Capítulo 8

Capítulo VIII

Todo nuevo comienzo tiene su encanto.

Goethe

Miranda estaba tumbada en su cama. Agotada por la pena y sumida en la desesperación, había llorado hasta no poder más, mientras Ashly su doncella le secaba las lágrimas y se esmeraba por reparar el daño que el llanto le había causado en la cara. Su sueño de amor murió en su noche de bodas. Pensó en escribirle a su padre, en devolverse a Londres pero después de darle vueltas al asunto prefirió no decir nada, no volvería a su casa. Tenía que afrontar el mundo tal y como era. Vio la realidad, que en su matrimonio no mandaría el amor ni nada parecido, sino la razón fría y dura. Decidió levantarse y dejar que su doncella le pusiera el vestido, le arreglara el cabello y le escondiera los círculos rojos de sus ojos, bajo una pizca de polvos de arroz. A partir de ese momento Miranda se dispuso a tomar las riendas de su vida. Viviría como Condesa según sus condiciones. No permitiría que su marido volviera a jugar con sus sentimientos y menos permitiría que pensara que ella vivía suspirando por él. Cuando regresara de Londres, si es que volvía, se iba a llevar una gran sorpresa.

Era temprano cuando bajó a desayunar, el ama de llaves al ver a su señora se asombró, las damas de la realeza, muy rara vez madrugaban.

_Buenos días milady.

_Buenos días Melissa, ¿Es así como te llamas?

_ Si Milady. ¿Quiere usted desayunar?

_ Si, por favor.

Minutos después Miranda estaba sentada en una inmensa mesa de roble cubierta por un mantel blanco, un lacayo de librea, le sirvió el desayuno, ella probó uno o dos bocado, para Miranda era deprimente comer totalmente sola, echaba de menos a su padre, a su tía, y tan mal estaba la situación que hasta comenzaba a extrañar a su madre y hermana.

_ ¿Melissa puedes venir por favor?

_Si milady.

_ ¿Dónde suele comer todo el personal de la casa?

_ En la cocina.

_ Ya no deseo tomar las comidas aquí, desde ahora quiero comer también en la cocina.

El ama de llaves no podía creer lo que estaba escuchando.

_ ¿Está usted segura?

_Por supuesto.

_Eso no le va a gustar al Conde.

_Melissa la señora de esta casa a partir de ahora soy yo, mientras el Señor no esté, usted seguirá mis órdenes, ¿Entendido?

_Si Milady lo que usted diga.

_Así me gusta, quiero que me acompañe a recorrer, cada rincón de Blackfort Manor.

Miranda disfrutó inmensamente del recorrido por la casa, pues era maravillosa, toda llena de antigüedades, obras de artes, la biblioteca que a su vez era un estudio, era enorme mucho más grande que la que tenía su padre, Continuaron con el recorrido y llegaron a una sala, donde había una serie de ventanas desde las que se apreciaba una bella vista de los prados donde pastaban los caballos. Miranda le pareció un lugar perfecto para su piano, más adelante hablaría con su padre para que se lo enviara. Quedó extenuada después de recorrer al menos veinte de las veinticinco habitaciones que tenía la majestuosa propiedad.

El almuerzo tal como había sido el pedido de Miranda se le sirvió en la cocina, todos los sirvientes se quedaron petrificados cuando la vieron entrar, ella los saludó y se sentó en la mesa.

Los criados se miraban las caras uno a otros, pero nadie se atrevía a sentarse a la mesa con la Condesa.

_ ¿Ninguno de ustedes va almorzar?_preguntó.

Al ver que nadie respondía el Mayordomo se le acercó.

_Milady es que se sienten intimidados por su presencia.

Miranda se paró de la silla y les habló.

_ ¿Ustedes saben quién soy yo?

_La condesa _dijo una de las criadas.

_Muy bien... ¿Cuándo el Señor no está quién queda a cargo?

_Usted milady _contestó otra.

_Excelente respuesta, entonces yo soy la señora de la casa, ¿así que la orden que yo doy debe cumplirse?

_Por supuesto Milady _contestó el ama de llaves.

_Yo comeré aquí con ustedes, de ahora en adelante, es una orden.

_ No es la costumbre que los señores coma con los criados en la cocina_ Insistió el mayordomo.

_Es cierto pero yo soy excéntrica y no me molesta, me agrada muchísimo, en mi casa solía hacerlo con frecuencia y no pienso abandonar esa costumbre aquí.

