2

Este día comienza como cualquier otro para Stella. Edward sale temprano a comprar alimentos, sabiendo que buscará los productos más frescos y que probablemente se tardará. Stella aprovecha su ausencia para entrenar. Durante tres horas intensas en la sala de gravedad, empuja su cuerpo al límite, sudando y jadeando, pero decidida a volverse más fuerte.

Cuando revisa el reloj, se da cuenta de que faltan apenas 30 minutos para que Edward regrese. Rápidamente apaga la cámara de gravedad, se cambia de ropa y se sienta en la mesa del comedor, aparentando estar absorta en sus estudios. Al escuchar la puerta abrirse, toma el libro y finge leer.

—Buenos días —dice Edward con su habitual tono alegre al entrar. La rubia cierra el libro, se levanta y corre a ayudarlo con las bolsas.

—Gracias, señorita —dice él con una sonrisa.

Ambos se dirigen a la cocina para organizar las compras. Mientras trabajan, Edward comparte detalles de su experiencia en el mercado, comentando sobre los productos frescos que encontró y las personas que vio. Stella escucha con atención, asintiendo y respondiendo ocasionalmente. Aunque su rostro permanece neutral, valora estos momentos.

Edward, siempre atento, la observa y pregunta:

—¿Qué tal te fue con tus estudios esta mañana? ¿Lograste terminar todo lo que tenías que hacer?

Stella, sintiéndose un poco culpable por haber sustituido el estudio por entrenamiento, asiente y responde con voz neutra:

El joven sonríe y, para sorpresa de Stella, saca un paquete de una de las bolsas.

—Estoy tan orgulloso de ti, por eso.... ¡Te traje un regalo! —dice con entusiasmo.

Stella lo observa con curiosidad mientras él coloca un libro en sus manos. Al abrirlo, ve que es un libro para colorear. Frunce el ceño ligeramente, sin poder evitarlo.

—¿Esto qué significa? —pregunta, su tono tan inexpresivo como siempre.

—Una amable señora me dijo que estos libros son geniales para niñas de tu edad —responde Edward con una gran sonrisa.

Stella suspira, dejando el libro sobre la mesa. Lo último que quiere en este momento es ponerse a colorear como una niña pequeña, aunque en realidad todavia es una niña.

—No lo quiero —dice, girándose hacia la sala.

Edward, sin embargo, finge estar profundamente desanimado.

—Ya veo... Mi humilde regalo no es digno de usted. ¡Qué error el mío! —dice con una voz teatralmente apagada.

Stella se detiene, girándose hacia él con una ceja levantada. Después de un breve momento, regresa, toma el libro y, sin decir nada, se lo lleva consigo a la sala. Edward, viéndola marcharse, sonríe triunfante.

Entonces murmura lo suficientemente alto para que ella lo escuche: —No tienes que hacerlo si realmente no te gusta. —Se queda en silencio un momento. —Pero si quieres hacer feliz a este pobre mayordomo, espero que puedas colorear al menos una hoja el día de hoy.

Un poco alto para que Edward la escuche y en un tono neutral, Stella dice: —Está bien, colorearé una hoja.

Él se voltea hacia ella, y por un momento, Stella cree ver un destello de tristeza en sus ojos. La voz del mayor suena un poco más baja y más suave de lo usual, como si estuviera tratando de contener una emoción. —Ah, gracias. Significa mucho para mí que estés dispuesta a colorear algo para mí.

Edward está emocionado de ver a Stella aceptar el libro de colorear, no porque ella esté realmente dolida, sino porque quiere verla comportarse como una niña de su edad, sin la carga de sus responsabilidades y preocupaciones. Quiere verla sonreír y divertirse de manera inocente, y el libro de colorear es su forma de intentar lograrlo.

Sentada en su escritorio, abre el libro con resignación. Para su sorpresa, todas las ilustraciones son de princesas. Suspirando, busca los colores y empieza a rellenar uno de los dibujos. A medida que avanza, algo inesperado ocurre: encuentra el proceso tranquilizador. Por un momento, sus pensamientos sobre entrenamiento y responsabilidades se disipan.

