que sus caricias bruscas me gustan, sus dedos logran rozar mi intimidad y eso hace que mi cuerpo responda en sacudidas pélvicas. Cuando logra desabrochar mi pantalón y meter sus dedos dentro de mí, cualquier rastro de carcajada por mi parte ha desaparecido. Sólo siento un hambre voraz por este panadero tan apetitoso. Su olor a canela, a masa de pan me vuelve loca.

Lo dejo avanzar, dándole entrada a mi cuerpo, acepto sus caricias hoscas, su intento de someterme. Es tan atractivo cuando se pone en plan de macho alfa. Mis gemidos lo alientan, estoy chillando como una verdadera gata, no me importa. Cuando me penetra y embiste con fuerza me abrazo a su espalda con piernas y brazos, cierro los ojos y me permito desconectarme del mundo circundante. De lejos me llega el cantar de los pájaros y el ruido de algunas ardillas saltando en las ramas. Todo eso no hace más que encender más mi deseo de ser poseída y poseer al hombre que tengo dentro. Lo atrapo en mí, mis músculos internos lo aprietan, causando que el dulce panadero que intenta ser rudo se rinda a sus instintos. Suelta un gruñido gutural, sé que va a correrse pronto. Mi lado rebelde, ese que se opone a ser una oveja de cualquier rebaño, sale a flote. Busco su boca, desenredo mis piernas de su trasero y logro girarnos para poder montarlo a gusto. Yo soy su instructora, a mi ningún bronco potro me va a dominar.

—Aún no te corras— le susurro moviéndome lento.

—Ohh Katniss— suspira blanqueando los ojos.

— ¿Te gusta jugar? Vamos a divertirnos entonces Peeta— le sonrío mientras su rostro sudoroso demuestra la satisfacción que siente.

Me muevo lento y en círculos, disfrutando de su poderosa herramienta. Aprovecho el contoneo para quitarme la cazadora, el suéter y la blusa. Retiro el brasiere mientras Peeta observa anonadado. Tomo sus manos para que me cubra del frío y porque mis pezones necesitan estimulación. Los acerco a su boca sin dejar de mover las caderas.

—Mmmm que bien amasas— gimo al sentir sus dedos en mis pechos, son tan suaves, tan fuertes. Dedos de panadero que sabe hacer su trabajo.

— ¿Así te gusta?— pregunta haciéndome saltar.

— ¡Así bebé!— chillo. –Sabes mover tan bien tu baguette— carcajeo sin dejar de removerme. Cuando su boca hace contacto con mi pezón suelto el aire, esa lengua me enloquece.

—Oh mi gatita, tienes el horno en llamas— jadea siguiéndome las bromas.

¡Cómo me gusta este Peeta! El panadero tierno y noble que me come entera. El hombre insaciable que esconde dentro del aspecto bonachón de un adolescente. Es más ardiente que los viejos con los que he estado, él me hace gimotear de placer y derretirme entre sus brazos.

¡Y quiero que sea mío! Como nunca he deseado algo antes. Quiero tenerlo las veinticuatro horas del día y los siete días de la semana a mi lado. Para cogérmelo cuando se me antoje, para escuchar sus risas, mirar sus ojos azules y acariciar ese cabello rubio que tanto me gusta.

Me remuevo con más velocidad, intentando ahuyentar esas ideas que no sé de donde salen. Me apoyo en mis pies y me impulso desaforada, en movimientos frenéticos que hacen temblar a mi panadero debajo de mí.

— ¡Katniss! Ohhh ya, ya— murmura enloquecido. No le doy tregua, sigo saltando sobre él, dispuesta a grabarme en sus recuerdos como hierro candente. Después de mí, jamás podrá tocar a otra sin añorarme. Voy a grabarme tan profundo en su mente que cuando necesite satisfacerse solo, sea yo a quien vea su imaginación traviesa.

Mi vientre palpita, siento cosquillas en todo el cuerpo, dejo escapar chillidos delirantes porque ya no puedo resistir más.

— ¡Peeta! ¡Oh Peeta!— grito. Mi orgasmo me golpea, nublando mis ojos en el mismo momento que siento la caliente simiente del panadero llenándome. No puedo hacer más que dejarme llevar, soltar lo que parece que se me escapa y se va con él. Exhalo ahogada de placer, perdiéndome en una nube de dicha. Me siento poderosa, fuerte, aunque desmadejada. Me permito caer en el pecho fuerte de mi panadero que me recibe con los brazos abiertos y me hace espacio junto a su corazón. Sin decir palabras, yo también lo abrazo. Nos acurrucamos juntos, aunque las raíces molesten. Es graciosos que hace unos minutos ni las sintiera y ahora incluso creo que tengo hormigas caminando en mi pierna.

