La galaxia en ti
Hermes vino tan rápido como pudo, raudo al Olimpo porque Dioniso lo llamó desesperado alegando que Apolo, el dios del sol y aquel al que consideraba un hermano mayor, estaba sufriendo mucho. No quiso ser especificó, tampoco hizo falta. Abandonó lo que estaba haciendo y se apresuró, llegó antes de que el dios del vino le explicase lo acontecido. De hecho cuando este lo vio frente a él su asombro fue mayúsculo, pues todavía no había terminado de enviarle su mensaje mental.
—¡Qué susto, hermano! Tenéis que dejar de hacer eso... —Se llevó una mano al pecho, pues no lo esperaba tan pronto, debió saber que Hermes aparecería al instante.
—¿Qué le sucede a Apolo? ¿Está herido? —Dijo de inmediato, le preocupaba, aunque tampoco haría un drama porque por más que le pasara no moriría, pese a ello no le gustaba la idea de que estuviera solo y sufriendo.
Dioniso chasqueó la lengua y se apartó un mechón caoba de su rostro angelical. Se le veía afligido, con las cejas caídas y abrazándose a sí mismo. Él también estaba preocupado, los tres se llevaban bien y se cuidaban, según cómo y para qué porque las amistades en el Olimpo eran volubles pero era común que se volvieran a reunir.
—No lo sé, no deja de decir el nombre de una mortal todo el tiempo y lamentarse. Se ha bebido todo mi vino y persiste sollozando como si con cada lágrima el alma se le desgarrara.
—¿Le habéis dado vino? —Inquirió con cierto reproche al menor de sus hermanos que lo miró sin comprender.
—Bueno... Sí... ¿Qué pasa? Dijo que necesitaba olvidar. —Se encogió de hombros.
Hermes suspiró y negó con la cabeza, nadie comprendía a todos los dioses cómo él, lo que querían, lo que necesitaban. Nadie entendía a Apolo como él. Al menos estaba aliviado, sólo era otro amorío frustrado, él tenía mucho de esos, saldría adelante aunque sufriría. Él era muy sensible sobre todo en el amor y lloraba mares de dolor como si no fueran lágrimas lo que cayeran, sino su propia sangre.
Tendría que pedirle a Eros que le diera reposo, el frágil corazón de Apolo no podría seguir así mucho tiempo. Hablaría con él.
—No podéis darle vino, Dioniso, el alcohol lo vuelve más melancólico... —Bajó la frecuencia de su voz y como vio que el dios del vino estaba muy afligido, alargó una mano hasta él y revolvió sus cabellos con delicadeza. Le tenía mucho cariño, lo había cuidado un tiempo mientras era una tierna criaturita. —Está bien, yo me encargo.
—Lo siento... —Le escuchó decir.
Hermes buscó a Apolo con la mirada, no necesitó demasiado tiempo para dar con él. Lo encontró tirado en el césped. Se había dejado crecer el cabello y este estaba esparcido por el verde prado, cada mechón era como fino hilo de oro y refulgía con fulgor. Debía llevar mucho rato allí, pues flores habían caído sobre él y el dorado se entremezclaba con un arcoíris de colores: flores rosas, lilas y blancas como si su cabello fuera un galaxia y las plantas los planetas que orbitaban alrededor. Todo orbitaba alrededor en realidad pues era el dios del sol.
El rostro no se lo vio, pero sostenía una botella de vino casi vacía en una de sus manos y miraba al infinito. Bajo él, flores de todos los tipos, probablemente una por cada lágrima pues eran doradas como él y tan hermosas que Hermes tenía planes de venderlas. Aun así se acercó a él como si se tratara de un animal herido.
Apolo lo miró entonces, sus ojos que eran como un arroyo en constante devenir estaban más cristalinos que nunca y las lágrimas caían sin cesar. Los párpados hinchados y las mejillas ruborizadas, también la nariz. Pese a eso su belleza le robó el aliento, había algo de bello en lo roto, en la tristeza, pero el mérito era del dios de la belleza.
—Idos, Hermes —Le dijo débilmente y le volvió el rostro como un niño ocultando su vergüenza.
—Apolo, venga. ¿Qué os pasa? ¿A qué viene tanto dolor? —Se sentó junto a él pero Apolo no quiso mirarle aún así.
Siempre sucedía, cuando estaba triste se volvía malhumorado y taciturno. Solía no querer ver a nadie y dedicarse al encierro por días, meses e incluso años. Hermes se dedicó a acariciar su cabello en silencio tan sólo haciéndole compañía mientras su hermano mayor sollozaba desconsolado. A veces las palabras no eran necesarias, eso era lo que muchos de sus compañeros dioses no entendían y se desesperaban con el llanto de Apolo, por lo que tendían a alejarse cuando necesitaba apoyo.
Hermes era paciente pues tampoco era tan terrible acompañarlo, el cabello del dios del sol era suave incluso más que el terciopelo y olía como a suave brisa y especies dulces como a canela, nuez y frutos secos. Le parecía encantador, envidiaba eso de él. El dios mensajero tenía que esforzarse en agradar y ser carismático, Apolo no necesitaba eso porque todos quedaban encantados con su sola presencia, claro que se granjeaba enemigos por doquier, pero eso era por su mal carácter.
Dioniso contemplaba la escena sorprendido, a él no le había dejado acercarse tanto, sólo le gruñía y le pedía otra botella de vino y a él ya no le quedaban más. En el Olimpo no.
Cuando Apolo estuvo más calmado, Hermes pensó que era buen momento para despertar sus sentidos, su pasión, por lo que sacó una flauta de pan (siempre llevaba una, eran muy útiles y las inventó él) y comenzó a improvisar una suave tonada que pretendía de algún modo poner ritmo a lo que el dios del sol sentía, de algún modo pretendía consolarlo. El dolor no se aliviaba con frases vacías como "anímate" o "mejorará pronto", no lo creía así. Había momentos para todo, no era el momento de frases inspiracionales, sino de desahogarse hasta que pudiera sentir alivio. Así que tocó, no era tan bueno como la persona a la que pretendía aliviar, pero lo intentaría.
Apolo se giró para mirarle, cerró los cansados ojos sintiendo la música fluir por su cuerpo y al cabo de un rato, sonrió al menos un poco.
—Es simple pero bonita, ¿Cómo se llama? —Susurró, la voz pegada al paladar, estaba ebrio aunque aún podía dialogar. Tenía mucho aguante.
—Se llama "La galaxia en ti". —Inventó al pensar en el cabello de Apolo y en las flores.
—Qué cursi.