Ashly su doncella, fue la primera en sentarse a comer con Miranda, y poco a poco los demás se fueron incorporando, así días tras días ella comía en la cocina, eso le dio la oportunidad de ganarse el respeto y la lealtad de los sirvientes.

En las tardes todas las criadas que habían en la casa, se reunía con la condesa en el salón verde donde antes de llegar ella, se utilizaba para tomar el té, Miranda ordenó que se quitaran algunos muebles y que colocarán muchos cojines, todas se sentaban en el piso, hablaban de todo un poco y trataban de enseñar a Miranda a bordar, una tarea casi imposible pero se divertían intentándolo.

Pero sin importar lo ocupado que estuvieran sus días, no había forma de evadir las largas noches solitarias cuando no tenía nada en qué ocupar sus pensamientos y los sueños de Gabriel la perseguían.

Algunas mañanas había despertado con la almohada húmeda por las lágrimas derramadas, lágrimas que no se permitía derramar durante el día.

Una mañana decidió visitar a los arrendatarios de su esposo, fue un agradable sorpresa ver que Gabriel era un excelente Señor, se ocupaba de las necesidades de su gente, a pesar de sus obligaciones en Londres,  ellos lo tenían en alta estima. Cuando supieron que ella era la Condesa, la aceptaron de inmediato.

Miranda conoció a Simón Smith un hombre de mediana edad, de cabellos rojizos y mejillas coloradas por el sol y su esposa Catherine era una mujer corpulenta, con la cara redonda de piel clara y cabellos castaños, tenían un hijo que se llamaba Matheo, de tres añitos, al instante sintió un inmenso cariño por el niño, todas las tardes se iba a visitarlos, le llevaba regalos a los padres y golosinas y galletas, al niño. Matheo se sentaba a esperarla a la puerta de su casa y cuando la venía venir corría hacia ella, Miranda lo cargaba y él la llenaba de besos tiernos, una tarde conversando con los Smith, se enteró del proyecto que Gabriel tenía en mente para que su gente pudieran aprender a leer y a escribir, pero el difunto Conde se oponía a esas ideas liberales de su hijo, a pesar de todo estaba decidido a construir una escuela, pero después de la muerte de su padre no volvió a visitar Blackfort hasta el día de su boda.

El que Gabriel, no  hubiese sido como otros nobles, que sólo se interesaban en ellos y sus placeres, sin pensar en los más desafortunados, hizo que se le enterneciera el corazón. Después de todo Gabriel tenía sentimientos pensó.

Los Smith la llevaron a un granero abandonado donde se tenía pensado, abrir la escuela, le comentaron que el vicario del pueblo tenía un hijo, había regresado de las colonias y era maestro y estaba interesado en ayudar con la escuela.

Miranda encontró la manera de ser útil, ese lugar maravilloso que era Blackfort había llegado a enamorarla y sobre toda la gente, además que niños como Matheo tenían derecho a una oportunidad leer y a escribir, su padre había puesto a su disposición una gran cantidad de dinero, con eso sería suficiente para abrir la escuela.

Miranda se fue hasta el pueblo en busca del hijo del vicario, lo encontró en la Iglesia ayudando a su padre a cargar unas cajas de alimentos.

El hijo del vicario era alto pero no delgado, y musculoso sin parecer demasiado fornido, de ojos color azul turquesa. El cabello rubio que caía sobre su noble frente parecía concentrar la última luz del sol de la tarde, a Miranda le pareció un hombre muy apuesto, aunque nunca como su ausente esposo, al ver que ella lo observaba, el hombre se acercó a ella.

_Buenas tardes señorita.

_Buenas tardes Señor... ¿Usted debe ser el hijo del vicario?

_Si yo soy ¿Y usted es?

_ Miran... La condesa de Headfort.

_ Mi nombre es Michael Asthon, a que se debe el honor de su visita Milady.

_Quería hablar con usted de un asunto importante.

Michael la condujo a un salita, donde su padre recibía a las visitas, Miranda se sentó en una silla juntando las dos manos en su regazo.

_ ¿De qué se trata eso tan importante? _Dijo escrutándola con la mirada.

_ Me gustaría que usted me ayudara a construir una escuela en Blackfort Manor, me han hablado de su interés en ayudar y de su deseo de darles clase a los niños.

_ ¿Por fin el Conde se decidió a dar el visto bueno?_preguntó con sarcasmo.

