Capítulo XXXIV

—¿Relacionada con ambos?—preguntó Ciel mientras fruncía el ceño.

Pero la hermana Marella no respondió aquélla pregunta y en cambio comenzó a narrar la historia que había vivido varios años atrás.

Todo comenzó cuando fue asignada a trabajar en el castillo real como una criada, al pasar dos años se le encomendó servir al príncipe heredero de Freyla y él lleno de confianza le pidió que cuidara a la mujer que amaba pues se encontraba en estado embarazo, pero una noche donde todos dormían con serenidad recibió una cruel amenaza.

El rey estaba en contra de aquélla relación pues la joven Lucy era tan sólo una sirvienta de clase baja, para aquél hombre no era una mujer apta para su hijo; el príncipe Sorek asustado por las amenazas de su padre decidió esconderla en un lugar secreto bajo el cuidado de ella y durante su estancia allí nacieron dos pequeños mellizos.

La hermana Marella recordaba bien la mirada de aquéllos bebés, ambos poseían la armoniosa aura de su madre quien días después falleció a manos de un bandido.

Pues el rey les encontró y no permitiría que aquélla joven se saliera con la suya, lleno de odio contrató varios bandidos y asesinos para acabar con las vidas de la apreciada familia de su hijo.

—Marella, por favor cuida de mi pequeña. El rey odia las niñas y no dudará en matarla, cuidala como si fuese tu propia hija—pronunció Lucy mientras su cuerpo se desangraba.

—Señora, no diga eso. Ambas podemos salir de aquí —refutó Marella asustada.

—Mi pequeña Fiorella, mamá te ama con todo su corazón. Siempre serás mi bella flor y Ciel, será mi hermoso cielo —balbuceó la joven mientras su vida se apagaba.

Ella con el corazón hecho pedazos tomó a la pequeña bebé pero lastimosamente no podía llevarse al niño pues los bandidos ya se lo habían llevado de allí y con horror salió a paso rápido viendo como la antigua mansión era consumida por el caos.

Sin tener a donde ir, la hermana Marella subió a un carruaje de carga y llegó hasta el reino vecino. No podía quedarse en Freyla pues sabía muy bien que el rey se daría cuanta de que ella había logrado escapar y trataría de asesinarlas, con cansancio y sin tener a donde ir se encontró con una ola de esperanza al llegar a una iglesia cercana.

—Puedes venir a mi casa, no debes preocuparte. Yo cuidaré de ambas —pronunció una hermosa mujer con amabilidad.

—Oh señora Emilia, se lo agradezco tanto —balbuceó Marella mientras el llanto la poseía.

El caos cesó y los años transcurrieron con tranquilidad viendo a la pequeña crecer, una rama de la familia real de Thevur les había prestado su ayuda y ellos adoptaron a la pequeña como una de los suyos, además de permitirle a ella trabajar para su familia mientras la cuidaba.

Pero todo lo bueno debía cesar, las llamas de la desgracia derrumbaron los rastros de felicidad que habían formado pues seis años después la muerte llegó y tocó la puerta de su nuevo hogar sin piedad quitándoles otra vez la paz.

El viejo rey les había encontrado y como consecuencia de ello aquélla amable familia había pagado un caro precio el cual no merecían. La señora Emilia y su hija Anastasia se habían marchado de este mundo, ambas con una sonrisa en sus rostros.

—Todo es mi culpa, joven príncipe —habló la hermana Marella mientras tosía con fuerza y gotas de sangre caían de su boca.

Las lágrimas se derramaban sobre las mejillas de Fioret, mientras su cabeza rememoraba una y otra vez sus palabras, todo lo que ella le había contado era demasiado triste al punto de casi dejarla en shock pues simplemente no podía creerlo.

No sólo había perdido a su madre una vez, sino también a su madre adoptiva pero lo que más le dolía era no poder recordar bien las cosas. Eso la mataba, le desgarraba su alma en varios pedazos mientras observaba a los jóvenes que tenía a su lado.

—No es su culpa, gracias por cuidarme todo este tiempo hermana —respondió Fioret mientras limpiaba su rostro buscando la valentía oculta en su interior.