Hermes se rio y asintió. Lo era, no lo había pensado bien, sin embargo Apolo parecía un poco menos arisco, lo suficiente como para que pudiera dialogar con él sin que medio Olimpo fuera destruido en uno de sus famosos ataques de ira (otro motivo por el cual la gente lo evitaba cuando estaba triste).
—Lo es. —Retiró la botella de vino de su mano tratando de ser sutil pero aun así él lo notó.
—Ehh, ¿Qué hacéis? Devolvedla. —Trató de recuperarla pero Hermes se la alejó lo suficiente.
—No. No más alcohol para vos —Le negó, aunque trató de emplear un tono suave, no autoritario, era más como el que empleaba su madre Leto y consiguió que él no rechistase aunque no estaba contento. —. Levantaos antes de que los otros dioses vengan y os vean así.
—Dejadme Hermes... Dejadme, voy a morir aquí de coma etílico y seré un bonito cadáver. —Desvarió él negándose a la posibilidad de desplazarse.
Hermes podría cargarlo, realmente dudaba que Apolo se fuera a quejar, pero la escena tampoco era alentadora para la reputación del Dios del sol. El Olimpo era todo sobre lucir amenazante y el respeto de los demás se perdía con facilidad. Eso bien lo sabía él que de vez en cuando tenía que hacer una maldad aunque no disfrutara con ello.
Dioniso abrió la boca con sorpresa y tiró la copa de vino que residía en sus manos como si la posibilidad de morir por alcohol lo aterrara. Hermes sonrió sólo un poco, no era como si algo así fuera a matar a un dios.
—Venga, Apolo... Peinaré vuestro cabello si venís conmigo y además os leeré mientras lo hago. —Le prometió.
A Apolo le gustaba que le peinasen el pelo pero no dejaba que cualquiera lo hiciera, sólo unos pocos y él estaba entre los elegidos. También le agradaba escuchar su voz, decía que narraba muy bien y tenía una voz atrapante. No creía que tanto como él, pero de vez en cuando le gustaba que Hermes recitase sus poemas para escucharlos en boca de otra persona.
El dios del sol le gruñó molesto pero se levantó por su propio pie, había bebido mucho a juzgar por la preocupación de Dioniso, mas todavía podía moverse por sí solo aunque con torpeza. Era buen bebedor, mejor que Hermes, pues este solía beber con Poseidón que bien podría beberse el mar de un trago.
Al pasar al lado de Dioniso le devolvió la botella aunque prácticamente estaba vacía. El dios del vino le gesticuló un "gracias" con los labios y Hermes tan sólo hizo un asentimiento de cabeza antes de marcharse junto a su hermano mayor. Lo llevó hasta sus aposentos que casi eran una galería de coleccionista, tenía de todo allí y cada hueco de pared era ocupado por estanterías qué el mismo había clavado ahí. Él lo llamaba "galería", Apolo "pocilga" y como estaba obsesionado con el orden no solía dejarlo entrar pues tenía la mala costumbre de agarrar una bolsa y empezar a tirarle todo lo que él considerase que no era de valor. Otras veces, se lo cambiaba todo de lugar, lo suyo era obsesivo. Le ordenó todas las túnicas por colores, y los libros también por tamaño: cada leja contenía libros de un tamaño determinado y se volvía loco si había uno que no encajara con ninguna categoría.
Entonces no, no lo dejaba entrar, sin embargo ahora no estaba animado como para tocar sus cosas. Sentó al dios del sol en la silla más bonita que tenía y frente al espejo y se dedicó a peinarle el cabello durante horas mientras le narraba la última obra que había leído. No siempre cuidaba tanto a Apolo, normalmente no, sólo cuando estaba tan triste. No le gustaba eso, un rostro tan hermoso como el suyo debía lucir una sonrisa siempre. Zeus tendría que perdonarlo por escaquearse de sus labores, pero comprendería que era conveniente.
El dios del sol era muy sentimental y cuando se lo obligaba a trabajar en un estado de inestabilidad, se volvía torpe en sus labores y volaba con su carro del sol demasiado bajo provocando incendios o causaba confusión y catástrofes dando a los mortales oscuras profecías que los sumergían en profunda desesperación. Si él estaba triste, todo alrededor se hundía en su dolor.
—¿Por qué, Hermes? —Susurró de repente interrumpiendo su narración. No respondió, lo dejó continuar. —¿Por qué nadie me quiere? ¿Soy tan terrible?
Hermes vaciló, de entre los dioses no era el más bondadoso eso seguro, pero era muy generoso y cariñoso con sus amantes. Ahora mismo no quería decirle que Eros se dedicaba a lanzar flechas de plomo que provocaban el desamor en todo aquel en el que Apolo ponía los ojos. Él debía saberlo, pero no convenía alimentar su odio ahora.
—¿Nadie va a amarme nunca? ¿No merezco ser amado? —Se lamentó y sollozó de nuevo, era tristeza pero el dolor no era tan intenso como hacía rato.
Hermes giró la silla para poder ver al dios del sol a la cara mientras este hablaba, su tristeza le afectaba a él también. Si el sol se apagaba, entonces todo moría.
—Eso no es así, Apolo. Mucha gente os ama. —Susurró, lo decía en serio no por complacerle o por detener su llanto.
Apolo esbozó una sonrisa sarcástica y negó con la cabeza, obcecado en su dolor no iba a ver más allá.
—¿Pues quién? La gente huye de mí, se transforman en árboles, en lagos, o me son infieles. Así que, ¿Quién? ¿Quién me ama? ¿Padre me ama? ¿La diosa del amor me ama? ¿El dios de la guerra? —Comenzó a desvariar él y notaba su tristeza se convertía en rabia de nuevo.
¿Para qué querrá que el dios de la guerra le ame? A mí no me gustaría Pensó teniendo escalofríos, pero entendía que solo hablaba precisamente de gente que lo odiaba o lo rechazaba. Hermes suspiró y posó las manos sobre el respaldo de la silla inclinándose sobre él.
—Yo os amo, Apolo. —Confesó, tal vez no era el tipo de amor apasionado que Apolo buscaba, pero era así. Lo amaba: le encantaba estar con él, disfrutaba a su alrededor, era divertido y la profesaba cariño como al que más y además lo deseaba. Pero, ¿Quién no deseaba a Apolo? Era el dios de la belleza, los dioses amaban la belleza sobre todas las cosas. Estaba seguro de que incluso Ares, que se autodenominaba heterosexual, era consciente de su encanto.
El dios del sol lo miró con sorpresa pero luego frunció el ceño molesto de nuevo.
—Mentís, vos siempre mentís —Rugió él con dolor y rabia —. Siempre le decís a todos lo que quieren escuchar y yo no soy la excepción.
