Capítulo XXV

El desgarrador llanto de un niño resonaba en sus oidos con locura, y la sangre frente a ella goteaba cada vez más sumergiendo su pequeño cuerpo en un mar de color rojo pero unos segundos después notó que aquél terrible llanto pertenecía a sí misma.

Sus ojos se encontraban empañados por las lágrimas y su corazón atormentado por la horrible escena que veía, una enorme casa se encontraba en llamas y por más que intentaba reconocer aquél lugar, su cabeza no lo recordaba aunque algo en su interior dolía.

Una gran ola de tristeza se instaló en su pecho tras observar que estaba siendo abrazada, al levantar su mirada notó el bello rostro ensangrentado de una mujer, ella poseía una sonrisa calmada a pesar de estar en tal estado pero unos segundos después una fuerte mano la llevó lejos de allí.

—Señorita, Señorita —llamó Daryuth con gentileza.

De inmediato Fioret despertó asustada con el corazón hecho pedazos pues su cabeza se encontraba en otro lugar al igual que su alma. Aquéllos tormentosos recuerdos, aquélla pesadilla con la que de niña siempre había soñado volvió para manchar su voluntad de seguir adelante.

—Su alteza, disculpe. Me quedé dormida —respondió ella intentado aclarar lo que su mente le mostraba.

Daryuth la observó extrañado por su actitud, sus ojos se habían opacado por unos segundos como si una terrible tormenta se acercara para arrasar con su calidez.

—Llegamos a la capital de Lumillion —pronunció el joven rey señalando el exterior del carruaje.

Ella de inmediato se asomó un poco emocionada, aquél reino estaba cubierto de árboles extraños, era inmenso y las casas poseían una estructura similar a las que había visto en Thevur.

En silencio intentó aclarar lo que pasaba por su cabeza mientras el viento la calmaba, la primera vez que pisó el orfanato tenía seis años según lo que la hermana Marella le había contado. Pues Fioret no recordaba nada de su vida antes de ésto a excepción de los horribles sueños que a veces tenía y parecían arrastrarla a una ola de constantes pesadillas.

Deseaba recordar y a la vez no hacerlo, pues sabía que tras esa escena sangrienta se escondía una terrible tragedia que traería consecuencias.

El joven rey observaba el lugar algo nervioso, se había convencido a sí mismo de ser valiente pero un poco de miedo lo invadía. Podía ver como las personas observaban el carruaje con curiosidad mientras éste pasaba por su lado así que debía prepararse en caso de recibir una gran cantidad de insultos pues sabía muy bien que la máscara le daba un extraño aspecto.

Unos minutos después, Jing guió a los cansados caballos a través de la inmensa puerta para entrar al castillo y en ése instante varios guardias corrieron hacia ellos dándoles la bienvenida.

Los tres descendieron con cuidado del transporte y aquéllos hombres comenzaron a llevar sus maletas hacia el interior del lugar.

—Su alteza, Daryuth Arakdell y sus dos invitados, síganme por favor —una voz calmada resonó a su lado y allí se encuentraba un hombre de edad avanzada quien parecía un mayordomo, él comenzó a guiarles con gentileza hacia su destino.

—Señorita, ¿Podría darme el honor de sostener su mano? —preguntó el joven rey.

Fioret le regaló una sonrisa y sin dudarlo la tomó, no podía dejar que sus recuerdos la mortificaran en un viaje tan importante como éste. No quería preocupar al joven rey y sobre todo dañarle la oportunidad de conocer el exterior que nunca había podido ver.

El sol comenzaba a ocultarse dando la bienvenida a la fría noche, tras adentrarse en el castillo cada uno fue guiado a una habitación distinta pues el baile sería en tan sólo unas horas y debían alistarse.

Daryuth observaba el traje frente a él que una vez perteneció a su padre, soltando un largo suspiro se quitó la máscara que ocultaba su rostro y con cuidado comenzó a peinar su alargado cabello mientras se observaba en el enorme espejo.

Tenía miedo de fallar, de ser odiado otra vez y aún más de lo que ya era detestado pero debía ser valiente, quería mantener su fortaleza para cumplir su especial promesa.