—Si lo gritaste— besa mi cabeza. Está buscando algo en la hierba.

— ¿Gritar que?— pregunto levantando mi cabeza. Ha tomado mi cazadora y me abriga la espalda.

—Mi nombre. Te dije que lo harías— dice muy presumido.

—Tú también lo hiciste— me enojo de hombros.

—Sí pero yo siempre lo grito y tu no.

—Podría gritar mi nombre— bromeo. – ¡Oh Katniss! ¡Katniss! Que buena soy— digo entre risas.

Peeta intenta hacerme algo pero de pronto escucho un crujir de troncos y mi instinto de cazadora sale. Me incorporo medio desnuda y agudizo el oído. Peeta se remueve intentando subirse los pantalones. Le hago una seña para que se quede quieto y deje de moverse porque me distrae.

Cierro los ojos para identificar el lugar del sonido. Alguien corre hacia el norte. ¡Hacia la valla! Tomo mi arco y una flecha, desnuda tan sólo con la cazadora de mi padre encima, corro tras el fisgón. Me agazapo al borde del bosque para que no me ve.

¡Es Delly!

La zorra zapatera va cojeando hacia el alambrado. Está a tiro pero no tiene caso hacerle daño. Su orgullo está más lastimado que esa pierna que acaba de cortarse o torcerse.

De todas formas necesito hacer algo para que mantenga su bocota cerrada. Apunto lentamente para que la flecha pase zumbando al lado de su cabeza. Suelto el cordel y mi flecha negra hecha de pluma de cuervo va a dar en el poste de la valla. Ella pega un chillido, cruza a través de la abertura y mira hacia atrás antes de perderse por el camino que va a la Veta.

— ¿Le disparaste?— escucho a mi lado. Peeta llega a mí lado con la ropa y las presas.

—No le apunté a ella— tomo mi ropa para empezar a vestirme.

—Lo sé preciosa, tú nunca fallas— me sonríe, ayudándome.

— ¿Crees que le diga a tu mamá?— pregunto. Peeta hace un gesto doloroso.

—Lo es lo único que falta para que mi casa explote— dice dudando.

— ¿Qué pasa?— pregunto.

—Bueno, mis padres tienen problemas. No son de ahora, hace años que papá duerme con nosotros.

—Bueno ¿quién podría soportar a tu madre?— murmuro. Él me mira sin decir nada. Para suavizar mi metida de pata lo beso, he terminado de vestirme y me apego a su cuerpo. Soy bien recibida, parece que el deseo no se ha extinguido en mi panadero aún después de semejante cogida.

—Otra vez— murmura mordiendo mi cuello.

—No seas goloso Peeta— río en sus labios.

—Ya me dices por mi nombre— me abraza. –Quiero más— restriega su paquete contra mí.

—Ya se hace tarde, debo hacer algo primero— muerdo su labio inferior.

— ¿Dónde y a qué hora?— pregunta.

—Aldea de Vencedores, a las ocho— lo beso profundamente antes de separarnos. Al cruzar la valla cada uno toma su camino.

Me voy directamente a casa de los Hawthorne, hace mucho que no sé de Hazelle y los niños. Eso no me gusta nada.

Llego a aquella casa destartalada que tantas veces visité. Rory está afuera lavando algo. Al voltear a ver quién ha llegado me fijo en sus ojos.

Están muy hinchados.

— ¿Qué pasa?— me alarmo entrando a toda velocidad. Dentro el panorama es desolador. La madre de Gale está siendo sostenida por Vick, mamá está también aquí. Prim llena una hipodérmica. Al entrar me doy cuenta que la pequeña Posy está en una camita provisional al lado del fogón. Quizás para calentar su débil cuerpecito.

—El resfrío ha dado paso al asma— dice mamá. –Tuvo una crisis muy fuerte.

—Pero ¿Cómo?— miro a la madre esperando respuestas.

—Se cayó al río— me dice. Ayer, unos agentes de la paz estuvieron preguntando por nosotros, Posy se asustó y salió a buscarte.