Mientras finaliza los últimos detalles del dibujo de la princesa, agregando color a los ojos azules brillantes de la princesa y una sonrisa suave, prestando especial atención al vestido con sus colores pastel y detalles intrincados. 

Cuando termina, satisfecha con su obra, busca a Edward para mostrársela. Sin embargo, al llegar a la cocina, no lo encuentra. Sintiendo su poder, intuye que está en la entrada. Se dirige hacia allí y se detiene al escuchar voces desconocidas. Con cautela, se asoma y ve a Edward junto a dos extraños.

—Edward, ya terminé el dibujo —dice, interrumpiendo la conversación.

Los tres se giran hacia ella. Uno de los desconocidos, un joven de cabello negro y largo, con un aspecto rebelde y una pequeña sonrisa en sus labios. Sus ojos azules brillan con curiosidad y asombro. Viste una camiseta negra, una pañoleta anaranjada en el cuello, pantalones de mezclilla azul y zapatos deportivos blancos y azules.

—Oh, pero si es solo una niña —comenta, divertido.

A su lado, una hermosa chica con un corte de cabello idéntico al del joven, pero de un rubio radiante. Su expresión demuestra confianza y determinación, con una sonrisa suave en sus labios y unos grandes ojos azules claros. Viste una camiseta blanca básica de manga corta, encima un chaleco negro sin mangas, adornado con un pequeño triángulo dorado en el lado izquierdo, pantalones azules y zapatos negros, junto con un collar de perlas blancas y guantes negros cortos.

—¿Quiénes son? —pregunta Stella directamente, mirando a Edward.

El mayordomo coloca una mano protectora sobre su hombro.

—Solo son viajeros curiosos. Les pido que se retiren —dice, firme pero educado.

—Tranquilo —responde el joven, con una sonrisa—. Solo queríamos confirmar el origen del Ki que sentimos. No estaba registrado en nuestras bases de datos.

¿Ki? ¿Base de datos? Stella frunce ligeramente el ceño, confundida.

"Es hora de irnos", una voz diferente la sobresalta un poco. No habia notado al otro hombre sentado, sosteniendo un pajarito en su mano. El hombre es alto, de complexión atlética y musculosa, viste un traje de batalla y su cabello corto y erizado es de un color naranja brillante. Su expresión facial es seria y tranquila.

¿Cómo es posible que no pueda percibir el poder en lo más mínimo? hasta un niño se le puede percibir aunque sea pequeña. Se siente como si no fueran humanos. El hombre nuevo se levanta, soltando al pequeño pájaro. —Bien, qué aburrido —comenta el chico pelinegro mientras camina hacia el hombre más grande y la rubia lo sigue.

Edward, a mi lado, puede sentir cómo me relajo poco a poco. —Espera —digo llamando la atención de todos. El castaño a mi lado se tensa nuevamente, apretando mi hombro sin llegar a lastimarme.

—Necesitas algo pequeña —dice el joven con una sonrisa suave, la mujer solo te mira con interés.

—¿Como es posible que no pueda sentir tu poder? —pregunta apretado el libro de dibujo.

—¿Poder? O te refieres al Ki. —La mujer es la que contesta, su voz es calmada. —Eso es fácil de responder. No somos completamente humanos, mi hermano y yo tenemos algunas mejoras, nos llaman androides —explica con calma. Luego, señala al hombre más grande y silencioso—. Pero él sí lo es completamente.

"Estás siendo demasiado amable 18." Dice el hermano de la chica. "Pero bueno, es entendible."

Su mirada se desvió de ellos hacia el hombre corpulento. Eso explicaba mucho; si no eran completamente humanos, en vez de androides, debían ser cyborgs. Al observar la sorpresa en el rostro de Edward y su postura tensa, era evidente que no estaba de acuerdo con lo que ibas a decir.

Stella siente su curiosidad aumentar. Finalmente, da un paso adelante y, con voz firme, dice:

—Entonces deben ser fuertes. ¿Podría uno de ustedes pelear conmigo? —sin olvidar hacer una pequeña reverencia hacia ellos.

El chico pelinegro sonrió ampliamente, emocionado por la propuesta. —Que educada y por eso tienes puntos extras. ¡Me encantaría pelear contigo! Pero no te preocupes, iré con cuidado".