Hermes suspiró, era verdad que hacía eso, tenía una cara para cada Dios y era complicado cuando estaban todos reunidos pero se las apañaba. Sin embargo ahora estaba diciendo la verdad. Era irónico que la gente a su alrededor creyera más sus mentiras que sus palabras honestas, tal vez porque se esforzaba más cuando engañaba.
—No mentiría con algo tan serio —Susurró de nuevo y llevó las manos al rostro de Apolo acunándolo. Él le volvió a mirar, se veía frágil, tal vez por el dolor, tal vez por el alcohol. —Os amo, Apolo.
—Bueno, pues yo no os creo —Bufó se estaba yendo a la ira de nuevo, era bastante voluble sobre todo cuando estaba herido —. No creo a nadie, ni a los dioses, ni a los malditos mortales y me voy a vengar y el mundo arderá en mi dolor.
Lo observó, era curioso cómo dejaba que sus emociones lo dominasen con tanta intensidad. Pero no quería eso, Apolo se sentiría peor después y quería que él le creyese, así que hizo lo más estúpido e impulsivo que se le pasó por la cabeza.
Terminó por inclinarse sobre él del todo y poseer los labios del dios, eran carnosos y suaves y sabían como a néctar de los dioses, que era una bebida dulce aunque anodina, su boca no era anodina sin embargo. Podría estar horas sólo besándolo, era incluso más apetecible de lo que había imaginado y tuvo que detenerse porque el deseo lo estaba ahogando de nuevo y si seguía iría a un punto sin retorno.
Cuando se separó Apolo lo miraba pasmado, no había correspondido y Hermes esperaba ser abofeteado (o peor), de hecho contaba con ello incluso antes de besarle. Tenía su ruta de escape prevista hacia los aposentos de Zeus y buscar amparo, porque aunque no se había medido con el dios del sol, creía que era más poderoso que él. En cierta ocasión le ganó en una carrera que era en lo que Hermes más se destacaba. Sin embargo, lo vio relamerse y aunque quiso huir, él lo sostuvo por la túnica. Estaba borracho, pero era absurdamente fuerte.
—No huyáis. —Le advirtió y Hermes lanzó una plegaria a quien le escuchara.
La cosa de Hermes era hacer una travesura, ocultarse y si era visto huir despavorido, a veces riendo, pero siempre huyendo porque le gustaba gastar bromas pero no asumir las consecuencias.
—Apolo, Apolo... Vamos a calmarnos —Le dijo esbozando una sonrisa conciliadora.
—Voy a tomar vuestro amor. —Declaró Apolo, no le estaba pidiendo permiso sólo asumiendo que haría lo que quisiera.
—¿Qué? —Parpadeó varias veces un consternado Hermes.
El dios mensajero abrió la boca para replicar, al parecer, eso vino bien a Apolo pues tiró de él y se apoderó de sus labios con avidez. Hermes lo había besado hacía rato con cariño, el dios del sol no. Más bien se apoderó de su boca demandante pues estaba furioso y dolido y parecía haber decidido verter su frustración en él. Cerró los ojos y lo permitió, aceptaría todo eso, todo lo que quisiera darle, lo tomaría y si alguien tenía que pagar por su dolor, estaba dispuesto a ser el primero.
Pronto la lengua de Apolo se abrió pasó en su boca y lo dominó aunque él tratase de imponerse de vuelta. Había olvidado lo autoritario que era, posesivo y controlador. Era hábil eso sí, lo tenía rozando el paraíso (si es que había tal cosa) sólo con su lengua. Sin embargo, y aunque se mostró dócil, hacía falta algo más para someterlo. Lo notó tirar de su túnica y él se vio forzado a sentarse sobre él pues probablemente (y conociéndole) no le gustaba que él tuviera una posición de superioridad sobre él.
Entonces, Apolo lo mordió y tiró de su labio inferior con tanta rudeza que líquido dorado comenzó a invadir su labio magullado. Fue más bien la excitación que el dolor lo que le hizo jadear leve, aunque bien pudo interpretarse como una queja, los dientes del dios del sol se sintieron como hilos de seda separando sus labios. Fue peor para su raciocinio cuando no contento con eso, también sintió su lengua lamerle el corte y arrastrar consigo el icor. Lo vio relamerse mientras esbozaba una sonrisa arrogante.
—Dulce —Repuso él mientras lo contemplaba como si quisiera comérselo entero y no estaba hablando de canibalismo —. Ya te tengo dios mensajero, ni siquiera pienses huir.
Hermes que estaba buscando posibles rutas de escape se tensó de inmediato, no sabía si es que era predecible o si es que estaba viendo el futuro, con Apolo nunca se sabía. Además no le pasaba desapercibido que había comenzado a tutearle.
—Apolo, estáis borracho, mañana os vais a arrepentir. —Dijo, desde luego él no se arrepentiría de besar al dios del sol, estaba completamente sobrio.
Apolo se rio y eso no solía significar nada bueno, no en esa situación al menos. Aun así sonaba celestial.
—De todos los dioses eres el más tierno, Hermes, no Dioniso, no Thanatos. Tú. —Declaró Apolo. Hermes no estaba seguro de cómo le hacía sentir eso —. ¿Crees que puedes declararme tu amor e irte de rositas?
—Pues... ¿Sí? —Se encogió de hombros esbozando una sonrisa sarcástica, estaba sorprendido, no esperaba que fuera a reaccionar de esa manera. Lo conocía, pero nunca lo había visto en ese ámbito. Parecía mucho más frágil y desvalido hacía rato y esa imagen lo había engañado por completo.
—No —Le negó Apolo —. Tomarás mi amor de vuelta —Declaró.
¿Qué significa eso? Se dijo Hermes, lo había entendido perfectamente sólo que no quería entenderlo. No estaba seguro de si le agradaba la situación o no, lo que sí es que no se estaba resistiendo todo lo que podía. Una parte de sí le decía, Si no es ahora, ¿Cuándo vas a tener al dios del sol?
No pudo hacer más planes, Apolo volvió a atacarle con fiereza. Si antes creía que estaba siendo posesivo, ahora realmente quería comérselo. Lo invadió como un colonizador y su lengua se apoderó de él, era frenético, tanto que Hermes fue lentamente dejándose llevar. Besaba muy bien, aunque era solo su boca la que él atacaba era como si sintiera sus labios recorrerle el cuerpo, era extraño.
