Capítulo XLI
Levi corrió con toda la capacidad de su atormentada alma hasta el fuerte fronterizo, al llegar allí se quedó observando el lugar sin tener idea de que hacer. Había recorrido aquél lejano camino por causa de la sospresa pero una egoísta frase resonó en su cabeza.
El recuerdo de haber llamado cobarde a su primo le marcó en agonía pues para él, aquél sentimiento era lo que le poseía en éstos momentos. Quería hablarle a la chica que siempre había sido amable y a la vez decidida desde que eran niños, aquélla que siempre le apoyó pero su terrible ceguera le impedía notar los maravillosos detalles detrás de su calidez.
—Levi —una voz femenina le hizo levantar la cabeza.
Allí frente a él se encontraba la pelirroja pero lo que más le asombraba era la ropa que ella traía, pues un hermoso vestido negro la cubría dando a relucir la princesa que siempre negaba ser.
Trinity no quería ser una, ella deseaba ser una guerrera al igual que su fallecido padre y lo era, la valentía que ella desbordaba lo superaba en gran cantidad. Le hacía admirarla pero desde una prudente distancia, no se atrevió a concentrarse en otra cosa sino en la venganza. Levi aprendió a encerrar sus sentimientos en una caja de cristal para poder luchar en contra de éstos y al final destruirlos pero no lo había logrado.
Pues no se sentía capaz de hacerlo, él apreciaba demasiado a su primo y a la mujer quien una vez fue su prometida.
—Trinity, ¿Irás al festival de la cosecha? —preguntó aún siendo algo obvio.
—Quiero apoyar a su alteza, la nobleza siempre intenta hacerle quedar mal y no podemos permitir eso —comentó ella con algo de tristeza al recordar los insultos que siempre decían.
Esa tristeza golpeó como una enorme punzada el corazón de Levi pues la culpa y el odio por sus acciones pasadas lo invadieron, por más que quisiera cambiar para convertirse en alguien digno de ella sus pecados le perseguirían por el resto de su vida.
No quería mancharla con eso, no quería dañarla pues Daryuth, Fiorella y su preciada Trinity eran lo único que le quedaba.
—¿Tú irás? —preguntó ella con algo de nerviosismo, pues la actitud del segundo príncipe era algo extraña.
Levi no se sintió capaz de responder así que sólo asintió con su cabeza y en un incómodo silencio ambos comenzaron a caminar en dirección al castillo, él quería decirle que no la consideraba un estorbo sino todo lo contrario. Ella era aquélla meta a la que deseaba llegar pero para ésto habían demasiados obstáculos que aún no lograba ni estaba listo para superar.
—Trinity —llamó algo abatido.
—¿Si? —preguntó ella deteniéndose.
—Quiero disculparme, aunque sé que eso no es suficiente para cambiar todo lo que hice y dije —las palabras de Levi resonaban con dolor.
—No debes preocuparte por el pasado, su alteza lo entiende y yo también lo hago. Hace mucho te perdone por ello —pronunció Trinity con una corta sonrisa.
—Pero yo... yo no puedo pasar por alto mis actos. Herí a Daryuth con mis palabras, intenté tomar el puesto de rey además de tener subordinados que le hacían daño sin yo tener idea de eso —respondió Levi con un inmenso dolor.
Trinity observó la mirada decaída del segundo príncipe, comprendía que nada de lo que le dijera cambiaría la opinión que tenía de sí mismo así que debía darle las opciones que él no quería ver o admitir.
—Si quieres pagar tu deuda, protege a su alteza con tu vida o si quieres lamentarte por lo que hiciste ve a llorar en un rincón del castillo.
La voz de ella sonó con firmeza y determinación, tanto que los latidos de Levi temblaron con pánico. Trinity tenía razón, debía decidirse, seguir el camino que ahora deseaba y no vivir del lamento por lo que sucedió.
De esa forma podría ser alguien digno de quererla y sobre todo de proteger sus anhelados sentimientos pero también de caminar junto a su primo sin sentir desprecio hacia sí mismo.