«El día que el mundo deje de rechazarte, todos entenderán su terrible error por menospreciarte» la voz de su madre resonó en su cabeza.

Por su reino, por quienes apreciaba y sobre todo por quienes amaba debía ser fuerte, demostraría que Thevur era una nación llena de voluntad para salir adelante.

Tras escuchar el tintineo de una campana, se colocó la oscura máscara nuevamente y salió de la gran habitación. En el exterior un guardia lo esperaba y comenzó a guiarlo hacia el salón donde la fiesta se efectuaría, pero antes de llegar allí sus ojos chocaron con la mirada de quien poseía el poder sobre sus sentimientos o mejor dicho sobre su corazón.

Fioret se acercó al joven rey sin poder dejar de observarlo, su porte elegante lo hacía ver como una estrella casi inalcanzable pero a la vez como una luz que iluminaba su oscuro sendero.

—Señorita, ¿Por qué cubre su rostro con éso? —preguntó Daryuth al ver la máscara que ella poseía.

Sus labios se transformaron en una gentil sonrisa y con valentía ella tomó el brazo del joven rey uniendolo con el suyo. El día anterior había preparado aquél objeto para quedar a la par de Daryuth, así las miradas furtivas pasarían a ambos y no sólo a él. El guardia los guió al salón y tras anunciar la llegada del rey de Thevur, se adentraron en aquél festivo lugar.

Aquélla habitación era inmensa, podía ver una gran cantidad de nobles bailando de un lado a otro en completa sincronía con la tranquila música pero ninguno le tomó importancia al verlos entrar con aquél accesorio fuera de lugar como ella suponía que harían.

—Daryuth Arakdell, por fin te conozco. El rey misterioso que nunca ha mostrado su presencia al mundo —una caprichosa voz llegó hacia ellos.

Fioret estaba a punto de enojarse pero observó como aquél hombre los veía con curiosidad, su mirada no reflejaba otra cosa y un poco de alivio la invadió. Temía que los reyes lo discrimimaran o insultaran pues a éste punto, controlar su rabia por ese tipo de personas le sería casi imposible y de ser así estaba segura de terminar en la horca.

—Zen Lumirie, un placer conocerle —respondió el joven rey con cortesía.

—Acompañeme por aquí, los demás reyes aún no han llegado aunque dudo sean igual de puntuales que usted —dijo Zen con una sonrisa algo abrumado.

Para Fioret, aquél rey parecía tener una edad similar a la de Daryuth, eso quería decir que ambos le llevaban tres años de más y no podía dejar de pensar en como ellos a tan corta edad cambiaban la perspectiva de un reino entero.

Ella se mantuvo en silencio mientras caminaba detrás de Daryuth pero él al observar ésto la tomó gentilmente de la mano y la posicionó a su lado. Sabía muy bien cuanto significaba ésta reunión para él y aún así, todavía le prestaba atención a sus torpes acciones.

Por ésto jamás dejaría de pensar en como aquél joven rey poseía un gran corazón, pero lo que más le pareció extraño fue el hecho de que las personas de Lumillion lo ignoraban sin siquiera observarlo.

No se preguntaban por su apariencia y menos le insultaban por cubrirse el rostro como lo hacían los pueblerinos de Thevur. Con extrañeza frunció el ceño y continuó caminando pero sin quitar aquélla idea de su cabeza pues a sus ojos quienes parecían estar malditos eran los habitantes del reino más no su preciado joven rey.

Pero con una sonrisa observó como Daryuth platicaba fervientemente con el rey de Lumillion, ambos parecían enfrascados en una latente conversación sobre asuntos reales y en el fondo de su alma agradecía que sus ideas fuesen escuchadas sin ser juzgado u odiado.

—El rey de Freyla, su alteza Sorek Ackerman ha llegado — pronunció un guardia anunciando la llegada del soberano.

Un sentimiento extraño se depositó en ella al observar la fría mirada de ese cruel hombre pero sobre todo varias preguntas se formaron en su cabeza al percatarse de que él poseía su mismo apellido pues éste era muy poco usado.

La hermana Marella jamás le había hablado sobre la familia real de Freyla y menos de éste extraño hecho.

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