Pronto ese pensamiento se materializó en forma de manos, no se conformó sólo con besarlo sino que lo recorrió con la yema de los dedos y el contacto hizo que se erizara. Eran las manos de un dios, no las de cualquiera, sino las del dios de la belleza y él ya había estado con Afrodita, pero ella no fue tan agresiva (activa sí, agresiva no tanto). La túnica de Hermes fue fuera íntegra y su piel blanca pero cálida quedó al descubierto.
Mas Hermes no se iba a quedar atrás tampoco en aquel tira y afloja, se quitó de encima de Apolo y él a su vez se levantó, entonces fue el mensajero el que recorrió aquel delicioso cuerpo escultural con los dedos hasta deshacerse de la ropa con pasmosa facilidad. Esta vez fue él el que lo besó, también podía hacer eso, y disfrutó con creces cuando se apoderó de su boca porque se sentía más hambriento que cualquier lobo. Tal vez fue por el alcohol que lo volvió más sensible, pero lo escuchó suspirar.
Ese sonido lo prendió más que un cristal a la luz del sol en medio de un bosque. No había marcha atrás, deseaba a Apolo más de lo que él mismo hubiera podido creer. La frenesí de pasión se apoderó de él y su racionalidad quedó apartada a un lado. Olvidó sus formas para con los dioses y en un rápido movimiento lo arrojó a la cama. Lo escuchó quejarse un poco, pero le dio igual, enseguida fue Hermes encima.
—Hermes... —Sonó como advertencia, no lo escuchó.
De hecho su boca fue buscando el mentón del contrario y le dedicó todo tipo de besos y pequeños bocados, llegó tras la oreja y sintió al otro estremecerse. Parecía sensible, desconocía si siempre era así o el alcohol había obrado milagros en él. Le daba igual, todo Apolo era un delicioso bocadito de cielo. Sus labios descendieron por su cuello, donde la mayoría eran sensibles, y se dedicó a probarlo con labios, lengua y dientes aunque no estaba tan demente como para dejar marcas duraderas en el dios del sol.
Aún así, su piel era muy suave y dulce y el olor lo tenía embriagado. Estaba lleno de lujuria, no ayudaba que él suspirara y se erizara. Las manos de él recorrieron su espalda trazando cada línea y las percibió como terciopelo. Mas no sé centró en eso y aprovechando que él estaba receptivo, siguió por su hombro y mordió la curva que unía cuello y hombro. Él suspiró.
Cada vez que hacía eso Hermes se llenaba de impaciencia, menos mal que tenía mucha paciencia. Siguió el recorrido por su pecho deleitándose con aquellos pectorales de ensueño, bien trabajados pues Apolo era arquero y adoraba el deporte también. No tenía suficiente de esa piel blanca pero tostada como si el sol la hubiera besado y ahora Hermes tomara el relevo.
Fue travieso y rozó con los labios un pezón, lo notó tensarse pero suspiró de nuevo. Sonaba tan dulce que quiso seguir.
—Hermes —Le avisó de nuevo. No lo escuchó.
Fue incluso más atrevido y lo lamió. Era rosado y se endureció, no se detuvo sin embargo porque mientras disfrutará Apolo era inofensivo y él sólo se estaba aprovechando un poco de que estaba ebrio y vulnerable. Mañana podría tener problemas, ahora le daba igual.
Apolo se volvió algo más sensible y lo notó porque estaba menos tenso y su espalda se arqueó ligeramente, además de los continuos suspiros. Sentía cada uno de ellos clavarse en él y recorrerle el cuerpo hasta sumirlo en dulce desesperación, quería tomarlo allí mismo contra la cama, sobre él.
Con una mano trazó la línea desde sus pectorales hasta su bajo vientre, lento, acariciándolo, tentándolo. El sexo iba mucho sobra la seducción y de hecho lo notó erizarse en anticipación, estaba reaccionando muy bien, era lindo y tierno. Cuando lo rodeó con una mano, apenas tuvo que tocarlo un poco para que el dejara salir un poco de su voz, menos aire y más melodía.
—Qué lindo, Apolo —Le dijo él y sonrió de medio lado, no pudo evitarlo. —. Hazlo de nuevo.
—Cállate, capullo —Rugió molesto el Dios del sol entre frustrado y excitado —. Sólo espera y voy a...
Sus amenazas se convirtieron en nuevos gemidos cuando Hermes succionó su rosado botón y tuvo de nuevo al dios del sol delirando. No se conformó sólo con eso y además también comenzó a darle estímulo a esa parte suya. Apolo le enterró los dedos en la cintura y estaba seguro de que eso sí dejaría marcas, incluso las yemas emitían más calor del que debieran y dejarían quemadura pero no era nada tan insufrible. Debía estar sintiéndose tan bien que no podía dominarse.
Probó incluso más y mordió dicho pezón suave, sólo tirando un poco con los dientes. Lo siguiente que supo es que se estremeció bajo él y gimió tan dulce que él mismo notó palpitaciones en su bajo vientre. Ahora quería saber qué clase de expresión hacía, pero no desatendió ese pezón y jugó con él con los dedos. Estaba mojado y era suave como todo él.
Subió la mirada a su rostro, casi fue él el que se derritió. Aquellos labios que eran del color de las moras entreabiertos en desesperación, los ojos llenos de delirante placer y más cristalinos que nunca como si fuera a llorar o tuviera fiebre y las mejillas teñidas de un rojo tan vivo que se convirtió en su color favorito.
No pudo resistirse a aquella encantadora escena, así que se apoderó de sus labios con desbordante pasión. El vaso indicador de su autocontrol estaba a rebosar y no había espacio para los pensamientos racionales. Besó aquella boca para hacerle saber que ahora le pertenecía, mañana no sabía, ahora sí. Apolo correspondió e incluso lo notó más sensible a lo que sus manos hacían, debía prenderle besar como lo que más.
Y no iba a permitir que el Dios del sol se viniera aún (aunque los dioses tenían mucho más aguante que los mortales) porque le gustaba jugar. Sin embargo quería ver su cara mientras se derretía, así que cuando lo notó cerca abandonó sus labios, no sin antes deslizar su lengua sobre ellos. Llegó pues, Apolo jadeó y sus dedos se hundieron incluso más en su maltratada piel.
Hermes se ruborizó, él nunca se ruborizaba nada más que cuando se hartaba de reír, pero la mezcla de alivio, placer y desesperación plasmada en aquel rostro que parecía esculpido a base de todo lo que estaba bien en ese mundo, pudo con él y hasta tuvo un escalofrío como si el del orgasmo fuera él y no Apolo. El aludido además posó sus ojos sobre él y suspiró un suave pero dulce "Hermes" antes de terminar, estaba seguro de que lo había hecho a propósito.