La mujer lo interrumpe, cruzándose de brazos.

—No, 17. Yo pelearé con ella. No quiero que la lastimes.

Los nombres de ellos eran números,  algo que le llamó la atención, pero lo que realmente le sorprendió fue que no querían lastimarla, lo cual no tenía sentido para ella.

El hombre corpulento, hasta entonces observador en silencio, finalmente habla. —Dejaré que 18 pelee contigo, pero intervendré de inmediato si las cosas se salen de control.

Edward se tensa visiblemente.

—Señorita Stella, esto no es una buena idea. No sabemos nada sobre estos... androides".

—Estaré bien —responde Stella, decidida. Mira a la mujer, ahora conocida como 18—. Solo pido que no te contengas.

La rubia mayor sonríe levemente, manteniendo una expresión facial seria y tranquila. —Oh, qué interesante. ¿Puedo saber por qué quieres pelear con alguno de nosotros?

—Es la primera vez que me encuentro con personas tan fuertes —dice, oyendo un "ouch" de Edward. —Y quiero saber qué tan fuerte me he vuelto.

18 sonríe ligeramente, aceptando el reto. Ambos se posicionan a unos metros de distancia, y la tensión en el aire es palpable.

La pelea comienza con una explosiva demostración de velocidad. Stella se esfuerza por esquivar los rápidos ataques de 18, devolviendo golpes precisos pero ineficaces contra la fuerza del androide. Con cada movimiento, la tensión aumenta.

La pelea continúa con ambas intercambiando golpes y esquivando ataques. A pesar de que Stella logra mantener el ritmo de 18, puede sentir que su oponente está conteniendo su fuerza.

En un momento de estrategia, Stella lanza una finta que sorprende a 18, logrando un impacto directo en su estómago. El golpe es poderoso, y 18 retrocede, sorprendida.

 El joven de cabello negro, que observa la pelea con interés, sonríe ampliamente, exclamando: 

—¡Genial! ¡La niña es más fuerte de lo que pensaba!

—Nada mal —dice la androide, limpiándose el polvo del uniforme—. Pero ahora me toca a mí.

Comenzó a moverse con una increíble velocidad y fuerza hacia ella. A pesar de esquivar algunos golpes,

Se lanzó hacia ella con una velocidad y fuerza arrolladoras. Intentó esquivar algunos golpes, logrando evitar unos pocos, pero otros impactaron de lleno, haciéndola tambalear. La mayor lanzó un poderoso golpe directo a su pecho, pero ella logró bloquearlo alzando los brazos justo a tiempo. Notó la sonrisa en el rostro de 18 desaparecer ante sus ojos, para luego sentir un impacto fuerte en su espalda que la hizo caer.

Se levantó lo más rápido que pudo. —No confíes únicamente en tus ojos —le dijo 18 con voz firme, le lanza un golpe en el hombro.

Como si fuera fácil percibir el pod... su ki propio. —Y no lo olvides: que la velocidad es clave en una pelea.

Ella asiente, aunque el esfuerzo por mantenerse en pie la obliga a jadear. Sabe que tiene razón, pero la ejecución es mucho más difícil de lo que parece. Intenta concentrarse, canalizando su energía para esquivar algunos de los movimientos de 18. Lo logra en parte, aunque con dificultad. Cada ataque de 18 es implacable, y está claro que no se esta conteniendo con su fuerza.

A medida que el ki de 18 aumenta, la presión sobre ella se intensifica. Su cuerpo está al límite, pero se obliga a mantenerse firme, esforzándose por seguirle el ritmo.

A unos metros de distancia, 16 observa la escena en completo silencio. Su expresión permanece serena, casi neutral, mientras un pequeño pájaro descansa tranquilamente en su hombro, ajeno a la intensidad del combate que se desarrolla frente a él.

La pelea continuaba, con 18 tomando la delantera, aunque poco a poco él lograba igualar su ritmo. De repente, apareció encima de ella y le dio un golpe en la cabeza que no logró esquivar a tiempo. 18 rápidamente se levantó y le lanzó un golpe hacia el estómago, que logró bloquear con sus brazos.

—Estas aprendiendo eso me gusta.

