Capítulo XXXII

Daryuth observaba el cielo a través de la ventana, habían pasado cuatro días desde que Fioret y Levi partieron junto al príncipe de Freyla. Estaba seguro de que ambos estarían a salvo pero no podía evitar preocuparse por la reacción que ella tendría en caso de ver lo que más temía.

—Su alteza —pronunció Trinity adentrándose al lugar.

El rostro de ella poseía una mirada seria, pues tan sólo dos días atrás las personas del reino comenzaron a realizar crueles protestas.

Protestas que le dolían al joven rey, porqué a pesar de que era algo imposible los habitantes de Thevur lo culpaban por las acciones del reino vecino.

Kadarl no había atacado de nuevo pero ellos aseguraban que en cualquier momento todos perecerían por la maldición, maldición que sólo poseía en su rostro y no le causaba daño a nadie más que a si mismo.

—No te preocupes, ellos tienen derecho a dar su opinión libremente —comentó Daryuth observando a su prima.

—Pero ésto sólo atraerá a los enemigos, desestabilizaran al reino dejándolo indefenso —habló ella con rabia.

Trinity odiaba la actitud de los capitalinos, los demás pueblos permanecían sin preocuparse pero los que vivían justo al lado del castillo aumentaban su desprecio y sin lugar a dudas también su ignorancia, que poco a poco los consumía con locura.

—Debemos estar alerta a cualquier ataque, por desgracia la capital queda justo al lado de la frontera con Kadarl así que procuremos que nadie salga herido —dijo el joven rey sentándose nuevamente.

Debía terminar el papeleo que se encontraba sobre el escritorio, así podría estar libre para actuar en cualquier caso de alerta, porqué no dudaría en pelear si era necesario. Él no dudaría en proteger a quienes lo necesitaban así estuviese siendo rechazado.

Por otro lado Fioret permanecía en el carruaje, el viaje era agotador e incómodo pues aunque estaba acostumbrada a las dificultades la lejanía del lugar le quitaba todas las fuerzas necesarias.

—Ya casi llegamos, príncipe Ciel—pronunció el cochero algo animado.

Habían pasado cuatro días desde que partieron, el silencio se mantenía en el ambiente y Fioret se encontraba sentada en medio de ambos príncipes. Aún dudaba en sí hablar con ellos, pues sus miradas eran tan serias que no le daban la oportunidad de  pronunciar ni una palabra para sacar tema de conversación.

Aunque en el fondo quería hacerlo, quería preguntarle a Levi sobre las pesadillas que poseía, sobre aquéllo que con crueldad lo atormentaba pero sobre todo aquél lazo invisible que los unía. De igual forma ésto sucedía con Ciel, sus apellidos eran el mismos y el rey de Freyla le encontraba un parecido con su amada pero no sólo era eso, sino también una cálida sensación la invadía cuando estaba junto a ambos.

Un sentimiento de familiaridad  igual al que poseía cuando recordaba a los niños del orfanato y jugaba con ellos.

Deseaba llegar rápido a su pueblo pero a la vez no hacerlo, tenía miedo, miedo de ver heridas a las personas que tanto amaba. Sus pocos recuerdos le mostraban que había perdido mucho en su vida, mucho de lo que no tenía idea y había olvidado.

Ella no quería eso, no quería olvidar otra vez a quienes apreciaba, pues por más dolorosos que sean los recuerdos no se comparan a la ignorancia de vivir en una felicidad falsa.

—Hemos llegado —pronunció el cochero.

El corazón de Fioret se detuvo por unos segundos y tras cerrar sus ojos, respiró con fuerza recordando las hermosas palabras del joven rey.

Su amable corazón estaba junto al suyo y no había nada que temer por más doloroso que sea.

Los tres descendieron del carruaje pero la escena que observaron les sorprendió, todo era mucho más horrible de lo habían llegado a imaginar. El lugar parecía estar lleno de escombros, su pueblo era conocido como “El gran orfanato” pues allí había varios de ellos ya que todos los niños que eran abandonados o perdían a sus familiares iban a parar en el.