Sus sospechas se confirmaron cuando la expresión de deleite de su hermano mayor, se tornó más oscura y salvaje, como si estuviera planeando algo perverso. Los efectos del alcohol debían estar abandonándolo. Oh no, no, no, hora de escapar eso se propuso, lo habría hecho de no ser porque Apolo cerró los dedos entorno a su cabello y no precisamente de forma delicada (como otras veces).
—Ni siquiera lo pienses, Hermes. —Esta vez ni siquiera sonó como una amenaza, más bien era una declaración de intenciones.
Hermes fue a decir algo ingenioso pero su comentario fue ahogado por un quejido cuando Apolo le pegó un tirón en el cabello. Cuando quiso darse cuenta su espalda se encontraba contra el colchón y su hermano mayor sentado a horcajadas sobre él. Además se tomó la libertad de aprisionar sus manos con las propias mientras se inclinaba sobre él, una sonrisa una mezcla entre sádica y perversa y el dorado cabello le cosquilleó el torso, realmente se lo había dejado crecer aquella vez.
—Estabas pensando en tomarme, ¿Verdad, Hermes? —Preguntó entrecerrando los ojos y rozó sus labios con los de él —. En cómo sería estar dentro de mí y hacerme tuyo, ¿No, hermanito?
Esto se está poniendo un poco peliagudo, ¿O me lo estoy imaginando? Pensó Hermes trazando nuevas rutas de escape. Con Apolo encima era un poco complicado, no era fácil y menos si él se dedicaba a indagar en el futuro como parecía estar haciendo desde hacía rato.
—Qué va, te juro que no lo he pensado ni por un momento —Dijo todo lo convincente que podía sonar en esa situación, incluso esbozó su sonrisa más conciliadora. —. Con lo que yo te respeto, ¿Cómo se me ocurriría? Eres mi hermano mayor favorito, ya lo sabes. —Añadió, aunque le decía a todos lo mismo cuando era para Apolo en realidad era genuino.
El dios del sol se rio, definitivamente no estaba comprando sus mentiras en absoluto, tampoco lo culpaba. Hermes tenía claras intenciones de tomarlo y lo habría hecho si no se hubiera dejado llevar y hubiera mantenido a Apolo en la frustración de no acabar, pero fue impulsivo. ¿Quién podía culparle? Sólo quiso ver cómo era el dios del sol cuando se quemaba hasta derramarse.
—Qué cerdo, pero bien. Me place —Exclamó Apolo y se restregó contra su cuerpo —. ¿Sabes? Los chicos lindos como tú que creen que pueden poseerme... Me gusta jugar con ellos. —Susurró y esta vez lo que se paseó por sus labios fue su lengua. Hermes tuvo un escalofrío, no tenía claro si le excitaba o le horrorizaba, porque el peligro siempre tenía un dejo de seducción, pero si se quedaba allí no tardaría mucho en averiguarlo.
—¿Qué dices? Yo no soy NADA lindo. De todos los dioses, el menos lindo. Yo creo que hasta Hefesto es más lindo que yo —Comentó él tratando de persuadirlo de algún modo —. ¿Por qué no mejor pruebas con el dios de la guerra? Es más lindo, es súper lindo. Y cuando le dices que es un niño bonito, se enfada terrible. Dan ganas de aplastarle la cabeza contra la almohada, ¿O no? Además, seguro que vas a poder con él, yo le gané en un combate de boxeo y tú eres más fuerte que yo, ¡Y si no! Pues lo emborrachas y así seguro que sí. Yo te ayudo, te consigo afrodisiaco o lo que haga falta. Y si no, vamos a por el dios de la muerte pacífica, será fácil, muy fácil, hasta a mí me tienta la idea. Ya sé, te dejo que lo tomes primero y luego voy yo.
—Mucho texto —Soltó de repente Apolo con una sonrisa socarrona —. Te quiero a ti, te tendré a ti.
Apolo soltó una de sus manos y trató de aprisionarlo sólo con una, él pensó que era su oportunidad de escapar pues con una solo difícilmente lo contendría pero enseguida una cinta dorada anudó sus manos tan juntas que no pudo moverlas ni un poco. Cuando trató de soltarse, se dio cuenta de que estaba atada al cabezal de la cama. Al parecer su amante la había conjurado.
—¿Qué haceees? —Le recriminó al instante, su hermano se estaba poniendo realmente intenso. Se preguntaba si era así con todos sus pretendientes o sólo con él.
—¿Qué crees que hago, Hermes? —Le dijo sonriente. —. No vas a volar a ninguna parte y ya me has tocado suficiente. Ahora te voy a tocar yo —Se rio de nuevo, todavía debía estar ebrio porque Apolo no era tan risueño y menos cuando estaba molesto.
Se inclinó sobre él y sus labios se dirigieron directos a su cuello, sólo que él no fue tan gentil. Devoraba cada centímetro de su piel como si se sintiera caníbal, lamía, mordía y besaba con sus labios de mora cada espacio de su piel. Hermes se mordió el labio y echó la cabeza hacia atrás, una mezcla de adrenalina y excitación recorría cada poro de su piel, pero por más tentador que fuera, no se quería quedar a averiguar el final.
—Debo irme... Tengo una reunión importante con... ZeUS. —Ahogó un jadeo, iba a matar a Apolo, había sonado como si gimiera el nombre del soberano, justo se había esperado a que empezara a hablar para morderle como un animal. ¿Lo peor? Le gustó.
—Pues que espere, yo también tengo una reunión importante contigo y no puede aplazarse. —Lo miraba como con los ojos enloquecidos, no sabía si quería tener sexo con él o matarlo o las dos cosas. Era un poco preocupante.
—Apolo, Apolo, Apolo —Lo llamó para ver si así reaccionaba—. ¿Qué te tengo dicho? No estás siendo naaaada, asertivo, ¿Eh? Así no es como funcionan las cosas. Hay que pedirlo por favor y pensar en los sentimientos de los demás.
Apolo lo fulminó con la mirada, estaba seguro de que de haber sido un mortal se habría convertido en polvo.
—Por favor, ¿Puedes cerrar ese PUÑETERO POZO DE MIERDA QUE TIENES EN MEDIO DE LA CARA? —Le dijo Apolo y luego se calmó de nuevo. —. Gracias.
Hermes arqueó una ceja queriendo discrepar.
—A ver, no sé qué entiendes por "en medio" pero definitivamente no tengo la boca en medio, tendría que estar como a la altura de la nariz y es evidente que no está ahí, yo creo que sigues borracho, ¿Eh? —Empezó a decir él que no callaba nunca. —, y la metáfora me ha parecido un poco simple y sin gracia para venir de ti, yo habría dicho algo más como...
