Capítulo XLVII
Fioret observaba la habitación en la que se hallaba con curiosidad, recordaba su llegada hace unas horas pero tras ser internada para tratar sus heridas no había obtenido noticias del estado de Levi o del joven rey. Sin embargo no recordaba mucho el transcurso del camino hacia el fuerte médico pero si el dolor que vivió mientras luchaba en el bosque y el temor que se asomaba en su corazón al visualizar los recuerdos en su cabeza.
—Señorita, disculpe mi ausencia y sobre todo lamento no haberla traído en mis brazos con aquéllas heridas —pronunció el joven rey adentrándose en la habitación.
Fioret sonrió al ver como su amado la visitaba, la terrible sensación que la poseía le abandonó por unos segundos mientras Daryuth tomaba una silla y se sentaba a su lado.
—No se preocupe ¿Cómo está el príncipe Levi? —preguntó ella intranquila.
—Aún están curandole, sigo sin poder creer como recibió aquélla herida por mí —habló el joven rey con arrepentimiento.
—Él te aprecia mucho y deseaba protegerte, además sé que su alteza también habría hecho lo mismo.
Tras pronunciar aquéllas palabras, Fioret observó la preocupada mirada del joven rey. Ahora ambos estaban a salvo pero aún así la sensación del inminente peligro se alojaba nuevamente en su corazón sin la intención de irse, por un momento recordó terribles imágenes siendo quemadas por el ardiente fuego, gritos histéricos y el rostro de la bruja arrastrándola hacia el peligro.
La mano de ella comenzó a temblar con temor. El temor de ser impotente, de ser herida y herir a quienes apreciaba, el soberano de Thevur al ver como la mirada de ella se opacaba quitándole la magnífica luz que la rodeaba se acercó a Fioret para envolverla con sumo cuidado en sus brazos.
—Estás a salvo —susurró Daryuth en su oído con veracidad.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Fioret mientras la cálida sensación de su abrazo se alojaba en su pecho, todo rastro de preocupación se desvanecía y le daba serenidad a su atormentada alma.
—Su alteza, tenía mucho miedo —balbuceó ella mientras el llanto se desataba como una fuerte lluvia.
Quería ser fuerte para no preocupar al joven rey pero también deseaba ser honesta y desahogar los horribles sentimientos negativos que amenazaban con dañarla.
—Lo sé, eres muy fuerte Fioret. Gracias por mantenerte a salvo —la voz de Daryuth tembló un poco al hablar pero a la vez estaba feliz.
Ella se separó de él un poco y acercó sus rasguñadas manos hacia el rostro de su amado. Aquél hombre frente a sus ojos era demasiado especial, demasiado amable al punto de calmar y acelerar su corazón en infinitas pero hermosas emociones.
Daryuth notó la forma en la que ella le observaba, con cariño y aprecio, el color miel en sus ojos le hipnotizaban mientras el sonido de sus latidos estallaba en miles de sensaciones. El joven rey sin dudarlo acercó su rostro aún más al de ella y con una delicada suavidad comenzó a besarla, a través de sus labios le compartía la ternura que se alojaba en su alma pero sobre todo el deseo de protegerla.
Estaba muy agradecido de verla allí junto a él viva, de saber que sus corazones seguían latiendo juntos aunque en el fondo también se arrepentía de no poder protegerla de aquél miedo, de aquéllas dolorosas heridas que permanecían en su cuerpo.
Pero dos toques en el exterior de la puerta les hicieron separarse algo avergonzados por la vivacidad de sus acciones y unos segundos después un guardia entró a la habitación.
—Su alteza, el príncipe ya ha sido tratado pero debe estar en reposo para que la herida sane —pronunció el hombre con seriedad.
—Debes ir a verlo, yo estoy bien —comentó Fioret con una sonrisa mientras le acariciaba su mejilla.
—Volveré pronto —respondió Daryuth depositando un beso en su frente.
Fioret observó la espalda del joven rey alejarse mientras su cabeza pensaba en la palabras de la bruja. Aquélla maldición en su rostro era irrompible pero la anciana mujer nunca especificó que el odio de los habitantes de Thevur estuvieran enlazados a ésta.
Tal vez no era una maldición tan fuerte y podía llegar a romperse al igual que los niños del orfanato o la hermana lo habían hecho pues ellos superaron tales terribles sentimientos hacia Daryuth.
El joven rey al que tanto amaba podría ser reconocido por las personas de su preciado reino y se esforzaría en ayudarle a conseguirlo.
Pasaron varios minutos mientras las ideas le invadían pero el sonido de la puerta cerrándose la hizo escapar de sus enredados pensamientos.