Mientras tanto, 17 se acerca a Edward y pregunta: 

—¿Has estado enseñando a tu señorita a pelear?

Edward asiente con la cabeza, una sonrisa de orgullo asomando en su rostro. —Sí, he estado corrigiendo sus técnicas y señalándole sus puntos vulnerables, pero su fuerza y habilidades las ha desarrollado ella misma.

17 lo observa con interés durante unos segundos antes de apartar la mirada. —Oh, yo pensaba hacerte pelear conmigo —dice con un tono despreocupado.

Edward se tensa ligeramente. Es consciente de que puede vencer a otro humano sin demasiada dificultad, pero sabe que no podría seguir el ritmo de un androide como 17. Sin embargo, decide no responder, limitándose a continuar observando.

En el campo de combate, 18 lanza otro golpe, y Stella lo esquiva con agilidad. Luego, intenta contraatacar con un movimiento rápido, pero 18 bloquea su ataque con el brazo sin aparente esfuerzo.

18 retrocede unos pasos, evaluando a Stella con una mirada calculadora. —Te voy a enseñar algo, niña  —dice con un tono serio. "Prepárate".

De repente, 18 genera una bola de Ki brillante y la lanza hacia Stella con gran fuerza. La esfera de energía es enorme y desprende un aura intimidante. Stella levanta su brazo con determinación y la desvía con un movimiento preciso. La bola de Ki explota en el aire, iluminando el entorno, pero sin causarle daño.

—Eso ya lo sé—responde Stella con un tono de voz agitado.

Sin perder tiempo, Stella concentra su energía y crea su propia bola de Ki. Aunque es más pequeña en comparación, la energía que contiene parece densamente concentrada. La lanza hacia 18 con gran precisión.

18 intenta detener la bola con su mano, confiada en su habilidad, pero al sentir la intensidad de la energía, sus ojos se abren sorprendidos. No logra contenerla y se ve obligada a esquivarla en el último momento. La bola pasa rozando su cabeza y explota contra la pared detrás de ella, causando un estruendoso impacto.

—¡La pared!

Stella baja la cabeza, consciente de que se avecina un sermón. 

18 se vuelve hacia su oponente, con una expresión de sorpresa y admiración. —¿Cómo...? —comienza a decir, pero se detiene, sin poder creer lo que acaba de ver.

17 y 16 observan la pelea con más interés, con expresiones de sorpresa. ¿Cómo es posible que una pequeña onda no la pudiera detener 18, qué tan fuerte es esta niña?

Aun sorprendida, 18 se acerca sonriendo ligeramente. —Buen trabajo, niña —dice. —Pero creo que es hora de terminar la pelea. Mi energía es ilimitada, en cambio la tuya no.

Asientes jadeando ligeramente. —Sí... muchas gracias.

18 coloca una mano en la cabeza de Stella, mostrando una leve sonrisa.
—Eres más fuerte de lo que aparentas. Con un poco más de entrenamiento, podrías sorprendernos a todos. Cuando te sientas lista, tendremos otro combate.

Stella asiente, aún jadeando, mientras intenta procesar las palabras de su oponente.

—¡Ah, yo quería participar en esta pelea! —murmura el pelinegro, pateando una piedra con aire de frustración. Luego, se cruza de brazos y mira a Stella con una sonrisa desafiante—. Para la próxima, niña, pelea conmigo.

—Por favor, dejen de llamarme niña —responde Stella, irritada—. Me llamo Stella Di Angelo.

—Muy bien, Stella —replica el pelinegro mientras le revuelve el cabello con una sonrisa burlona—. Prepárate, porque el próximo combate es conmigo.

Los tres se elevan en el aire, despidiéndose con un gesto de la mano antes de desaparecer en el horizonte. Stella los observa por unos instantes, sus ojos siguiéndolos hasta que desaparecen de su vista. Apenas aparta la mirada cuando siente cómo alguien la levanta del suelo.

—Señorita, después de esto, espero que se tome unos días de descanso —dice Edward, con su habitual tono firme.

Los ojos de Stella se abren de par en par.
—No...

—No es una petición, señorita, es una afirmación —responde Edward con autoridad—. Además, su onda de ki destrozó una de las paredes principales.