—Nos están vigilando— dice Rory. –Desde la semana pasada no puedo ir al bosque porque cuando salgo de aquí siento que me siguen. Me he escondido y pude ver que un hombre sin uniforme va detrás de mí a todos lados.

— ¿Cómo es?— pregunto.

—Su nombre es Darius, lo guié hacia el quemador y allí me dijeron.

— ¿Darius? ¿Qué quiere con ustedes?—se me escapa.

— ¿Lo conoces?— pregunta Rory enfadado.

—Sí. Lo conocí cuando se llevaron a tu hermano— miento. Aunque es verdad, es la primera vez que él me vio. Yo no sabía que era él tras el uniforme. –Y... ha estado siguiéndome— añado.

— ¿Para qué?— mi madre llega a mí con las manos en la cintura. Muy tarde para intentar jugar a la madre protectora.

—No lo sé. Quizás le gusto— mastico las palabras aunque tiemblo por dentro. ¿Qué hace Darius siguiendo a los Hawthorne? No tiene sentido. Quizás me ha visto pasar la valla, quizás sabe que los ayudo. Tal vez piense que estoy con alguien de esta familia. Pero él no es del tipo obsesivo. Tiene a cualquier puta que quiera, y aquí en el doce no es difícil hallar una niña dispuesta a todo por no ver morir de hambre a su familia.

Dejo las presas que traigo en la mesa. Le pido a Hazelle que se olvide de ella y prepare la comida para sus hijos.

—Hay que pasarla a su habitación este humo no ayuda— dice mamá. Los hermanos trasladan a la menor de los Hawthorne arriba. Prim viene a abrazarme.

— ¿Vamos a casa Katniss? Dejé mi leche con cuajo— me pide mi patito Primrose. Me llevo una gallina y caminamos por los senderos sucios y llenos de barro de la Veta. Cómo no hay alcantarillado como en la zona comercial, aquí cada quien tira el agua delante de su puerta.

— ¿Se va recuperar?— le pregunto.

—Sí. Ya no está tan delgadita, ha echado cuerpo. Mamá les envía muchas patatas.

— ¿Mamá envía patatas?— sonrío, saltando juntas un canal.

—Sí, así como tú envías presas, mamá envía verduras. Además estamos entrando al verano, es muy barata— me sonríe. Al recordar el tiempo que hace, tiemblo. En una semana van a anunciar el Quarter quell.

Esa noche no puedo salir porque mamá se ha puesto quisquillosa. Me echa el sermón preguntándome las veces que he visto a Darius. Le cuento que me crucé con él en la escuela pero que me dio miedo y corrí directo a casa. Es cierto, en esa ocasión me escapé. Jamás le admitiré que fui yo quien iba a buscarlo para cambiar sexo por comida.

A la mañana siguiente, espero a Peeta pero no lo encuentro en la entrada. Durante la primera clase estoy desesperada por verlo llegar.

— ¿Te pasa algo?— pregunta Madge.

— ¿Qué? No. Sólo estoy algo nerviosa— intento sonreír.

—Ni que lo digas con los tiempos que corren. Yo también salto cada vez que alguien llama a la puerta de mi casa— resopla.

— ¿Por qué?

—Nuevos agentes de la paz, más seguridad. El tiempo es el mejor para las cosechas pero mi padre dice que a partir de la próxima semana se suspenderán las teselas. El Doce ya no va a recibir nada del Capitolio y eso incluye... todo.

— ¿Ni zapatos?— bromeo.

—No es gracioso Katniss. ¿Lo entiendes? Nos van a dejar des abastecidos. Se viene algo grueso y no sé si tiene que ver con el anuncio del al Quarter quell— me mira asustada.

— ¿Tan serio es?— pregunto asustada. En mi mente ya trazo planes para recolectar más pescado, presas y vegetales para almacenar en casa.

—Si pero por favor no se lo digas a nadie. Yo lo escuché de Romulus Thread. El jefe de los agentes de la paz.

Me quedo callada, intentando procesar aquella información. Se vienen tiempos difíciles y no tengo miedo por mí. Hace tiempo que yo no tengo temor de morir pero mi pequeña hermanita merece un futuro donde pueda ser feliz.

— ¿Qué le pasará a Mellark?— susurra Madge. Me giro a ver, allí en su lugar Peeta luce un pómulo hinchado de un vistoso color morado. Debió ser la bruja de su madre. Y esa zorra zapatera que no puede mantener su hocico cerrado. Refreno mi impulso de ir a preguntarle cuando veo sus ojos. Me hace un pequeño e imperceptible gesto negativo. Pero yo debo saber.