Podría decir que Apolo lo calló con un beso, pero eso ni beso era. Más bien fue como si colara su lengua hasta la tráquea y le besara como si quisiera comérselo empezando por la boca. Su lengua se deslizaba en el interior tan posesiva y frenética que Hermes no pudo evitar jadear, podría estar furioso pero besaba estúpidamente bien y al dios mensajero también le sucedía que su boca parecía conectada con el resto de su cuerpo.
Lo besaba en la boca pero los cosquilleos lo recorrían por completo y la tensión comenzaba desaparecer como si su calor lentamente desentumeciera sus músculos. Sus manos comenzaron a recorrerle el cuerpo, repartió caricias que mandaban sensaciones pecaminosas a su mente, y ya no sabía dónde sentía nada: si en la boca, en el cuerpo o en la cabeza, pero el cerebro se le estaba desconectando de la realidad. Apolo mordió su labio de nuevo y se separó para mirarlo complacido.
—Qué lindo, Hermes —Dijo mofándose porque era un maldito vengativo. —. Venga, gime un poco que te escuche tu hermano mayor.
—Ni hablar. —Se negó, estaba completamente sobrio y no pensaba gemir y menos por él.
Apolo le dedicó una mirada imperativa y no tuvo tiempo de ver lo que hacía, sólo sintió algo presionar contra la punta de su erección, fue tan sorpresivo y él estaba tan excitado (más de lo que él mismo pensaba) que la voz se le escapó. Fue como si su dedo hubiera penetrado justo donde un hombre se sentía mejor aunque tan sólo lo acarició un poco.
—¿Qué dijiste? ¿No te oí? —Dijo él y lo notó presionar de nuevo esta vez arrastró el dedo además y Hermes no lo pudo evitar. Era demasiado. Ese capullo estaba haciendo lo que le apetecía con su cuerpo. —Ah, eso pensaba.
—Capullo. —Se quejó.
—Eso no es asertivo, Hermes, tienes que pedir las cosas por favor y pensar en los sentimientos de los demás.
Hermes rugió molesto, no le gustaba cuando tomaban sus palabras y las volvían en su contra. Las palabras eran poderosas, eso bien lo sabía el dios frente a sí que era el de las artes. Estaba molesto con Apolo y molesto consigo mismo por estar tan excitado en una situación como aquella, pero no todos los días uno tenía a uno de los dos dioses de la belleza sobre él dándole placer. Debía tener la mente enferma, pasar rato con Dioniso no le hacía bien.
No tuvo tiempo de gruñir más cuando Apolo dio por finalizada la conversación y decidió llenar su pecho con más besos y mordiscos que dejarían marcas por todas partes. Hermes se acabó rindiendo un poco y cerrando los ojos, reconocía que no se estaba resistiendo todo lo que podía. Era sólo su orgullo lo que seguía trazando rutas de escape, porque la cabeza la tenía desconectada de todo sentido lógico.
Notó cosquilleos recorrerle cuando se encontró en su bajo vientre, no obstante él lo rodeó y no pudo evitar gruñir en frustración. Llevaba un buen rato excitado, justo desde que tiró a Apolo a la cama y se montó encima, quería un poco de alivio. Aunque incluso dejó de pensar en eso cuando comenzó a recibir atención en su muslo derecho, no sabía que los suyos particularmente eran tan sensibles, sobre todo en la parte interna. Tal vez debido a que nadie le había puesto atención a esa zona es que no podía evitar jadear y tensarse.
Se derretía por momentos, sin embargo el dios del sol no se detuvo, fue a por el otro muslo y repitió el mismo proceso. A estas alturas, sus labios estaban más maltratados que cualquier zona mordida por el contrario, ya que Hermes cerraba sus dientes alrededor del inferior cada vez que era demasiado.
—Apolo... —Susurró anhelante.
—Ya sé —Le contestó. —. Te tomaré ahora, Hermes.
Hermes se sorprendió demasiado, pero blando y manso como estaba apenas pudo negarse en condiciones.
—No —Se negó de nuevo. —. Eso no.
Apolo subió de nuevo hasta su boca y depositó otro beso en ellos, pero esta vez fue mucho más delicado, suave, como si deseara atesorarlo, fue raro y él estaba muy sensible ahora. Se quebró un poco.
—Sólo los dedos y dejaré que termines, ¿Bien?
—Bien, solo los dedos. —Insistió él.
Apolo le dedicó una sonrisa tierna y otra vez depositó otro beso azucarado sobre sus labios, un poco más largo, coló la lengua, no torturándolo, no poseyéndolo, solo con tanta ternura que Hermes no creyó que fuera el mismo de hacía rato. Se sintió cálido y deseando ser querido por él, aunque en realidad no albergase ese tipo de sentimientos por su hermano.
—Lámelos. —Llevó los dedos a la boca.
Hermes dejó paso a sus dedos y los lamió, no fue tan difícil sólo tuvo que pensar que se trataba de toda la extensión de Apolo, en realidad eso lo prendió más de lo que debía, lo que no tanto es lo que venía a continuación. No estaba seguro, nunca había tenido nada dentro pero a esas alturas estaba un poco desesperado.
Apolo debió notar que estaba tenso y lo remedió con más besos tiernos que lo sumergieron en brumas, un espacio donde su cuerpo no pesaba nada y podía alcanzar el cielo solo con la punta de los dedos. Era cálido, quería un poco más de eso. Así que el primer dedo entró y era raro y un poco desagradable y la verdad quiso que lo sacara de inmediato, mas su amante intensificó el beso y se volvió más demandante. Hermes sólo pudo corresponder, su calidez le quemaba y no porque fuera el dios del sol.
Abrió los ojos con sorpresa cuando Apolo consiguió alcanzar el punto dulce dentro de él. Gimió, una mezcla de desesperación y placer. No había experimentado nada parecido, era como si cada vez que golpeaba contra esa zona se deshiciera. Mierda, maldita seaaa Se dijo a sí mismo al darse cuenta de que hasta su orgullo se estaba desconectando poco a poco, y comprendió que el dios del sol planeaba tomarlo de igual modo, sólo estaba esperando a que estuviera lo suficientemente blando para que incluso él no pudiera negarse. Pero ya qué.
Esa era la última barrera y cayó por su propio peso, no se molestó en contener la voz siquiera. Se sentía bien, tan bien que seguro era un pecado y por eso la mayoría de dioses (no Dioniso) no tenían ese tipo de relaciones entre ellos. Estaba en un perpetuo y agonioso estado de éxtasis y no fue a mejor cuando el segundo dedo entró en acción. Era extraño, como si delirase y Apolo lo tuviera en la punta de sus dedos, realmente podría hacer lo que quisiera a partir de ahí, no estaba en posición de resistirse, ni siquiera el alcohol lo dejaba en ese estado de indefensión. Pero ya qué, quería más de eso, lo quería ahora.