_Mi esposo esta en Londres soy yo quien desea terminar la escuela _respondió irritada.

_Discúlpeme si he cometido una indiscreción.

_ ¿Va ayudarme si o no? _preguntó sin rodeos.

_Por supuesto, puede contar conmigo.

_ ¡Excelente!_exclamó emocionada _ ¿Qué le parece si comenzamos mañana mismo?

_Por mi está bien _dijo él sonriendo.

Gabriel después de abandonar Blackfort Manor había llegado al mediodía a Londres, se fue directamente a su casa no quería hablar con nadie, la canallada que le había hecho a Miranda lo tenía furioso consigo mismo, pero no podía aguantar un minuto más, haciéndole creer algo que no era, él había visto su mirada de inocencia, lo miraba como si fuera un maldito héroe y él estaba muy lejos de todo eso, ella lo descontrolaba, algo que jamás le había pasado con ninguna mujer, no dejaba de pensar, cuando la volvió a besar en la iglesia, esos labios tan dulces y suaves, podía pasar horas besándola, solo para saciarse de su néctar, cuando la tuvo en sus brazos, pasó todo el viaje viéndola dormir, parecía un ángel demasiada buena para él, si se quedaba junto a ella cometería una locura y no deseaba de ningún modo causarle daño alguno.

En la última hora de la tarde, arribó a White's, se encontró con varias ojeadas de extrañeza, pero ninguna como la de Weymouth, quién lo miró como si estuviera viendo a un fantasma cuando se reunió con él en su mesa de siempre.

_Mi estimado Conde lo hacía de luna de miel recreándose en los dulces brazos de su fea esposa.

_Andrew voy a decirte esto muy despacio... a ver si entra en su cabeza hueca, no quiero que vuelva a insultar a mi esposa, si te vas a dirigir a ella será en un tono respetuoso y sin ofensas ¿Está claro?

_ Me sorprendes ¿tan rápido has caído en las mieles del matrimonio?

_No he caído en ninguna mieles, sino que Miranda merece respeto y al menos mientras sea mi esposa te vas a comportar con ella en todo momento.

Como usted diga Milord dijo en tono de burla _ ¿se puede saber qué hace usted aquí?

_Resolviendo algunos asuntos que dejé pendientes.

_ ¿No podían esperar, o haberte ocupado de ellos en Blackfort Manor? _preguntó con ironía _Mi alocado Conde te casaste ayer.

_ ¿Acaso eres mi maldita conciencia?

Andrew Sonrió divertido.

_Cuando se enteren que has dejado a tu hermosa y preciosa esposa casi el mismo día de tu boda, serás la comidilla de todo Londres.

_Me gusta ser el centro de la noticia.

_ ¿Vas a reanudar los amores con Lady Megan?

_No eso se terminó al menos mientras esté casado.

_Eso es lo que tú dices ¿pero ella pensará lo mismo?

_La última vez que estuvimos juntos eso quedó muy claro.

Gabriel pidió una ronda de whisky y trató de divertirse bebiendo y apostando fuerte sumas de dinero en varias partidas de cartas.

Días después llegó Margaret su madre quién se encontraba de viaje visitando a una pariente.

_ Hola madre no sabía que habías llegado _dijo dándole un beso en la mejilla.

_Hola querido, llegue esta mañana.

_ ¿Cómo está la prima Estefanía?

_Muy bien con los achaques de siempre.

_ Sería extraño si no los tuviera.

_Hijo mío traté de llegar a tiempo a tu boda pero el viaje se retrasó.

_No te has perdido de mucho.

_Gabriel como puedes decir algo así eres mi único hijo, quería estar presente en tu matrimonio.

_ Ya no se puede hacer nada al respecto _musitó.

_ ¿Dónde está Lady Miranda estoy loca por conocerla?

_Está en Blackfort.

_ ¿Se puede saber qué haces tú aquí en Londres si tu esposa está en Sussex?

_Tengo asuntos pendientes que requiere mi presencia.

_No me vengas con eso Gabriel _dijo enfadada _Es del conocimiento público que el día después de tu boda, llegaste a Londres dejando a tu esposa sola, su padre está furioso contigo.

_Me importa un carajo lo que él piense, ahora ella es mi esposa.

_Eso no te da derecho a tratarla así.

_ No es para tanto, bien sabes que es un matrimonio de conveniencia .

_Por los motivos que sea, es tu esposa ¿acaso crees que no tiene sentimientos?