Durante el almuerzo le digo a Madge que me siento mal del estómago y busco a mi panadero en los pasillos. Lo veo cuando viene sólo, caminando despacio. Puedo reconocer que no sólo ha sido un golpe en el rostro. Me escondo en un armario de limpieza y espero que pase por delante para jalarlo dentro. Me mira asustado pero al reconocerme sonríe.

—Hola Katniss— dice avergonzado.

—Empieza a cantar.

—Siento no haber podido ir anoche...— su voz tiembla.

—Yo tampoco fui. Mi mamá no me dejó, está insoportable— me mira nuevamente avergonzado. — ¿Me vas a contar o tengo que sacártelo a pedacitos?

—Mamá obligó a uno de mis hermanos a golpearme— confiesa.

— ¿Qué? ¿Está loca? ¿Fue por Delly?— pregunto.

—Sí. Cuando llegué a casa, ella estaba despotricando contra nosotros en la sala. Papá no estaba, mi hermano Levi no tuvo opción.

—Esa maldita zorra zapatera. ¿Ahora me crees cuando te digo que ella es más maldita que todo el hambre del Doce? Debí haberla atravesado con mi flecha.

—Mamá dio aviso a los agentes de la paz sobre el forado en la valla. Por eso no me dejó salir anoche para avisarte.

— ¿Qué? ¡Pero en una semana ya no llegará nada del Capitolio! Necesito ir al bosque a tomar provisiones.

— ¿De dónde sacas eso?— pregunta preocupado.

—Madge. Lo ha oído del jefe de los agentes de la paz. ¿Qué estarán planeando en el capitolio? Ese bastardo presidente Snow quiere matarnos— digo furiosa.

Peeta me abraza y yo le correspondo.

—Por favor, no vayas al bosque Katniss. Y creo que es mejor si nosotros...

— ¿Te vas a rendir? –pregunto mirándolo con una sonrisa.

—No pero es mejor...

— ¿Sin luchar? Me decepcionas Mellark, yo que confiaba en ti— intento abrir la puerta pero no me deja. Me estrella contra la pared.

— ¡Haría lo que sea por ti! Moriría por ti, así que no me llames cobarde. ¡No quiero que sufras!— sus ojos húmedos me conmueven. Busco su boca y me corresponde sin reservas.

—Te necesito ahora Peeta. Por favor— pido removiéndome en el pequeño espacio que tenemos. Cuando el panadero saca a relucir ese lado primitivo que tiene, siento mi cuerpo arder.

Me acomodo en uno de los estantes y levanto mi falda. Por suerte hoy he traído ropa ligera. Al verme Peeta no se lo piensa dos veces y sin mucho preámbulo busca penetrarme. Veo que sus ojos demuestran dolor en algunos movimientos. Voy a matar a esa zapatera del diablo, cuando le ponga las manos encima va a saber cómo es una chica de la Veta.

Cuando me siento llena ahogo un grito mordiendo su cuello. Me abrazo a él mientras empuja con fuerza. No tardamos nada en corrernos, no sé si es el lugar, el momento o el haber pensado en separarnos. Ya no puedo callarme más, ahora estoy segura que no sólo es sexo.

Cuando nos calmamos, ambos estamos sudando, con las mejillas rojas por el esfuerzo y amplias sonrisas. Es entonces que elijo que ha llegado el momento de decírselo. Aunque eso vaya a ocasionarle tal vez más problemas en su complicada vida.

—Te amo Peeta— susurro en sus labios. Su sonrisa decae, al contrario de lo que esperaba. Me mira asustado y respirando con dificultad. Cierra los ojos y solloza.

—Repítelo... por favor— me ruega.

—Te amo— digo también asustada.

— ¿Esto es real?— pregunta abrazándome.

—Sí es real, tonto— sonrío.

—Yo te he amado desde la primera vez que te vi— murmura.

—No seas bobo, teníamos cinco años— contesto.

— ¿Y? Para el amor no hay edad.

Nos arreglamos y vemos hacia afuera por el pomo de la puerta, parece que todo el mundo ya entró a clases.

—Ve tu primero— me dice antes de dejar un beso húmedo en mi boca. –No voy a separarme de ti Katniss— me advierte. –Pase lo que pase.

—Pase lo que pase— sonrío antes de salir como una bala hacia mi aula de clases.

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