Capítulo XIV
Un nuevo día había llegado tras salir la cálida luz del sol y con el, los rumores se esparcían con rapidez por todo el reino. La capital se alistaba para el último día del festival y a la vez, sus habitantes se esforzaban en otro día más de trabajo.
En éstas fechas, los ingresos aumentaban pues los distintos mercaderes o turistas se interesaban en los productos que el reino de Thevur ofrecía.
Las puertas del castillo se abrieron frente al noble que el joven rey había citado. Las personas observaban con gran curiosidad como aquél hombre prepotente junto a su caprichoso hijo temblaban con levedad y dudaban al entrar.
Los habitantes del reino subestimaban la amabilidad del joven rey, no le respetaban y el ver como alguien era llamado por él les causaba una fuerte ola de pánico. Todos sabían bien que dar un insulto a un soberano era castigado con la muerte en otros lugares pero en Thevur todos conocían el trato que se le daba al actual rey y aún así nadie había sido castigado.
Ambos fueron guiados hacia el salón real donde se les esperaba.
Daryuth observaba en silencio a los dos nobles frente a él, la noche anterior aquél joven había huido sin dar una disculpa pero la hermana y los niños no le tomaron mucha importancia.
El recuerdo de las palabras de los pequeños le provocaba sonreír, ellos no le temían en cambio se alegraron al saber que el rey era una persona como él. Antes sólo podía contar con sus manos a quienes le apreciaban de verdad pero ahora, éstos números habían cambiado.
Él estuvo a punto de hablar para informar de su nuevo plan a los nobles que tenía al frente pero ellos se arrodillaron sin dudar.
—Su alteza, mi hijo lo siente mucho. Le ruego que le perdone su vida y maldiga la mía —gritó aquél hombre con desesperación.
—No puedo hacer eso —dijo el joven rey levantándose.
Él se acercó a ambos y se agachó hasta su altura, con cuidado tocó el hombro de aquél hombre.
—Tenga piedad, le entregaré todas mis riquezas pero por favor perdonele la vida a mi hijo.
—No puedo aceptar eso, su hijo cometió una falta y su deber es remediar los errores —comentó Daryuth con firmeza.
El joven noble, aquél que poseía un orgullo tan inmenso como el océano tomó la mano de su padre y la acaricio con el cariño que muy pocas veces mostraba.
—Perdóneme padre, pero no es necesario que ruegues por mi—habló con lágrimas en sus ojos—. Aceptaré mi castigo.
Fioret observaba tal escena a lo lejos, se sorprendía al ver como aquél prepotente chico había cambiado su forma de pensar en tan sólo un día. Los nobles acostumbraban a inculcar temor en otros pero ellos también podían llegar a sentirlo, después de todo también eran seres humanos.
—Joven St. Clairware, la condena será usar tu vida para ayudar a todos los de clase social baja.
Ambos nobles observaron con asombro y confusión al rey tras escuchar sus palabras, no podían creer lo que habían oído.
Pero quienes conocían bien a Daryuth sabían que él nunca dañaría a otros y en cambio les daba una oportunidad de arreglar sus errores.
—Su alteza, ¡muchas gracias! —exclamó el noble con una latente alegría.
No podía creer que aquél rey al que tanto temían fuese una persona digna de respeto. Él no estaba maldito, al contrario había sido bendecido con una cualidad superior a todas las riquezas.
Minutos después ellos salieron del castillo y las personas se acumularon a su alrededor. Las preguntas los invadían pero ambos habían aprendido una valiosa lección, también descubrieron que las palabras de todos los nobles eran una mentira y se encargarían de defender al joven rey de ahora en adelante.
Por otro lado en el castillo, Odeth y Fioret no dejaban de ver a Daryuth con orgullo pues su bondad era algo de admirar. Él podía haberles implantado un castigo a todos los que le habían ofendido pero eso sólo sería usar su poder de la misma forma de quienes le insultaban.
—Su alteza, debemos iniciar los diálogos con el reino de Kadarl—habló Jing mientras caminaban.
Una de las naciones vecinas había enviado mensajes a las familias reales amenazando con darle conquista o destruir a los reinos de Thevur, Lumillion, Freyla, Silak y Aquar.
Él no podía tomar ésto a la ligera, proteger a su reino y a quienes necesitaban ayuda de otros era su deber pero también algo que le nacía realizar. Debía trabajar duro en los informes para enviarlos mañana a primera hora y acordar con los otros reinos sobre las acciones de Kadarl.
Pero ésto no era lo único que le preocupaba, los nobles que se oponían a que él fuese el rey de Thevur aumentaban y al ser liderados por una parte de la familia real su poder e influencia en los habitantes del reino era superior a la que poseía.
Las personas que le querían como rey eran muy pero muy pocas. A Daryuth no le gustaba imponer su opinión sobre otros pero deseaba cumplir la promesa que le había hecho a su madre antes de fallecer.
Y una revuelta traería desgracias para el reino y no podía dejarlo pasar. Debía acabar con los principales indicios desde la raíz, para ésto debía citar a su primo y platicar con él.
Levi le odiaba, lo sabía pero el segundo príncipe de Thevur alguna vez fue su único amigo y por honor a ésto trataría de entender las circunstancias por las que había pasado para llegar a verlo como un monstruo al igual que los demás.
Las horas pasaron y el sol se ocultó trayendo la oscuridad pero también la bella luz de las estrellas al reino.
—Su alteza, ya es de noche. Deberías descansar— dijo Fioret tocando la puerta de la biblioteca.
Pero ella al no obtener una respuesta entró, sus mirada no podía dejar de apreciar tal escena y se le escapó una sonrisa pues frente a ella el joven rey yacía dormido sobre el escritorio.
La máscara cubría su rostro, él evitaba que Fioret lo viera y lo entendía. Pero mientras le observaba, el deseo de que él confiara lo suficiente en ella al punto de mostrarle lo que tanto escondía aumentaba.
Una de sus manos rozó el cabello de Daryuth con cuidado mientras tarareaba una canción de cuna para tranquilizar los sueños del joven rey al que tanto admiraba.
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