Capítulo XLVI
Trinity se encontraba esperando en las afueras del bosque pues Daryuth le había ordenado permanecer allí en caso de que algo saliera mal con la búsqueda de Fioret pero la ansiedad le carcomía como miles de agujas. Su mente se hallaba poseída por la inmensa duda y un terrible presentimiento se reflejaba con frecuencia en su cabeza.
Debía verificar el estado de su primo y de Levi, ella no podía vivir consigo misma si algo llegara a sucederles. Así que ignorando las órdenes del rey empezó a caminar hacia el interior del enorme lugar, pero a medida que se adentraba unos fuertes ruidos la hicieron preocupar acelerando sus pasos.
—Levi —el grito de Daryuth resonó con fuerza.
Frente a ella se hallaba la peor de las escenas, su corazón tembló con demasiado temor al ver como el hombre que amaba recibía una daga y caía al suelo.
Toda su alma se estremeció paralizandola, dejándola en un estado vulnerable con un espantoso dolor y entonces aquéllas palabras que pronunció hace días invadieron su cabeza.
“Protege a su alteza con tu vida” la culpa y el arrepentimiento llegaron a ella junto a unas cuantas lágrimas cubiertas por la tristeza.
Daryuth se acercó a su primo asustado, el corazón le dolía demasiado al punto de provocar un leve temblor en sus manos. No podía perder a otra persona importante para él pues jamás se perdonaría el no protegerlos como era debido.
—Su alteza, ¿Está bien? —interrogó Levi en voz baja intentando levantarse.
El joven rey observó aquélla herida y suspiró aliviado al ver que la daga se había enterrado profundamente en su hombro derecho más no en un órgano vital.
—Deberías preocuparte por ti mismo —habló Daryuth enojado.
La bruja se encontraba frente a ellos sonriendo con malicia, un odio rotundo se desprendía de su mirada y podía ver como la situación le causaba gracia. El joven rey castañeó sus dientes con fuerza al notar que había arrastrado al problema de su maldición a quienes apreciaba y detestaba causarles tanto dolor.
Trinity observó durante unos segundos el rostro de Levi mientras el pánico la invadía pero al ver su boca moverse corrió hasta el lado de ambos pues se había dado cuenta que el corazón del segundo príncipe aún latía. Ella posó su mirada marcada por una enorme tristeza sobre aquélla herida mientras el remordimiento y la duda amenazaban con destruirla.
—Estoy bien, su alteza. Una herida como ésta no podrá matarme pero no seré capaz luchar por el momento así que debo dejar todo en sus manos —comentó Levi mientras su cuerpo se entumecía.
Daryuth sabía que esa herida no era mortal pero la sangre de su primo se derramaba más rápido con cada segundo que pasaba y si no recibía ayuda pronto perdería sus fuerzas provocandole una muerte segura.
—Trinity, cudalos a ambos —la voz de Daryuth sonó enojada mientras miraba a la pelirroja.
Una ola de furia se había apoderado de su amable corazón, no podía perdonar a quienes se atrevían a dañar o causarles dolor a sus seres queridos y menos perdonaría a alguien que no poseía piedad por quienes luchaban aún estando heridos.
El joven rey tomó nuevamente su espada y con fuerza se abalanzó sobre la mujer cortando cada uno de los tallos que intentaban atacarlo. Aquéllas extrañas ramas derramaban un líquido oscuro a medida que las destruía al igual que la bruja pues su tos aumentaba sin intención de detenerse y el color en su piel palidecía al igual que un ser sin vida.
—Niño maldito no dañarás mis planes —gritó la bruja con locura.
El alma de Daryuth se había endurecido, su dolor le daba infinitas fuerzas para luchar y proteger a los que más amaba. Acabaría con aquélla mujer así eso significara manchar sus manos aún más de sangre, detestaba herir a otros, odiada extinguir las vidas ajenas pero para poder seguir adelante debía hacerlo.
—¡Te mataré! —exclamó el joven rey.
—No podrás, eres igual de débil a tu madre e inservible como tu padre —habló la bruja desesperada.
La espada de Daryuth chocó repleta de fuerza contra el costado de la mujer provocando una fuerte herida, sangre negra caía en gran cantidad de su cuerpo y se esparcía por el suelo mientras su cruel rostro se transformaba en una terrible pesadilla. Sus ojos esmeralda alumbraban como dos faros sin vida, y su blanquina piel parecía la de un desolado cadáver en busca de un eterno descanso.
—Tus palabras no me afectarán más —comentó el joven rey con frustración.
Se sentía algo cansado pero no debía parar, no hasta que su espada la alcanzara pero justo cuando intentó atacarle nuevamente, aquélla mujer en tan sólo unos segundos despareció de su vista. Sin embargo tan pronto volvió a verla, la sonrisa en su rostro resplandecía pues entre los brazos cargaba a Fioret como su prisionera.