Stella suspira, resignada. Lo último que desea ahora es descansar, pero sabe que no podrá ganar esta discusión. Edward la lleva hasta su habitación, donde la deja cuidadosamente.

—Puedo ayudarte a reparar la pared —dice Stella en un tono monótono.

—No será necesario. Le recuerdo que no es la primera vez que algo así ocurre —replica Edward, con una ligera sonrisa sarcástica—. Además, usted necesita descansar.

Stella aparta la mirada. Recuerda cómo, la primera vez que intentó usar una onda de ki, destruyó por completo la cámara de gravedad. Desde entonces, le habían prohibido practicar cerca de la casa.

Edward suspira, su expresión más suave ahora.
—No me malinterprete, señorita. Me preocupa que haya usado tanto ki en ese combate. Fue la primera vez que luchó contra alguien más fuerte que usted y se esforzó más de lo debido.

Se inclina y le da un beso en la frente antes de salir de la habitación. Stella se recuesta en su cama, abrazando su osito de peluche mientras su mente sigue dando vueltas. La sensación de haber peleado con alguien como 18 permanece con ella, como una mezcla de adrenalina y frustración.


Tres días después



Stella está sentada a la mesa, apoyando la cabeza en sus manos mientras suspira con frustración. Desde su combate con 18, Edward no le ha permitido entrenar ni una sola hora, llenando su tiempo estudios  para asegurarse de que descansara.

Esto la hace pensar en el dia de ayer, sintio un ki bastante poderoso, pensaba que eso bastaría para acabar con ese monstruo, sin embargo se equivoco. No sabe qué pasó, pero de algún modo el monstruo aumentó su poder monstruosamente, y no hace falta ser muy inteligente para saber que la persona que estaba peleando con ese monstruo perdió fácilmente. Aunque aún no entiendes por qué no acabó con ese monstruo cuando pudo.

—¡Llamen a seguridad y también a la policía... ¡Auxilio! 

La voz del televisor te llama la atención, en la pantalla, una figura extraña y majestuosa aparece de repente, capturando la atención de millones. Es un ser imponente, con una piel de tonalidades verdes y negras, que emana una mezcla de elegancia y peligro. La criatura observa a la cámara con una sonrisa serena, casi tranquilizadora, mientras comienza a hablar con una voz calmada y educada:

—Muy buenos días, espectadores de todo el mundo. He venido aquí para interrumpir brevemente su programación habitual —dice con una entonación medida—. Les traigo una noticia que, estoy seguro, agregará un poco de variedad a su vida cotidiana.

Hace una pausa, permitiendo que el peso de sus palabras se asiente. Luego, con un ademán teatral, se presenta:

—Permítanme presentarme. Mi nombre es Cell.

Stella observa la televisión en silencio, su expresión inmutable mientras escucha cada palabra. La tranquilidad con la que Cell se presenta, con una sonrisa y un tono de voz tan tranquilo y educado contrasta brutalmente con la amenaza implícita en su presencia. Se pregunta qué clase de criatura puede mantener esa calma mientras declara cosas tan perturbadoras.

—Tal vez algunos recuerden el incidente de hace cinco o seis días, —continúa Cell con una sonrisa— cuando un monstruo destruyó a muchas personas. Ese monstruo era yo. Gracias a una serie de transformaciones, he alcanzado este estado perfecto.

En la transmisión, se escuchan gritos y el sonido de objetos cayendo. La cámara tambalea por un momento.

—Por favor, dejen de mover la cámara —dice Cell con un tono de leve exasperación, antes de proseguir—. Para llegar aquí, absorbí una gran cantidad de energía vital. Agradezco a todos aquellos que sacrificaron sus vidas en el proceso. Pero tranquilos, ya no necesito más energía.

Stella aprieta los puños. La forma casual con la que Cell habla sobre las vidas perdidas la irrita, pero no aparta la mirada de la pantalla.

—Ahora, la gran noticia —anuncia Cell, con un brillo en los ojos—. Dentro de nueve días, el 26 de mayo al mediodía, realizaré un torneo de artes marciales llamado los Juegos de Cell. El lugar estará a 28 kilómetros al noroeste de la capital, en la región 5. Ahí ya he preparado la plataforma para los combates.