Sus piernas temblaban mientras caminaban y su corazón latía con temor pues sobre los escombros podía notar la sangre seca asomándose. Tras rondar el lugar  por varios minutos, llegaron a una zona llena de tiendas de campaña y el príncipe de Freyla comenzó a hablar con uno de los guardias que custodiaba a los heridos.

—Fioret —el gritó de un niño la hizo voltear de inmediato.

Frente a ella uno de los pequeños se encontraba con una mirada llena de ilusión, con rapidez Fioret se abalanzó hacia él envolviéndolo en sus brazos como si el mañana no existiera.

—Timothy, ¿Dónde están los demás? —preguntó ella con desesperación pero la mirada del niño se opacó.

Ninguna palabra salió de su boca, el pequeño tomó la mano de Fioret y comenzó a guiarla hacia una gran tienda. Ella al entrar lo entendío de inmediato, todos los pequeños del orfanato se encontraban tristes rodeando dos camillas y allí dormidas yacían la hermana Marella junto a Elena.

La niña tenía quemaduras en su brazo derecho mientras que la hermana tenía una grave herida en el costado izquierdo de su cuerpo.

Un sollozo se escapó de Fioret mientras los observaba en silencio, estaba aliviada de que ninguno de ellos estuviera en terrible estado pero no podía descartar los inversos sentimientos que la asechaban al mirar a su alrededor y notar la cantidad de personas que tenían heridas mortales.

Aquéllos pueblerinos que conocía desde que era una niña, se encontraban entre la vida y la muerte, una inmensa agonía se acumulaba en su alma al pensar en ésto pero debía ser fuerte.

—Hermana, soy yo. Fioret, quería preguntarle, decirle pero sobre todo agradecerle tantas cosas. Por favor, Elena y hermana recuperensen —pronunció ella mientras las lágrimas comenzaban a derramarse lentamente por sus mejillas.

Levi y Ciel observaban la escena detrás de Fioret, ambos le habían seguido al verla marchar pero no esperaban encontrar lo que sucedía. Aquélla chica que siempre se mantenía fuerte y sin mostrar su debilidades, se hallaba llorando frente a ellos pero eso estaba bien, pues Ciel comprendía que el llanto ayudaba a calmar el tormento que se acumulaba en un corazón triste y eso no era ser débil sino todo lo contrario, ser demasiado fuerte.

—Pequeña no me des por muerta, estoy vieja pero aún puedo seguir adelante —comentó una voz desgasta y cansada.

—Sí, estamos bien hermana. No llores —pronunció la pequeña Elena con una sonrisa.

El llanto de Fioret y el de los pequeños aumentó convirtiéndose en una sola voz mientras aquélla mujer sonreía pero una ola de recuerdos se asomó en la cabeza de Levi, ésa voz la conocía y estaba seguro de ello.

—Príncipe, no puede comer eso. Le hará daño—regañó su nana—. Eres el mayor, debes darle ejemplo a Fiorella y Anastasia.

La cabeza de Levi dolió por unos segundos pero recordó aquél rostro, estaba seguro de que la mujer frente a él pertenecío una vez a Thevur y sirvió a su familia. Ella había cambiado a causa de los años pero jamás olvidaría la voz de quien le dio tantos regaños cuando era tan sólo un pequeño.

—Discúlpe la intromisión señora pero yo a usted la conozco —pronunció el segundo príncipe de Thevur acercándose.

Los ojos oscuros de la hermana Marella se llenaron de asombro, el pasado la perseguía y frente a ella se encontraba una parte que quería borrar de su antigua vida; pues se sentía culpable por sus viejas acciones. Después de todo, esa familia había sufrido una enorme pérdida a causa de su estadía en ese lugar pero sus labios no podían ni siquiera hablar cuando detrás de aquél joven notó una presencia mucho más aterradora.

El príncipe de Freyla.

—Su alteza, ¿Usted la conoce? —preguntó Fioret algo asustada.

Pues en su cabeza, ideas extrañas comenzaban a unirse y temía ser quien creía que era, temía ser familia del príncipe Levi. Ya no podía soportarlo más, deseaba saber lo que la hermana Marella le ocultaba.

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