Apolo además se lamió los dedos de la otra mano justo para darle estímulo en uno de los pezones, y era justo lo que necesitaba para prolongar esa dulce tortura, se estaba vengando con creces. Jugaba con él con los dedos y justo cuando tocaba ese punto dulce dentro de él, se lo pellizcaba, unas veces con delicadeza y otras más brusco.
A estas alturas le daba igual todo, quería terminar a cualquier costo, de cualquier modo.
—Apolo... Métemela ya de una vez —Le rogó entre furioso y excitado.
Apolo le sonrió complacido y sus ojos cristalinos se llenaron de júbilo, se inclinó sobre él de nuevo y lo besó, suave, lento... Más tortura, quería esa tortura.
—Eres muy lindo, Hermes —Le repitió de nuevo y esa vez no sonó como si se vengara —, más que todos mis amantes, muy lindo. —Reconoció, pero Hermes no se sintió halagado, ¿O sí?
—Lo dices porque todos tus amantes varones son hombres —Bufó, claro que era más bonito a efectos prácticos. Apolo sólo siguió sonriendo.
—Te lo daré, Hermes. Te lo daré porque soy magnánimo. —Dijo orgulloso. Estaba siendo egocéntrico de nuevo.
—Jódete.
Lo escuchó reírse antes de que empezara a posicionarse entre sus piernas. Se llevó las del dios mensajero a los hombros y Hermes no se tensó apenas, porque ni siquiera podía pensar con claridad, estaba deseándolo. Deseando que otro hombre lo tomara.
Cuando entró, no fue tan difícil como cabía esperar, tal vez porque Apolo había estado un buen rato dilatándolo y fue raro tener al dios de la belleza dentro. Fue muy raro, tampoco tuvo tiempo a replanteárselo, al parecer él también estaba muy excitado y ni siquiera pudo esperar lo suficiente a que se acostumbrase. Por lo que comenzó a embestirlo y le dolió un poco al principio, pero también le hizo daño cuando sus dedos lo quemaron anteriormente y él había disfrutado eso y ahora estaba disfrutando que lo lastimara un poco.
Sin embargo no tardó demasiado en acostumbrarse, estaba hundiéndose lento en el océano de los ojos de Apolo que lo veían con abrasador deseo, al punto de no poder dominarse tampoco. Estaba siendo bruto, impaciente. A Hermes no le gustaba que lo hiriesen, sin embargo tomó eso y deseó más confundiendo lo que era placer y dolor. En pequeñas dosis podía ser incluso estimulante, lo sabía pero no lo había comprobado (hasta ahora).
Placer, desesperación y un poco de dolor eran la fórmula que tenían al mensajero rogando por más y más intenso. No lo pidió, pero Apolo debía entenderlo sin que lo dijera porque aumentaba la intensidad, o tal vez eran sus ansias. Estaba seguro de que estaba siendo mucho más brusco con él que con sus otros amantes. Hermes podía tomar eso, lo estaba haciendo porque era muy bueno, también era malo y doloroso. ¿Cómo podía algo así ser placentero? Apolo realmente le había hecho un desastre en la cabeza.
No supo cómo, pero su primer orgasmo llegó sin más estimulación que la de su próstata, aunque no era algo común. Fue tan intenso que tuvo la sensación de desmayarse, sólo eso, realmente no iba a quebrarse con tan poco. Apolo se vino poco después y dentro, pero le dio igual (aunque lo recordaría a la mañana siguiente).
Pensó que eso sería todo, no lo fue. Al menos tuvo la consideración de dejar un poco de espacio antes de que el dios del sol volviera a la carga y Hermes lanzó un gemido lastimero pero se volvió a hundir en la desesperación y el deseo.
Apolo lo tomó una y otra y otra y otra vez, pues los inmortales tenían mucho más aguante que un mortal, hasta que quedó satisfecho o hasta que el mensajero no pudo lidiar con más. Ya no recordaba, aunque con toda seguridad se durmió en cuanto tuvo oportunidad.
Normalmente no era así, pero no estaba acostumbrado a que otro hombre lo tomase y menos con tanta intensidad. Así que sí, se durmió de modo que casi pareció perder la conciencia.
A la mañana siguiente, Apolo se despertó pronto, muy pronto pues después de todo era el dios del sol y no iba a amanecer hasta que él surcara el cielo con su carro. Lo hizo aturdido, todavía aletargado, y una profunda jaqueca lo martilleaba, también notaba la lengua pegada al paladar. Tenía resaca, era raro que a los dioses les pasara pero él había bebido demasiado, al punto de que Dioniso se asustara, tendría que disculparse con él después.
Pero, ¿Por qué había bebido tanto? Los recuerdos de su reciente desgracia volvieron solos pero antes de que esa realidad lo golpeara con rudeza, escuchó la pesada respiración de otra persona a su lado. Se volvió confuso y vio a Hermes desnudo y lleno de marcas por todas partes, lo cual lo confundió aún más. ¿Qué hacía ese idiota desnudo en su cama? No entendía nada, además tenía las manos atadas.
¿Qué narices pasó ayer? Se preguntó demasiado sorprendido. Cerró los ojos y pequeñas imágenes volvieron. Vio a Hermes llevarlo allí, peinar su cabello y luego decirle que lo amaba y besarle. También lo vio sobre él haciendo lo que le dio la gana con su cuerpo mientras él estaba ebrio, ese capullo, tuvo ganas de patearlo fuera de la cama, aunque no estaba tan furioso como cabría esperar si otro dios se hubiera atrevido a hacerle algo así.
Más imágenes lo golpearon, ahora estaba él sobre Hermes y él lucía tan indefenso y lleno de júbilo a la vez que Apolo sintió que quería tomarlo de nuevo pero estando sobrio. Lo estaba recordando, realmente había sido muy bruto con él y nunca era así, estaba frustrado, ebrio y había dejado que el deseo hacia su hermano menor tomara las riendas de la situación. Porque sí, no bromeaba cuando le dijo que de todos los dioses consideraba que él era el más lindo. No Dioniso, No Thanatos y por supuesto nada del dios de la guerra.
Hermes era muy hermoso, siempre había querido poseerlo, no porque lo amase era simple lujuria y entendía que su hermano se refería a lo mismo cuando le dijo que "lo amaba", sólo que estaba borracho y entendió lo que quiso entender. Era imposible que él estuviera enamorado, lo había visto así y no lo miraba del mismo modo que a sus amantes.
