Capítulo XXVI
Fioret observó como aquél confiado hombre se acercó hasta el anfitrión de la fiesta pero lo que más llamó su atención, fue que detrás de él un joven con una edad similar a la de ella se quedó observándola. Por unos segundos la mirada del rey chocó con la suya pero al hacerlo, el ceño de éste se frunció y sus ojos oscuros se llenaron de un poderoso asombro.
Ella se sentía extraña e invadida así que en un intento por tranquilizarse interrumpió la conversación que Daryuth mantenía.
—Su alteza, necesito tomar un poco de aire fresco. Estaré en el jardín.
Tras pronunciar aquéllas palabras, ella se retiró del lugar sin esperar una respuesta y comenzó a caminar a paso lento mientras observaba la belleza del lugar.
El joven rey se quedó algo extrañado ante tal escena, desde que pisaron Lumillion ella había abarcado una actitud contraria a la que siempre poseía. Se veía muy pensativa como si intentase descifrar un enigma con los ojos vendados y sin poder usar sus sentidos.
Quería correr a su lado, tenerla entre sus brazos y decirle que todo estaría bien, que él haría desaparecer su preocupaciones pero debía dialogar con los demás reyes sobre las amenazas de Kadarl. No podía dejarles plantados por mucho que quisiera puesto que ésto podría desatar la pérdida de los tratados que se habían conseguido y su reino perdería la credibilidad que poseía.
Tras varios minutos de una interesante conversación, Zen se cansó de esperar a los otros invitados reales y suponía que no llegarían el día de hoy.
—Bueno, será todo por hoy. Dudo que los demás lleguen a ésta hora así que nos reuniremos mañana para tratar los importantes temas, por favor disfruten de la noche —habló Zen suspirando con decepción.
Daryuth estuvo a punto de alejarse cuando escuchó como alguien le llamaba pero al voltear en aquélla dirección se llevó una sorpresa. El rey de Freyla se encontraba serio observándole, su mirada parecía querer hablar pero a la vez su boca proclamaba un fuerte silencio que podía destruir cualquier cómodo ambiente.
—Rey Sorek, ¿En qué puedo ayudarle? —preguntó él con algo de afán.
—La joven que le acompañaba... no... no es nada. Disculpe mi intromisión —habló aquél hombre mientras se alejaba de allí. Su cabeza se encontraba confusa al ver tal parecido, al ver ese color de ojos pero eso era algo imposible.
El joven rey frunció el ceño sin entender las recientes acciones de aquél soberano pero podía ver como a lo lejos el príncipe de Freyla lo observaba con ansias de respuestas.
Sin pensar más en ello se alejó de la habitación en busca de Fioret, tras recorrer el jardín por varios minutos, la encontró. Su figura resaltaba bajo la luz de la luna pero un sentimiento solitario se desprendía de ella, su alma parecía estar en pena y aquéllo le dolía.
Esa bella flor, su hermosa flor. Aquélla que había traído alegría a su atormentado corazón estaba sufriendo, el dolor acechaba con marchitarla y convertirla en cenizas pero conocía su fortaleza, ella era valiente, tal vez demasiado para sucumbir a la abundante tristeza.
—Señorita, ¿Quiere regresar a Thevur? —preguntó con gentileza acercándose.
—Su alteza, no es eso —respondió Fioret observándolo fijamente.
—Señorita, se que no soy quien para decirle ésto pero puede confiar en mí y contarme sobre lo que le preocupa, yo prometo ayudarle —pronunció Daryuth con determinación.
Ella al observar la decisión en su mirada, esbozó una pequeña sonrisa. Su amable actitud con los demás, su bello corazón le hacían admirarlo cada vez con mayor intensidad pero también sus impronunciables sentimientos aumentaban causándole un eterno dolor.
—Como usted sabe bien su alteza, soy huérfana pero creo que alguna vez tuve una Madre. No recuerdo cosas de cuando era pequeña y por ésto a veces tengo pesadillas, el miedo me carcome pues no quiero recordar algo doloroso pero mi mente a la vez quiere hacerlo.