_Claro que lo sé, pero es peor si la engaño.

_ ¿Gabriel que es lo que tienes planeado para esa muchacha, piensas dejarla toda la vida allá, mientras tú estás aquí divirtiéndote con alguna fulana de turno? _ le preguntó molesta _Ella tiene derecho a una vida a tener hijos, a tener un esposo.

_No puedo darle eso, no quiero defraudarla, como mi padre lo hizo contigo _la vida del matrimonio no es para mí madre.

_La estás acorralado Gabriel, puede llegar otra persona a su vida.

_Ella no puede hacer eso mientras sea mi esposa.

_Tú más que nadie sabes que cuando una mujer está insatisfecha con su esposo, buscan amantes.

_Miranda no es así.

_Te aconsejo que cumplas con tu deber de esposo, antes que te arrepientas de esa ridícula decisión que has tomado.

Michael y Miranda congeniaron de inmediato y nació entre ellos una bonita amistad, juntos trabajaron hombro a hombro para sacar la escuela adelante, acondicionaron el granero con ayuda de todos los arrendatarios, Miranda ayudaba con cualquier cosa que se necesitase en el lugar, como si fuera una lugareña más.

_Milady me niego a dejarla cepillar el piso, no es trabajo para usted.

_ ¿Otra vez con lo mismo Michael? ya te he dicho que me gusta ayudar.

_Si quiere ayudarme, es mejor arregle estos libros en el estante.

_Luego que termine aquí lo hago.

_Su esposo debe estar orgulloso de tener a alguien tan especial a su lado.

Miranda sintió un dolor en su corazón al escuchar esas palabras, ya había pasado casi un mes desde su boda con Gabriel y él no había regresado.

Michael vio que el semblante de Miranda cambió y se acercó a su lado.

_ ¿He dicho algo que la ha molestado?_ Preguntó preocupado.

_No, solo son tonterías mías.

_Nada de lo que a usted le pase, pueden ser tonterías _dijo mirándola a los ojos.

_ De verdad nos es nada, solo un mal recuerdo... Mejor me pongo acomodar los libros _dijo nerviosa tratando de desviar la conversación.

_Aquí están _dijo Michael señalando una mesa llena de varias pilas de libros _Sabe que me gustaría tutearla, creo que entre nosotros hay una buena amistad y me gustaría llamarla por su nombre.

_Por mí no hay ningún problema Michael.

_Perfecto Miranda_ dijo sonriendo _que agradable se siente llamarte así.

_A mí también me gusta.

_Tengo una curiosidad.

_ ¿Cuál será?

_El camino de Blackfort hasta aquí es largo y he visto que siempre vienes caminando... ¿Por qué no vienes a caballo como los demás?

_ Es porque no se montar y por otra parte me gusta caminar.

_ ¿Te gustaría aprender a montar a caballo?

_ Sí, me encantaría, pero no tengo a nadie que me enseñe.

_No se hable más del asunto yo te enseñaré, ¿Te parece bien que comencemos el lunes?

_ No me gustaría que pierdas tiempo por culpa mía.

_ Para ti tengo todo el tiempo del mundo, te enseñaría mañana mismo, pero debo viajar a Londres para comprar algunas cosas que faltan para comenzar a dar las clases, y para mí será un grato placer enseñarte.

_ Entonces... El lunes por mí está bien...

Era ya de noche cuando Gabriel llegó a Blackfort Manor, fue recibido por Arthur.

_Buenas noches Milord.

_Buenas noches Arthur, ¿Cómo está todo por aquí?

_Muy bien Milord.

_ ¿Y la Condesa donde se encuentra?

_ Está en su habitación, ¿Desea que le avise que usted ha llegado?

_No, por favor me voy a mi habitación, has que me preparen el baño.

_ Enseguida Milord.

Miranda esa noche como casi todas las noches no podía dormir, el libro que estaba leyendo ya lo había terminado, así que decidió a buscar otro bien aburrido a ver si conseguía conciliar el sueño, bajó la escalera con el candelabro en la mano, abrió la puerta y se dirigió al enorme estante donde estaba la sección de los libros más aburridos, le pareció extraño que la habitación estuviera alumbrada a esa hora de la noche, comenzó a ojear algunos libros hasta que se decidió por uno que estaba un poco alto, por lo que intentó varias veces agarrarlo pero no llegaba.

_ ¿Necesitas ayuda Milady?_dijo Gabriel.