Su rostro se llenó de sorpresa al ver allí a Trinity, ella mantenía su mirada hacia el suelo mientras sus manos temblaban con levedad. Aquélla impresión de ella siendo consumida por la inminente desesperación no era propia de la pelirroja pero en el fondo tenía una pequeña idea de lo que atormentaba aquél vivaz corazón.
—¿Se encuentra bien? —preguntó Fioret mirándola fijamente.
—Quisiera decir que si pero la culpa me carcome todo mi ser —respondió Trinity con una mirada inundada por la tristeza.
—¿Ya visitaste al príncipe Levi?
Pero con aquélla pregunta, Trinity perdió la fuerza en su piernas y con la fragilidad de un cristal su corazón se rompió tirándose al frío suelo.
—No tengo el derecho de verlo, yo... Por mi culpa se encuentra en ese estado —balbuceó ella con frustración.
—Estoy segura de que él desea verte —pronunció Fioret con una sonrisa.
—Le dije que protegíera a su alteza con su vida, que si quería reparar el daño causado debía hacerlo pero verlo allí herido me parte el alma —habló la pelirroja mientras las lágrimas comenzaban a asomarse.
Fioret observó la desolada figura de la guerrera que siempre se mantenía firme y con su fuerza interior se levantó de la camilla para acercarse a ella.
Con rapidez se agachó hasta su altura y la envolvió entre sus brazos confortandola, en el tiempo que pasó viviendo en el castillo Trinity se había convertido en su amiga. Deseaba verla feliz, ver aquélla sonrisa que pocas veces sobresalía y que ella fuese honesta con los sentimientos que poseía en lo más profundo de su ser.
—Vamos a verlo, él te está esperando —comentó Fioret en su oído mientras se levantaban.
Ella al pisar el suelo sintió un poco de dolor pero las heridas de su cuerpo no se comparaban al dolor emocional en una persona. En sus pies sólo habían varias magulladuras y pequeñas cortadas pero nada grave que le impidieran caminar de acuerdo a sus planes.
Ambas se dirigieron hacia una de las habitaciones tras preguntar en donde descansaba el segundo príncipe, Trinity sentía como sus latidos se aceleraban con rapidez y como los nervios la poseían con una intensa locura.
Con cuidado Fioret abrió la puerta y se adentraron en el lugar, las dos observaron como el joven rey estaba sentado junto a su primo mientras éste dormía profundamente.
Daryuth visualizó a su amada algo extrañado de verla allí y de inmediato se acercó a ella.
—Señorita, lastimarás tus heridas de esa forma —comentó él un poco molesto.
—Es mi culpa, su alteza. Ella estaba preocupada por mí y no pudo evitar acompañarme —la voz de trinity sonaba decaída.
Tanto que el joven rey frunció el ceño y la observó en silencio, la mirada de ella se detenía en el suelo sin la intención de levantarla pues la culpa azotaba su alma como un fuerte látigo remarcando la herida.
—Los guardias de apoyo médico dijeron que despertará dentro de poco, por favor quedate junto a él mientras llevo a la señorita a su habitación nuevamente —habló Daryuth entendiendo la situación.
Y tras decir aquéllas palabras él tomó a Fioret entre sus brazos alzandola y saliendo a paso rápido del lugar. Su corazón latía aceleradamente mientras sus piernas se movían pero por alguna razón que conocía muy bien se sentía feliz.
—Su alteza, mañana partirás al reino de Kadarl ¿Verdad? —preguntó Fioret observando al joven rey.
—Sí, espero que el tratado salga bien para llevar la paz al reino —respondió él con un suspiro mientras sonreía.
Con cuidado depositó a Fioret sobre la camilla otra vez para después sentarse a su lado, sus manos comenzaron a peinar su desornado cabello castaño y con admiración él se quedó observándola pues no podía dejar de pensar en lo hermosa que era ante sus ojos.
—Su alteza, ¿Cuántos días tardarás en regresar? —preguntó ella con preocupación.
—Mínimo diez días pero te prometo que haré todo lo posible por volver a salvo pues hay algo que deseo preguntarte cuando regrese —comentó Daryuth avergonzado.
—Esperaré el tiempo que necesite, su alteza —respondió Fioret con una cálida sonrisa.
El joven rey recordó lo que había dejado sobre la mesa de su habitación y sonrió levemente, la reina había tenido razón como siempre pues logró encontrar la causa de los frecuentes latidos de su corazón.
Después de mucho tiempo se había dado cuenta que un monstruo también podía llegar a ser amado.
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