Hace una pausa, permitiendo que sus palabras resuenen. Stella, con el ceño fruncido, siente que algo oscuro se avecina.

—El torneo tendrá una única regla principal: yo seré el único oponente —explica Cell con una sonrisa—. Los combates serán uno a uno. Cuando un participante pierda, el siguiente podrá subir a la plataforma. Mientras más oponentes sean, más oportunidades tendrán de derrotarme... aunque, siendo honesto, dudo que logren cansarme.

—Él no se va a cansar —murmura Stella para sí misma, sin dejar de observar.

—Las reglas son similares a las del antiguo torneo —continúa Cell—. Si alguien se da por vencido o cae de la plataforma, perderá el combate. Y, por supuesto, si alguien mata a otro participante, también quedará descalificado.

De repente, su tono se oscurece, y Stella siente un escalofrío.

—Sin embargo, si todos los participantes pierden contra mí... —Cell sonríe con malicia—, destruiré a toda la humanidad como castigo. ¡Ah, la expresión de horror en sus rostros será algo que realmente disfrutaré!

Stella permanece inmóvil, sus ojos azules fijos en la pantalla. La amenaza de Cell es clara, y aunque su expresión no cambia, su corazón late con fuerza. Las imágenes de destrucción en la pantalla refuerzan la gravedad de la situación.

—Eso es todo lo que tenía que decir —finaliza Cell—. A los que se sientan lo suficientemente fuertes, los invito a participar.

Con un ademán despreocupado, Cell apunta una mano hacia una pared cercana y libera una onda de ki que destruye la estructura junto con una parte de la ciudad.

—Si no quieren terminar así, espero que me den un buen espectáculo —dice antes de desaparecer volando por el agujero recién creado.

Stella sigue observando la televisión incluso después de que la transmisión termina. Las palabras de Cell, su amenaza y su demostración de poder permanecen grabadas en su mente. Finalmente, se levanta y se dirige a su habitación. Abre el armario y saca su dogi, vistiéndose rápidamente. Sabe que Edward no aprobará su decisión de volver a entrenar, pero también sabe que no puede quedarse de brazos cruzados.

Baja al sótano, donde se encuentra la cámara de gravedad. El ambiente está fresco y silencioso. Al entrar, ajusta la configuración de la gravedad y comienza su rutina. Los músculos se tensan bajo el peso adicional mientras realiza estiramientos, calentamientos y movimientos de combate. No planea participar en el torneo, pero quiere estar lista para cualquier eventualidad.

De repente, la cámara de gravedad se detiene. Stella frunce el ceño y se seca el sudor de la frente antes de girarse hacia la puerta, que se abre lentamente. Ahí está Edward, con los brazos cruzados y una expresión de preocupación y molestia. Sus ojos reflejan una mezcla de frustración y protección.

—Stella, ¿qué estás haciendo? —pregunta con tono serio—. Te dije que no entrenaras hasta que estuvieras completamente recuperada.

Ella se encoge de hombros, evitando su mirada.

—Lo siento, Edward, pero tengo que hacerlo —responde con firmeza—. No puedo quedarme sin hacer nada.

Edward suspira, frotándose la frente. Su preocupación es evidente.

—Stella, te estás exigiendo demasiado. Si sigues así, vas a lastimarte.

Ella baja la mirada, frustrada consigo misma. Sabe que él tiene razón, pero también sabe que no puede permitirse descansar.

—Prométeme que serás cuidadosa —insiste Edward, suavizando su tono—. No quiero que te hagas daño.

Stella lo mira y asiente lentamente.

—Lo prometo.

Edward asiente con un leve suspiro de alivio.

—Voy a preparar el almuerzo. ¿Vienes conmigo?

—No, gracias. Quiero entrenar un poco más —responde ella.

Sin decir más, Edward se retira, dejando a Stella sola. Ella vuelve al centro de la habitación y reanuda su entrenamiento, decidida a fortalecerse para enfrentar lo que sea que esté por venir.








¿Por qué 17 y18 fue tan amable?
































Porque les recordó como era 18 de niña.



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