Miranda se quedó paralizada, pensó que ya su obsesión por Gabriel era demasiado fuerte, tanto que alucinaba con su voz...

Gabriel estaba recostado en su sillón favorito preguntándose qué demonios hacía en Blackfort, desde que había vuelto a Londres no había tenido paz, no podía olvidar a su remilgada esposa, tenía esos hermosos esmeralda clavados en su mente.

Un ruido lo sacó de sus pensamientos era Miranda que entró en la estancia sin percatarse que él estaba ahí, Gabriel quedó sin aliento al verla, estaba arrebatadora con una bata de seda blanca que se ajustaba a voluptuosa figura. <<Santo cielo, qué cuerpo más exuberante tenía esa mujer>> pensó. Llevaba el cabellos suelto, su ávida mirada se recreó en la firme redondez de sus pechos, la fina cintura continuada por caderas suavemente redondeadas, estaba ante él sin ningún artificio, ella era un festín de sus curvas femeninas. Sin proponérselo ella lo había excitado, su miembro duro se le marcaba en los pantalones. Para mayor tortura Miranda estaba intentando agarrar un libro que no alcanzaba, eso hacía que Gabriel pudiera observar su tentador trasero en todo su esplendor... No pudo aguantar más tiempo y se acercó a ella.

El sonido de su voz le produjo en Miranda un sobresalto tan violento que soltó dos libro que tenía en su mano. Se atrevió a voltear y era él, no era su imaginación, no era un fantasma... Gabriel había vuelto. Estaba imponente, se veía terriblemente viril, ¡Dios santo!, terriblemente viril pensó. Él levantó la vista y la miró a los ojos, pasándose la mano por entre los cabellos.
Dios no se había conformado con dotar a un solo ser humano de poder y de riqueza, también había hecho una obra maestra con su físico, era todo un Adonis.

_Milord me ha dado un susto de muerte.

_Tú eres la que me has asustado esposa mía _dijo con voz seductora _Ahora que estamos casados, creo que ya deberías tutearme, deseo oírte decir mi nombre.

Estaba jugando con ella otra vez pensó Miranda. Se obligó a respirar cuando lo tuvo delante. Sintió cómo esos ojos azules le recorrían la cara, el cuello y se detenían en su pecho; se sentía desnuda, por su directa mirada. Esta vez estaba decidida a no caer ante la tentación debía guardar su corazón, así que se alejó de él.

_No se me informó de tu llegada Milord _haciendo hincapié en la última palabra.

_Le pedí al mayordomo que no perturbara tu sueño... Déjame ayudarte con ese libro que está un poco alto para ti.

El Adonis recién aparecido se le acercó lentamente.

Miranda estaba abrumada por su presencia, ese hombre tenía el poder aniquilar todo su autodominio.

_ Ya se me han quitado las ganas de leer, si me permite debo retirarme.

_ ¿Me tienes miedo?

_No, solo que deseo irme a dormir.

_ Antes de que te vayas quiero algo de ti.

Un extraño escalofrío recorrió a Miranda.

_ ¿Qué es lo que quiere?

_ Un beso _le susurró mientras acortó la distancia que los separaba y clavó su mirada en los tentadores labios de su esposa.

La deseaba tanto, había sido un imbécil al haber desperdiciado su noche de bodas. Esa mujer que tenía enfrente no se parecía en nada a la chica fría, y mal vestida con la que se había casado, esta Miranda tenía un aire de seguridad, sin ninguna de las lágrimas que había supuesto vería a su regreso, se sentía agradablemente sorprendido.

De pronto estaba ardientemente en ánimo de tocarla, de sentirla.

Ella se detuvo delante de él, sus labios húmedos e invitadores, su perfume a rosas era un potente afrodisiaco para sus sentidos. Le puso la palma en la mejilla y le acarició el labio inferior con el pulgar. Ella cerró los ojos y le besó el pulgar. Ese simple gesto le hizo discurrir un salvaje deseo, por ella.

_Me muero por darte un beso en la boca _musitó mientras le besaba el cuello.

Le cogió la cara entre las manos y bajó los labios hacia los de ella, pero Miranda se apartó suavemente. Momentáneamente inmóvil, él abrió los ojos.

Ella se alejó aún más de él.

-Lo siento, pero yo no lo deseo, yo no quiero besarlo.

Y salió de la habitación dejando a su esposo totalmente excitado y confundido.

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