La voz de Fioret estuvo a punto de quebrarse pero quería ser fuerte, no podía rendirse y caer en la tristeza. Pues aquéllos recuerdos borrosos se repetían en su cabeza dañando cualquier esperanza de encontrar a quien le había dado la vida.
—Tal vez mis palabras no puedan sanar su dolor pero a veces es mejor conocer la verdad para no vivir en una mentira —respondió el joven rey pensativo.
Ambos se quedaron en silencio observando el paisaje, el viento movía con cuidado las flores y la luz de la luna caía sobre ambos como la fría lluvia.
Daryuth se limitó a verla con admiración, su belleza iba más allá de su físico pues para él su corazón era un tesoro sagrado lleno de valor y luz.
Deseaba protegerla de aquélla desconocida verdad pero Fioret debía enfrentarse a ella para así sanar las heridas que marcaban su alma. Esa idea resonó en su cabeza notando que sus propias palabras también abarcaban para él, pues comprendía lo fácil o tal vez no tanto que resultaba huir de las cosas que nos llegan a lastimar.
—Su alteza, gracias por estar a mi lado—dijo Fioret sonriendo y en un impulso, acercó su cuerpo al del joven rey envolviéndolo en un cálido abrazo.
En ése instante los latidos de Daryuth se aceleraron al igual que el mismísimo paso del tiempo, una ola de vergüenza se instaló en él pero sin dudarlo respondió a aquélla especial muestra de afecto.
—Señorita, usted siempre puede contar conmigo —comentó con firmeza.
Fioret sorprendida levantó la mirada, pero al hacerlo notó la cálidez que poseían los ojos del joven rey y como si de un fuerte hechizo se tratara, se sintió embrujada por aquél vivaz brillo que calmaban su intranquilo corazón.
El sentimiento extraño de hace tiempo la invadió, no podía dejar de observar al joven rey y su cabeza la impulsaba a tomar acciones incorrectas pero en su interior era algo que deseaba más que nada.
—Su alteza, ¿Me dejaría ver su rostro? —preguntó Fioret con decisión pero en ése momento la mirada del rey se quebró.
La vulnerabilidad de su alma se desató al igual que el miedo, temía ser despreciado por quien amaba. Sabía muy bien que ella no era ese tipo de persona pero sus sentimientos frustrados lo impulsaban a la duda, a temer por ser visto, por llegar a ser odiado como simpre.
—No creo que quiera ver el rostro de un infausto monstruo —respondió el joven rey con una opaca sonrisa.
Fioret abrumada por sus propias acciones y por aquéllas crueles palabras que él decía de si mismo, tomó con fuerza la mano de Daryuth para no dejarlo ir.
—Me duele ver que eso piensas de ti, no eres un monstruo y mucho menos un ser horrible. Eres una persona maravillosa, mereces ser tratado con respeto pero sobre todo con amor —dijo ella con varias lágrimas en su mejillas, pues ver como el joven rey sufría le hacía desatar su llanto.
Daryuth se sorprendió, el fuego en su interior quemaba como si estuviese a punto de perder su auto control. En definitiva, se había enamorado por completo de aquélla chica frente a él y no podía dejar de pensar en como su corazón deseaba verla sonreír hasta el final de su vida.
No estaba listo para mostrarse a ella, no estaba preparado para hacer eso en éstos momentos pero tan pronto llegaran a su reino, le dejaría verle tal cual era sin tener miedo al duro rechazo.
Y sin dudar más en lo que sentía, con delicadeza posó su mano sobre el pómulo de Fioret atrayendola hacia él, ella se sentía nerviosa pues no creía lo que estaba sucediendo pero al verlo dudar un poco tomó la iniciativa juntando sus labios con los de Daryuth en un casto pero tierno beso.
Un pequeño acto que unía a dos desesperados corazones por cantar los sentimientos que se desbordaban en el fondo de sus almas.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top