—Apuesto a que ésto sí te afecta ¿Verdad? —preguntó la bruja con burla.
Fioret observaba con cansancio la situación, la bruja la sostenía de su cuello y el oxígeno por el que respiraba era cada vez menor. Su cuerpo y su alma dolían pero debía hallar la manera de terminar todo ésto, no podía dejar que Daryuth acabara con la vida de esa mujer y menos en aquél estado tan aturdido que se encontraba.
Pues su alma se mancharía con un enorme pecado: la terrible venganza.
—Sueltala, si quieres matar a alguien ven por mí —habló el joven rey con desesperación.
La bruja sonrió otra vez a la espera de que la chica en sus manos perdiera la vida. Sólo debía sostenerla de esa forma hasta que aquélla frágil llama se apagara frente a sus ojos pero algo extraño sucedía, la mirada en ella seguía firme. A pesar de que Fioret estaba al borde de la muerte la determinación en sus ojos miel no cesaba, aún en sus últimos minutos pelearía y sin poder creerlo, una fuerte punzada invadió el pecho de la anciana mujer como si míl espadas desgarraran su viejo cuerpo.
De inmediato la bruja perdió las fuerzas en sus brazos liberando a Fioret de su terrible agarre. El joven rey corrió rápidamente a su lado y con cuidado la tomó en sus brazos evitando que cayera al suelo pues no quería ver más heridas en la mujer que amaba.
El terror poseyó a la anciana al observar una flecha enterrada en su corazón. Entonces recordó que varias de éstas permanecían enterradas en los tallos de las rosas que manipulaba, la joven frente a ella aún perdiendo sus fuerzas le había vencido sin rechistar. Una cálida sensación que creyó perder hace mucho tiempo la invadió mientras su cuerpo caía al suelo, su tiempo en la tierra se terminaría en varios minutos.
—Me has vencido—balbuceó la bruja—. Pero aún así la maldición en su rostro no desaparecerá ¿Eres capaz de amarlo aún siendo así?
—¡Claro que si, aquélla marca es parte de su alteza y atesoraré todo de él! —exclamó Fioret levantándose y acercándose a la vieja mujer.
Daryuth caminó hacia ambas, sus ojos se llenaron de asombro al ver que las piernas de la bruja comenzaban a desvanecerse en miles de fragmentos como si ella hubiese sido creada con polvo y convertida en una existencia nula.
—¿Su cuerpo...? —preguntó el joven rey frunciendo el ceño.
—Ésta es la maldición que he decidió cargar a cambio de la tuya, por eso la marca en su rostro no desaparecerá. Dí mi vida, mi magia blanca para poder dañarte y así vengarme de tu padre pero aún asi sólo obtuve un cuerpo frágil con poco poder—la voz de la bruja sonaba con rencor.
—Su alteza no tiene la culpa de lo que su padre hizo —gritó Fioret con tristeza pues culpar a un inocente era injusto.
—El dolor del antiguo rey no fue suficiente, él me quitó el bosque. Me aisló de mi familia, mató a los animales inocentes quienes eran mis únicos amigos sólo por relacionarse conmigo y desató mi ira convirtiéndome en un ser deforme. Jamas le perdonaré y tampoco me arrepiento de lo que hice, te seguiré odiando en el más allá pero aún así admiro la valentía que poseen para defender sus creencias.
Y tras pronunciar aquéllas palabras, el silencio reinó el ambiente mientras el cuerpo de la bruja terminaba de desvanecerse al igual que aquél odio que destruía el espeso bosque pues como si ella nunca hubiese existido las plantas recuperaron su agraciado color vivo.
—Su alteza, Fioret —llamó Trinity entre gritos haciéndolos voltearse y recordar la terrible herida que poseía el segundo príncipe.
Daryuth se acercó a su primo y con todas sus fuerzas lo tomó entre sus brazos para llevarlo rápidamente hasta el fuerte de apoyo médico pues debían tratarlo antes de que fuese tarde.
—Debemos ir rápido —habló el joven rey preocupado.
Trinity ayudó a Fioret a estabilizarse y así los cuatro se alejaron de aquél bosque mientras la tormenta que azotaba el reino se desvanecía pues la bruja ya no estaba para aterrorizar a los habitantes de Thevur.
El joven rey ahora sabía que su maldición no podía romperse pero de igual forma hallaría otra manera de que su pueblo le aceptara pues tenía la esperanza de ser reconocido por ellos.
Pero primero debían salvar a Levi pues él lo había protegido con su sagrada vida y no podía perder a alguien tan importante en su corazón.
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