El dios mensajero era un dios travieso y tenía una sonrisa magnética, así que sí, quiso tomarlo muchas veces pero no era tan fácil. Ningún Dios hombre iba a ofrecer libremente su trasero a otro Dios (menos Dioniso pero así no tenía gracia). Así que abandonó esos intentos, pero Hermes, el solito, había ido a meterse a la guarida del lobo y mientras Apolo estaba BORRACHO. Debían gustarle las emociones fuertes.
Iba a marcar ese día en el calendario porque no creía que fuera a tener tanta suerte de verse en la misma dos veces. Además tenía la excusa perfecta porque estaba ebrio a más no poder y Hermes fue el que lo empezó todo, nadie podía juzgarlo, estaba seguro de que hasta Zeus se pondría de su lado aunque dudaba seriamente que el dios mensajero lo quisiera ir pregonando por ahí. ¿Estaría enfadado?
De cualquier modo, lo liberó de la cuerda dorada, se había pasado con eso también y sus muñecas estaban lastimadas. Eso pareció despertar a Hermes que lo miró aletargado con su cabello como dulce caramelo hecho una maraña.
—Apolo... —Repuso y bostezó como si cualquier cosa— ¡Apolo! —Se dio cuenta de repente —¡De verdad puedo explicároslo todo! —Repuso alarmado y se acarició las muñecas. Bueno no parecía enfadado.
Apolo se rio.
—No hace falta, me acuerdo de todo —Dijo, mentón erguido pues estaba muy orgulloso de la hazaña aunque por el camino Hermes se hubiera aprovechado un poco de él—. Mira que ofrecerme el trasero del dios de la guerra, ¡¿Quién comería cerdo teniendo ternera?!
—¡Perdonad! ¡Pero yo ternera no soy! ¡Por lo menos buey y de la mejor calidad! ¿Por quién me tomáis? —Repuso Hermes muy ofendido, parecía de buen humor pese a todo.
Apolo vaciló.
—No sé, estaba muy borracho, a mí me pareció ternera —Se llevó una mano al mentón meditabundo —, si me dejarais probar de nuevo, comprobaría si es buey. —Tiró por su suerte.
No creía que viviría para ver ese momento pero Hermes enrojeció.
—¡De ninguna manera! ¡Os quiero lejos de mi trasero, maldito sádico! ¡A pesar de que era mi primera vez! —Se lamentó él.
Apolo abrió los ojos como platos, eso sí que no se lo esperaba. ¿Cómo que era la primera vez de su hermano menor y él había hecho todo eso con él? Así que nadie antes lo había poseído, eso era interesante y también lo hizo sentir culpable.
—Mieeerda —Maldijo Apolo, había sido un hermano mayor terrible —. No sabéis cuánto lo lamento, os recompensaré.
—¡Más os vale! Os voy a cobrar lo nunca cobrado, y como no me paguéis os hundo la vida —Le advirtió, Apolo supo que no estaba bromeando —. Me junto con el dios del deseo y con su maldad y mi creatividad te hundimos la vida, que me llevo muy bien con él.
Se lo creía, Hermes se llevaba bien con todo el mundo, no entendía por qué tenía que resaltarlo siempre como si fuera algo sorprendente. Incluso así de molesto y airado, Apolo pensó de todos modos que era lindo.
—¿Qué sois una furcia ahora? —Arqueó una ceja.
—¡Pues sí! ¡Pues sí! Y por vuestra culpa, así que pagadme. —Le gruñó. Tampoco creía que viviría para ver a Hermes tan airado siempre estaba contento, ahora se parecía a Ares pero una versión más bajita y mona y no tan irritante. Porque cuando Ares gritaba se enteraban hasta los mortales. Literalmente ese tipo podía gritar con la misma potencia que diez hombres a la vez.
—Vaaaaale, he sido horrible —Reconoció él, pero abrazó de todos modos a Hermes y este se tensó aunque Apolo sólo estaba cariñoso. —¿Me perdonáis, hermanito del alma?
—De ningún modo, lo voy a recordar siempre —Amenazó y supo que esta vez no hablaba en serio porque lo conocía. —, y cuando padre me pregunte "Oye, Hermes, ¿Qué hacemos con Apolo?" —Dijo, Hermes podía imitar prácticamente todas las voces, la de Zeus no era una excepción —, yo diré, ¿A ese? ¡A ese perro ni agua! ¡Más vale diez veces apaleado y sobre la tierra sepultado, ni el sol lo podría haber encontrado y los gusanos rápidamente lo habrían devorado!
A Apolo le hizo gracia aquello pues lo estaba maldiciendo en verso, aunque todo estuviera mal con esa composición. Se dedicó a acariciarle un poco el cabello antes de que el airado Hermes se apartara. Parecía más tranquilo después de haber soltado toda esa bilis.
—Ah —Repuso Hermes de pronto serenado —. Ni una palabra de esto a nadie —Y eso sí era una clara amenaza.
Apolo simuló que su boca era una cremallera y la cerró, luego tiró la llave imaginaria. Cuando guardaba un secreto, lo hacía de verdad, no como Hermes que si salía un comprador de esa información bien podría vender a todos menos a Zeus. Probablemente vendería incluso a Dioniso aunque quien comprase eso realmente debía estar urgido, porque a más aprecio le tenía al Dios, mayor era el precio de su traición.
Aunque no sabía si podría llamarse traición, ya era de ser idiota ir a contarle al consejero de Zeus algo que se deseaba que nadie supiera sabiendo que lo primero que haría sería contárselo al soberano si es que este no lo sabía ya. Vale, no era como Helios (la personificación del sol) que contaba los chismes por diversión, y hasta podía llevarse un secreto a la tumba si es que nadie preguntaba o le pagaba lo que él estipulaba, pero desde luego no era el mejor guardando confidencias.
—¿Os vais? —Arqueó una ceja, Hermes se volvió hacia él —. Creo que sería mejor que os ducharais antes... —Trató de tener tacto, Apolo había terminado muchas veces y todas dentro de Hermes, podría querer limpiarse primero.
Hermes le dedicó una mirada airada y se fue a ducharse, Apolo sólo se rio cuando él ya no estaba mirando.
—Definitivamente marcaré este día en mi calendario —Y tarareó porque estaba contento, era la melodía que Hermes improvisó para él, era en realidad pegadiza, le pondría letra. "La galaxia en ti" , el nombre era cursi y probablemente los mortales no lo comprenderían porque no sabían nada del universo aún. Pero le gustaba la melodía.
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