Las cosas que Steve y Tony jamás perdieron
Volvía el otoño, las hojas caían con un bamboleo sobre las piedras del camino que cubrían de naranja y cobre. El viento era más frío, más que otros años. Los rostros eran más difusos, las voces más huecas. Todo parecía ir de manera lenta y tortuosa, particularmente ese día. Imposible evadir la fecha pese a sus nuevos proyectos y la engorrosa tarea de terminar con la venta de la casa. Tony no tuvo manera de impedirle a sus pies llevarle por el puente, cruzar el parque, terminar en aquel barrio tranquilo y modesto en cuya esquina estaba aquel café, no había gente como solía ser en aquellas horas pasado el mediodía, para la noche lo estaría. Lo sabía porque antes lo visitaba... cuando estaba con Steve.
Aquel día lo tenía presente en calendario, celular y pendientes –mismos que tuvo que borrar- porque era su aniversario, cuando se conocieron por primera vez. Steve llegó perdido cual cachorro y habló con él, sus ojos azules pidiendo direcciones que estaban muy lejos de aquella cafetería. Hablaron como si fueran conocidos de toda la vida hasta que el propio dueño del café tuvo que pedirles que se retiraran porque iba a cerrar. Memorias dulces que se convertían en hiel mientras tomaba asiento en la misma mesa dese aquel día por quince años... ¿dieciséis? Miró su taza de café humeante que reflejó su rostro triste, cerrando sus ojos después. Tenía que dejarlo ir, la casa que había llamado hogar estaba vendida, el Doctor Banner le había ofrecido una plaza de investigación que ya había aceptado, se mudaría. El mundo tenía que seguir.
-Disculpa, ¿de qué es tu café?
Tony abrió sus ojos, sintiendo su corazón latir cual caballo desbocado al escuchar la voz de Steve hablarle, levantando su rostro para confirmar que no había sufrido un derrame cerebral que estuviera causándole una alucinación desesperada. Ahí estaba, con su camisa que resaltaba ese cuerpo atlético, sus cabellos rubios bien peinados, unos jeans y esa sonrisa amada. Apretó sus dientes en un esfuerzo por no llorar, no quebrarse en pleno café frente a quien ya no le conocía, pero acababa de pronunciar las mismas palabras con que se conocieran ahí mismo, hace tantos años que los tallos sembrados en la acera ahora eran árboles.
-E-Es... -tartamudeó, aclarándose su garganta- ... solo un café...
-Para ser solo un café, huele demasiado bien –Steve le tendió una mano sin dejar de sonreírle, al tiempo que tomaba asiento frente a él- Steve Rogers.
-Anthony –jadeó, saludando más por inercia, sintiendo sus ojos arder- Anthony Stark... ¿Qué está sucediendo?
Steve le miró fijamente, notando esas lágrimas que deseaban escapar. Tuvo que despegar la vista de su rostro para sacar una libreta maltrecha, una bitácora personal que levantó a la altura de su rostro.
-Está aquí.
Las lágrimas de Tony corrieron por sus mejillas, mirando su café, con sus manos cerrándose con fuerza.
-No lo recuerdas.
-No, pero no lo necesito.
-¿Eh?
Vino de nuevo esa sonrisa y esos ojos llenos de alegría. –No tiene caso llorar por lo perdido, lamentar lo que ya no volverá. Prefiero verlo como una segunda oportunidad, para hacer lo que no hice antes.
-No entiendo.
-Será la primera vez y eso me alegra –rió Steve, permitiendo que la mesera a quien había pedido su café lo dejara al fin en la mesa, donde recargó sus codos al inclinarse hacia Tony- Me enteré de que has ingresado al selecto grupo de científicos que desarrollarán un nuevo telescopio espacial.
-Yo...
-Es la oportunidad de tu vida.
Tony frunció su ceño, encogiéndose de hombros al bajar su mirada a su taza que giró entre sus inquietas manos. No sabía qué estaba sucediendo ni qué estaba tramando Steve, quien no dejaba de verle y eso mantenía acelerado su corazón. Una mano fuerte atrapó una de las suyas, obligándole a mirar de nuevo ese rostro que no podía olvidar.
-Tengo una que otra idea sobre cómo tomar fotografías, me parece que puede ayudarte mucho en tu proyecto. Es decir, hacen muy buenos telescopios, pero las imágenes que capturan les falta un poco más de técnica, ¿no crees? La ciencia no está reñida con el arte.
-Steve... -Tony abrió sus ojos, sintiendo nuevas lágrimas.
-Un día, aquí me diste todo de ti para hacer de mí una estrella, me diste tus propias alas para que yo volara a lo más alto. Y eso se perdió. Pero me doy cuenta que puedo volver a comenzar, quiero iniciar una vez más, con lo poco que tengo, lo poco que recuerdo, y todo eso deseo que sea por completo para ti. Ahora es tu momento de volar, Tony, esta vez yo te daré mis alas.
La mano de Tony apretó la de Steve, el azul de sus ojos cobró intensidad por sus propias lágrimas. -¿Cómo va eso? La energía no se crea ni se destruye, solamente se transforma. Aquí estoy, Tony, tal vez no soy el mismo, pero sé en dónde debo estar y qué hacer. Estoy guiado por una fuerza fundamental.
-¿La gravedad? –casi sollozó de alegría Tony.
-No –Steve se apoyó en la mesa para acercársele- La fuerza del destino.
F I N
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