Y así ambos siguieron caminando, tras llegar al exterior del castillo los fuertes murmuros resonaban pues el lugar estaba repleto desde las calles cercanas hasta entrar al interior de la enorme edificación, en las afueras distintas personas ofrecían productos y se divertían con las actividades pero lo más sorprendente era la tarima central donde una pareja al sonar de los instrumentos tocaba una melodía hermosa, ésta producía calma al punto de llegar directo a los corazones.
Por otro lado, Fioret y Daryuth disfrutaban del espectáculo junto a los pequeños del orfanato.
Los niños platicaban con el joven rey sobre todas las cosas que habían aprendido y sobre los distintos juegos que inventaron, Fioret les observaba con una sonrisa pero a la vez se mantenía preocupada. Pronto el sol sucumbiría ante la oscura noche y aquélla anciana mujer no había aparecido para conversar sobre la maldición.
Estaba segura de que ella vendría pero la frustración permanecía alojada en su alma pues quería respuestas y escuchar de sus propias palabras el porqué le provocó tal daño al pequeño príncipe heredero.
—¿Cómo se atreve a mostrarse ante nosotros? —preguntó la esposa de un noble en voz alta.
—Está maldito, debería de esconderse en su castillo o podría contaminarnos —pronunció otra voz junto a ella.
—Un ser tan despreciable como él no merece haber nacido —comentó otra mujer con desprecio.
Y aquéllas crueles palabras fueron suficientes para que la paciencia de Fioret cayera en picada, sin dudarlo caminó hasta donde ellas con la rabia desbordandose sin control de su alma.
Le dolía escuchar a las personas decir ese tipo de cosas sobre Daryuth, de un ser tan amable como él que no merecía ser tratado como el monstruo de Thevur.
Fioret se acercó hasta aquélla desconocida mujer y sin pronunciar una sola palabra, estrelló su mano derecha contra el pómulo de ella dándole una bofetada. Su paciencia se había esfumado como la niebla siendo llevada por el viento y no le importaba ser apresada por sus terribles acciones pues ahora más que nunca el joven rey no merecía escuchar eso, no ahora que estaba amándose tal y como era.
El golpe resonó provocando que todos a su alrededor dirigieran sus miradas hacia ella, en silencio se quedaron observando como ambas mujeres se destruían mediante las cortantes miradas.
Una ola de rabia se instaló en Fioret y no estando satisfecha con sus actos tomó el brazo de la mujer dispuesta a darle otro golpe pero justo cuando iba hacerlo, la fuerte pero gentil mano del joven rey la abrazó volteandola hacia él.
—Fiorella —pronunció Daryuth frunciendo el ceño algo preocupado.
No quería que aquéllas personas la hirieran, y mucho menos que comenzaran a especular cosas sobre la mujer a la que amaba. Él podía ser el monstruo pero no aceptaría que a ella le llamaran también de esa forma o de otras.
—Su alteza —pronunció Fioret algo avergonzada.
—Jamás me esperé algo así de ti —dijo el joven rey extrañado por su agresiva actitud.
Pero las lágrimas empezaron a derramarse por las mejillas de ella, tampoco entendía como había perdido la razón de esa horrible manera. Siempre era una persona tranquila a la hora de tomar decisiones pero por un momento su visión se nubló cubierta de odio, de rabia y de dolor quitándole la oportunidad de pensar correctamente.
Sin embargo, algo llamó su atención. Una burlesca risa resonó en su cabeza y al mirar hacia atrás, observó como aquélla mujer sonreía con malicia. El color de sus ojos esmeralda resaltaban con odio y rencor, todo ésto era su culpa pues la bruja había aparecido frente a sus narices sin la intención de hablar.
Segundos después aquélla mujer se alejó de allí desapareciendo entre la multitud.
—Yo... lo siento —balbuceó Fioret al borde de las lágrimas mientras se alejaba.
Daryuth se quedó allí de pie extrañado sin entender lo que sucedía pero de algo estaba seguro y eso era que debía correr detrás de Fioret para calmar aquéllas emociones que amenazaban con romperse en miles de pedazos.
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