—No merezco el perdón de ninguno, pude haberte hablado de ello o al menos buscar al rey Sorek cuando su padre murió pero me quedé callada —balbuceó la hermana con arrepentimiento.

—Yo debo agradecerte por mantener a mi hermana viva, por haberla cuidado y arriesgado al peligro por ella —pronunció el príncipe Ciel mientras el dolor se apoderaba de él.

Levi observaba aquélla escena sin poder creerlo, la joven frente a él era Fiorella. No era su hermana sanguínea, sino la pequeña castaña que había visto crecer y que consideraba como una parte de su familia.

—Hermana Marella —llamó Fioret entre gritos—. No te vayas, ¿Qué le diré a los pequeños cuando no te vean?

Pero los ojos de la vieja mujer se cerraron mientras su respiración se detenía poco a poco, una sonrisa se había quedado plasmada en su rostro mientras su alma se alejaba cada vez más de su cuerpo. Fioret sentía como la agonía crecía en su pecho pues una persona importante para ella había fallecido y nuevamente era alguien a quien consideraba como una madre.

Los guardias de apoyo médico llegaron de inmediato y con cuidado revisaron los signos vitales de la mujer frente a ellos pero su cuerpo se hallaba sin vida o tal vez había pasado a un lugar donde descansaría mejor. El príncipe Ciel observaba en silencio a quien era su hermana, aquélla que no conocía y nunca vio crecer, aquélla que creyó pérdida por diecinueve años pero no podía alegrarse por ello en éstos momentos pues sabía bien que ella se encontraba herida y debía darle su espacio.

Fioret tomó aire para tranquilizarse, pero el llanto no se detenía. No podía darse el lujo de llenarse de tristeza pues ésto sólo le traería más dolor, debía ser fuerte y transformar sus emociones en una enseñanza para seguir adelante.

—Ambos, ambos son una parte de mi vida que quiero recordar—pronunció Fioret entre sollozos —. Por eso, ayúdenme a recordarles.

Ella con el alma en pena se acercó a ambos y sin dudar los envolvió entre sus brazos, algo en su interior se llenó de calidez pues los tres se habían unido en unos fuertes lazos que los volvía una familia.

—Están corriendo los rumores, Kadarl acaba de atacar la capital para matar al rey de Thevur y se dice que pronto atacará al reino de Lumillion —gritaron los guardias en el exterior con pánico.

Pero ésas palabras fueron suficientes para alertar a Fioret y hacerla acercarse con rapidez a los guardias, ella tras confirmar la veracidad de las desdichadas palabras quiso quebrarse por un momento pero debía mantener su determinación, pues Daryuth no era débil y tampoco se daría el lujo de perder.

Pero un mal augurio se había alojado en su cabeza como si la mala suerte le estuviese avisando sobre un terrible suceso.

—Debo volver, debo regresar a Thevur lo más pronto posible —dijo ella mientras observaba fijamente a Ciel.

—Es peligroso, pensé que te quedarías más tiempo  —respondió el príncipe de Freyla algo apenado.

—Lo haría pero en éstos momentos necesito ir y darle mi apoyo al hombre que amo —habló Fioret con determinación dejándo a ambos príncipes sin palabras pues su mirada estaba llena de valor.

—Si lo dices de esa forma no puedo negarme, yo cuidaré de los pequeños para que vayas más tranquila y cuando regreses todos estén a salvo —respondió Ciel con una sonrisa.

Fioret aún con una cuantas lágrimas brotando de sus ojos, se acercó al príncipe de Freyla y lo envolvió entre sus brazos otra vez pues había recuperado una parte esencial de su vida aunque en el trascurso de ésto perdió otra de igual importancia.

La Hermana Marella ya no estaría a su lado pero como ella decía, siempre viviría con una sonrisa en su corazón.

Y así tras despedirse, Levi y Fioret se subieron a un carruaje pero no a cualquiera de ellos sino al más rápido que poseía el reino de Freyla, se rumoreaba que tan sólo tardarían dos días o menos en llegar a su destino.

—Espero que su alteza esté a salvo —pronunció ella mientras miraba el cielo oscurecerse.

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